miércoles, 29 de febrero de 2012

¿Ajustes?


“Ajustes” es el tecnicismo de moda en la grey política gobernante para disimular el gran y definitivo hachazo al Estado del Bienestar. La escasa materia gris de esta gente está por completo aplicada en descubrir nuevas argucias para quitar de aquí y de allá. Los porcentajes de endeudamiento, los niveles de déficit, las cuestiones macroeconómicas esconden el día a día de la gente, de los parados, de los desahuciados, de los incontables trabajadores en precario. En un gesto de cinismo sin límites se afirma que estas medidas draconianas (las que se han tomado y las que están por venir) tienen como objetivo precisamente el bienestar futuro de todos. ¿Hay algún ingenuo por ahí que todavía se cree toda esta bazofia propagandística?, ¿queda algún totorota aún que se imagine a los presidentes de los principales bancos de este país, al ministro de economía, a toda esta suerte de ricachones que nos gobiernan, pasando noches de insomnio pensando en las penurias del personal? En este mundo al revés en el que vivimos el parado de larga duración y el mileurista (si todavía tiene la suerte de serlo) sostienen la fusta con la que flagelarse a sí mismo. Porque no otra cosa es votar a quienes te van a dejar seco, a quienes te van a quitar la voz y la dignidad como trabajador, a quienes te van dar romerillo cuando te pongas bastante malito.
El ejemplo de Grecia nos demuestra que esta clase política internacional es capaz de cualquier cosa. Incluso la de sacrificar los mínimos de calidad de vida de un pueblo entero en el altar insaciable de los mercados. Creo que ha llegado, por tanto, la hora de replantearse este sistema de arriba a bajo. Y esto es casi una evidencia porque de esta “crisis” solo se sale de dos maneras: como chinos o como una ciudadanía empoderada, esto es: avanzando hacia una verdadera democracia y hacia un Estado Social. Evidentemente todos los indicios apuntan a la primera de las vías. Así que será mejor que vayamos acostumbrándonos a terminar durmiendo en la empresa que nos haga el infinito favor de contratarnos en unas condiciones casi pre-industriales (vale la pena releer a Dickens en este su año) y vayamos ensayando las mil y una maneras de tener al señorito contento. ¿Ajustes? Una vergüenza, más bien.

sábado, 25 de febrero de 2012

Dioses arrojadizos

Un vistazo a la prensa en los últimos días no hace sino confirmar lo inconsistente de aquella idea ilustrada de progreso. En las primarias republicanas en EE.UU los candidatos elefantinos emplean la mayor parte del tiempo en intentar demostrar quién es más beato que el contrario, quién tiene una relación privilegiada con Dios y quién tiene mayor arrojo que el contrario a la hora de declarar la próxima guerra santa contra el infiel. Curiosamente los norteamericanos parecen más dispuestos a aceptar un presidente negro o mujer (de lo cual nos congratulamos) que ateo o, como mínimo, agnóstico. Obama tiene que lidiar con el sambenito de ser un musulmán encubierto por mucho que acuda a las fórmulas habituales del “God bless América” o ponga un rictus de constricción en esos desayunos de la oración (o como quieran que les llame). En el otro extremo (unido eso sí por las supercuerdas del fanatismo) los talibanes insisten en dejar un reguero de sangre como holocausto a su Dios por la enésima quema de coranes de algún biblioclasta imaginario o real. En Alemania el nuevo presidente de la República Federal lleva a gala el ser un pastor luterano (y a fe que cara de eso tiene). En España la Conferencia Episcopal le pasa factura al gobierno del PP y se cobra sus muchos años de abnegados servicios en forma de derogación de la Ley de Interrupción del Embarazo, con la eliminación de la Educación para la Ciudadanía y con, a modo de avanzadilla, la obligación del profesorado madrileño de solicitar la autorización previa de los padres si tienen la intención de hablar de métodos anticonceptivos en clase (ya se sabe que en cada condón anida el diablo).
Y esto solo como resultado de un vistazo superficial a la prensa -ya digo. ¿Hay o no hay razones para pensar que vivimos en la Edad Media por mucho iphone que le echemos a la cosa? Hoy más que nunca las religiones institucionalizadas son uno de los grandes peligros de la humanidad. Para los que, como Feuerbach, pensamos que son los humanos los que crean a sus dioses de cabecera y no al revés, creemos que ha llegado el momento de una “cruzada” laica. Pero no contra la libertad de cada uno de encomendar su “alma” a Jesucristo, Alá o la Mama Pacha, sino contra las instituciones religiosas como formas de dominación y alienación colectiva. Parece mentira que sigamos utilizando esta terminología pero es otra evidencia de que las cosas no han cambiado demasiado, al menos, desde el siglo XIX. Ahí queda eso.

martes, 21 de febrero de 2012

Estudiantes

Hace algunos años, antes de que fuéramos devorados por el universo digital, antes de que el homo hubiera transmutado en consumidor muy poco sapiens, se decía que la rebeldía era la condición inherente de la juventud. La insolencia y el inconformismo propio de unos años marcados por el chutazo hormonal y el descaro adolescente tenían como consecuencia un sano cuestionamiento del orden establecido. Las tensiones resultantes con las generaciones anteriores eran el motor, muchas veces, del cambio social. Pero todo esto pasó a mejor vida en cuanto los mercados (o como quiera usted llamar a ese ente difuso pero omnipresente que emana del turbocapitalismo) decidieron que todo lo que rodea a la marca 'joven' suponía una buena oportunidad de negocios. Y en estas surgió el Disney Channel y se terminó de conseguir la estupidización juvenil globalizada.
Ahora que las cosas empiezan a torcerse ese mundo ficticio de Hanna Montana y Justin Bieber (pobrecillo míos -igual ya no están de moda y gastan su fortuna en alcóhol y psicólogos, yo qué sé) muestra su verdadera cara. Lo joven no es sino una nueva forma de carnaza en este mundo de consumo de masas. El efecto neuronal en la última generación de jóvenes ha sido devastador pariendo nuevas formas de alienación que dará mucho trabajo a los sociólogos del futuro. Con todo, empiezan a verse algunos brotes verdes. Las protestas del alumnado del IES Luis Vives de Valencia podrían señalar un nuevo despertar. No sé si es más fruto de las ganas que de un análisis mínimamente riguroso de los hechos pero ver a chavales afeando los recortes en educación de unas autoridades aplicadas a acabar con todo lo que huela a público me llena de esperanza. Que este brote de rebeldía juvenil tenga su epicentro en Valencia tiene también una enorme carga simbólica. No en vano se trata de una de las comunidades más endeudadas por el despilfarro megalomaniático, corroída por la corrupción y al mismo tiempo con una ciudadanía secuestrada por el espejismo del enriquecimiento fácil. Las nuevas autoridades, arropadas por millones de votos fruto de una confusión social generalizada, donde el usuario de la sanidad pública aupa a la gestión de la misma a quien no sabe lo que es una sala de espera de un ambulatorio, donde el trabajador humilde cree que los intereses de la patronal son sagrados o donde el personal piensa que despedir más barato es la fórmula mágica para crear empleo, han decidido cortar por lo sano y aplicar la vieja política de la porra y la rodilla en la nuca.
En el nuevo orden natural de las cosas, en el que la derechona detenta el poder político y el económico (como Dios manda -nunca mejor dicho), unos estudiantes han abandonado por un momento aquello a lo que tienen que dedicarse (abarrotar los centros comerciales) y han gritado “¡ya está bien!”. Para que el ejemplo no cunda y a la gente le dé, en un alarde de esfuerzo intelectual, por juntar los recortes en el Estado del Bienestar con la nueva reforma laboral y los retrocesos en derechos civiles, han declarado la guerra sin cuartel al enemigo. Me pregunto si todos los hijos de los policías estudian en colegios privados.

sábado, 18 de febrero de 2012

J. Edgar Hoover y la mercadotecnia política

La última película de Clint Eastwood, "J. Edgar", supone un retrato feroz, no solo de un personaje clave en la postguerra sino de toda la política norteamericana del momento (y del presente, incluso). No voy a profundizar mucho en un tipo de análisis que ya ha hecho magníficamente el compañero José Manuel de Pablos, catedrático de periodismo de la ULL y que suscribo completamente. Pero quiero añadir, ahora que la película me ha llevado al libro sobre el que está basada, “Oficial y confidencial” de Anthony Summers (Anagrama 2011), que lo de J. Edgar es la versión edulcorada de lo mismito que ya hiciera el siniestro Goebbels. La única diferencia es la habilidad de la industria cultural norteamericana para vendernos el producto, para dárnosla con queso. Con el tiempo he pasado de sentir un escalofrío patriótico al oír el cornetín del Séptimo de Caballería al galope, en aquellas tardes sabatinas de la infancia, a asociarlo con el mugido de alguno de los jinetes del apocalipsis. Como muy bien refleja la película de un Eastwood más allá, afortunadamente, del bien y del mal, J. Edgar fue un especialista en construir un personaje a su medida y en función de sus intereses. Es también un retrato despiadado del Poder. Un retrato que entronca con una tradición que se remonta a la Roma Imperial, pasando por los Borgia y con una estación terminal, como acabo de comentar, en la Alemania nazi, de la cual era, al parecer, nuestro personaje un disimulado admirador. Lo que pasa es que en estas últimas décadas la Política y el Poder, hermanas de sangre, se han vestido con el ropaje de la mercadotecnia. J. Edgar no dudaba en convertirse en un personaje de cómic ni en proyectarse en las grandes productoras de cine, que por otro lado eran la mayoría de ellas agentes apuntaladoras del sistema. Lo curioso de todo esto es la capacidad que tiene el Imperio para digerir sus propias miserias. Eastwood no duda en hacerse eco de la posible responsabilidad del FBI en el asesinato de Martin Luther King y en el suicidio de Marilyn Monroe después de su affaire con Kennedy. Bueno, pues se pide perdón en plan protocolario y ya está. Una vez concluida la función a seguir por la misma senda.
Aquí no nos libramos de nuestros J. Edgar particulares y la mercadotecnia campa a sus anchas. Los mensajes políticos y las campañas de distinto signos son elaborados por gabinetes de comunicación. Se crean perfiles y se inventan personajes. Se manejan encuestas y se discute sobre el diseño de las corbatas de los candidatos de turno. En definitiva, tal y como nos mostró Hoover, el Poder es el fin y para ello sirve cualquier medio, aunque el camino quede lleno de cadáveres. En medio, nos queda una ciudadanía que debe pasar de masa insulsa -paraíso de los dictaduras, ya sea en forma de iluminado como de Mercado- a parapeto de tantas iniquidades. Bueno, ahora que dicen que estamos en carnavales soñar no cuesta tanto. [Cine a Solas (1)]

sábado, 11 de febrero de 2012

¿Qué es una cleptocracia?

Seguramente se acordarán del tristemente famoso Jesús Gil. El que fuera presidente del Atlético de Madrid y alcalde de Marbella. Recordarán también cómo acabó aquel infausto periodo de gobierno municipal, en medio de un gran escándalo social y económico, que dio lugar al llamado “saqueo de Marbella”. Lo curioso del caso es que este personaje no ocultó sus intenciones. Célebres fueron sus declaraciones reconociendo que optaba a la alcaldía de esta localidad malagueña para “vender pisos”. El partido que se sacó de la manga, y que (¡oh, casualidad!) se denominaba “GIL” (“Grupo Independiente Liberal” -una de esas muchas siglas políticas que en realidad no significan nada), pretendía exportar esta forma de “hacer política” por toda Andalucía. Las tesis de este personaje se reducían a una sola máxima: “si yo hago un buen negocio quizás a tí, votante, te toque algo”. Este programa político, en el que el ayuntamiento se convirtió en una extensión más del consejo de administración de sus empresas y en el que el patrimonio público era algo así como el patio trasero de su finca, le granjeó varias mayorías absolutas en las elecciones. ¿Sabían los muchos votantes del GIL lo que votaban? Claro que sí.
Bueno, ¿y qué es una cleptocracia? Abreviando mucho: “el gobierno de los ladrones”. En una cleptocracia todo el edificio político está completamente podrido. Se encuentra al servicio del enriquecimiento de los mandamases de turno. Hay distintos grados de cleptocracia. La podemos ver a pequeña y a gran escala. Ocurre en un ayuntamiento (como fue el caso de Marbella) y en un país entero. Hay cleptocracias que se asientan en el terror, en la falta de libertades y de democracia. Pero hay otras que se disfrazan con la legitimidad de los votos. Esto ocurre tanto en las democracias occidentales como en estas islas desafortunadas. Hay muchas formas hoy de engañar a la gente, sobre todo cuando la política se ha convertido en una forma más de mercadotecnia. Pero cuando la cosa se pone verdaderamente grave es en el momento en el que la ciudadanía justifica, asume e incluso, participa del saqueo general. Si uno, como ciudadano, considera que unos bolsos de Vuitton o unos trajes de firma hechos a medida (por poner solo unos ejemplos de poca monta pero sobradamente conocidos) son algo perfectamente asumible en la nómina mensual del político de turno si este luego es receptivo con el enchufe para mi hijo, la licencia de obras para el cuarto de aperos que luego se convierte en un palacete o vaya usted a saber qué, entonces la cleptocracia empieza a echar raíces.
Por mi parte, desconfío completamente de los magnates metidos a políticos. No me imagino a aquellos que no poseen ni una idea aproximada siquiera del dinero que tienen en sus innumerables cuentas bancarias especialmente sensibilizados con los avatares de los cinco millones y pico de parados, ni con quienes necesitan de unos servicios públicos de calidad, ni con quienes, sencillamente, no quieren convertirse en una nueva clase de semiesclavos. Resulta sorprendente la capacidad de ciertos ricachones para encandilar al votante medio. Debe ser el producto de tanta basura televisiva. ¿Recuerdan a Jesús Gil en un programa de una cadena de televisión muy proclive al sensacionalismo metido en una bañera rodeado de bellas y jóvenes señoras? No parece que el personal haya aprendido mucho desde entonces, no en vano, creo haber oído en algún lado que si Belén Esteban se presentara a la presidencia del gobierno alcanzaría un buen puñado de diputados. ¿Qué se puede esperar de un país así?
La continua aparición de casos de corrupción en los medios (la punta del iceberg, con toda seguridad), que alcanza hasta las más altas esferas del Estado, son un indicador de que el semáforo está en rojo. A pesar de algunas medidas, como la de que muchos políticos con responsabilidades de gobierno hagan público su patrimonio, no se ha conseguido cortar de raíz esta lacra de la cleptocracia. Sobre todo porque estos espabilados conocen las mil y unas formas para evadir impuestos y disimular ingresos. Mientras, el ciudadano medio acarrea sobre sus hombros el peso de esta maldita crisis y experimenta una progresiva desafección a las instituciones y a todo lo que huela a política organizada. La cleptocracia es el disolvente de la democracia y el germen de la ruina social.

martes, 7 de febrero de 2012

Sobrevivir en el medio escolar

Decididamente la escuela puede convertirse, a poco que nos descuidemos, en un entorno hostil. En este torbellino de relaciones, esperanzas, frustraciones, proyectos, ideas, obligaciones, limitaciones, pasiones... en este universo en ebullición donde las supernovas estallan en el momento más inesperado, encontrar la “receta” para sobrevivir, el manual del superviviente, se convierte en una tarea ineludible. El medio escolar se ha visto con los años completamente devaluado, como todo aquello que habita el "mundo líquido" del que habla Zygmunt Bauman: un mundo en el que “(...) todo cambia constantemente, las modas que seguimos y los objetos de nuestra atención (…) lo que soñamos y lo que tememos, lo que deseamos y lo que aborrecemos, los motivos que infunden esperanzas o lo que suscitan preocupación”. En este medio inaprensible la escuela vive en un difícil equilibrio. En la medida en el que el medio social se enrarece, en el que aumenta la violencia del oleaje, la escuela acusa esta época de bajas presiones. Hemos llegado a la paradoja de que si nos propusiéramos cumplir a rajatabla con los principios básicos de la ley educativa vigente nuestra integridad personal y profesional correría un serio riesgo. Pongo como ejemplo algunos que un colega me señalaba en los comentarios del anterior post:
- "Conocer las creencias, actitudes y valores básicos de nuestra tradición y patrimonio cultural, valorarlos críticamente y elegir aquellas opciones que mejor favorezcan su desarrollo integral como persona."
- "Analizar y valorar críticamente las realidades del mundo contemporáneo y los antecedentes y factores que influyen en él".
- "Consolidar una madurez personal, social y moral que les permita actuar de forma responsable y autónoma".
- "Participar de forma solidaria en el desarrollo y mejora de su entorno social".
La pregunta que asalta a cualquier docente es “y esto ¿cómo se hace?”. Soy de los que piensa que estos principios son fundamentales, sobre todo porque son el núcleo de la idea de la escuela como forjadora de ciudadanía (otra palabra devaluada por mor de los tiempos). Pero, según parece, la cosa crítica no debe ir más allá en los actuales tiempos de cuestionar los métodos de Mourinho (¿se escribe así?), elegir el modelo de traje para la primera comunión y aceptar que los minijobs del futuro son la mejor y única forma de adecentar las listas del paro (y un regalo que nos hace la nunca bien amada CEOE). Claro que si uno opta por pensar que la mejor estrategia para sobrevivir es no meterse en líos, repartir sobresalientes como churros al mismo tiempo que se entona el mantra del esfuerzo y el sacrificio personal pues igual hasta llega a ministro del ramo.
Frente a todo esto, no queda más remedio que aprovisionarse de buenas dosis de algo que se ha puesto de moda en los últimos años: resiliencia. No hay otra que afrontar el día a día en la escuela sencillamente porque alguien tiene que hacerlo y porque, a pesar de todo, puede que algún día, en este mundo líquido baumaniano, nos vuelva a pillar la cresta de la ola. [El Aula (3)]

jueves, 2 de febrero de 2012

Lo controvertido en la Enseñanza

“Hay que evitar cualquier tema controvertido” -dijo el ministro de educación refiriéndose a la materia de buenos modales y constitucionalidad que va a sustituir a Educación para la Ciudadanía. Si esta máxima la hiciéramos extensible al conjunto de la Educación -y mucho me temo que ese es el espíritu de las palabras del nuevo jefazo- entonces ¿a qué habrá quedado reducida la labor docente? La idea que tengamos del papel de la escuela determina toda una concepción antropológica, política y ética. Dentro de la cosmovisión conservadora y derechona el pater familias es la única fuente de valores que transmite a sus vástagos las claves esenciales para su correcto transcurrir por el mundo. La escuela no es sino, como mucho, el refuerzo de esos valores inapelables, un lugar para la transmisión y acumulación de datos y destrezas que escapan a la disponibilidad temporal de los padres y, fundamentalmente, de certificación académica para el mundo laboral. Todo esto en la más exquisita neutralidad y asepsia, no sea que alguna peligrosa idea contaminante, algún sesgo cuestionador del estado de cosas existente, se cuele en las tiernas, influenciables y delicadas mentes infantiles y juveniles.
Ya puestos, no sería de extrañar que el nuevo ministro, con sus diez millones y pico de votos detrás, determine que eso de la Teoría de la Evolución es una cosa muy peligrosa en la que anidan ideas disolventes respecto a las Sagradas Escrituras (en algunos Estados de Norteamérica lo tienen muy claro). Uno que, por esas cosas inexplicables de la vida, es profesor de Filosofía, en esta nueva tesitura, y como funcionario que cobra del erario público, necesitaría alguna nueva orientación para abordar autores tan controvertidos como Hume, Marx, Freud, Nietzsche, Sartre... A lo mejor el ministro y sus nuevos asesores de la Conferencia Episcopal deciden cortar por lo sano y dedicar estas horas de clase, extremadamente peligrosas, a cosas mucho menos extravagantes e inútiles como “Oportunidades de negocios en tiempos de crisis” o “Rogativas extraordinarias para los más desfavorecidos”.
Todavía recuerdo aquellos tiempos en los que se hablaba del papel transformador, crítico y forjador de ciudadanía de la escuela. Aquel ideal barrido hoy en día por una mediocridad terrible, pero no del alumnado precisamente, sino de los gestores educativos y de una sociedad volcada en el consumo desaforado e idiotizada por la industria del espectáculo (¡huy, siento introducir una cuestión tan espinosa!). Quienes pretenden sacar todo lo que huela a “política” de las aulas son quienes precisamente más tiñen su discurso de una indisimulada ideología conservadora (acorde, según parece, con los nuevos tiempos). En el fondo, nos encontramos con una evidente transposición de los valores propias de las escuelas privadas y religiosas al conjunto del sistema educativo (eso sí, salvo los medios económicos de los que gozan aquellas -que para educar al populacho no hace falta tanto). Esta perspectiva de las cosas les lleva a creer que a la excelencia y al esfuerzo se llega por decreto, como si las escuelas fueran ajenas al medio social en el que se encuentran. En medio de todo esto, como absolutos convidados de piedra, estamos quienes nos dedicamos profesionalmente a esta tarea y bregamos día a día (en la educación pública) con la realidad  cruda y dura. Claro que eso no tiene ninguna importancia. [El Aula (2)]