jueves, 8 de noviembre de 2012

A vueltas con ProIDEAC

La innovación educativa, la mejora de los procesos de enseñanza/aprendizaje, la respuesta a los retos sociales, etc. debieran ser una constante en todos los agentes implicados en este universo de la educación. En esto creo que habría poca discrepancia. Nuestra Consejería de Educación con su plan ProIDEAC (Pro integrar: diseño + evaluación, aprendizaje competencial) parece haber querido dar un salto decidido en este sentido. Pero he aquí que los vientos huracanados que corren van en la dirección contraria. Mal momento parece haber escogido nuestra afamada Consejería para implementar un plan tan ambicioso. En el momento en el que la Escuela Pública se enfrenta lisa y llanamente a un trance de pura supervivencia, los gestores de la cosa educativa deciden liarse la manta a la cabeza y nos presentan una revolución metodológica con aires de ordeno y mando.  Justo cuando las condiciones laborales y profesionales del personal se encuentran en su punto más bajo desde hace décadas los responsables de turno apuestan por tocar a rebato y nos ponen a trabajar en centros masificados como si estuviéramos en una especie de Summerhill. Quien suscribe, que es en el fondo muy afín a enfoques competenciales y evaluaciones auténticas [sic], no deja de contemplar con asombro cómo se ha llegado a este punto de evidentes contradicciones. En el curso en el que al profesorado se le aumenta la carga horaria lectiva y complementaria, en el que se ha producido un aumento notable de las ratios, en el que los centros se encuentran con serios problemas para reponer el material fungible más básico, es cuando se nos pide un salto cualitativo propio de un entorno finlandés. Está claro que los resultados educativos que se desprenden las distintas evaluaciones internacionales son verdaderamente pésimos para el Estado Español en general y Canarias en particular.  Pero si queremos resultados como el finlandés habrá que ir creando un entorno social y económico similar al finlandés.
Para que no se diga, también soy de los que (aún) cree en el potencial transformador de la escuela. Sin embargo, resulta cuando menos ingenuo pretender que con políticas de desmantelamiento de los servicios públicos, que nos llevan a escenarios de mera supervivencia, se pueden poner en práctica planes que supondrían un estado de cosas radicalmente diferente. En ese sentido la nefasta LOMCE es más coherente porque parte de la necesidad de dar marcha atrás en muchos de los logros hasta ahora conseguidos. ¿Quieren ustedes unas prácticas docentes en consonancia con los retos de esta sociedad del conocimiento (otra boutade, por cierto) de la que hablan? Empiecen por mejorar el acceso a la función docente, diseñando un perfil profesional en consonancia, inviertan en educación lo que hiciera falta para conseguir estos objetivos (¿se acuerdan cuando al comienzo de la crisis se hablaba de que para salir de ella una educación de calidad era una herramienta estratégica?), apuesten decididamente por la enseñanza pública, etc. Y solo entonces planteamientos tan loables y ambiciosos como ProIDEAC serán verdaderamente creíbles y rubricados sin ambages por el conjunto del profesorado. En caso contrario, se habrá perdido otra oportunidad para avanzar hacia una enseñanza de calidad que tanta falta nos hace.

miércoles, 31 de octubre de 2012

La marca España

Hasta hace poco la idea de ‘Estado’ (con permiso de los neocon), era todavía un cierto garante de protección social y redistribución de la riqueza (he dicho “un cierto garante” –que está claro que la cosa nunca ha sido para tirar cohetes). Pero he aquí que en los avatares del turbocapitalismo nos vamos enterando de que incluso el Estado se ha convertido en una corporación más. No sorprende, por tanto, que se hable ya alegremente de cosas como la ‘marca España’ y otras zarandajas nada inocentes. En efecto, el Estado es ya una marca de consumo ligada a una especie de trust empresarial. Pero a diferencia del trust clásico donde un conjunto de empresas están controladas por una misma dirección son estas las que ejercen el control real del Estado. Mientras estábamos ocupados con la cosa del fútbol o decidiendo si unos eran naciones y otros nacionalidades el asalto al Estado por parte del poder económico y financiero se ha completado con un éxito rotundo. Ahora resulta que el poder ejecutivo se ha transformado en una suerte de consejo de administración y el Congreso de los Diputados en una asesoría legal.
En este contexto, titulares como el que no hace poco sacó un periódico de la derechona de este país cobra todo su significado profundo: “La ultraizquierda arruina la marca España”. Hacía poco que no leía algo tan tendencioso en apenas tres sustantivos y un verbo. Todo el que se mueve en este país pertenece al peligroso y cavernario mundo de la ultraizquierda que arruina (es decir, destruye, echa a perder) la línea de productos comerciales en lo que se ha transformado el término ‘España’. Así que lo que nos toca a partir de ahora es enfundarnos en un traje de faralaes y poner cara de eterna fiesta a ver si logramos vender un par de fregonas más, algún que otro jamón de jabugo y llenamos las infectas torres de apartamentos de Torremolinos o Los Cristianos de buenas remesas de turistas empobrecidos de Manchester. Cualquier otra actitud es poco menos que sospechosa de alta traición. La derechona apuesta por la vieja política de barrer la basura debajo de la alfombra, por mucho que esa ‘basura’ tenga el aspecto de casi seis millones de parados y decenas de miles de personas vilmente expulsadas de sus viviendas. En este nuevo orden de cosas nos acercamos peligrosamente a un mundo de ciudadanos (con poder adquisitivo) y súbditos (que no tienen donde caerse muertos), a una democracia del capital que es tanto como decir una tumba para los derechos civiles. Lo peor de todo, sin embargo es que el vulgo, haciendo caso del papel que le corresponde, santifica esta política por activa y por pasiva (a las elecciones gallegas me remito). Así que, conciudadanos, ¡a portarse bien! para que las élites políticas y económicas de este país puedan seguir pagándose el servicio y el yate atracado en Puerto Banús. Esto es: para que el orden natural de las cosas siga su curso mientras la Liga de Fútbol llega a su ecuador y los explotados de siempre levantan banderas para arrojárselas unos a otros con el fin de distraerse de lo vacía que está su cesta de la compra.

    jueves, 18 de octubre de 2012

    Gracias, señor Wert.


    Una asamblea de alumnos después del recreo en el hall de mi centro… pensaba que estas cosas ya no las volvería a ver y ¡me alegro! El ministro Wert, verdadero ariete de la derechona más rampante, ha tenido la virtud de empezar a movilizar aquellas energías que permanecían en modo eco desde tiempos casi inmemoriales. Que una confederación de padres y madres de alumnos convoque una huelga, secundada por varios sindicatos de estudiantes, ha sido toda una (grata) novedad. La reacción de Wert, secundada a su vez por las asociaciones católicas (para quienes debemos vivir en el mejor de los mundos posibles), no se ha hecho esperar: aquí todo el que se mueve es un peligroso ultraizquierdista. Así que estos alumnos de mi centro son peligrosos ultraizquierdistas. ¡Y yo sin caer en la cuenta!, ¡jugándomela todos los días rodeado de jóvenes incendiarios, antisistemas, vagos y maleantes! ¡Gracias, señor ministro, por abrirme los ojos! El ejercicio de educación para la ciudadanía que ayer creí ver en mi centro, de puesta en práctica de un sinfín de competencias básicas, no era sino una algarada de una pandilla de potenciales unabombers.
    Afortunadamente, la paz de los cementerios que la ultraderecha (esos sí que son ultras de verdad) quiere imponernos empieza a resquebrajarse. A pesar de la llamada pretendidamente ejemplarizante de quienes sostienen que con el ora et labora se arreglan los problemas del mundo, la perroflautería internacional, los estudiantes sin papás con chequera interminable, los parados (que no quietos), los transeúntes que apenas llegan a final de mes y las depauperadas clases medias empiezan a no estar por seguir manteniendo la boca calladita. La masa estudiantil, que antaño hiciera temblar a los prebostes que ocupaban el poder como se ocupa un sillón catedralicio, vuelve por sus fueros. Dicho de otra forma: ¡no está todo perdido! A pesar de la evidente bisoñez en estas cuestiones de nuestros alumnos, reconfortaba “Wert” cómo, micrófono en mano, se hacían preguntas que a nuestro poder pepero le debe hacer maldita la gracia: “¿podremos pagarnos la universidad?”, “¿podremos acceder a una  beca?”, “¿tendremos que emigrar de nuestras islas?”… resumidas en un estremecedor “¿qué será de nosotros?”. Claro que a estos chicos les ha dado por pensar, por hacer un alto en las cuitas de la liga de fútbol, e, inevitablemente, ¡la hemos liado! Pues ¡a seguir liándola, querido alumnado!, ¡que nadie les arrebate la voz ni la esperanza!

    domingo, 14 de octubre de 2012

    El artista y la modelo


                                                                                                                                                                             A  LL.
    Preciosista. Esta es la primera palabra que me viene a la cabeza después de haber visto “El artista y la modelo”, la última película de Fernando Trueba. Impresiona en primer lugar el lenguaje estético, visual, elegido por el director. Trueba convierte su película en un fresco pictórico que pese a estar rodada en blanco y negro o,  mejor dicho, gracias a que está rodada en blanco y negro, alcanza unos matices que podríamos calificarlos casi como impresionistas. Sin embargo, este lenguaje enormemente cuidado, que se sustancia en una fotografía que raya la perfección, no es un mero ejercicio de estilo, está al servicio de una historia que trata de algunos de los universales de la condición humana: el amor, la pulsión estética, la transmisión del saber entre las generaciones y la muerte, como telón de fondo y que, lejos de ser un acontecimiento traumático, se convierte en un tránsito natural y elegido por el protagonista.
    Trueba plantea en esta película la relación entre una jovencísima, provinciana e inexperta modelo y un artista, un escultor para más señas, en el ocaso de su carrera. La acción transcurre en la Francia ocupada por los nazis, a comienzos de la II Guerra Mundial. La aparición de esta joven supone un postrero impulso artístico, y vital, para un artista que llegó a ser muy célebre y que se encuentra cara a cara frente a un vacío existencial. El proceso de elaboración de la escultura para la que posa la joven modelo se convierte en una metáfora de la vida misma: el bocetaje, muchas veces problemático, la estructura interna, las primeras formas, la maduración y el acabado final. En este tránsito se produce además un proceso de ósmosis: al mismo tiempo que el artista se vacía en el hecho artístico la modelo va creciendo como persona, en un acto de generosidad casi inconsciente. En ese proceso hay también, lógicamente, un momento de encuentro, en el que la diferencia de edad, formación y posición social, pasa a un segundo plano frente al reconocimiento mutuo, en toda su dimensión vital, que dos personas sienten como consecuencia de la intensidad emocional de esa peculiar relación. “El artista y la modelo” es una película para quienes, precisamente, entienden la vida como una pulsión, del tipo que sea, pero una pulsión al fin y al cabo.

    viernes, 28 de septiembre de 2012

    Mammon en el Congreso


    La exposición en vigor en La Fundación Caixa Madrid dedicada al pintor William Blake muestra al final del recorrido el célebre cuadro de George Frederic Watts, Mammon (1884). Este cuadro, casi de tamaño natural, representa a un tirano repulsivo sentado en un trono decorado con calaveras. En su regazo guarda celosamente unas bolsas de dinero, mientras humilla a unos jóvenes que yacen a sus pies. Watts refleja de una manera descarnada y brutal a esta deidad de la riqueza y la opresión. Mientras la pintura del pintor inglés se muestra al público, a modo de inquietante recordatorio, miles de personas rodean el Congreso en la capital del Estado, de una manera quizás nada casual, para gritarle al Mammon que hay dentro que ni lo queremos ni nos representa. En estos tiempos posmodernos los sátrapas llegan al poder usando los resortes electorales y mediante todas las trampas de la mercadotecnia que convierte la cara brutal del Mammon de turno en un amable político besa niños. Volviendo a la sala de exposiciones, frente a Mammon se encuentra otro de los célebres cuadros de Watts y de símbolo completamente opuesto, La Esperanza (1878), en la que una joven, con los ojos vendados, se aferra a una lira de la que solo queda una cuerda sin romperse. De igual modo, nuestro futuro pende de un hilo. Nuestras posibilidades de vivir una vida que no sea la de un moderno siervo medieval han quedado prácticamente reducidas a la capacidad del conjunto de la ciudadanía de enfrentarse a los mammones que pululan en parlamentos, consejos de administración bancarios y agencias de calificación de riesgo. Pero el orondo tirano tiene además una larga porra en la mano con la que abrir la cabeza a disidentes y librepensantes de distinto signo. Mientras, el puto helicóptero da vueltas a modo de mosca cojonera a la altura de la cabeza de Mammon, trazando círculos sobre su corona puntiaguda y retratando fieramente a quien ose levantar la cabeza.
     

    domingo, 23 de septiembre de 2012

    Hasta siempre, conciudadanos

            Estimados conciudadanos y conciudadanas, que habitual u ocasionalmente han leído estos artículos publicados en la revista que tienen en sus manos bajo el epígrafe “De puño y letra”: ha llegado el momento, con esta cifra redonda de cincuenta publicaciones, de poner un ¡hasta siempre! a esta colaboración. Todo tiene una acotación en el espacio y el tiempo y estos artículos no iban a ser menos. Espero haber cumplido el propósito que los animó desde el principio: incitar a una reflexión sobre el presupuesto de que la condición ciudadana, hoy más amenazada que nunca, requiere de un ejercicio de crítica, de repolitización y de inconformismo frente a lo que se nos presenta como inevitable. No se nace ciudadano. La ciudadanía se construye generación tras generación y es sinónima de democracia. Estos y otros ideales, que tanto ha costado afianzar a lo largo de los años, están hoy seriamente en entredicho. Frente al ideal ciudadano se está imponiendo una nueva forma de retroceso a la antigua condición de súbdito. Se trata de la sumisión, no ya a un monarca absoluto, sino al reinado de los mercados, al entramado político y financiero que nos gobierna, al fatalismo del “no se puede hacer nada”. Hoy las decisiones importantes ya no están en manos de la soberanía popular. Todo conduce hacia un nuevo feudalismo, con estilismo chino, donde el poder económico y político está en manos de unas élites, con nombres y apellidos, y donde al personal solo le queda aguantarse y subsistir como pueda en medio de generosas dosis de adormidera en forma de pantalla gigante de ultimísima generación.
              En este sentido tenemos que reapropiarnos de la Política. Arrebatarle su uso exclusivo a quienes se han convertido en profesionales de la toma de decisiones y de la gestión de lo público. Tenemos que estar vigilantes contra este retroceso en derechos civiles que parece no tener fin y que amenaza con devolvernos al siglo XVIII a poco que sigamos descuidándonos. Esto ha sido posible, en parte, gracias a los nuevos instrumentos de alienación colectiva, entre los que sobresale poderosamente el fútbol. De ahí mi machacona insistencia en esta serie de artículos de prevenirnos contra esta aparente e inocente forma de distracción lúdica. El caso es que esta sociedad ha devenido en una hueca sociedad del espectáculo, o dicho más certeramente, de “distracción masiva”. Si tenemos al personal descargando la ansiedad y la mala hostia acumulada en las cuitas de estos millonarios del balompié a lo mejor se olvidan de que sus neveras están vacías y sus posibilidades de mejorar su nivel de vida han quedado truncadas. No sea que les dé por señalar a los responsables de esta estafa y la cosa se ponga fea de verdad.
                En el empoderamiento de la ciudadanía juega un papel esencial la educación. Como esto lo saben los mandamases se han ocupado de justo lo contrario, de devaluarla y de reducirla, fundamentalmente la pública, a su dimensión meramente asistencial. Sin una educación pública, gratuita, universal y de calidad esto no tiene arreglo. Pero lo lamentable es que ésta no perece ser una demanda ciudadana ni una prioridad para nadie. Y así nos va. Tampoco lo es, lamentablemente, llegar a un nuevo “pacto” con la Naturaleza (lo que no deja de ser un pacto con nosotros mismo) de tal modo que tengamos algo que dejarles con un mínimo de condiciones a las futuras generaciones. Y es que nuestra absoluta falta de inteligencia colectiva llega a cotas asombrosas, hasta el punto de poner en peligro, con nuestro modelo económico y nuestras prácticas políticas, nuestra propia supervivencia como especie. No deja de ser otro signo de esa estupidez rampante muchos de los comportamientos sociales que observamos: desde el culto a la imagen personal al consumismo desaforado. Todo esto es el campo abonado que nuestra afamada “clase política”, la de toda la vida, la que apenas envejece (milagros del fotoshop) campaña tras campaña, la que utiliza las instituciones como su cuarto de aperos, necesita para que todo siga igual.
                Indiscutiblemente, son estos tiempos de lucha ciudadana. Tiempos en los que nos jugamos mucho, tanto como nuestros propios derechos, nuestro modelo de vida basado en trabajar para vivir y no al revés (cuando se tiene trabajo, claro). Son tiempos para despertar de aquel largo sueño en el que pensábamos que a base de créditos bancarios ilimitados tendríamos un nivel de vida sin parangón en la historia, que el modelo a imitar era el de los jóvenes y agresivos cachorros de las finanzas. Tiempos para replantearse de arriba abajo este sistema que se nos ha ido revelando como insano, como pernicioso para la mayoría de las personas que apenas llegan, o no llegan de ninguna forma, a final de mes. Tiempos de decir: ¡hasta siempre, conciudadanos!

    domingo, 16 de septiembre de 2012

    Por qué no soy nacionalista



    Ahora que parece que estamos viviendo un capítulo más de la moda nacionalista convendría introducir en todas estas cabalgatas algunas matizaciones. Uno no es nacionalista casi por las mismas razones que el admirado Bertrand Russell no era cristiano.  Curiosamente, aunque el nacionalismo, o más bien el concepto de ‘nación’, tiene un origen ilustrado y forma parte del proceso de secularización que comienza en el Renacimiento, ha terminado por  imitar y, en cierto sentido,  sustituir a la idea de Religión. Por mucho que se hayan esforzado los teóricos del ramo, el concepto de “nación”, y con él toda la cuestión identitaria, es una abstracción del mismo calibre que la idea de “Dios”. Y por eso mismo, se presta al nivel de maleabilidad al que estamos acostumbrados a ver últimamente. Digo esto porque no deja de ser tan “pintoresco” que el periódico El Día se apropie de la bandera de las siete estrellas verdes como que CIU, en Cataluña, se arrope con las senyera para tapar sus propias vergüenzas. Bueno, alguien podrá decir, con razón, que no basta con ser nacionalista, que a eso hay que añadirle otras coletillas como “de izquierdas” o lo que sea. También está claro que la diversidad cultural es un bien en sí mismo pero no tengo tan claro que una nación pueda llegar a ser un sujeto político sin incurrir, al final, en algún tipo de totalitarismo.  Pienso que antes que jugar a la ruleta nacionalista vale la pena andar por la senda de la democracia, aceptando el derecho a la autodeterminación como una expresión más del derecho soberano de los individuos  a elegir, y el de una ciudadanía en clave cosmopolita (no exenta de ciertas dosis de utopía pero al menos radicalmente antiexcluyente). Estos días, además, hemos asistido al lamentable y recurrente espectáculo de los integristas de un lado armándola buena por el último de los vídeos blasfemos sobre el Profeta perpetrado por los integristas del otro lado. Y a riesgo de incurrir en alguna cosa sacrílega no puedo dejar de correlacionar ambos episodios: la barbarie de las religiones institucionalizadas con la emocionalidad casi infantil del nacionalismo. Mientras no superemos estos estadios propios de esta minoría de edad política y cultural en la que andamos metido mucho me temo que esto no tiene arreglo.

    lunes, 10 de septiembre de 2012

    La valentía de un profesor


    Hacía años que no visitaba el paraninfo de nuestra vieja y querida Universidad de La Laguna. Me alegró verlo en su magnífica restauración. Y, pese a que la ocasión, el acto de apertura del curso, era un motivo un tanto extemporáneo para quien suscribe no quería perderme, de ninguna manera, la lección impartida por el catedrático de periodismo, José Manuel de Pablos. El amigo Josema nos ha regalado a algunos compañeros la oportunidad de asistir a los últimos retoques de su discurso. ¿Y por qué no quería perdérmelo? Entre otras cosas porque lo que Josema había escrito era un acto de valentía y de compromiso social del que la Universidad está tan huérfana. En medio de las fuerzas vivas (y no tan vivas) de la sociedad canaria, en medio de esa especie de vuelta a la sociedad estamental que representa un acto de este tipo, con sus prima donnas militares, políticas, eclesiásticas y empresariales, con sus toques de campanillas para que el auditorio se pusiera en pie (efectuada por una azafata a falta de monaguillo), con sus Te Deum y sus Gadeamus Igitur, José Manuel de Pablos dio un puñetazo dialéctico sobre el atril y le expetó al auditorio algo tan provocador y revolucionario como la simple realidad social y política a la que esta grey vive ajena. Josema habló de la extensión de la ignorancia como estrategia del poder, del ataque frontal a la Universidad Pública que supone la subida de tasas, de la manipulación informativa por parte de las oligarquías dominantes, de la mediocridad de la clase política profesional, en fin…
    Fue una lección inaugural en tres actos donde no faltaron menciones a Gutenberg, Tim Berners Lee  (creador de la web), Julian Assange (perseguido por airear a través de Wikeleads las miserias del Imperio intergaláctico) y hasta  el infaustamente nobelizado Obama. Josema podía haber optado, como tantos otros catedráticos anteriores, por cumplir con el trámite con una lección estrictamente académica o, como mucho, con alguna mención de soslayo a este ataque frontal a los derechos civiles y laborales de la ciudadanía como no se conocían desde el final de la II Guerra Mundial. Y es que en José Manuel de Pablos habita un profundo sentido de una ética de la justicia social, una clara convicción del papel de la Universidad comprometida  con la causa del progreso colectivo. Pero el acto de nuestro profesor  es también un acto de valentía, una virtud moral claramente en retroceso en estos tiempos miserables que nos ha tocado vivir, donde parece haberse impuesto el toque de queda para aquellos valores que vayan más allá del sálvese quien pueda. La figura de Josema se agrandó no solo por su texto perfectamente hilvanado, sino por el contexto, no en vano era el escenario menos propicio para decir lo que se dijo, lo que había que decir, lo que no se puede seguir ocultando. Muchas gracias, José Manuel. Al menos que no nos arrebaten la voz ni la palabra.

    miércoles, 5 de septiembre de 2012

    La esposa del candidato


    Ya sabemos que los EE.UU son, entre otras cosas, el mayor exportador mundial de estupidez, seguidos  muy de cerca por China (que no solo en el PIB se compite). Cuesta creer que una mayoría, o una parte significativa de la población, de este país se zampe al pie de la letra las puestas en escenas de las convenciones de los partidos en liza para las presidenciales del Imperio.  Convención tras convención la corte de asesores y especialistas en mercadotecnia escenifican el mismo ritual de la vacuidad en dolby sorraund.  E invariablemente el rebaño de ovejas se emociona ante las confesiones de la esposa del candidato aireando las virtudes familiares y piadosas del presidenciable. Las cámaras recogen a los maravillosos retoños de la pareja que asisten con contenida satisfacción a las puestas  en escena de sus progenitores. No en vano coronan de esta manera toda una vida enfocada a perfeccionar la telegenia y desempeñar el papel de perfectos White Anglo Saxon Protestan (categoría en la que entra perfectamente un Obama más white que ninguno). Los comentaristas, a falta de algo verdaderamente sustancioso, se aplican en buscar algún guiño, una palabra fuera del guión, un renuncio que añada algo nuevo a tanta previsibilidad.
    Uno está, además,  por crear algún tipo de frente unitario contra las versiones cantadas  por solistas a capella del himno estadounidense. Por favor, señores mandamases ¡no nos castiguen más con tanto arrebato de emoción patria! Ya sé que cada uno se  monta el sarao como mejor le va (que para eso también por estos lares tenemos nuestras convenciones a base de bocadillos de mortadela). Pero como en este mundo globalizado en una sola dirección somos los de este lado del planeta los que tenemos que tragarnos tanta estupidez mainstream (y no al revés) tengan un poco de compasión de nosotros, pobres siervos que pagamos religiosamente nuestro diezmo en forma de aplicados consumidores de basura de todo tipo. Lo verdaderamente peligroso es que, como ha quedado contrastado, la estupidez resulta altamente contagiosa. Y no habría que extrañarse de que en un futuro cada vez más cercano, dada la indisimulada cutre-política pepera, empecemos a ver a las esposas cañí de por aquí cerquita alabando las paellas del candidato a dirigir la cosa patria, mientras los niños, educados en los maristas (como corresponde a la clase dirigente), lucen raya del pelo al lado y traje azul de chaqueta y corbata con gemelitos de oro, recuerdo de la abuela.  A veces pienso que, al igual que pasa con la próstata, hay algún área del cerebro humano que debe estar para que la envíen de nuevo al taller de diseño.

    domingo, 2 de septiembre de 2012

    Sobre sueños satisfechos


    Decía Aristóteles que para ser feliz había que tener, previamente, algunas necesidades materiales y afectos satisfechos. Y a partir de ahí pues a cultivar la virtud, la contemplación y esas cosas. Esto parece una obviedad, pero ¿cuántas personas pueden decir que tienen ese prerrequisito cubierto y sobre todo con la que está cayendo? Se entiende que a muchas personas en su lucha diaria por la existencia eso de la felicidad le suene a una soberana milonga. ¿Es la felicidad un estado mental alejado de cualquier influencia  mundana?  Pero, en relación a esta vieja aspiración del ser humano, el de alcanzar una vida plena y realizada, la cuestión es saber qué hacer con nuestra existencia precisamente cuando estos requisitos previos, los materiales al menos, están mínimamente cubiertos. Esta reflexión me viene a la cabeza después de asistir hace unos días a la presentación por parte del joven periodista tinerfeño, César Sar, de su largo viaje / odisea particular por el mundo. César, hace poco más de un año, se lio la manta a la cabeza, dejó su profesión y sus alforjas materiales y puso en práctica su sueño de toda la vida. Con las dotes de gran comunicador que le caracteriza exhortó al público a plantearse precisamente esa necesidad de enfrentarse algún día a los propios anhelos y deseos insatisfechos.
    Al día siguiente hablaba también con una mujer que dejó su profesión y apostó vital y materialmente por un proyecto que muchos tildaron de disparatado: poner en funcionamiento una sala de teatro con una programación estrictamente formativa – cultural. El caso que pese al riesgo de tamañas empresas ambas personas tienen en común una actitud vital que podríamos pensar que raya en lo que los griegos llamaban la “eudaimonía”, la búsqueda de la “Felicidad”. Si de ambos pudiéramos extraer algún tipo de generalización (aunque sea con una muestra tan pequeña) podríamos decir que la cosa pasa por tener el control de tu propia vida, por hacer aquello que “estas llamado a hacer” y por liberarte de esa suerte de miedos, inercias y supuestas imposibilidades en la que, en realidad, muchas veces nos educan. Por mi parte solo puedo añadir, en mi modesta experiencia en estos asuntos, que, en efecto, siempre he pensado que los límites (a pesar de que es muy importante saber que los tenemos) son muchos más laxos de lo que creemos. Al final es más importante ponerse en movimiento, aunque no tengamos muchas veces claro el rumbo ni el destino, que quedarse en la Estación Termini esperando eternamente a que se abran los cielos. ¡Enhorabuena a ambos, compañeros!

    domingo, 26 de agosto de 2012

    ¿Por qué me gusta Sacha Baron Cohen?


    Después de ver “El Dictador” (2012) uno solo tiene dos opciones ante Sacha Baron Cohen: o rasgarse las vestiduras en nombre de la decencia y las buenas costumbres o rendirse incondicionalmente ante la capacidad de transgresión sin límites de un tipo que, claramente, está más allá del bien y del mal. Si con Borat se ganó, y no era para menos, la declaración de enemigo público número uno de Kazajistán, con El Dictador, el actor y director inglés traspasa todos las líneas rojas de lo políticamente incorrecto. Más allá del afán escandalizador hay en los personajes de Baron Cohen una carga de profundidad directa y demoledora a la hipocresía y la doble moral de occidente. Su aparente desdén por las convenciones culturales, sexuales, religiosas, éticas, etc. admite otra lectura. Este hombre ha sabido captar el oscuro trasfondo que en realidad rige el orden social y utiliza para ello una de las mayores armas de destrucción masiva que se conocen: el humor. Un humor irreverente, corrosivo, descarnado y obsceno en no pocas ocasiones. La escena en el que el dictador se dirige a los políticos mundiales en una sala de lo ONU recomendándoles un régimen totalitario como mejor forma política y poniéndoles como ejemplo lo que ellos ya hacen es, sencillamente, impagable.  El momento en que su consejero y traidor pacta con un político chino homosexual y altos ejecutivos de las principales petroleras del mundo la venta de los yacimientos de su país a cambio de generosas comisiones es más demoledora que cualquier sesudo tratado de teoría política. En su asistencia al parto de una mujer en medio de una tienda se le fue la cabeza por completo, pero Cohen tiene la particularidad de que en el proceso de progresivo enloquecimiento de su película hasta eso termina por tener cabida. Vueltos al mundo real, uno tiene la sensación de que la línea que separa las convenciones sociales de un circo de lo absurdo es más delgada de lo que parece. A lo mejor el protagonista de  Borat y Aladeen terminará convirtiéndose en una especie de filósofo nihilista del siglo XXI que filma con el martillo, escandaliza a los bien pensantes de medio mundo  y nos rompe la mandíbula a carcajadas al resto. Bien por Sacha Baron Cohen, el segundo periodista más famoso de Kazajistán y el Almirante General más disparatado de todos los almirantes generales del planeta (y miren que hay una buena corte de candidatos –oficiales y encubiertos).

    jueves, 23 de agosto de 2012

    Gene Kelly que también estás en los cielos.


    Gene Kelly hubiera cumplido hoy cien años. ¡Cien años! Me sorprende de entrada que uno de mis más admirados personajes tenga edad, que no sea un personaje fuera del tiempo, anclado permanentemente en los 40 años que tenía cuando rodó “Cantando bajo la lluvia”. Quizás no fuera uno de los mejores actores de su época pero como bailarín, como productor y como artistas nos legó un puñado de películas inolvidables. Al clásico indiscutible ya mencionado, habría que añadirle una de mis favoritas: “On the Town”, un musical que marcó época y que fue de los pioneros en salir a la calle y abandonar los decorados de cartón piedra. O ¿qué me dicen de “Un americano en París” y sus números inmortales? ¿Quién no se ha puesto a tontear alguna vez con un paraguas bajo la lluvia o ha esbozado alguna mala imitación de claqué? Yo sí, aunque con resultados, evidentemente, desastrosos. Frente al acartonado y excesivamente atildado Fred Astaire, Kelly sigue resultando un tipo moderno, atrevido, acróbata (no en vano estaba dotado de una fuerza y elasticidad excepcionales). Supo retirarse a tiempo y pasar a segunda fila cuando ya el cuerpo empezaba  a no estar para grandes alegrías. Era un obseso perfeccionista y exigía que los números musicales se ensayaran hasta la extenuación. El “pobre” Frank Sinatra lo pasaba fatal con él, no en vano era un tipo más proclive a vivir de su carita que a meterse a un maratón de ensayos entre pecho y espalda.
    Llevo tiempo intentado encontrar alguna bibliografía en español sobre Gene Kelly, pero ¡nada! Ni siquiera con la excusa del centenario, como suele pasar en otros casos, parece haberse movido la cosa. Así que si algún lector tiene noticia de ello este humilde bloguero le estará muy agradecido. Reconozco que Kelly era un tipo que me causaba, y lo sigue haciendo, una profunda admiración. Gestualmente apenas iba más allá de esbozar su característica sonrisa marcada por esa cicatriz suya de la mejilla. Pero cuando se ponía en movimiento…  A mí esta movida de los grandes musicales siempre me ha parecido el género más fascinante del séptimo arte. Incluso he llegado a pensar que si convirtiéramos la existencia en un gran musical otro gallo nos cantaría (o nos bailaría). Gene Kelly que estás en los cielos, márcate unos pasos y alégranos esta maldita y mediocre existencia dominada por peperos y mercadeos.

    martes, 21 de agosto de 2012

    Previsores


    Hace algo menos de veinte años, en el transcurso de un acto público en el que el político de turno responsable de las grandes infraestructuras de esta ínsula trataba de justificar la última de sus mega ocurrencias, tuve la oportunidad de hacer una pregunta claramente impertinente: ¿tiene usted alguna proyección de las posibles condiciones de vida en esta isla a diez, veinte o treinta años?  El político me miró como si le hubiera preguntado por el Teorema de Fermat. El caso es que uno, en mi ingenuidad de entonces, pensaba que los políticos también estaban para eso, para gestionar y tomar decisiones mirando al futuro. Por supuesto que en aquella reunión se nos aseguró que esa y otras infraestructuras eran las condiciones necesarias para un futuro económico y social esplendoroso para esta tierra y que los que ponían objeciones no eran sino peligrosos cavernícolas, abonados al ‘no’ a todo. Pues bien, un par de lustros después (y con unas cuantas obras faraónicas de por medio) estamos donde estamos, en medio de una crisis económica galopante que tiene a nuestras islas en un increíble e inasumible 30% de paro. Es cierto que desde entonces ha habido quienes han ganado mucho dinero con todo esto, que todo se ha multiplicado por no sé cuánto, que los municipios han crecido de manera exponencial muchos de ellos. Pero, curiosamente, esto no nos ha librado del gran batacazo. Es más, en cierto sentido nos ha llevado a él. Previsores que somos…
    Mientras el beneficio económico inmediato de unos pocos siga siendo el motor de las decisiones de calado que se toman en estas islas no tendremos remedio alguno. Y mientras el personal piense que las cosas no pueden ser de otra forma pues más de lo mismo.  Al final, lo único que hemos conseguido es condenar a una o varias generaciones de jóvenes a tener que marcharse de su tierra. Tenemos a una hornada de sociólogos, psicólogos, científicos y un largo etcétera cuidando niños en Londres o repartiendo pizzas en París. Y es que aquí, por muchos planes insulares de esto o de lo otro, mucho documento técnico sobre ordenaciones de todo lo ordenable, en realidad se carece de una perspectiva seria (o dicho de otro modo, sostenible, viable y justa) del futuro de estas islas. Sobre todo porque se sigue apostando por un modelo de crecimiento que está ya absolutamente caduco, basado en la construcción, el turismo de masas y el faraonismo para mayor gloria del mandamás que toque. Un modelo de “coge el dinero y corre”. Un modelo que nos ha dejado las costas de esta isla que da pena verlas, pueblos abigarrados con su identidad borrada (la mayoría de ellos), un parque automovilístico brutal y, quizás, lo que es peor, la misma pobreza cultural que antes. Bien se dice que lo peor, con todo, son las manías de nuevos ricos que nos entraron en las últimas décadas. Pensábamos que esto iba a ser una especie de Montecarlo pero a lo bestia, sazonado, eso sí, con mucha romería y exaltación de la cosa verbenera-folklórica (con todos mis respeto por los verbeneros -folklóricos). El caso es que perdimos (si es que llegamos a tenerla alguna vez) todo rastro de memoria histórica. Nos olvidamos que esta tierra, en su fragilidad, fue tierra de inmigrantes, que esto fue debido en gran parte a los sucesivos monocultivos, a la estructura política caciquil, a nuestra dependencia económica, la nula diversificación productiva… Más o menos como hasta ahora. No sé porqué me he acordado en estos días de aquel político de entonces.

    viernes, 17 de agosto de 2012

    La educación prohibida

    Congratula comprobar cómo, de vez en cuando, la educación se pone en el primer plano, pero no por los miles de desastres que la aquejan, sino porque todavía hay quien apuesta por una “revolución” en los fines y en los medios. “La educación prohibida”, una especie de película – documental, de factura independiente y libre distribución, está inspirada en los principios de pedagogías que, si bien no son nada nuevo (como son las pedagogías Waldorf o Freinet), siguen resultando un soplo de aire fresco en medio del proceso de cosificación de la educación y por ende del ser humano que estamos viviendo. Hace poco oía alarmado en una tertulia radiofónica cómo se ensalzaba al modelo educativo surcoreano, en tanto que base de su enorme crecimiento económico, y se hacía un llamamiento para que este pobre país nuestro tomara buena nota del mismo. ¡Horror! Esos tertulianos quizás desconocían (o lo que es peor, poco les importaba) que este país tenga la mayor tasa de suicidios escolares del mundo y que su modelo educativo cuasi militarizado sea absolutamente inhumano. Parece que todo puede ser sacrificado ya en el altar de los mercados, incluida la vida de nuestros niños.  Es sintomático que una película que habla de amor, libertad, respeto y creatividad en la educación, en las escuelas, cause todavía tanta sensación, sobre todo si tenemos en cuenta que es una producción hecha al margen de los circuitos comerciales y que ha tenido una recepción exponencial  en las redes sociales.  La abarrotada Sala Timanfaya del Puerto de la Cruz era buena muestra de ello.
    Por otra parte, también es un síntoma de la terrible deriva que ha llevado la enseñanza (en especial la pública) en los últimos años, obsesionada (informes Pisa mediante) con la cuantificación, la burocratización (enmascarada bajo certificados de calidad y otras zarandajas) y el reglamentarismo. En todo este proceso se ha ido perdiendo la noción de una educación centrada en el desarrollo integral de la persona para terminar, de nuevo, en una visión industrializada donde cualquier atisbo de vida creativa, alegría y empatía es convenientemente cercenada. “La educación prohibida” pone el acento en un debate ya antiguo pero no por ello (lamentablemente) desfasado. Como profesor siento un poco de rubor al comprobar cómo, de alguna manera, uno contribuye a mantener  esa visión notarial de la educación. Pero, esta batalla no se resuelve de un día para otro (aunque ya empieza a durar demasiado). Por ponerle un “pero” a la película habría que decir que quizás tiene un exceso de metraje y resulta un tanto redundante en los mensajes nucleares. Aunque, pensándolo bien, el proceso educativo también suele tener un exceso de metraje y ser redundante en los mensajes nucleares. Las mejores cocciones son las que se realizan a fuego lento. Al final de la película una veintena de irreductibles protagonizamos un animado debate que terminó, como no podía ser otra forma, recorriendo los caminos de la política y la naturaleza humana.

    Postdata 1. Hacía diez años que no veía una película en esta Sala, el tiempo justo que lleva mi padre fallecido, y del que era acomodador y taquillero. Me pareció verlo detrás de la cortina con la cara de satisfacción que se le ponía cuando  en algún estreno el aforo estaba a rebosar y sentía que el cine era una cosa importante.
    Postdata 2. Aprovecho para felicitar a Mónica Lorenzo, empresaria cultural portuense, por su heroica apuesta por mantener viva esta llama en medio de los tiempos oscuros que nos ha tocado vivir.

    jueves, 9 de agosto de 2012

    De Curro Jiménez a Sánchez Gordillo

    Pues se ha muerto Sancho Gracia, el actor que encarnara al bandolero más guay que ha parido las sierras andaluzas. ¿Quién de una cierta edad no recuerda esa épica musiquilla de la cabecera de la serie mientras aquellos jinetes, trabuco en ristre, no terminaban nunca de acercarse en el horizonte? Curro Jiménez en su lucha contra los franceses invasores repartía justicia y unas monedillas entre los aldeanos y labriegos, la grey proletaria de aquellos tiempos. Pues muerto Curro Jiménez nos ha salido otro “bandolero bueno”, Manuel Sánchez Gordillo, diputado andaluz y alcalde de Marinaleda. La reciente acción de este antipolítico ha desatado todas las alarmas del Sistema (así, con mayúscula). No hay nada más desarmante que aplicar una lógica simple: 1) en las grandes superficies hay muchos alimentos que son objeto de especulación económica, 2) hay un número exponencialmente creciente de personas que pasan hambre, por tanto, 3) anteponiendo un criterio de humanidad expropiemos esos alimentos.
    Desde un punto de vista ético es un razonamiento completamente plausible. El problema es que en nuestro mundo la ética se da de tortas con la política. Por eso, y como buen bandolero, Sánchez Gordillo ha sido proclamado enemigo número uno del Leviatán de nuestros días, no sea que la cosa se propague y a los menesterosos del mundo les dé por saciar su hambre directamente de las estanterías de las grandes superficies y ¡adiós al negocio! Es de suponer que estos sindicalistas de los de antes (nada que ver con el sindicalismo oficial recibido con la correspondiente chaqueta y corbata por nuestro Jefe del Estado especializado en elefanticidios)   han sopesado muy bien el alcance de su acción. Y es de suponer también que los consejos de administración de las grandes superficies estén temblando no sea que los nuevos bandoleros acaben con esta invasión, no ya de los gabachos, sino de los bancos teutones que nos tienen bien acogotados y de la mancha de aceite ultraliberal que se propaga por todas partes. La pregunta es ¿Curro Jiménez habría hecho lo mismo?, ¿aparecería el apuesto bandolero junto a sus inseparables  Algarrobo y Estudiante, al final de la calle, sobre sus corceles de fina raza española, entrando a saco en un Mercadona? Y mira que nos caía simpático este hombre.

    martes, 7 de agosto de 2012

    Entre Marilyn y Audry

    Acaba de conmemorarse el cincuentenario de la muerte de Marilyn Monroe. Siempre he dicho que si se inventara una máquina del tiempo me gustaría trasladarme a aquella habitación de su casa californiana donde Marilyn pasó su última noche. ¿Suicidio o asesinato? Otro de los muchos enigmas del siglo XX. Seguramente desde mi  atalaya privilegiada contribuiría a derribar el ya maltrecho mito de los Kennedy. Quizás el reverso de Marilyn Monroe  sea  Audry Hepburn,  dos de los grandes iconos del pasado siglo que siguen viviendo una sorprendente aunque bien merecida actualidad. Desde su condición ya de clásicos perviven más allá del bien y del mal. Y, sin embargo, son dos figuras aparentemente contrapuestas. La voluptuosa Marilyn es un producto de los años 50 y la estilizada y frágil Audry, básicamente, de los 60. La primera tuvo una vida compleja y atormentada, devorada por su propio personaje, como otros tantos mitos del celuloide. Audry, sin embargo, llevó una vida discreta y muy alejada de los escándalos propios del medio, lo cual es menos habitual. Curiosamente, la interminable publicación de las colecciones de fotos familiares de ambas en los últimos años no ha hecho sino acrecentar sus mitos. Debe ser cosa de los años, pero suele darse un proceso de identificación con ciertos personajes que parecen acompañarnos a lo largo de la vida y que representan, de alguna forma, lo universal de nuestra maltrecha existencia.
    Hay gente que se declara más de Marilyn o más de Audry, como si fueran dos modelos distintos de abordar  el ser y el estar. Pero en este caso, como en tantos otros,  hay que sumar. Es cierto que en todo esto hay algo de perspectiva androcéntrica de entender lo femenino. Bueno, también hay quienes se declaran más de Marlon Brandón versus Paul Newman y no pasa nada. Tampoco habría que ser excluyente en este caso. Lo cierto es que esto de la mitomanía es una cuestión irracional por definición, por lo que no queda otra cosa que abandonarse gozosamente a las pasiones. Esto me ocurrió esta mañana cuando una biografía de Audry Hepburn me habló en una librería y ni corta ni perezosa se apoderó de mi cartera (no sé si he comentado en alguna ocasión que a mí los libros me hablan y que al igual que los relojes de Cortazar son ellos los que me poseen y no al revés como al resto de los mortales).  La suma no solo de estas dos megaestrellas del cine sino de todo el panteón acumulado tiene casi la categoría de patrimonio de la humanidad. Y, claro, con tanta vieja gloria acumulada, ¿quién tiene tiempo para los novísimos aspirantes al Panteón de la inmortalidad?
    PD. Saldo, por ahora, una pequeña deuda con mi amiga Ane, quien siempre echa, con razón, un poco en falta algo más de mitomanía en este blog.

    sábado, 4 de agosto de 2012

    Sadismo económico


    No he leído  mejor definición de lo que está pasando que la que acaba de emplear Ignacio Ramonet en su Le Monde Diplomatique, “sadismo económico”. No otra cosa es el empeño que ponen los responsables de la cosa macroeconómica, una aplicación sin límites en el arte de hacer sufrir a la ciudadanía. Encima, para suerte de estos prebostes, al personal le ha dado por el rollo masoquista. Y es que las ovejas aguantan lo que le echen. Elegimos a una corte de plutócratas para que nos dejen con lo puesto. Personajes a los que la maldita crisis o bien les hace más ricos o como mucho se ven obligados a prescindir de una de sus muchas empleadas del servicio o de algún Ferrari de su flota de coches. Y así nos va. Luego los lobos nos asustan diciendo que si nos portamos mal vendrán otros lobos más malos aún. Eso  lo hemos visto en Grecia, por ejemplo, donde a pesar del sufrimiento infinito causado a la población al final se sigue eligiendo a los mismos para administrar la nada. Aquí algunos se ilusionan con unas elecciones anticipadas o algún tipo de referéndum después de que, como estaba cantado, el PP hiciera todo lo contrario de lo que propugnaba. El lógico (y hasta poco) descontento social al final terminará plegándose mayoritariamente a algunos de los dos partidos que controlan el cotarro. Para ello ya se pondrá la maquinaria mediática a asustar al personal, como si lo que ya tenemos encima fuera un juego de niños. Algo muy propio de una pandilla de sádicos. Si el Marqués de Sade levantara la cabeza se sentiría muy satisfecho viendo el empeño que ponen los nuevos cachorros del ultraliberalismo con la fusta y el silicio de siete colas.

    lunes, 30 de julio de 2012

    Agustín en la librería


    A pesar de que me he propuesto firmemente limitar mis visitas a los grandes centros comerciales hace poco me tocó pasar por la picadora de carne. Tengo, además, la mala costumbre de detenerme un rato en la zona dedicada a los libros, con la esperanza de que el responsable de la sección haya tenido un desliz y se le haya colado algún título interesante. Pues bien, en esta última ocasión no pude por menos que fijarme en un episodio, seguramente, de lo más común. Un tipo que muy bien podría estar en la cincuentena y que a juzgar por el paso que llevaba atravesaba la librería (por llamarla de alguna forma) sin mucho ánimo de detenerse en ella se paró en seco justo al lado mío. Cogió un libro y le gritó a la que podría ser su esposa que iba un poco más adelante:  -“¡Mira!, ¡el libro de Iker Casillas!” La mujer, sin detenerse si quiera, le contestó: “¡Pídelo para Reyes, Agustín!”.  El hombre se quedó un rato hojeando el libro y con una cierta carita de pena lo dejó de nuevo en el expositor pensando, probablemente, que aún quedaba unos cuantos meses para la cita con su ídolo. No pude evitar que algunos pensamientos improcedentes acudieran a mi cabeza: ¿qué esperaba encontrar Agustín en ese libro?, ¿la típica historia del chaval de barrio que llega a estrella del fútbol?, ¿una historia extraordinaria, glamourosa, edificante? Imposible saberlo. ¿Se le pasará a Agustín por la cabeza la idea de que un libro sobre el portero más famoso del mundo no es sino un producto de merchandising entre muchos otros dentro de la línea comercial de un club de fútbol?, ¿leerá otra cosa este hombre? Por cierto, ¿trabajará?, ¿estará en paro? Suponiendo que su situación laboral o personal fuese afortunada, es de esperar estadísticamente  que en su entorno habrá casos complicados. ¿Sabrá Agustín lo que es la “prima de riesgo”?, ¿habrá participado en alguna protesta social en los últimos meses? Y, por otro lado, ¿qué habrá votado Agustín? –si es que no formó parte del tanto por ciento de abstención.  ¿Le preocupará a Agustín el futuro de nuestras islas?, ¿las prospecciones petrolíferas, la degradación democrática, la corrupción?- por poner solo algunos ejemplos. Esperemos que los Reyes Magos se acuerden de Agustín.  

    sábado, 28 de julio de 2012

    ¡Quietos todos!

    Con la cifra de parados cada vez más tenebrosamente cerca de la barrera de los seis millones empieza a resultar casi una cosa paranormal que el entramado social aguante este órdago. Aquellas explicaciones que se daban hasta hace poco basadas en una apabullante y supuesta economía sumergida y las redes de solidaridad familiar, me parece que empiezan a no ser suficientes. Quizás esto haya que sazonarlo con dos elementos más nada despreciables: la larga sombra de los años de dictadura, que dejaron en varias generaciones un poso de adversión a la protesta y a la reivindicación, un legado clerical y fatalista y, por otro lado, las pasadas décadas del pelotazo, de la estética de nuevos ricos y del sálvese quien pueda (mientras yo tenga pasta para ir al mega centro comercial).  Paralelamente, el Gran Hermano político-financiero que nos gobierna tiene sus propios y poderosos mecanismos de control social, sobre todo una inefable industria de ocio y de distracción masiva, la exclusividad de los medios de difusión de masas y la nueva religión del fútbol (¡qué mono Casillas de playa con la Carbonero!).
    Y en todas estas nos acercamos a lo más profundo del abismo.  Cuando a uno le da por pasear por cualquiera de los pueblos de nuestra pequeña y maltratada geografía insular y se encuentra los restos de lo que queda del pequeño comercio te dan ganas de llamar a Iker Jiménez, a ver qué explicación le encuentra a esto. No creo que en algo más de un año quede otra cosa que algún supermercado de 24 horas, alguna boutique del  pan y un par de cafeterías. La cosa no da para más. La escasas  posibilidades de consumo del personal se concentrará en los Centros Comerciales. Lamentablemente, antes que un cambio radical en el voto a los partidos/empresa responsables de esta situación  o una proyección de ese descontento y desesperación social en acciones de movilización ciudadana, asistiremos a una degradación de la convivencia y a episodios cada vez más terribles que abonarán el pseudoargumento de que al final esto no es sino una cuestión policial. Aquí se trata de que estemos todos no solo parados sino, además, ¡quietos! Lo verdaderamente enervante es que esta situación es una gran coartada para desmantelar el modelo social que nació después de la II Guerra Mundial y que a España llegó, como no podía ser de otra manera, tarde y malamente. Aquí hay otra guerra desatada pero no es con un kalasnikov en la mano, es la guerra del Gran Capital contra los ciudadanos. Un Gran Capital que en su circulación y acumulación en manos de las élites de los personajes de portada del Forbes no sabe de trabas, costes ni cortapisas. Y para ello qué mejor excusa que los millones de parados que justifiquen las medidas que falazmente se toman pensando en ellos pero que jamás crearán ni un solo empleo. Pero, tranquilos, que ya llega la pretemporada de fútbol.

    miércoles, 25 de julio de 2012

    Olimpiadas

    Si hay algo que simboliza hoy en día a esta sociedad del espectáculo son las Olimpiadas. Ahora que nos toca una nueva cita volveremos a contemplar el mareante baile de millones en inversiones inmobiliarias e infraestructuras deportivas (esto es: especulación sin freno). Asistiremos al escandaloso tren de vida de los infinitos miembros del Comité Olímpico Internacional, metidos en no se sabe cuántas historias de dudosa calificación. Nos dejaremos apabullar por el universo publicitario y participaremos de las exaltaciones nacionales. ¿Y el deporte? Eso, me temo, es lo de menos.  Una excusa para que la maquinaria económica obtenga los beneficios que justifiquen semejante inversión.
    Lejos quedan aquellas Olimpiadas de la Grecia Clásica en las que los deportistas amateur competían por el honor y  la gloria, aspiraban al desarrollo armónico del cuerpo y del alma y obtenían a cambio, según parece, como todo premio,  una manzana. En el periodo de los Juegos, considerado sagrado, se establecía la llamada Paz Olímpica y cesaba cualquier tipo de conflicto. ¡Ay, si Zeus levantara la cabeza! Nuestro turbo-capitalismo  convierte cualquier acontecimiento mínimamente relevante en una forma más de hacer negocio. Pervierte el espíritu originario de cualquier cosa hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo. Los nuevos dioses del deporte no son sino los actores imprescindibles, con mayor o menor fortuna, en este teatrillo deslumbrante, meros portadores de logos publicitarios, marionetas en manos de representantes y agentes comerciales, agitadores de banderas y propagadores de consignas prefabricadas. Esto es lo que hay, eso sí, con mucha mercadotecnia y emisión en Hight Definition.
    Por otra parte, la utilización política de los Juegos, al menos desde Berlín 1936 a Beijing 2008, es una cosa escandalosa. Con aquello de que es un escaparate de una ciudad o de  un país al final se convierte en una oportunidad de oro para que los que controlan el cotarro vendan su cara más amable. Las denuncias respecto al incumplimiento de los Derechos Humanos o las prácticas de dudosa legalidad caen en saco roto frente a la enorme máquina de hacer dinero en el que se ha convertido este acontecimiento mediático. Las escasísimas muestras de protesta por parte de algún cerebro pensante (y ahora me viene a la mente la imagen de aquellos deportistas afroamericanos que puño en alto y con la cabeza baja protestaron contra la discriminación racial en las Olimpiadas de México 1968) fueron duramente reprimidas. Las Olimpiadas tienen que ser una cosa blandita y nada conflictiva, como les conviene a los promotores del invento.
    Frente a todo esto hay que reivindicar el deporte de base, el que practican innumerables personas con el único propósito de pasarlo bien, mejorar su salud o como un estilo de vida. Personas a las que les cuesta dinero practicar su deporte de favorito, que jamás harán declaraciones tópicas y prescindibles delante de un panel con trescientas marcas publicitarias y que no hipotecan sus vidas con el efímero propósito de subir a un pódium olímpico. Así que cuando empiece esta nueva cita londinense lo mejor será ir a darse un paseo, nadar un rato o jugar algún partidito con los amigos si de verdad queremos rendir un sentido homenaje a aquel viejo espíritu olímpico del que ya no queda ni su sombra.

    domingo, 22 de julio de 2012

    Pesimismo combatiente

    Está últimamente de moda hacer gala de la cosa optimista. La influencia de esa plaga de la industria de la autoayuda tiene gran parte de culpa. No me remito, para no ahondar en esto, sino al maravilloso ensayo de Barbara Ehrenreich, “Sonríe o muere (la trampa del pensamiento positivo)” (Turner 2011), donde queda bien claro cómo esta tontuna del véalo todo del color de rosa no es otra cosa que una de las mil formas de sacarnos el dinero. Pues bien, después de una conversación de sobremesa en la que a uno le dio por la estúpida idea de hacer un somero repaso a la infinidad de cosas que nuestra especie humana ha hecho rematadamente mal (con el permiso de Mahler, el oporto y el atún en salsa de mi hermano) uno de los comensales terminó confesando que se hallaba con tal grado de pesimismo que no le quedaban ganas de salir de casa. Lamenté profundamente que esa fuera la sensación que le hubiera dejado el análisis de la situación. Si yo tuviera el más mínimo motivo para ser optimista con la que está cayendo entonces sí que no saldría de casa. Me tumbaría cómodamente en el sillón a verlas venir. Pero como todo está rematadamente mal  y no hay muchas esperanzas de que deje de estarlo el cuerpo me pide todo lo contrario. Es lo que yo llamo (con permiso de algún que otro posible y desconocido padre del concepto) “pesimismo combatiente”. Me contaron en una ocasión el caso de un mexicano que se encontraba con un cáncer en un estado terminal. Ya en una fase avanzada de su enfermedad acudió a una ferretería a pedir unos botes de pintura blanca para darle un repaso a las paredes de su casa. El ferretero asombrado se atrevió a preguntarle para qué hacía ese esfuerzo y el tipo, con su voz de charro, le respondió – ¡sé que me voy a morir pero que esa hija de puta me encuentre peleando! Seguramente, uno no sería capaz de llegar a ese extremo pero en cierto sentido deberíamos aplicarnos en no ponerles las cosas tan fáciles a quienes nos han llevado a esta suerte de estado terminal. Me recortarás mis derechos, te quedarás con mi sueldo, pisotearás mi libertad de expresión, harás ostentación de tu riqueza a costa de la pobreza de los demás, quizás te salgas con la tuya, como pensaría cualquier pesimista mínimamente serio, pero, al menos, no te saldrá gratis, compañero.

    viernes, 20 de julio de 2012

    Parados del Mundo...


    Hace unas semanas hacía cola pacientemente en la caja de un supermercado. Un profesor que esperaba su turno detrás de mí aprovechó para comentar su mosqueo con las últimas medidas de recortes del gobierno con el funcionariado. La señora que justo delante de nosotros abonaba su compra se volvió airada y nos dijo:

    -          ¡No sé de qué se quejan!, ¡al menos ustedes tienen trabajo! Mi  hija lleva un año en el paro y ha tenido que venirse a vivir conmigo, ¡no les da vergüenza!

    Resultó inútil intentar explicarle a esta señora que se equivocaba en los destinatarios de su más que justificada ira, que el funcionariado somos también víctimas de esa política económica que ha llevado a su hija a esa situación, que nuestro puesto de trabajo no nos lo ha regalado nadie y que… en fin… La señora se mandó a mudar con un cabreo mayor con el que seguramente se había levantado. Sin ser consciente de ello, esta señora repetía justamente el tipo de argumento que a nuestro gobierno ultraliberal le conviene que la gente crea, un argumento que no arregla nada y que lo justifica todo. Como hay millones de parados tenemos que hacer recaer todo el peso de la crisis en el resto de trabajadores (mejor si son empleados públicos que, como todo el mundo sabe, son unos parásitos).  Pero esas medidas no van a crear más empleo ni están pensadas para llevarnos hacia un mundo más justo. Son medidas que tienen como único fin desmantelar un modelo social que al Gran Capital no le conviene en absoluto. Decía el viejo Marx que el capitalismo necesita de un “Ejército industrial de reserva”.  En su cosa decimonónica Marx identificaba al obrero con el trabajador de las incipientes y lóbregas industrias. La cantidad ingente de obreros que aspiraban a un puesto de trabajo en aquellas fábricas infectas o que bien eran despedidos o desahuciados sin contemplaciones constituían ese "ejército" del que hablaba Marx.  Hoy diríamos, simplemente, una “masa de parados”. Cuando hay tal números de personas desempleadas el “valor” del aspirante a un empleo es prácticamente nulo. Todo lo contrario si hubiera una situación próxima a lo que antes se llamaba “pleno empleo” donde el trabajador estaría en condiciones de dictar sus condiciones al empresario (¡lo que faltaba!). Solo en una situación como esta pueden tomarse las medidas que se están tomando pero, ¡ahí está la trampa! No para, repito, crear empleo si no para acabar con toda una retahíla de conquistas laborales, fruto de décadas de luchas. Este capitalismo financiero, alérgico al común de las personas, es incompatible con cualquier cortapisa, sobre todo si esta tiene forma de derechos sociales y laborales, de servicios públicos de calidad, de injerencia en el modo de vida de las élites enriquecidas. Así que la única salida es la unidad de la ciudadanía, trabajadora o parada, de aquella que paga sus impuestos, que tiene dificultades para llegar a final de mes o, lamentablemente, no ingresa un céntimo, la que cada día se levanta indignada o con la incertidumbre de qué va a pasar con ella al día siguiente. Esto es,  la mayor parte de la gente de este bendito país. ¡Cómo cambiarían las cosas si tomáramos conciencia de que somos más y que a los bancos alemanes les importa un carajo la suerte de la pobre hija de la señora del supermercado!

    lunes, 16 de julio de 2012

    Me acuso de ser funcionario.

    Yo me acuso de ser funcionario. Vivo sin dar golpe a expensas de los presupuestos públicos. Aprobé de manera incomprensible unas oposiciones, en competencia con cientos de aspirantes, sin que mis padres, personas humildes sin formación ni influencias de ningún tipo, tuvieran la posibilidad de hacer uso de algún contacto o de deslizar alguna pata de jamón a los miembros del tribunal. Desde hace veinte años me dedico a la completamente prescindible tarea de la enseñanza, una actividad que, como muy bien sostiene nuestra nunca bien amada administración, mejor está en manos privadas o en algún tutorial de internet. Me acuso de que la media hora del recreo, cuando no la emplea uno en mil cosas a las que no se tiene tiempo de atender en el resto de la jornada, le cueste al erario público una parte proporcional injustificada con el escandaloso propósito de tomar un café o hablar con los compañeros. Me acuso de suplantar tareas propias de otros colectivos profesionales: trabajadores sociales, psicólogos, animadores socioculturales, terapeutas familiares, etc. Me avergüenzo (antes que autoacusarme) de disponer de un trabajo “para toda la vida” mientras el resto de mis conciudadanos viven en una permanente incertidumbre. Mejor haría el gobierno de turno en despedir a todos los funcionarios de la legislatura anterior (médicos, policías, profesores, jueces, administrativos, bomberos, etc) y nombrar a gente de su absoluta confianza y ¡santas pascuas! Reconozco que no sé lo que es trabajar como es debido puesto que mis muchos años de servicios me los he pasado en una especie de tumbona laboral. Los problemas de mi alumnado jamás me han quitado el sueño y nunca me he molestado en seguir formándome y responder a los nuevos retos de la educación pública. En realidad, aunque en el presente curso no he faltado un solo día a clase, era un doble el que acudía por mí, cosa que aprendí de gente como Gadafi o Sadam Hussein. Ahora que el país vive una situación de crisis mi gobierno me ha hecho tomar conciencia de la situación. Como si de una revelación divina se tratara he llegado al convencimiento de que la gente como yo somos dañinas para la recuperación económica de este país y para la prima de riesgo, a la que no hay forma de que le baje la hipertensión. Así que no se me ocurre una forma mejor de compensar todo el daño que llevo causando a este sistema que tanto nos quiere y nos protege que admitiendo a partir de ahora que trabajaré en régimen de semiesclavitud, con la consiguiente ración de latigazos y escarnio público, recitando loas a la doctrina ultraliberal y a Andrea Fabra, patrona de los humildes y los desamparados.

    miércoles, 11 de julio de 2012

    Escuela de Verano de Canarias

    La escuela es,  casi por definición, un empeño comunitario. Un docente aislado no educa ni soluciona problemas. El caso es que, en los últimos tiempos, un proceso contrario a la propia naturaleza de la escuela se ha ido imponiendo, marcado por  la paulatina burocratización, la desaparición de los espacios de formación, diálogo e intercambio docente, la imposición de la lógica del mercado, etc. En este contexto las experiencias de transformación horizontales, aquel anhelo de la escuela democrática y forjadora de ciudadanía, fueron quedando arrinconados en el baúl de las antiguallas. Pero aquel paradigma pedagógico no fue sustituido por otro (por muchas "competencias básicas" de por medio). Simplemente llegó el desierto y en esas estamos. Una de las experiencias víctimas de este proceso de desertificación, sobre todo en Canarias, fue los Movimientos de Renovación Pedagógica (MRP) –foro que en su día aglutinó a lo más representativo de la innovación educativa. Quince años después, y gracias a un puñado de incombustibles, se retomó las célebres, en su día, Escuelas de Verano, a la que he tenido el gusto de asistir.
    En estos tiempos oscuros, sobre todo para lo que huela a público, hacía falta algún tipo de revulsivo. Algo que contribuyera a subir los ánimos de los últimos mohicanos que aún pululan por ahí pensando que esto de la educación pública es la única tabla de salvación social que nos queda. En este sentido, y al menos de cara al nutrido grupo de asistentes, creo que ese propósito se ha conseguido. El otro de los propósitos, no menos importante –y casi como de currículum oculto- el de propiciar una suerte de trasvase generacional entre el profesorado que ha liderado (perdón por la palabra) históricamente las iniciativas de construcción de la escuela canaria pública en las últimas décadas se me antoja más complicado. La respuesta a esto no es fácil y quizás habría que buscarla en una suerte de sociología de la educación. No solo ha cambiado  el modelo de alumnado, obviamente, en las últimas décadas, sino, también, para bien y para mal, el del profesorado. Quizás como consecuencia misma de la extensión y desarrollo del modelo público de educación, en la pasada década, aquel impulso inicial protagonizado por el profesorado fue siendo sustituido por una progresiva institucionalización y enajenación que ha llegado hasta nuestros días.
    Pero en estas surgió el ataque más sistemático y contundente contra la Escuela Pública que se recuerda. Y una parte del personal, al menos, ha llegado a la conclusión de que esto no lo arregla sino aquellos que son parte directamente implicada, o dicho de otra manera: el profesorado. Llámese ‘Marea Verde’, MRP o Despistados Reunidos cualquier atisbo de organización, respuesta y resistencia frente a la oleada neoliberal es como el maná que cae en el desierto. El chutazo de energía que los asistentes a esta XXI Escuela de Verano recibimos es impagable en esta era pepera empeñada en laminar todo lo que huela a cosa pública. Y bastante tendremos que recargar las baterías para enfrentar el futuro inmediato gracias a quienes consideran que los mismos que nos han metido en esta mal llamada “crisis” son los que nos van a sacar de ella. Gracias a los promotores de esta Escuela de Verano ¡y que cunda el ejemplo!

    viernes, 22 de junio de 2012

    Incapaces


    En estos años he podido ir añadiendo algunos capítulos más al amplio volumen de los desajustes universales. A veces da la impresión de que nadie está donde le corresponde, sobre todo en el proceloso mundo de la educación. En este sentido, puedo decir que he conocido a una monitora que trabajaba en una Casa de la Juventud y que era alérgica a los jóvenes, un profesor que impartía clases en un centro rural y que no se cansaba de comentarles a los chicos los “paletos” que eran, una tutora de un grupo con dificultades de aprendizaje y que no hacía sino horrizarse con las carencias de los alumnos y además se lo recordaba todos los días con un buen arsenal de airados lamentos e improperios. Todos estos perfiles disfuncionales no producen sino insatisfacción y un cúmulo de problemas. Pero es también consecuencia de la cultura caduca de que todo el mundo vale para cualquier cosa. En el ámbito de la educación hace falta ya que se elaboren los distintos perfiles profesionales, que se diseñe una forma de acceso que contemple todo aquello que resulta esencial en la docencia y que hoy apenas se tiene en cuenta. Resulta curioso que para una gran parte de trabajos se pidan pruebas psicotécnicas (por muy poco de fiar que sean). Pero en este delicado mundo nuestro eso parece una boutade. Y así nos va. He conocido también a verdaderos genios en su ámbito de conocimiento perfectamente incapacitados no solo para dar clase, sino para ponerse siquiera delante de un grupo de adolescentes (con el serio riesgo para la integridad psico-física que eso supone). Para bien o para mal, aquel mundo en el que al profesor se le presuponía su autoridad pasó a mejor vida. Ya no quedan sheriff del condado. Hoy hay que ganarse los galones a pie de obra y sin que eso te asegure gran cosa. Pero, al menos, la condición previa y deseable es que al sujeto en cuestión no le salgan ronchones en un aula poblada por la muestra más palpable de nuestra sociedad. Ese sería un pasito en la buena dirección.

    viernes, 15 de junio de 2012

    Profesor Lazhar


    Hace ya unos añitos, la película “Hoy empieza todo” (Tavernier 1999) conmocionó a la restringida subespecie de profesores enamorados de su profesión. Unos años después, “El profesor Lazhar”, dirigida por Philippe Falardeau, viene a insistir, de alguna manera, en este género singular del “drama escolar”. Esta película canadiense, y muy francófona ella, nos plantea un problema fundamental tanto para la escuela como para el ser humano (lo que viene a ser lo mismo): la capacidad de resiliencia de un colectivo. En una escuela de primaria una profesora se ha suicidado en el aula de su grupo. Un profesor argelino se ofrece como sustituto a una directora preocupada por tapar las conscuencias traumáticas del suicidio. El profesor Lahzar es un refugiado político que aún no tiene la residencia, cosa que le oculta inicialmente a la agobiada directora. Lazhar proviene de otra cultura y su encuentro con el alumnado no es fácil. En la escuela predomina un estilo educativo muy rígido que prohibe cualquier contacto físico o afectivo entre el profesorado y el alumnado. Sin embargo, al cabo del tiempo se produce una casi inevitable transmisión de afectos que pone las bases de esa superación del trauma personal y colectivo. La escuela no suele ser sino un reflejo de su entorno social. Pero, en ocasiones, puede (o debería) convertirse en un factor de cambio y transformación (pero ¡qué cosas digo!). El profesor Lazhar, en su ingenuidad y su despiste, pone un poco de sentido común en una escuela atenazada por los convencionalismo y los reglamentos. Pone en el foco algo tan obvio como la centralidad de las emociones en el desarrollo de los niños, algo que muchas veces olvidamos entre los miedos, las convenciones y las programaciones (que hay que ver las atrasadas que las llevo). Pero también en el hecho de que los problemas deben resolverse juntos, sobre todo cuando tienen un origen estructural. Me imaginaba, en el transcurso de la sesión, qué pasaría si a algún pirado le diera por organizar una especie de cine-fórum con una película como esta con alguno de nuestros claustros. Mejor lo dejamos...