Seguramente se acordarán del tristemente famoso Jesús Gil. El que fuera presidente del Atlético de Madrid y alcalde de Marbella. Recordarán también cómo acabó aquel infausto periodo de gobierno municipal, en medio de un gran escándalo social y económico, que dio lugar al llamado “saqueo de Marbella”. Lo curioso del caso es que este personaje no ocultó sus intenciones. Célebres fueron sus declaraciones reconociendo que optaba a la alcaldía de esta localidad malagueña para “vender pisos”. El partido que se sacó de la manga, y que (¡oh, casualidad!) se denominaba “GIL” (“Grupo Independiente Liberal” -una de esas muchas siglas políticas que en realidad no significan nada), pretendía exportar esta forma de “hacer política” por toda Andalucía. Las tesis de este personaje se reducían a una sola máxima: “si yo hago un buen negocio quizás a tí, votante, te toque algo”. Este programa político, en el que el ayuntamiento se convirtió en una extensión más del consejo de administración de sus empresas y en el que el patrimonio público era algo así como el patio trasero de su finca, le granjeó varias mayorías absolutas en las elecciones. ¿Sabían los muchos votantes del GIL lo que votaban? Claro que sí.
Bueno, ¿y qué es una cleptocracia? Abreviando mucho: “el gobierno de los ladrones”. En una cleptocracia todo el edificio político está completamente podrido. Se encuentra al servicio del enriquecimiento de los mandamases de turno. Hay distintos grados de cleptocracia. La podemos ver a pequeña y a gran escala. Ocurre en un ayuntamiento (como fue el caso de Marbella) y en un país entero. Hay cleptocracias que se asientan en el terror, en la falta de libertades y de democracia. Pero hay otras que se disfrazan con la legitimidad de los votos. Esto ocurre tanto en las democracias occidentales como en estas islas desafortunadas. Hay muchas formas hoy de engañar a la gente, sobre todo cuando la política se ha convertido en una forma más de mercadotecnia. Pero cuando la cosa se pone verdaderamente grave es en el momento en el que la ciudadanía justifica, asume e incluso, participa del saqueo general. Si uno, como ciudadano, considera que unos bolsos de Vuitton o unos trajes de firma hechos a medida (por poner solo unos ejemplos de poca monta pero sobradamente conocidos) son algo perfectamente asumible en la nómina mensual del político de turno si este luego es receptivo con el enchufe para mi hijo, la licencia de obras para el cuarto de aperos que luego se convierte en un palacete o vaya usted a saber qué, entonces la cleptocracia empieza a echar raíces.
Por mi parte, desconfío completamente de los magnates metidos a políticos. No me imagino a aquellos que no poseen ni una idea aproximada siquiera del dinero que tienen en sus innumerables cuentas bancarias especialmente sensibilizados con los avatares de los cinco millones y pico de parados, ni con quienes necesitan de unos servicios públicos de calidad, ni con quienes, sencillamente, no quieren convertirse en una nueva clase de semiesclavos. Resulta sorprendente la capacidad de ciertos ricachones para encandilar al votante medio. Debe ser el producto de tanta basura televisiva. ¿Recuerdan a Jesús Gil en un programa de una cadena de televisión muy proclive al sensacionalismo metido en una bañera rodeado de bellas y jóvenes señoras? No parece que el personal haya aprendido mucho desde entonces, no en vano, creo haber oído en algún lado que si Belén Esteban se presentara a la presidencia del gobierno alcanzaría un buen puñado de diputados. ¿Qué se puede esperar de un país así?
La continua aparición de casos de corrupción en los medios (la punta del iceberg, con toda seguridad), que alcanza hasta las más altas esferas del Estado, son un indicador de que el semáforo está en rojo. A pesar de algunas medidas, como la de que muchos políticos con responsabilidades de gobierno hagan público su patrimonio, no se ha conseguido cortar de raíz esta lacra de la cleptocracia. Sobre todo porque estos espabilados conocen las mil y unas formas para evadir impuestos y disimular ingresos. Mientras, el ciudadano medio acarrea sobre sus hombros el peso de esta maldita crisis y experimenta una progresiva desafección a las instituciones y a todo lo que huela a política organizada. La cleptocracia es el disolvente de la democracia y el germen de la ruina social.
Amigo, solo se me ocurre una frase bien vulgar: "Apaga y vámonos", añadiré, .... cada cual a su espacio interior, porque no habrá otro. Bs.
ResponderEliminar