miércoles, 30 de septiembre de 2009

Filosofía de la Mañana (5) José Antonio Marina y el cristianismo

Esta mañana, en una clase de 1º de bachillerato, una de mis alumnas, quizás con mucha razón, me decía: “profe ¿otra vez estamos con lo del cristianismo?”. La pobre alumna estaba ya un poco harta de mis constantes alusiones a este tema. Esto venía a cuento porque trataba de explicarles que la “idea de creación”, con la que estamos tan familiarizados hasta el punto de entenderla casi como algo natural, pertenece fundamentalmente a nuestro ámbito cristiano y que los antiguos griegos, por ejemplo, eran demasiado racionales como para pensar en esos términos, decantándose sobre todo por una idea de “continuo” antes que de “comienzo y fin”, “génesis y apocalipsis”, “alfa y omega”. En cualquier caso, intenté explicarle también a esta sufrida alumna que, para bien o para mal, nuestra cultura es judeo-cristiana y que la Filosofía es, entre otras cosas, una crítica de nuestra cultura. Qué le vamos a hacer. Y para no resultar sectario, entre tanta, “deconstrucción” cristiana traigo a colación un libro que acaba de pasar de mi lista de “por leer” al de “léidos”. Se trata del libro de José Antonio Marina “Por qué soy cristiano” (Anagrama, 2005). El título es, evidentemente, un giño al célebre “Por qué no soy cristiano” de Bertrand Russell (obra de imprescindible lectura). Marina renuncia de entrada a lo que denomina “la explicación gnóstica”, esto es, la pretensión de la religión de instituirse en una forma de conocimiento objetiva de la realidad (a ver si algunos toman ejemplo y zanjamos este tema ya de una vez). Apuesta por una perspectiva moral, en una línea claramente kantiana. El cristianismo lo entiende como una experiencia interna, inserto en una tradición milenaria, claro está, pero crítica y distanciada de su institucionalización. Un concepto clave resulta ser el de la “búsqueda del Reino”, cosa que Marina entiende como la búsqueda de la justicia. Dios es básicamente la idea del Bien. En su realización consistiría el ser cristiano. El mandato fundamental no sería otro que la caridad (cosa en la que coincide al final con Váttimo). Su postura tendría el efecto de ser un mínimo común denominador a todas las religiones por lo que posibilitaría el tan ansiado por algunos diálogo ecuménico. Al final, quizás como una manera de blindarse ante la crítica previsible, reconoce que ésta no es sino la apuesta personal del autor porque “no quiero expulsar de mi mundo la religión” (pag 142). Aunque uno pueda sentirse muy alejado de algunos postulados da gusto poder leer opúsculos como éste.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Acción solidaria (5) Un pacto de amor

Acabo de terminar “Un pacto de amor” de Anna Ferrer (Espasa, 2009), las memorias de la esposa del recientemente fallecido Vicente Ferrer. Aunque era un libro que Anna Ferrer venía escribiendo desde hacía tiempo, quizás acuciada por la larga enfermedad de su marido, su publicación coincidió prácticamente con la desaparición de este campeón de la solidaridad. Anna Perry, una joven inglesa emprende junto a su hermano en 1963 un viaje alrededor del mundo. Una de esas aventuras iniciáticas que tanto gustan a los europeos. El largo periplo termina en La India, donde Anna tiene que buscar trabajo durante una temporada. Su trabajo en una revista local le lleva a entrevistar a un polémico misionero español que estaba siendo acosado por las autoridades indias. Es en ese momento cuando sus vidas se entrecruzan y ya no vuelven a separarse. El libro es al mismo tiempo el relato de un pacto de amor y del desarrollo de los distintos proyectos y de la Fundación que es hoy en día un referente mundial de la cooperación. El libro refleja la extraordinaria personalidad de Vicente Ferrer. Sólo una persona entregada a la causa de los más desfavorecidos puede ser capaz de crear una obra tan ingente y no sin sortear tremendas dificultades. Su muerte también arrancó algunas críticas. Había quien quería ver un culto a la personalidad, una nueva forma de colonialismo o de endiosamiento en la reacción de las multitudes que se acercaban a despedir los restos de Vicente. Quizás nuestro problema es que, como decía Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento”. Las palabras nos atan. En cualquier caso, uno no puede sentir una cierta sensación de empequeñecimiento frente a la obra de personas como Vicente Ferrer.

martes, 22 de septiembre de 2009

Pasión por la música (4) Sinfonía nº 2 de Mahler

Hace doce años, en septiembre de 1997, tuve la primera y más intensa ocasión de participar en un proyecto sinfónico – coral de la mayor magnitud. Se trataba nada más y nada menos que de la Sinfonía nº 2 “Resurrección” de Gustav Mahler. Al frente de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, que ya entonces era y es una de las mejores formaciones de España, y conjuntamente con la Orquesta Sinfónica de Galicia, se encontraba Víctor Pablo Pérez. Por la parte coral el Polifónico de la Universidad de La Laguna y la Coral Reyes Bartlet de Puerto de la Cruz. Entre unos y otros habría casi 300 personas que abarrotaban el escenario colocado al efecto en el Recinto Ferial de Tenerife. Como todo el mundo sabe, esta sinfonía incluye un quinto movimiento sinfónico coral con la intervención además de una soprano solista (en este caso a cargo de la ya por entonces consagrada María Bayo) y de una contraalto (Cornelia Kallisch).
Acababa de llegar a la Reyes Bartlet y tuve la ocasión de besar el cielo. ¡Participar de un proyecto semejante! Aunque no fuera sino la centésima parte de una masa coral suponía una experiencia única. Los ensayos iniciales en la propia coral fueron muy intensos. Aparte de la ya de por si tremendamente exigente partitura, con tesituras vocales extremas, había que perfeccionar al máximo la dicción del alemán. Mi pasión por Mahler, y particularmente por esta Sinfonía, me llevó a acompañar el periodo de ensayos con la lectura de la biografía de Mahler escrita por su discípulo Bruno Walter. Una experiencia irrepetible. Después del vapuleo en los ensayos corales, especialmente intenso para un aficionado recién llegado como era mi caso, pasamos al trabajo directo con Víctor Pablo. Muchos habríamos pagado por tener esta experiencia. En esa ocasión, y en otros proyectos posteriores, Víctor Pablo Pérez, responsable de haber colocado la OST al nivel del que goza actualmente, me pareció un director tremendamente sobrio y al mismo tiempo exigente. Procuraba poner toda mi atención para no perderme ninguna de sus indicaciones, sobre todo en aquellas en las que aportaba su visión musical de la obra. Esa austeridad en los ensayos se transformaba luego en el concierto en un torrente de expresividad y efectismo. Esta obra, monumental en sí misma, se prestaba a ciertos recursos extras, como los de colocar a una sección de metales fuera del escenario para hacer un efecto de eco o por el extraordinario papel de la percusión en algunos momentos fundamentales. Cuando se produjo la fusión de la parte coral e instrumental en los últimos ensayos previos al concierto el cúmulo de sensaciones musicales ya era apabullante. Para un neófito como yo compartir escenario con estos músicos súper profesionales era un auténtico lujo.
El día del concierto el Recinto Ferial estaba abarrotado. Indudablemente se trataba del acontecimiento musical del año en la isla. En esta obra el coro tiene una corta pero intensa intervención en el último movimiento. Mientras tanto y durante más de una hora ha de permanecer sentado asistiendo al desarrollo instrumental de la orquesta. Cuando al final llega su turno empieza con un triple pianísimo cantando el célebre pasaje “Aufersteh’n, ja aufersteh’n wirst du…” Esta es una parte extremadamente delicada. Cualquier salida de tono o de volumen de un coralista, cualquier pérdida de tensión, puede echar abajo todo el trabajo colectivo. Mi sentido de la responsabilidad, un tanto patológica en este caso, me impedía callarme durante este pasaje, cosa que hubiera sido lo más sensato. El desarrollo de este 5º movimiento va en un continuo crescendo y termina justamente al contrario de cómo empieza: con un triple fortísimo en el que se termina echando la bilis. Para un humilde barítono como era mi caso resultaba casi imposible llegar a determinada tesituras, sobre todo en lo graves.
Al final acabé extenuado pero feliz. Fue mi primera experiencia de este tipo, y como un primer amor, jamás se olvida. Desde entonces me auto regalo de vez en cuando alguna audición a oscuras en mi propia casa de la 2ª Sinfonía de Mahler en la que no puedo dejar de evocar aquella sensación de “estar dentro” de la obra.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Arte a todas horas (4) Gustav Klimt y la Filosofía

Entre las grandes conmemoraciones de este año una, quizás más modesta, ha pasado desapercibida: los 100 años de “El beso”, el lienzo más famoso del pintor austriaco Gustav Klimt (1862-1918). Tanto la obra de Klimt como su propia vida resultaban enormemente fascinantes. Su gran magnetismo sexual se refleja, sobre todo, en sus retratos de mujeres. En “El beso” aparece con su amante Emilie Flöge, al parecer la mujer con la que tuvo una relación más duradera. Llama la atención de Klimt su estilo abigarrado, fruto de un auténtico “horror vacui” y claro exponente del estilo “Secesión vienés”. Quizás, como ha ocurrido con la obra de Van Gogh, la reproducción masiva de sus cuadros, habituales en salones, dormitorios y cafeterías de la más variada índole, haya producido una cierta e inmerecida saturación.
Sin embargo, de lo que quiero tratar brevemente aquí es de una de sus obras desaparecida. Se trata un friso por encargo para la decoración del Aula Magna de la Universidad de Viena. El pintor debía realizar una serie de alegorías representando a las tres facultades de esta universidad: la Filosofía, La Medicina y la Jurisprudencia. En 1899 está listo ya el boceto del primero de los cuadros, “La Filosofía”. Aunque había obtenido una favorable acogida en una exhibición previa en París el resultado final escandalizó a los próceres de la universidad y a gran parte de la sociedad vienesa bien pensante. Aunque el estilo de Klimt era ya muy conocido y valorado no dejaba de resultar excesivamente heterodoxo desde la perspectiva académica. En el friso un grupo de personas desnudas ascienden (o descienden) sin control como en un torbellino. Bajo la influencia de Schopenhauer y Nietzsche, Klimt afirmaba el lado pulsional, erótico y desconcertante de la existencia. Iguales principios inspiraban al resto de los frisos. Klimt fue descalificado como pornógrafo y pervertido. Al final, en medio del escándalo, la universidad desistió de instalar los frisos. Estas obras tuvieron un triste destino. “La Filosofía” fue comprada por el industrial August Lederer. Años después, en plena Segunda Guerra Mundial, fue enviada al sur de Austria, al Palacio Immendorf, con el objeto de protegerla. Pero desgraciadamente, en mayo de 1945 tropas de la SS en retirada quemaron el palacio. De este cuadro sólo se conserva alguna vieja fotografía en blanco y negro. Hoy, si aquellos académicos universitarios no hubieran sido tan rancios o si el lugar de refugio de la obra hubiera sido otro y más afortunado, dispondríamos de una de las más bellas alegorías de la Filosofía.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El impertinente (7) La educación invisible

Mi último artículo en Tangentes trata, por razones de calendario, sobre esta educación que nos quita, por lo menos a algunos, el sueño.

Ahora que comienza de nuevo el curso escolar podremos seguir asistiendo al progresivo abandono de la educación pública. Sumaremos un capítulo más ante el desinterés general. Habrá nuevas deserciones y desandaremos un poco más el camino. El grado de invisibilidad del mundo educativo, de sus problemas y demandas, de sus logros y aspiraciones, ha llegado a cotas alarmantes. Pero ¿es que queda alguien por ahí?
Las clases altas hace tiempo que mantienen a sus hijos en una burbuja educativa, alejada de toda inconveniencia y contaminación, atrincherados en los muy escasos y exclusivos colegios privados. Las élites son las élites, aquí y en Pekín. Las clases medias (permítaseme utilizar esta terminología clásica) han querido seguir en los últimos años el mismo camino. Vaya por delante mi respeto hacia las libres decisiones del personal, pero la idea de que gastarse un dineral en la educación de los vástagos o meterlos en un centro concertado (gratuito pero menos) es un signo de preocupación y distinción social, que garantiza una mejor educación, parece haber calado hondo con los efectos que eso tiene. El principal de ellos es que paralelamente la educación pública termina por quedar relegada a una función meramente asistencial, destinada sobre todo, a las clases humildes y carentes de recursos. Aun siendo esta función noble y necesaria, esto acaba con el sueño afrancesado de una educación igualitaria y universal, basada en la igualdad de oportunidades, en la superación de las limitaciones de partida y cuyo principal objetivo era la construcción de una ciudadanía democrática. Ahora, con esto de la crisis, parece que hay un cierto retorno a la escuela pública, un retorno forzado y a regañadientes, pero el daño ya está hecho. Bonito sueño que hemos dejado en el cajón, como tantos otros.
Una vez resuelto dónde dejar a mi niño, con sus permanencias y actividades por las tardes, con sus muchas tareas y actividades para que esté convenientemente entretenido, al resto que le den. No es de extrañar, por tanto, que la educación ocupe un puesto significativamente bajo entre las preocupaciones de los canarios, tal y como reflejan las encuestas. ¿Es que tenemos un sistema educativo a la finlandesa con el que podemos sentirnos tranquilos? No parece. Hace poco un titular de prensa mostraba que casi un tercio del alumnado canario no conseguía obtener el título de educación secundaria. ¿Alguien se ha parado a valorar adecuadamente este dato? Que cada año uno de cada tres alumnos canarios no tenga una titulación educativa mínima, sumado al montante histórico acumulado de personas con baja o ninguna titulación, proporciona un retrato cuando menos desalentador de estas islas. ¿Dónde está el clamor popular? ¿Alguien exige responsabilidades? Claro que la liga de fútbol comienza pronto y al final el niño ya encontrará un enchufillo donde trabajar. Siempre está el taller o la peluquería de la familia para salir del paso, sobre todo ahora que la construcción ya no da para más.
La educación se ha vuelto invisible. Es un tránsito más por el que hay que pasar, como la primera comunión o la primera nintendo. De ella sólo esperamos que no nos dé problemas y nos los resuelva todos. Pasar por el centro o participar en la vida del mismo ocupa probablemente el último lugar en la lista de prioridades. Al contrario, si no me llaman es que todo va bien. Conocer el proyecto educativo del centro, integrar una asociación de padres y madres o aportar alguna iniciativa de mejora es como pedirles a los ya de por sí angustiados padres que además tienen que escalar el K2 ¿Qué hay conflictos en el mundo educativo? Bueno, eso es cosa de ellos. Yo también tengo los míos. El problema es que la educación es algo demasiado importante como para dejarlo en manos únicamente de los políticos, más preocupados por la foto de hoy que por los logros del mañana. Una ciudadanía sin un nivel educativo adecuado presupone una sociedad inviable, una sociedad sin futuro. Y en esas estamos.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El catalejo (5) Conspiraciones

No sé si fue influencia, en su momento, de Expediente X pero eso de las tesis conspiratorias hay que reconocer que enganchan. Bueno, ahora que recuerdo ya pecaba con catorce años leyendo libros de Erich von Daniken, quien afirmaba, entre otras cosas, que la Tierra había sido visitada por extraterrestres en el pasado. No lo repita usted en su casa. Ya nos avisaba Kant de esa disposición del hombre hacia la metafísica. Con los fastos del 40 aniversario de la llegada del hombre a La Luna me aboné, por ver qué se siente, a las tesis conspiratorias. Mi abuela era de las que nunca se creyó eso de que un cohete con unos astronautas a bordo hubieran dejado su huella en nuestro satélite. De lo único que estaba segura era de que eso salía en la televisión. Mi abuela, sin saberlo, era una tremenda escéptica. Terminé hace unas semanas un libro de José Lesta, Conspiración en la Luna (Aguilar 2007) que repasa el amplio repertorio de leyendas y tesis alucinatorias (nunca mejor dicho) que se han ido sucediendo a lo largo de estos años (muy recomendable como lectura de piscina). Entre otras la de que la Luna, en realidad, sería un satélite artificial anclado en torno a la Tierra por una civilización extraterrestre con no se sabe qué oscuro propósito. Por supuesto repasa todas las hipótesis que desmontarían la proeza norteamericana o la de aquellos que sin negarla sostienen que no se no ha dado toda la información disponible (léase supuestos avistamientos ovni y otras sorpresas inquietantes). Por cierto, si quieren pasar un rato verdaderamente divertido no dejen de ver la película “La gran sorpresa”, una película de 1964 basada en un relato de H.G.Wells sobre una imaginaria visita de un cohete espacial decimonónico y su encuentro con los selenitas. Desternillante (y conspiradora, oiga). Esta movida se ha convertido en una industria que mueve millones. Va desde los que afirman que el difunto Michael Jackson era, en realidad, un extraterrestre; la legión de los que sostienen que Elvis no está muerto, que Jesucristo no murió en la Cruz sino que emigró a Cachemira o que Juanito Valderrama cantaba con un doble. Haga usted su propia lista de conspiraciones y escoja su favorita.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Filosofía de la Mañana (4) Una religión postmoderna

En mis cada vez más lejanos años de facultad, a finales de los años 80, en unos tiempos todavía bastantes ideológicos, que a uno lo calificaran de ‘postmoderno’ era una especie de desgracia. Era también la época del ‘fin de la Historia’, del ‘fin de la Física’, del ‘fin de la Filosofía’… El derrumbamiento del bloque soviético auguraba un nuevo capítulo de la Historia. El ‘pensiero debole’ que llegaba de Italia se aliaba con el desencanto postmoderno. Aunque había que decirlo con la boca pequeña a mí siempre me interesó este tema. Recuerdo, en este sentido, como una lectura iniciática “La condición postmoderna” de Lyotard o “El sujeto y la máscara” de Vattimo. Parece que la marea postmoderna ha ido remitiendo pero siempre he procurado estar al tanto de las novedades.
Acabo de terminar “El futuro de la Religión”, de Richard Rorty y Gianni Váttimo, (Paidós, 2006). El libro se compone de una introducción, de título ilustrativo, “Una religión sin teístas ni ateos”, a cargo de Santiago Zabala y dos conferencias impartidas por Richard Rorty, “Anticlericalismo y ateísmo”, y por Gianni Vattimo, “La edad de la interpretación”. Cierra este volumen un diálogo promovido por el mismo Zabala en el que los dos filósofos citados discuten en torno a la pregunta “¿cuál es el futuro de la religión después de la metafísica?”.
La tesis de Rorty podríamos resumirla en que a estas alturas ya no quedan demasiadas razones para declararse ateo desde el momento en que terminamos por aceptar que la religión, y la idea de Dios, es un asunto privado. Sin embargo, sí habría motivos para un cierto anticlericalismo mientras las jerarquías eclesiásticas pretendan disfrutar de una relación privilegiada con la Verdad y una indiscutida superioridad en el plano moral y en el diálogo social. Rorty desliza, además, lo que podríamos considerar una especie de declaración de intenciones: “Mi sentido de lo sagrado, en la medida en que lo tenga, está relacionado con la esperanza de que algún día, en algún milenio indeterminado, mis descendientes remotos podrán vivir en una civilización globalizada en la que el amor será, con mucho, la única ley. En tal sociedad la comunicación estará libre de cualquier comunicación estará libre de cualquier dominación, las clases y castas serán desconocidas, la jerarquía será un asunto de conveniencia pragmática temporal y el poder estará a entera disposición del libre acuerdo de un electorado culto y bien informado” (pag 62-63). Rorty, heredero del pragmatismo americano y fallecido en 2007, era un filósofo que levantaba ampollas en ciertos sectores al considerar el lenguaje filosófico como un tipo más de género literario.
Vattimo, por su parte, que admite una cierta herencia cristiana en lo personal, parte del conocido planteamiento nietzscheano “no hay hechos, sólo interpretaciones” (admitiendo incluso que esto es una interpretación más) para reivindicar un nuevo acercamiento a la religión como una opción personal centrada en la idea de salvación como caridad y encuentro con los demás.
Después del fin de la metafísica lo que queda es un mundo de posibilidades, entre ellas una relación con lo espiritual sin pretensiones de objetividad ni universalidad y por tanto desprovistas del impulso de violencia que ha caracterizado normalmente a las religiones institucionalizadas. En cualquier caso, es una buena escusa para seguir dialogando.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El cazador de libros (6) Librerías de viejo.

(Dedicado a wraitlito, Gran Maestre de la Orden del Libro).
Lo más parecido al Nirvana que existe para mí es perderme durante unas horas, y con suficiente saldo en la tarjeta de débito, en una librería de viejo. El principal inconveniente para alcanzar tal grado de plenitud es que esta isla de Tenerife, tan “paradisiaca” para algunas cosas, está desprovista de este recurso fundamental. Existe una librería de segunda mano en La Laguna ¡pero no es exactamente lo mismo, oiga! Y si en algún lugar de la geografía insular hay alguna por favor no tarden en colgar un comentario.
Mi primer contacto con estas cuevas de Aladino fue hace unos 20 años con la Librería Vetusta de Santiago de Compostela. Me saqué una fotografía mientras adquiría ¡un libro de Filosofía Portuguesa! –tal era el grado de emoción. El libro, “O problema da Filosofía portuguesa” de 1942, por supuesto, nunca me lo leí; nunca llegué a saber cuál sería el problema que la Filosofía Portuguesa podría tener en aquella época tan convulsa pero lo conservo con un enorme cariño. A partir de ese momento siempre he procurado incluir en mis viajes a la Península dos ingredientes imprescindibles: una catedral gótica y una (o dos) librerías de viejo. Dos cosas de las que carecemos por aquí.
Guardo un grato recuerdo también de la librería de viejo que se encuentra en el primer piso de la pensión en la que vivió Antonio Machado en su época segoviana. En ella adquirí una pequeña crónica de 1954 de las andanzas del Padre Anchieta por el Brasil durante el siglo XVI. Es una librería de viejo genuina: llena de pilas de libros amontonados, sin orden ni concierto, entre nubes de ácaros. La gloria. La posterior visita a la actual casa-museo del escritor en pleno casco histórico de Segovia pone la guinda del pastel. En una librería del casco antiguo de Girona, cuyo nombre no recuerdo, compré el que hasta ahora es el libro más antiguo de mi biblioteca. Se trata de una crónica del Sitio de Zaragoza de 1898. Ya sé que es una fecha modesta en realidad pero quien suscribe nunca heredó una biblioteca familiar con regios y añejos volúmenes ni tuvo la posibilidad de conseguir solera documental a golpe de talonario. En París algunos de mis mejores momentos los he pasado sin lugar a dudas en los “bouquinistes” del Sena, aunque dicen los veteranos que ya no son ni sombra de lo que eran. En ellos siempre terminé comprando algunos ejemplares de “Les Temps Modernes”, aunque tampoco sé francés. Reconozco que esto es auténtico fetichismo libresco. En mi última estancia en la península, en la señorial Toledo, hice varias visitas a la que creo que es la única librería de viejo que queda en el casco: la Librería Anticuaria Balaguer, situada frente a la Puerta del Llano de la Catedral. Se trata de una librería sorprendentemente organizada para lo que suele ser habitual en el género. Más bien tirando a pequeña, en plan delicatesen. En ella compré un libro de Wherner von Braun, “Primer Viaje a la Luna”, donde el as de la misilística, tan nazi y tan televisivo él, anticipa en una década la llegada a nuestro satélite. También compré una crónica de 1941 del viaje de la fragata Numancia a través del mundo en 1865 (el libro resultó un tostón) y un ejemplar titulado “La epopeya del Alcázar de Toledo” de 1937. Se trata de un clarísimo ejemplo de propaganda política del incipiente régimen franquista en la que aún en plena guerra trata de exprimir el éxito del episodio del Alcázar (en alguna entrega posterior explicaré mi interés por las técnicas de propaganda política y el enmascaramiento ideológico). Sin que sea propiamente una librería de viejo no me resisto a comentar mi maravillosa visita a la Librería Judaica “Casa de Jacob” también en Toledo. Uno se sumerge en este local en un ambiente auténticamente judío, a un paso de las antiguas sinagogas toledanas. Tienen una pequeña sección dedicada a la Shoa y en ella compré “En el corazón del infierno” (Anthropos, 2008), el estremecedor relato escrito por Zalmen Gradowski, miembro de un “Sonderkommando” (prisioneros encargados de transportar a los cadáveres a las cámaras de gas, entre otras atroces tareas) quien ocultó sus escritos cerca de un crematorio antes de ser asesinado.
En estos tiempos en los que asistimos (algunos con pavor) a lo que parece el incipiente despegue del libro electrónico, en los que encontrar ya una librería tradicional se ha convertido en algo parecido a “encontrar a Wally”, las librerías de viejo son las primeras en desaparecer, un moderno dodó a punto de dejarnos para siempre. Así que no estaría mal elaborar algún Atlas de las Librería de Viejo en España, declararlas BIC, introducirlas en los museos y ponerles una escolta de alabarderos.

martes, 1 de septiembre de 2009

II Guerra Mundial (4) 70 aniversario

A menudo me he preguntado cómo yo, objetor de conciencia y pacifista a tiempo completo, he desarrollado un interés tan acusado por el estudio de la II Guerra Mundial. ¿Un ejemplo más de una personalidad contradictoria? Podría ser. Pero también encuentro muchos y relevantes motivos: el estudio de los antecedentes políticos y económicos que desencadenaron la guerra, la formación de los estados totalitarios, la calidad de la respuesta de los estados democráticos, el poder de la propaganda, la oposición entre la exigencias del Estado y el individuo, la utilización de armamento e iniciativas de destrucción masiva (bombardeo indiscriminado de ciudades, Hiroshima…), la estigmatización étnica (judíos, eslavos…), el papel determinante o no de “líderes carismáticos”, la quiebra del humanismo y la encarnación del “mal absoluto” que supusieron los campos de exterminio, la idea de “crímenes contra la humanidad” y las consideraciones ético-jurídica que conlleva, y un buen etc. La II Guerra Mundial es la frontera entre un viejo y un nuevo mundo. El interés que sigue despertando (mayor incluso que en décadas pasadas) se refleja en el gran número de publicaciones que inundan las librerías, muchas de ellas con nuevas perspectivas avaladas por la apertura, sobre todo, de los archivos soviéticos. Y, sobre todo, por aquello de no caer una y mil veces en la misma piedra.
Esta imagen de los soldados alemanes levantando una barrera fronteriza polaca en el amanecer del 1 de septiembre de 1939 es un icono más del siglo XX. Seguramente ninguno de estos soldados sabía la magnitud de lo que se desencadenaría a continuación. Han pasado ya 70 años y aún nos preguntamos sobre si fue una guerra inevitable y sobre el mundo que nos legó.
He de reconocer también que me encanta esto de los aniversarios. Aún recuerdo y conservo muchas cosas de todo lo que se publicó en el 50 aniversario (fecha auténticamente redonda). Acabamos de celebrar los 40 años de la llegada del hombre a La Luna, el año Darwin o tantas otras a nivel local. Estas conmemoraciones son una excusa para una nueva lluvia de publicaciones, exposiciones y actos de diversa índole en las que siempre se cuela algún material de lo más interesante. Bienvenidos sean la mayoría de ellos, qué quieren que les diga.