martes, 30 de noviembre de 2010

El Catalejo (16) Nobel de la Paz para Wikileaks

No se trata de un sarcasmo. Alguna institución con un poco de sentido común y bastante atrevimiento debería promover la candidatura de Wikileaks para el premio Nóbel de la Paz. Y de paso proponer también que el simpático de Obama devuelva el suyo. El favor que le está haciendo Wikileaks a la democracia, la transparencia y la honestidad mundial es impagable.
Es obvio que cualquier ciudadano mínimamente informado puede imaginarse que las relaciones internacionales, el mundo de la diplomacia, es lo más próximo al Salvaje Oeste que se pueda imaginar. La idea más aproximada que podemos tener de este es mundillo despiadado es la que nos proporciona Hollywood en sus películas pero ya sabemos que la industria cultural USA está para que al final nos quedemos tranquilo pensando que el Tío Sam vela por nosotros. A pesar de esto, da pavor descubrir el grado de cinismo, arbitrariedad, cainismo (y una decena más de epítetos que se me ocurren, algunos irreproducibles) en el que está basada esta Pax Romana. A uno le vienen a la cabeza algunas preguntas ingenuas: ¿en manos de quiénes estamos? ¿qué grado de confianza podemos tener en el futuro de nuestro planeta? ¿qué credibilidad merecen los dirigentes mundiales?
Ahora que se ha destapado la obsesión por recortar el gasto se me ocurre que toda esa parafernalia de cenas de Estado, viajes y discursos oficiales, encuentros bilaterales y demás zarandajas podrían ahorrárselas. Para qué seguir soportando esas vacuas escenificaciones de hipocresía.
Es curioso comprobar cómo sigue operando aquella distinción goebbeliana entre 'verdad' y 'propaganda'. En la actualidad a ningún Estado se le ocurriría disponer de un Ministerio de Propaganda como el del Tercer Reich pero en el fondo resulta muy revelador comprobar el ingente esfuerzo que la maquinaria oficial realiza para maquillar intenciones y aparentar lo contrario de lo que traman. No hemos avanzado nada. El terreno de juego en el que los Estados disputan sus intereses se rige por las mismas leyes de la selva que hace quinientos años. Para un humilde profesor de Ética y Filosofía como el que suscribe resulta inquietante el grado de amoralidad que manifiestan las élites gobernantes, la distancia tan apabullante entre lo que se dice en público y en privado, entre lo que se aparenta y lo que se hace. Y todo en nombre de los intereses (mejor ni llamarlo 'razón') de Estado. Este eufemismo maquiavélico esconde, en realidad, los intereses del entramado político-económico-industrial de quienes hoy en día se reparten el pastel mundial. Y el gran maestre de ceremonias sigue siendo EE.UU.
El flamante premio nobel Obama no se sintió comprometido por tan alto galardón cuando la anterior filtración de Wikileaks puso de relieve las atrocidades del ejército de EE.UU (supuesto embajador de la Libertad y la Democracia) en la guerra de Irak. No parece que reparara en lo impropio de que un premio nobel justifique tales desmanes en base al clima de guerra y la seguridad de sus soldados (lo mismo podría haber dicho Radovan Karadzic, juzgado por crímenes contra la humanidad). Tampoco ha movido ficha cuando se ha puesto de manifiesto de manera tan brutal el comportamiento imperialista de la primera superpotencia (perdón, ya sé que esto de 'imperialista' suena a retórica sesentayochista). En realidad, todo el mundo está en el ajo. De hecho resulta significativo que la mayoría de los gobiernos hayan reaccionado de manera aireada, no contra el comportamiento desleal e irrespetuoso contra la soberanía de los Estados y sus instituciones que revelan las filtraciones, sino contra el hecho de que éstas se hayan producido. Todos tienen vergüenzas que ocultar. Y en medio estamos los ciudadanos a los que se nos toma el pelo con la crisis y con el entramado geopolítico. A los que se nos pide que amparemos y justifiquemos aquellas prácticas que entran en contradicción con las bases éticas y legislativas en las que supuestamente está basada la convivencia y la relaciones entre los países.
Si la Paz y la Democracia son primas hermanas, si la soberanía nacional en la que se asientan las democracias liberales no es mera retórica, si la verdad es condición necesaria para la justicia, entonces pocos como Wikileaks, y su actual director Julian Assange, han hecho tantos méritos para recibir el galardón que Alfred Nobel propusiera en su testamento en 1895.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El Catalejo (15) Crisis: ¡conmigo que no cuenten!

En alguna ocasión he aludido a esa proverbial falta de inteligencia colectiva de la que parece adolecer la humanidad. Tal y como viene denunciando ATTAC aquellos que en su día (y hace de esto bastante tiempo) anunciaron que este capitalismo desbocado terminaría por hacer aguas fueron tachados de peligrosos agoreros antisistema. Cuando España crecía el doble que la Unión Europea a golpe de ladrillo no faltaron voces que anunciaban que de seguir por ese camino de economía ficción el batacazo sería porporcionalmente mayor. Ni caso. ¿Quién se va preocupar de esas cosas cuando se está llenando los bolsillos de dinero fácil? ¿Para qué preocuparse de los créditos si siempre se puede pedir otro para pagar los crecientes intereses acumulados? ¿Para qué ahorrar un dinerillo si se puede invertir en la bolsa? Este es un fracaso no solo económico sino, y fundamentalmente, cultural. Hemos basado nuestra existencia en una forma de consumo desaforado, de beneficio inmediato, de ostentación y frivolidad. Nos creímos el cuento de que no había alternativa al capitalismo, de que había que abandonarse plácidamente a este parque temático global en el que hemos convertido lo social. Y ahora algunos empiezan a despertar obligados por las circunstancias. Convertidos de repente en parias por obra y gracia de los mercados, de los compradores de deuda que exigen la rentabilidad de sus inversiones. Los bancos empiezan a llenarse de inmuebles incautados y de coches de alta gama que ya nadie puede pagar.
Parece que la crisis se está centrando en la Vieja Europa. No me parece casualidad. Frente a los restos de aquella Europa social surgen los tigres asiáticos, la última vuelta de tuerca del turbo capitalismo, el no va más del éxito económico instantáneo. Si queremos abandonar el centro de la diana trabajemos como chinos, reduzcamos nuestros beneficios sociales al nivel de Burundi y consumamos como neoyorquinos. Hagámoslo por la “tranquilidad de los mercados”. O dicho de otra manera: aseguremos que las agencias de inversiones y toda la grey de pasta en el mundo duerma tranquila sabiendo que sus palacetes, yates y vacaciones de ensueño no se van a ver amenazadas. Procuremos que los directores generales de los consejos de administración de bancos y megaempresas puedan seguir repartiéndose cuantiosos beneficios, que la legión de agresivos ejecutivos con traje de Armani puedan seguir creyendo que ellos algún día alcanzarán la gloria, que la banca, una vez saneada de sus propios desmanes con dinero público, siga controlando nuestras vidas.
Tengo 42 años. Me quedan dos plazos para acabar la hipoteca de mi piso. Algunos meses más (pero no muchos) para cancelar un crédito y un Citroën Berlingo también apunto de finiquitar. He decidido que a partir de ahora quiero convertirme en un tipo libre de créditos. A pesar de las numerosas ofertas que me llegan para que me endeude con esto o lo otro tengo claro que ha llegado el momento de disfrutar de mi propia libertad, de darle una patada en los cojones a este entramado de chupópteros. Conmigo que no cuenten.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Acción Solidaria (7) Un barco llamado Libertad

En estos tiempos donde vivimos bajo la tiranía de lo ultimísimo es necesario mantener ardiendo la llama de la memoria contra viento y marea. Como muy bien se ocupa Forges de recordarnos en El País la sensibilización sobre la tragedia de Haití no puede ser flor de un día. El mismo riesgo corremos con el drama del Sáhara Occidental. Por esto mismo los gestos que se multiplican por parte de la sociedad civil, una vez que los focos de la prensa internacional parecen disminuir después del violento desalojo del campamento saharaui a las afueras de El Aaiun, se hacen más necesarios que nunca. Mañana sábado, día 27, una veintena de personas tomarán el barco que une regularmente el puerto de Las Palmas de Gran Canaria con El Aaiun con el fin de llevar a la población saharaui sometida por el poder colonizador marroquí un gesto de esperanza y solidaridad. Como en recientes ocasiones es de esperar que la policía marroquí les impida siquiera desembarcar. Las autoridades marroquíes impiden el derecho a la libre información de todo lo que ocurre en los Territorios Ocupados. Esta práctica, propia de un Estado no democrático, justificaría en sí misma las denuncias de muchas organizaciones respecto a las violaciones de los derechos humanos que se han cometido y comenten en el Sáhara Occidental.
Nuevamente habrá quienes califiquen estas acciones como inútiles, quijotescas e incluso provocadoras. Pero si no fuera por aquellos que lejos de ver pasar la vida instalados cómodamente en el sofá frente al televisor de su casa optan por “complicarse la existencia” el mundo perdería el poco de dignidad que aún le queda. Es por esto que al menos merecen todo nuestro respeto y reconocimiento. A quienes recogen el testigo de la justicia y llevan la bandera de la solidaridad a las puertas de El Aaiun les dedico esta estrofa de la canción de José Luis Perales que tanto canturreamos en aquellos tiempos en los que pintábamos menos canas.
Ayer se fue
Tomó sus cosas y se puso a navegar
Una camisa, un pantalón vaquero
Y una canción
Dónde ira, dónde irá...
Se despidió y decidió batirse en duelo con el mar
Y recorrer el mundo en su velero
Y navegar
Navegar y navegar
Y se marchó
Y a su barco le llamó LIBERTAD

martes, 23 de noviembre de 2010

El Aula (11) ¿Qué es ser un docente?

¿Qué es ser un docente? Habrá que admitir que esta pregunta como la de “quién soy” o “a dónde voy” es una cuestión tan abierta y tan perenne que difícilmente llegaremos a una respuesta definitiva. Y, sin embargo, dependiendo de la respuesta provisional que le demos condicionará completamente nuestra práctica profesional. Confieso que en mis veinte años de docencia estoy un tanto cansado de tener que oir una y otra vez los mismos mensajes en ese parlamento alucinante que se produce cuando más de dos profesores se ponen a hablar de educación: “yo soy un profesor de esto o lo otro” o “a mi me pagan para impartir clases de...” Claro, ¡queríamos provectos alumnos y nos vinieron personas! Nos dijeron que nuestra misión era impartir una programación didáctica y nos encontramos que la realidad de las aulas es mucho más compleja. Demandábamos recetas y nos dijeron que de eso nada, que no hay soluciones mágicas. ¡Qué le vamos a hacer! El problema es que mientras sigamos teniendo una expectativas que no se corresponden con el mundo que nos rodea seguiremos instalados en la frustración. Habrá por tanto que cambiar las expectativas y redefinir las prioridades, aunque sea por una cuestión de mera supervivencia.
En la sociedad de la información el “profesor de...” (ponga aquí lo que usted quiera) es cada vez más prescindible. Existen materiales didácticos con los que un alumno puede aprender casi cualquier cosa (y encima no hay que pagarles un sueldo o soportar sus reivindicaciones laborales). El profesor hoy debe, le guste o no, ofrecer mucho más. Aquello precisamente que un programa informático no puede incorporar: experiencia, interdisciplinariedad, flexibilidad, innovación, calidad humana, comunicabilidad, “autoritas” y además ser especialista en un determinado campo del conocimiento. ¡Para que alguien diga que ser profesor es fácil! El profesor, como trabajador público, debe dar una respuesta a las demandas de la sociedad. Claro que para que esa respuesta pueda ser posible la administración educativa debe facilitar la condiciones laborales, materiales y organizativas pertinentes. Si pudiéramos al menos coincidir en este (o en otro) planteamiento de mínimos habríamos dado un paso de gigante. Lo que resulta desmoralizante es asistir un año tras otro a la misma ceremonia de lamentos y de imprecaciones al viento, auspiciado muchas veces por una nueva vuelta de tuerca conservadora que considera que el ideal pedagógico se encuentra en la escuela de los años cincuenta. Quienes han leído algunos de mis post dedicados a la docencia saben que en algunos aspectos me considero afín a un ideal clásico en la educación (en cuanto al valor de la palabra, la transmisión de una herencia cultural y el no confundir los medios con los fines), pero 'clásico' no significa, ni mucho menos, 'retrógrado'. Por el contrario, significa vincular lo mejor de nuestra tradición profesional con los retos y desafíos de nuestro tiempo, tan grandilocuente pero ineludible como esto.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El Catalejo (14) ¡Franco ha muerto! y la Marcha Verde

Tal día como ayer de hace treinta y cinco años muchos niños de entonces como yo se encontraron al llegar a la escuela por la mañana con la grata sorpresa de que las clases se habían suspendido. Había muerto el “Jefe del Estado”, el Generalísimo Francisco Franco. Yo, a mis siete añitos, tenía la sensación de que algo muy gordo había ocurrido. Por la calle asomaban banderas españolas con crespones negros y la gente hablaba muy bajito, como si de un Sábado Santo se tratase (de los de antes, claro). Mi padre era un hombre que podría calificar de tradicionalista. Como seguidor del Real Madrid y devoto de Santiago Bernabeu aceptaba el Régimen Franquista como si de un hecho tan natural como el florecer de las amapolas en primavera se tratase. Así que también en mi casa se instaló una suerte de desasosiego. No sé si la imagen que tengo en mi cabeza de Arias Navarro dirigiéndose a los españoles, con atragantamiento incluido, es de entonces o la incorporé a base de tanto verla en los años posteriores. Pero lo cierto es que nada simbolizaba más la sensación de “acabose” (como dicen los cubanos) que este hombre del bigotillo. Estuvimos pegados al televisor desde que la noticia se extendió como un reguero de pólvora hasta el momento mismo del entierro en el Valle de los Caídos. Unos días antes recuerdo a mi padre y a algún vecino alarmados con una cosa a la que llamaban “Marcha Verde” y que a juzgar por cómo maldecían a los marroquíes no debía ser nada bueno. Muchos temían que Hassan II no se contentase con invadir el Sáhara Occidental sino que aprovechase el impulso para llegar hasta Canarias. Entre el miedo a la invasión marroquí y la muerte del Caudillo el niño de siete años que me habita entonces pensaba que lo más parecido al fin del mundo debía ser aquello. Lo cierto es que al poco tiempo, mi padre, como muchos españoles, pasaron del discurso de Navidad de Franco al del Rey con la mayor naturalidad. Otros avatares fueron haciéndose hueco y la vida siguió su curso inexorable.
Treinta y cinco años después, el aniversario de la muerte de Franco, afortunadamente, apenas supone una ínfima columna en los periódicos, más centrada en la reunión de los últimos nostálgicos que en otra cosa. Por contra, los efectos de aquella ignominiosa Marcha Verde siguen coleando dramáticamente. La ocupación del Sáhara Occidental por parte de Marruecos y la precipitada retirada de España dejaron una herida abierta que lejos de cicatrizar ha ido supurando cada vez más. El pequeño pueblo saharaui pasó a vivir bajo la alfombra de la Historia y ahí querrían muchos que permaneciese. No sé si tendrán que pasar otros treinta y cinco años (espero que no) para que este episodio se cierre de una vez con justicia. Espero que el anciano que seré entonces pueda volver a escribir una nota como esta pero, eso sí, con una copa de champán en la mano.

viernes, 19 de noviembre de 2010

El Catalejo (13) Sobre trenes y otros lujos asiáticos

Cuando me dirigía a la biblioteca de mi pueblo me encontré un amplio y lujoso stand publicitario del Tren del Norte de Tenerife, atendido por una azafata y un técnico, promovido por el Cabildo de la isla. Delante del mismo, en una modesta mesa, dos jóvenes miembros de la Plataforma ciudadana contra esta megainfraestructura ofrecían información alternativa. Tenía interés por clarificar una pequeña duda. Le pregunté a la azafata el coste total del proyecto y de la campaña publicitaria (o informativa, da igual) que tienen en marcha. Como era de esperar no disponía de esa información. Dada la magnitud del asunto no se entiende que no esté disponible un dato tan importante. En el folleto que te entregan y en los vídeos y paneles disponibles nos cuentan las bondades de una vía ferroviaria que a juzgar por la gran cantidad de kilómetros soterrados y las dificultades del terreno tiene que suponer una inversión astronómica. Ya le dediqué en el mes de mayo una entrada a este tema en el que hacía algunas reflexiones de carácter político, medioambiental y de movilidad en las que me sigo reafirmando y que no es cuestión de volver a repetir. Viendo el despliegue publicitario no he podido por menos que venirme a la mente las declaraciones del recientemente dimitido vicepresidente del gobierno de Canarias donde calificaba de “presupuestos de guerra” las cuentas públicas para el próximo año. Nos vamos a encontrar con casi un 10% en educación y una cifra superior en sanidad, amén de severos recortes en otros servicios públicos esenciales. No nos consta, por otra parte que estas y otras tremendas infraestructuras (léase también “Puerto de Granadilla”) hayan sufrido un recorte similar o cuando menos algún aplazamiento para cuando mejore la situación económica. Seguramente, los prebostes de la cosa económica dirán que estas son inversiones que crean empleo, que son partidas exclusivas y finalistas que no pueden ser desviadas a otras cuestiones, etc.
Como modesto, cabreado y sufrido ciudadano se me hace, con todo, difícil admitir que en nuestra comunidad autónoma la educación para el próximo curso vaya a consistir en poco más que mantener los colegios abiertos, que la sanidad va a vivir episodios propios de un país subdesarrollado o que los policías tengan que cubrir un servicio en taxi. Eso sí, estaremos embarcados en la construcción de infraestructuras que son, por decirlo suavemente, todo un lujo asiático y que parecen no tener límites en la absorción de recursos económicos. Además, son proyectos para los que existen alternativas muchos más económicas, sostenibles y respetuosas con el medioambiente. El problema de fondo es que en este modelo económico las personas están subordinadas a la circulación de capitales (y no al revés). Que se le niegue una formación de calidad a un niño matriculado en una escuela pública o que un paciente con una enfermedad grave no tenga garantizada una atención rápida y eficaz no cuenta frente al abrumador movimiento de capitales que engrosará innumerables bolsillos ya atiborrados y alimentará la cuenta de resultados de determinadas empresas del sector. Todo esto, para, en palabras del consejero correspondiente del Cabildo, retirar ¡un 4% de coches! de la colapsada autopista del norte. Lo que demuestra este estado de cosas es que el dinero se comporta como la materia, ni se crea ni se destruye, simplemente cambia de manos continuamente. No hay voluntad política alguna para repensar el modelo de isla con el fin de que tenga algún futuro y para hacer que la distribución y circulación de capitales adopte, de una vez, un perfil social. Y, para más inri, tenemos una ciudadanía que mira para otro lado o que piensa que quienes nos han sumergido en este desastre nos van a sacar del mismo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Cazador de Libros (10) Kafka por Crumb

Siempre tuve una acusada querencia por los cómic de Robert Crumb. Por ese trazo tan personal y su mundo underground. Hacía, con todo, muchos años que no me reencontraba con este autor norteamericano nacido en 1943. Hace unos meses me topé con su última publicación, “Kafka” (La Cúpula 2010), un recorrido gráfico por la obra y la vida de este imprescindible escritor checo. Crumb es fiel a sus esencias y no deja de ser bastante llamativo que alguien que levantó en su día las iras feministas, que fue calificado de obsceno y antisistema se haya centrado en sus últimas publicaciones en un estudio del Génesis bíblico (La Cúpula 2009) y ahora en el autor de La Metamorfosis. Respecto a su ilustración del Génesis el resultado es... bueno, he de reconocer que me parece incalificable y sorprendente. Tiene la virtud de mostrarnos el relato bíblico como lo que es: la cosmovisión de un pueblo de pastores que habitó un territorio de lo que luego se llamó Judea y cuyo triunfo posterior todo el mundo conoce. La lectura de Crumb, aunque muy respetuosa, no vayan a pensar mal, está teñida de una saludable iconoclastia.
Robert Crumb ha sabido sumergirse en el mundo de Kafka y con la colaboración David Zane Mairowitz (autor del texto) ha preparado un libro tremendamente sugerente. Una interpretación personal de la obra del autor checo-alemán que refleja una gran identificación con el mismo. Para quienes caímos en su momento en el influjo de Kafka este libro es una cita obligada. Aunque Praga juega un papel ambivalente en la obra y vida de este autor es indudable que hay toda una topografía kafkiana en esta vieja capital europea. Praga te atrapa y en mi caso no fue una excepción. Esta Praga misteriosa se ve reflejada en la visión de Crumb. Pero también, y como no podía ser menos, las obsesiones, complejos y la complicada relación con el judaísmo de Franz Kafka son objeto de análisis en este libro-cómic. Al final, con mucho juicio, advierte contra la trivilización y comercialización del fenómeno Kafka, algo, curiosamente, que estaría en las antípodas de lo que fue la vida y obra de este enigmático personaje. ¿Seguirá Crumb deparándonos entusiamantes sorpresas como esta?

domingo, 14 de noviembre de 2010

Cine a solas (8) Desayuno con Diamantes

Se cumplen cincuenta años del rodaje de una de las películas míticas del cine norteamericano: Desayuno con diamantes (1960). Una buena ocasión para realizar un ejercicio de mitomanía y dejarse encandilar una vez más por Audrey Hepburn y sus modelitos. Aunque formalmente podría entrar dentro de los visos de la comedia romántica americana de finales de los cincuenta hay cosas que hacen de esta película un caso diferente. En primer lugar el hecho de que está basada en el libro de Truman Capote “Desayuno en Tiffany's”. Por cierto, acabo de coger el libro de la estantería y descubro con cierta emoción que lo leí en 1985. Es una modesta edición de bolsillo de la difunta editorial Bruguera (que este año, ya puestos en celebraciones, habría cumplido cien años desde su fundación) en la que empiezan a aflorar manchas de humedad. Capote era un tipo complejo y su libro tiene una lectura más profunda de la que podría parecer a simple vista. Lo mismo ocurre con la película. Al margen del glamour de Holly Golyghtly (el papel de Audrey Hepburn) hay algunas zonas de oscura indefinición en el personaje. ¿Es Holly una descerebrada obsesionada con pescar un marido rico? ¿una prostituta? ¿una mujer en busca de sí misma que trasciende las convenciones sociales? En cualquier caso Hepburn enamora al espectador. Resulta un tanto extraño pensar que inicialmente quien estaba propuesta para el papel era Marilyn Monroe (era la apuesta personal de Truman Capote). Desde luego habría sido otra película. La delgadez de Hepburn en su famoso traje negro, con la doble vuelta de perlas, se ha convertido en un icono del cine. Como un icono es también la famosísima “Moon River”, el tema compuesto por Henry Mancini y cuya nostálgica melodía recorre toda la película.
Hepburn fue, además, una antidiva. Una mujer que nunca renunció a una vida sencilla y que no se dejó enredar en las trampas de la fama, lo cual terminó por acrecentar el mito. Coincidiendo con el cincuentenario la editorial Electa ha editado un libro conmemorativo, “Desayuno con diamantes” (2010) que es otro regalo a la legión de admiradores de la película. Puede resultar toda una experiencia hacer tres cosas: leer el libro de Truman Capote, ver la película y ojear el libro conmemorativo (no necesariamente por ese orden).

viernes, 12 de noviembre de 2010

Filosofía de la Mañana (8) ¿Soy un cuerpo o estoy en un cuerpo?

Periódicamente castigo a mis sufridos alumnos con alguna de estas frases tremebundas. Confieso que si me las pusiera a mi mismo estaría en un grave aprieto. “A ver, ¿qué tienen que decir a esto?” -les digo. Y así, cual condena filosófica, se ven en la tesitura de tener que entregarme lo que hemos dado en llamar una “disertación”. ¿Soy un cuerpo o estoy en un cuerpo? Me pongo, pues, en un aprieto. No me queda más remedio que tirar de la resignación y reivindicar mi cuerpo (actualmente un tanto disminuido por las secuelas de una gastroenteritis) como aquello que se corresponde con lo que soy. Esta carrocería, gentilmente donada por mis progenitores en forma de genes (valga la redundancia) y a la que he maltratado (más que cuidado) posteriormente, se corresponde con un tipo cuyo transcurrir por el mundo le ha llevado por donde le ha llevado y ha configurado su manera de sentir y de pensar como lo ha hecho. Aceptar que uno es un cuerpo (y aquí cabe todo) puede no ser fácil. Sobre todo si el de uno no tiene mucho que ver con los cánones establecidos o si te ha tocado perder en la lotería y la carrocería te sale rana. Bueno, siempre podremos echar mano de un libro de Ramiro Calle o preguntarnos porqué Matthieu Ricard tiene las claves de la felicidad.
Confieso que a veces envidio a quienes se ven como “algo” que está en un cuerpo. Se supone que ese “algo” (espíritu, alma, karma o como quieran llamarlo) posee una naturaleza no carnal y por tanto mortal e incorruptible. Es como disponer de un “seguro” a todo riesgo y con una tarifa muy barata. El caso es que esto no deja de ser una cuestión de fe y en materia de fe soy bastante lego, lo confieso. Todo aquello para lo que no hemos tenido un concepto o explicación precisa ha alimentado la idea de ese “algo” inmaterial que nos definiría auténticamente como humanos. Lamentablemente (para los espiritualistas, claro), a esta alturas, y lustros de desarrollo de la neurociencia de por medio, todas nuestras emociones, nuestras autorreprensentaciones, nuestras esperanzas y angustias parecen tener una base neuronal o, lo que es lo mismo, física. ¡Qué le vamos a hacer! Ya sé que queda poco poético pero eso no le quita intensidad a nuestros sentimientos. Somos seres sintientes y dolientes. Mente que interactúa continuamente con el resto del cuerpo y que a veces nos juega malas pasadas. Lo fascinante es saber cómo hemos llegado a este grado de autoconciencia. No ser una ameba está muy bien pero tiene un precio. Fundamentalmente el de saber que nos vamos a morir (siento aguarle la fiesta a más de uno). Si “solo” soy un cuerpo no me queda más remedio que aceptar que ocupamos un aquí y un ahora por un tiempo limitado (¡tiempo, somos tiempo!). Por eso he de preocuparme por hacer algo interesante durante ese lapsus vital, para mi y para los demás. Pero ¿por qué preocuparme en vez de no hacerlo? Pues esta es la pregunta clave y en realidad no tiene una respuesta definitiva. Supongo que en la misma vida tal y como la experimentamos los humanos está la clave. Sabemos que necesitamos de los demás para vivir (al menos una vida buena), que hay cosas que nos engrandecen y otras que nos envilecen (nuestra historia acumulada nos lo demuestra) y que tenemos una irremediable tendencia a la acción y a la actividad. Con estos pocos ingredientes tenemos que hacer algo con nuestra existencia, con esta carrocería que nos ha tocado en esta especie de tómbola. En el fondo puede ser una suerte que “solo” seamos un cuerpo. En caso contrario tendríamos pocos motivos para permanecer en un mundo que no sería sino una terrible mazmorra que atrapa a ese “algo” etéreo e indefinido y que le impide desplegarse en todo su esplendor. ¡Menos mal que somos un cuerpo y que el mundo en el que habita tiene también sus cosas buenas, oiga!

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El Cazador del Libros (9) Inmersiones científicas

La ya relatada visita de mi antiguo alumno, Adal Mesa, doctor en Astrofísica e incipiente divulgador (al menos por sus pinitos en mi centro) tuvo el efecto en mí de adelantar algún material bibliográfico que tenía en cola. Le di el definitivo impulso al libro de Stephen Hawking “El universo en una cáscara de nuez” (Crítica-Planeta 2002) que llevaba una espera de nada menos que ocho años (algunos libros de mi biblioteca deben tener una paciencia casi infinita). Esta es una continuación, magníficamente ilustrada, de su celebérrimo “Historia del Tiempo”. Terminé un libro muy reciente de Luisa Mª Lara “¿Qué sabemos de Titán?” (Las Catarata 2010) un satélite de Saturno con una atmósfera de metano muy interesante. Adal debería plantearle a esta editorial un título similar: “¿Qué sabemos de la Nebulosa de Orión?”. Esto lo estoy combinando con el maravilloso libro de Brian May, Patrick Moore y Christ Linttot “Bang, la historia completa del universo” (Círculo de Lectores, 2006) que tenía también a medias. Y como hay que variar la dieta estoy enfrascado en el último libro de Mario Vargas Llosa, “El sueño del celta” (Alfaguara 2010) que me está cautivando y al que espero dedicarle un post más adelante.
De vuelta a la divulgación científica, el azar quiso que me topara con un material de primera y no precisamente en formato de libro. El “Universo de Stephen Hawking” es una producción de Discovery Channel que reúne algunos capítulos de lo más sugerentes: “Alienígenas”, que permite plantear algo que hasta hace unos años era un tabú: la posibilidad racional de que existan más formas de vida, desde una bacteria hasta formas inteligentes, basadas en la bioquímica del carbono o vaya a usted a saber en qué. Otra cosa es que podamos llegar alguna vez a contactar, dadas las distancias inimaginables que nos separan (¡qué pena! con lo emocionante que sería un encuentro en la tercera fase). El capítulo “Viajar en el tiempo” nos adentra en el mundo de la relatividad, en el hecho de que el tiempo, la cuarta dimensión, es un bucle que en ciertas condiciones puede ser recorrido en ambas direcciones. Precisamente, si el mago de una lámpara me concediera un deseo no dudaría en pedirle que me convirtiera en un turista del tiempo: ¿qué extinguió a los dinosaurios? ¿murió Napoleón envenenado en Santa Helena? ¿estuvo alguno de los Kennedy implicado en la muerte de Marilyn Monroe? A falta de obtener un nave capaz de viajar al 99% de la velocidad de la luz o de poder fabricar un agujero de gusano, habrá que conformarse con estas ensoñaciones. El último capítulo, como no podía ser menos, relata el origen del tiempo o, lo que es lo mismo, del universo. Siguiendo también la estela que inaugurara con la “Historia del Tiempo” en 1989, poniendo los intrincados conceptos de la cosmología al alcance del gran público, este material audiovisual da un nuevo giro al concepto de divulgación científica. Bienvenido sea.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Filosofía de la Mañana (7) La Filosofía frente a la pantalla

Ya habíamos situado, en un post anterior, a la Filosofía en el kiosko. Ahora hay que situarla también frente a la pantalla. No cabe duda de que el cine y la televisión son productoras de Cultura, al menos en su cara no estrictamente dedicada a la estupidización colectiva. Es lógico por tanto que la Filosofía haya prestado atención a estos fenómenos. El análisis filosófico de clásicos del cine es ya algo habitual y de mucho predicamento en las academias. Sin embargo, la atención a productos televisivos es algo relativamente reciente. Hace casi un año que cayó en mis manos el volumen “Los Simpson y la filosofía” editado por W. Irving, M. Conard y A. Skoble (Blackie.Books 2009). Este último, por cierto, es profesor lector de Filosofía en la Academia Militar de West Point. Me deja perplejo que los futuros oficiales del ejército más poderoso del mundo le dediquen unos minutos a esta cosa de la Filosofía. Incluso para aprender a matar hay que saber hacerlo con sentido (es una broma). También el creador de Los Simpson, Mark Gröening, estudió Filosofía (debe ser algún tipo de enfermedad). Lo cierto es que este libro, aunque teñido del espíritu simpsoniano, es un trabajo muy sesudo. Títulos como “Lisa y el antiintelectualismo estadounidense” o “Holita, vecinos, tralarí, tralará: Ned Flanders y el amor al prójimo” no deben despistarnos. Esto no deja de ser un pretexto para hacer un repaso al estado de la cuestión ética, social e intelectual en el país del Tea Party. Muchos han calificado a Los Simpson como uno de los pocos productos norteamericanos interesantes, o al menos crítico y progresista, poseedor de una visión corrosiva del mundo. Bueno, reconociendo que desde sus orígenes resultó ser un material innovador e interesante tampoco hay que tirar las campanas al vuelo. No olvidemos que, como todo lo que se convierte en un fenómeno de masas, no deja de ser otra forma más de hacer dinero. Creo que, además, se ha destapado últimamente un cierto escándalo con la procedencia y condiciones de fabricación de su numeroso merchandising. Si algo caracteriza a nuestro tiempo es el cinismo. La capacidad infinita para asimilarlo todo y regurgitarlo convenientemente domesticado, a lo que tampoco es ajeno Burt y compañía.
Más recientemente adquirí “Harry Potter, La Filosofía” de Simone Regazzoni (Duomo 2010). No he leído ninguno de los libros de Rowling pero su adaptación al cine siempre me pareció muy lograda y cautivadora. No ajeno a esto, y con cierta curiosidad, compré este ejemplar. Lo sorprendente de Regazzoni es que no se corta en hacer una defensa de la magia como forma de conocimiento y de la existencia de distintos mundos (al menos, desde un punto de vista literario). Tantos años hablando de aquello del paso del mito al logo para llegar a esto (es otra broma).
La cosa está cogiendo tintes de moda. Puede verse ahora en las librerías “análisis filosóficos” de Los Soprano, Doctor House o Lost. No he visto ni un solo capítulo de estas series pero supongo que habrán sido productos de éxito. Y quizás por esto mismo lo que podrían ser aportaciones interesantes terminen por convertirse en bodrios insufribles. Con todo, mis blogeros habituales saben de mi querencia por estos productos divulgativos. En estos tiempos la Filosofía se hace de muy distintas formas y no necesariamente el camino más corto es el mejor.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El Impertinente (11) La China que nos espera

Hay toda una colección de tópicos sobre China que expresan un temor casi atávico. Quizás su gigantismo poblacional y su cultura tan distinta de la nuestra han causado siempre una cierta aprehensión. Vaya por delante mi admiración por la cultura china y mi estima por los ciudadanos chinos, como no podía ser de otra manera. Pero el sistema político y económico que se está erigiendo en dominante constituye un verdadero peligro para el futuro de la humanidad. Así de grandilocuente. Antonio Navalón, en su muy recomendable libro titulado “Paren el mundo que me quiero enterar” (Debate 2010) describe la cuestión de un modo muy claro: “¿Qué es el modelo chino? Es en lo social, la vuelta a la esclavitud del siglo XVIII y, en lo ecológico, el mayor procedimiento de aniquilación del planeta Tierra”.
A base de consumir baratijas hemos contribuido a alimentar un gigante que amenaza con devorarnos. Nos sorprenderíamos si nos diera por hacer un inventario de la procedencia de nuestro fondo de armario, aparatos electrónicos o de la figurita aquella a la que nadie le presta atención. ¡Todo está hecho en China! En la práctica podemos observar cómo aquellas tiendecitas de baratijas importadas de China hoy se han convertido en auténticas naves industriales. La pasión del personal por consumir cualquier cosa al precio más bajo posible ha terminado por alimentar un monstruo. No es de extrañar que China sea hoy la segunda potencia económica mundial ¡y subiendo! Pero este modelo chino representa hoy un peligro, incluso para los mismos chinos. Pekín es una de las ciudades más contaminadas del mundo, la libertad de prensa y de información en China posee el triste récord de ser una de las más amenazadas del planeta, los derechos sociales y laborales están bajo mínimos, las ejecuciones por pena de muerte baten récord cada año, etc. La reciente concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo, en la cárcel por haberse atrevido a reclamar más democracia para su país, expresa muy bien de qué estamos hablando. Es decir: ¡todo un modelo a seguir!
Seguramente David Cameron, primer ministro británico, no se ha enterado de nada de esto (o lo sabe muy bien). No hace mucho ha proclamado que el modelo económico del futuro para Europa tiene que ser el “modelo asiático”. A esto le ha acompañado la mayor ofensiva ultraliberal que se recuerda en un país al que Margaret Tatchert ya dejó esquilmado: despidos masivos de empleados públicos y venta a mansalva de bosques también de titularidad pública para empezar. Así que para el señor Cameron, y para tantos otros, el futuro pasa por desmantelar todo el sistema de derechos y protección social (el llamado “Estado del Bienestar”) que ha caracterizado a Europa después de la II Guerra Mundial. Esta crisis económica, causada por quienes ahora pretenden seguir marcando el rumbo de las cosas, se ha convertido en la gran coartada. Las oligarquías financieras miran a China frotándose los ojos ante tanta riqueza acumulada, ante tantas oportunidades de negocios. Poco importa que muchas fábricas y empresas occidentales hayan sido trasladas a países como China con el único fin de ahorrar costes y aumentar los márgenes de beneficios. A esto lo llaman “ganar competitividad” y que eso genere más paro en los países occidentales como el nuestro es un detalle sin importancia.
Nadie osa recordarle al gobierno chino que la carta de Derechos Humanos que todos los países miembros de las Naciones Unidas firman es de obligado cumplimiento (bueno, es de justicia admitir que en este caso la lista de países incumplidores es abultada). El negocio es el negocio. La gran paradoja es que el sistema más ultracapitalista del mundo está promovido por un supuesto gobierno comunista, de partido único, y con toda la parafernalia propia del mejor estilo soviético.
Al mundo le conviene un proceso inverso: que China se mire en el espejo de los derechos sociales europeos (antes de que desaparezcan, por cierto), que gane en democracia y en apertura interna, que profundice en el respeto a los Derechos Humanos. Mientras, habría que “ayudarle” haciendo uso de nuestra capacidad para orientar el propio consumo. Vamos, que habría que mirar más el “made in”.

martes, 2 de noviembre de 2010

La II Guerra Mundial (4) Sonderkommando

Se ha calificado a la reunión de la jerarquía nazi en la villa berlinesa de Wansee en la que se tramó la llamada “solución final al problema judío” como la expresión del “mal absoluto”. Curiosamente, fue lo más parecido a una reunión de un consejo de administración que trama alguna operación financiera (burocracia y asesinato iban de la mano en el universo nazi). Dentro de la difícil jerarquización del horror y la abyección la utilización de grupos de hombres para encargarse de los trabajos más duros dentro de los campos de exterminio constituiría otra expresión insuperable de la capacidad humana para la barbarie. Estos eran los llamados “Sonderkommando”. Aquellos que durante un periodo de tres meses se encargaban de vaciar las cámaras de gas de cadáveres, limpiarlas y llevar los cuerpos a los hornos crematorios, entre otras misiones indescriptibles. A cambio de esta tarea obtenían algo más de comida y vivían al margen de los demás internos. Al cabo de ese periodo de tiempo eran a su vez asesinados. La habilidad de los nazis para tramar una forma industrial de asesinato en la que, al margen de los sádicos de turno, no tuvieran que mancharse las manos era proverbial. Todo esto lo relata muy bien el libro “Sonderkommando” de Shlomo Venezia (RBA, 2010). Este libro apocalíptico resulta ser una de los escasos testimonios de un superviviente de uno de estos grupos. Venezia sólo se atrevió a hablar de su experiencia al final de su vida. Como contraste tenemos “En el corazón del infierno” de Zalmen Gradowski (Anthropos 2008). En este caso no se trata de un superviviente sino de otro de los millones de judíos asesinados. Gradowski escribió lo que vio y lo enterró cerca de un crematorio poco antes de ser asesinado. Aspiraba a ser escritor y su relato está lleno de imágenes de gran fuerza. Aunque el manuscrito se descubrió poco después de la guerra no fue publicado hasta 1977.
Suelo abordar este tema en 4º ESO, como preámbulo al tema de los Derechos Humanos. No en vano, el descubrimiento de estas atrocidades impulsó al final de la II Guerra Mundial una toma de conciencia universal de que estos acontecimientos no debían volver a repetirse. Para los docentes sensibilizados con este tema una lectura imprescindible es “Educar contra Auschwitz” de Jean-François Forges (Anthropos 2006). Un libro del que he aprendido mucho y que reafirma la idea de que la memoria del Holocausto sigue siendo una obligación moral. Como decía Theodor Adorno “la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla”. Sobra decir que Auschwitz es hoy en día un símbolo que trasciende el acontecimiento concreto y que habla a la condición humana sobre la que debemos estar siempre vigilantes. De otra forma la barbarie, que nos acompaña como una siniestra sombra, amenaza con manifestarse a cada vuelta de la historia.