viernes, 30 de marzo de 2012

Solo absurdo

¿Hay algún motivo para hacer alguna cosa?, ¿no será este gran teatro del mundo un puro engaño?, ¿una gran manifestación de fuegos fatuos? Es posible que a lo largo de nuestras vidas empleemos unas inmensas energías en tareas propias de un Sísifo. ¿Con qué propósito? ¿Por qué no abandonar el tren de una vez y dejar que ese mundo absurdo descarrile por sí solo? ¿Con qué intención la evolución nos dotó de conciencia? ¿Acaso no están los animales más cerca de la felicidad que nosotros? ¿Realmente hemos inventado algo que valga la pena, que nos haga inmunes al dolor y al sufrimiento? En el fondo las palabras son una cárcel de oro, un ejercicio tramposo, lleno de ocultación y disimulo. El viejo Gorgias tenía razón: “nada existe, si algo existiera sería incognoscible, si fuera cognoscible sería incomunicable”. Nos hemos pasado un tiempo infinito intentando rebatir esta tesis, pretendiendo que en los intersticios de la existencia se encuentran bellos y nobles motivos para seguir tirando del carro del heno. Una buena idea sería hacer uso de una cómoda butaca, en el primer anfiteatro, y disponerse a una interminable sesión de carcajadas. Como espectadores de la función podríamos empezar a pontificar: “¡Mira cómo se esfuerza en esto o aquello!, ¿crees que conseguirás algo de ese modo, pedazo de bellota?”. Querido amigo: nada de lo que hagas te apartará un ápice de tu destino final. Aparte de una palmadita en la espalda ningún cambio sustancial va a ocurrir, nada que de verdad valga la pena. Es más: eres perfectamente prescindible (deseablemente prescindible). Solo cuando tomes conciencia de ello estarás un paso más cerca de los arcanos de la existencia y dejarás, por fin, de hacer el tonto creyéndote un novamás. Al final va a ser cierto eso de que el sufrimiento está en sentir, lo cual es lógico, porque sufrir es una forma de sentir. Así que lo siento por tí, amigo Nietszche, pero te vas a quedar solo a este paso. Eso de embellecer las pasiones tiene cada vez menos gracia. Mejor habría que meter la tijera de podar y hacer una buena escabechina en este bosque de lianas infecto. Despejar y clarificar. Mientras, sigamos disimulando. Hagamos creer a todo el mundo que hay motivos para seguir luchando. Para seguir esperando a Godot.

domingo, 25 de marzo de 2012

Manifiesto contra los indiferentes

Tú, que miras para otra parte cuando la cosa pinta mal; tú, que empleas unas tremendas energías en justificar tu indolencia; tú, que crees que las cosas se arreglan solas y que nada te va a pasar. Siento decirte que eres la misma carne de cañón que cualquier otro. Lamento comunicarte que nadie acudirá en tu auxilio cuando también te toque ser sacrificado en el altar insaciable de los poderosos. Tu patetismo no será un eximente en el mundo que está por venir. Te quedarás sin argumentos, a no ser que tires de una mezcla de fatalismo y nihilismo de alta graduación etílica. Tu cómoda posición de hoy en el anonimato de los pusilánimes se tornará más pronto que tarde en los aullidos propios del próximo San Martín de los cerdos. Tu indiferencia te hace culpable porque, al contrario de lo que piensas, tu elección ética no te atañe a ti solo, nos metes a todos en el mismo saco en el que habitas. Tu crónica minoría de edad no te exonera de la inminente picadora de carne (fabricada, eso sí, en China). Diré que prefiero casi al convencido de la biblia neoliberal que al que permanece impertérrito en la terraza del bar mientras los últimos mohicanos agitan las pancartas contra la invasión de las petroleras, la vuelta a la condición de semiesclavitud que nos trae la Reforma Laboral o contra la destrucción del medio ambiente. Tu estupidez y tu ignorancia no ocultan tu responsabilidad frente a los que están por venir. Tu estado larvario es el alimento de las avispas pero el caso es que estas no se contentan con tu carne grasa. Vienen esta vez a por todo y a por todas. Tu falta de memoria histórica (ya sé que es pedir demasiado) es un insulto a la inteligencia (en realidad todo tú eres un insulto a la inteligencia). Por mucho que pretendas escudarte en una o dos ideas, que defiendes con aparente ardor, la realidad es que eso no es sino la cháchara de la cigarra. Es una pena que la historia no reparta hostias al final del partido porque te las merecerías todas.

lunes, 19 de marzo de 2012

Petro islas.

La reciente autorización por parte del Estado a las prospecciones petrolíferas en Canarias viene a reforzar la sensación de que no somos 'na'. Partiendo de la base de que la cosa del petróleo a alentado guerras sin cuartel y sostiene a dictaduras de medio mundo, ¿qué influencia iba a tener la población de un pequeño archipiélago atlántico que mira con horror la posibilidad de que su línea de horizonte termine adornada con tremendas plataformas y sus costas inundadas de chapapote? Estas cosas se deciden en los consejos de administración de las petroleras (que es tanto como decir en el consejo de ministros) y punto. Siempre saldrá luego algún articulista a sueldo en los medios señalando la supuesta contradicción de que quienes se oponen a estas cosas se desplacen luego en coche, utilicen plásticos por toneladas, enciendan una bombilla  y consuman todo tipo de derivados del petróleo. Como si para denunciar este desaguisado uno tuviera que vivir como un mormón en el siglo XVIII. La cuestión de fondo es que ya es hora de plantearse seriamente un cambio de modelo energético apostando por la única opción viable y sostenible: las energías renovables. Lo cierto es que esa revolución energética a la que estamos abocados, dada la fecha de caducidad del combustible fósil, supondrá una alteración significativa de nuestro modelo de vida. Si descartamos, por razones obvias (recordemos Fukushima), la energía nuclear no nos va a quedar más remedio que empezar a encarar el fin de la era del crecimiento y la producción ilimitada. De paso le haremos un favor al planeta y, lo que es más importante, a nosotros mismos. Claro que esto es una anatema para quienes viven del corto plazo y no ven más allá de la cuenta de resultados y la revalorización de las acciones en la bolsa.
Mientras tanto, la ciudadanía de estas islas debe dejar de mirar para otro lado en este y otros tantos temas y pensar, por una vez, en que nuestros intereses no tienen porqué ser los de Repsol o quien se tercie. Los riesgos y el escaso beneficio para estas islas de esta aventura petrolífera demandan una respuesta contundente por parte de las gentes de este país. El cúmulo de agresiones, reales y potenciales, sobre nuestro territorio es tal que estamos hipotecando el futuro de las generaciones venideras. Como teníamos poco con los proyectos ferroviarios, las redes de autopistas, los macropuertos, torretas de alta tensión por aquí y por allá, los planes generales de (des)ordenación, los Tindayas y otros muchos etcéteras ahora nos toca más piche. Todo esto supone un factor de carga sobre las islas tan desproporcionado que, paradójicamente, nos acerca más a un previsible colapso que a la tan esperada solución de todos nuestros problemas. Defender, por tanto, la integridad medioambiental de estas islas supone una apuesta ética que va más allá del aquí y ahora. Es lo que toca, people.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Pisa nos pisa

Por fin se hizo la luz y pudimos conocer las conclusiones del informe PISA encargado para Canarias por la anterior consejera de educación y hoy vicepresidenta de no sé qué ZEC (lo de ser un político profesional tiene estas cosas). Como no podía ser de otra manera, este informe financiado con dinero público viene a ser un calco de las posturas de nuestra anterior mandamás y las conclusiones, bien aireadas por la prensa, vuelven a ponernos a los docentes a los pies de los caballos. Eso de los informes de sesudos expertos que manejan una infinidad de variables que se nos escapan a los obreros de la cosa educativa viste mucho. Sirve además como argumento de autoridad frente a quienes viven aplicados a ver por dónde se puede seguir metiendo tijera al sistema para cumplir con los objetivos de déficit y otras zarandajas propias de la obsesión economicista que le ha entrado últimamente a todo el mundo. De nuevo, ese esperadísimo informe ha sido recibido con una mezcla de hastío e indiferencia, cuando no con abierta hilaridad, en la mayor parte de los centros educativos. En mi centro, esta mañana, a algunos se nos ocurrió la idea de agradecerles los esfuerzos prestados al sistema educativo por esta distinguida delegación de expertos con el envío, convenientemente empaquetado y con un buen lazo de color verde, de uno de nuestros alumnos sociópatas con el que nadie sabe qué carajo hacer. Estaríamos encantados de que tanto experto en la materia nos alumbre las claves para poder trabajar con algún que otro chico al que es imposible mantener veinte minutos entre las paredes del aula y con el que nadie encuentra la manera de mantener una conversación mínimanente civilizada. Seguramente esto nos pasa porque estamos excesivamente bien pagados, nos pasamos la mayor parte del año debajo de una tumbona y somos una casta de funcionarios privilegiados y acomodados. Estos señores, verdaderas autoridades en la materia, en connivencia con nuestra casta político-educativa, deberían darse una vueltita de vez en cuando por la caverna y ayudarnos a liberarnos con una buena cizalla de las cadenas de nuestra ignorancia.
Dicho esto, todos tenemos claro que nuestro sistema educativo adolece de numerosos problemas y de los cuales los docentes tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Pero esto no es de extrañar en la medida en que nuestras queridas Islas Canarias, Jardín de las Hespérides, vergel de carácter sin par y todo eso, es un pequeño desastre económico y social. Por tanto, ¿qué esperaban?, ¿un sistema educativo finlandés en el país de Paulino Rivero? Hace falta ponerse las pilas de una vez y desarrollar una política fundamentalmente de carácter social que evite que los centros educativos públicos se conviertan en meras sucursales de las concejalías de servicios sociales de los ayuntamientos, un sistema de acceso a la docencia efectivo, ligado a un perfil y a una carrera profesional realista y sobre todo una mayor conciencia social del carácter estratégico de la educación pública. Y sobre estas premisas desarrollar un plan de acción a largo plazo y con altura de miras y, sobre todo, consensuado por todos los agentes educativos. Estas cosas, que son objetos de conversación todos los días en las cafeterías de los centros, al menos entre algún que otro despistado, son absolutamente obvias. Tanto que resulta casi ofensivo que tengan que encargarse informes europeos para empezar a enderezar el edificio. En fin, todo esto es muy de aquí, no cabe duda.

lunes, 12 de marzo de 2012

El final de la ciudadanía

Hace unos años se puso de moda en esa cosa llamada 'círculos académicos' una obsesión por el 'final de'. Se hablaba del 'final de la Historia', el 'final del Arte' e, incluso, del 'final de la Ciencia'. Habíamos llegado, se pensaba, a un estadio de la civilización en el que estaba todo a punto de finiquitarse en un placentero parque temático global. Hemos visto, sin embargo, que la cosa no era para tanto. Aún queda mucho por dilucidar en todos los órdenes de la existencia humana. Sin embargo, hay quienes, no sin sobradas razones, apuntan ahora a un nuevo “final de”. Se trata del 'final de la ciudadanía'. ¿Qué pasa con esto?
El concepto de 'ciudadanía' es un afortunado invento contemporáneo. Está ligado a las luchas contra los absolutismos políticos y se opone al concepto de 'súbdito'. Al súbdito solo le cabe obedecer a una autoridad superior y esperar algo de su gracia. El ciudadano, sin embargo, está sujeto al derecho y encuentra su plenitud y su sentido en un marco democrático. Pues bien, en el actual contexto social y económico comprobamos cómo la condición ciudadana está siendo sustituida por una nueva forma de sumisión de una manera harto disimulada pero no menos peligrosa. Se nos hace creer que cumplir con la cita electoral de turno es la máxima expresión de nuestra soberanía. Pero a poco que nos detengamos a pensar empezamos a darnos cuenta de la gigantesca estafa en la que estamos metidos hasta las cejas. En primer lugar, las opciones políticas con posibilidades reales de gobierno son todas ellas, más allá de la habilidad de la mercadotecnia para fabricar marcas aparentemente diferenciadas, tan semejantes como una papa y una batata. Terminamos eligiendo entre primos hermanos de tal modo que el núcleo del sistema quede blindado frente a todo cuestionamiento de fondo. Todo queda en familia. Esto es posible gracias a que estas formaciones políticas tienen la capacidad financiera y mediática suficiente para intervenir constantemente en la opinión pública. Y en segundo lugar, las decisiones importantes (las económicas, claro) quedan al margen de la ciudadanía. Son tomadas por individuos y corporaciones que no han sido elegidas por nadie y en consecuencia solo responden a sus intereses particulares.
En el mundo que nos están diseñando la ciudadanía solo juega el papel de un convidado de piedra. Hay que admitir también que el personal en estos años se ha acostumbrado a que les resuelvan la papeleta. Pensamos que el final de la Historia había llegado, de alguna manera, en forma de un plácido abandono a un consumismo sin límites y que para las cuestiones políticas y de gestión ya existe una clase profesional encargada de sacarnos las castañas del fuego (que para eso se les paga y además encima les permitimos que se llenen los bolsillos con trapicheos de todo tipo). No me pidan que haga una huelga (para que encima me descuenten dinero), no me pidan que participe de una manifestación (que me pierdo el partido de fútbol), no me pidan que me posicione frente a este follón que se ha montado -dicen- porque al parecer hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (que es muy aburrido y uno de eso no entiende). ¡Pero que alguien me lo solucione ya que para eso me porto bien y no doy la lata! No en vano hay quien va más lejos y entiende lo que está pasando como una nueva forma de feudalismo. Esto es, a cambio de protección contra los muchos enemigos que nos acechan, el señor feudal exige obediencia completa y una buena tajada del trabajo del siervo. Nuestros señores de turno están dispuestos a ofrecernos algún trabajillo basura a cambio de no morirnos de hambre. Pero en el precio va también el decirle adiós a todas aquellas conquistas sociales y laborales de las últimas décadas que creímos aseguradas in secula seculorum. Vemos, entonces, cómo aquella idea de ciudadanía resulta en este horizonte asiático-medieval un completo estorbo. Pero, en los tiempos que corren, no es cuestión de abolirla lisa y llanamente como haría un nuevo Fernando VII frente a un auditorio gritando aquello de “¡vivan las cadenas!”. Se trata de una cosa más sutil, relacionada con lo que un economista nada sospechoso de extremismo como Joaquín Estefanía ha denominado “la economía del miedo”. Con una población atemorizada frente a los jinetes del apocalipsis desatados por una supuesta crisis (solo entendible por los expertos en la materia, por los gurús que dominan los tecnicismos abstrusos del lenguaje económico) es más fácil aprovechar la coyuntura para eliminar cualquier obstáculo con el fin de que los de siempre continúen llenándose los bolsillos. ¡La ciudadanía ha muerto!, ¡viva la ciudadanía!

sábado, 10 de marzo de 2012

Literaria Glub Teatro

Sé que voy a descubrir el Mediterráneo al poner de relieve las virtudes del teatro en el ámbito escolar. Uno, que es un recién llegado en esto, no puede dejar de sorprenderse al comprobar in situ la enorme cantidad de capacidades (competencias diríamos ahora) que se ponen en práctica, que se desarrollan, cuando nos da por esta aventura loca. Y es una aventura loca porque sabemos, de entrada, que en la organización escolar todo está diseñado desde y para la hora-materia. Cualquier planteamiento transversal tiene difícil encaje. Aún así hay quien se lanza a esta aventura por motivos difíciles de explicitar, sobre todo en estos tiempos huérfanos de amor por la enseñanza - dicho así, en plan cursi. El primero que se me ocurre, y quizás el más importante, es por una noción, antigua y desfasada, de compromiso con la educación, con la autoexigencia de ofrecer al alumnado algo más que el menú del día, convenientemente programado, empaquetado y evaluado. Y ¿qué le lleva a uno a pecar de reincidente?: la impagable satisfacción de ver a un grupo de jóvenes con un enorme chutazo de adrenalina los minutos posteriores a haber dado todo de sí en un escenario frente a un público que les aplaude a rabiar. No se es el mismo al principio del proceso de montaje de una obra que al final. La paulatina construcción de un personaje, la necesidad de dar vida a un texto, el sentido de la responsabilidad que supone participar de un proyecto colectivo, la enorme dosis de creatividad que requiere cada uno de los ensayos, etc. hacen del teatro escolar casi una necesidad.
Todo esto he podido comprobarlo, desde el pasado curso, con este proyecto apasionante y adictivo que es Literaria Glub, el grupo de teatro de mi centro. Ayer tuvimos el estreno de la obra de este curso, “La exposición”, una comedia basada en la inauguración de la exposición surrealista de Tenerife de 1935, a la que acudiera, nada más y nada menos, que André Bretón y Benjamin Peret, con un notable éxito. El mérito de este proyecto se acrecienta si tenemos en cuenta que esta obra está montada a base de cuartos de hora netos en los recreos y algunas tardes extra con bocadillo incluido en el centro. El caso es que no solo el alumnado recordará en el futuro esta experiencia como uno de los momentos destacados de su paso por el instituto sino además uno mismo. Porque esto de ponerse en plan de director teatral supone también toda una experiencia humana y profesional de primer orden. Y para terminar haciendo justicia hay que decir, además, que una empresa de este tipo no es posible sin un centro que lo acoge, una Comisión de Actividades Extraescolares que lo potencia y una vicedirectora, y sin embargo amiga, que lo mima. Muchas gracias a todos los locos de la carretera.

domingo, 4 de marzo de 2012

The Artist

Cuando uno tiene el atrevimiento de mencionar alguna película en blanco y negro en clase el personal no suele reprimir algún gesto espontáneo de desagrado. Si encima es muda  pueden entonces imaginarse el alboroto. Aquellas entrañables películas de los comienzos del séptimo arte resultan una cosa puramente arqueológica para los amantes del cine digital preñado de las últimas virguerías tecnológicas. Y en estas llegó The Artist. En el intento, supongo, de abrir nuevas vías en los trillados caminos de la cinematografía los productores de la cosa decidieron embarcarse en una especie de homenaje al cine mudo. La película tiene su lectura paradójica puesto que, al fin y al cabo, este planteamiento nostálgico y evocador está hecho con los medios propios de una superproducción de nuestro tiempo. La virtud de la película no reside, desde luego, en su guión. Al fin y al cabo se trata de la manida historia del artista de éxito que no supo adaptarse a la apabullante llegada del cine sonoro. Ya hay una abundante y significativa filmografía sobre ello. De hecho, las referencias de esta película a “Cantando bajo la lluvia” son de lo más evidentes y dignas de agradecer para un admirador de Gene Kelly como es uno. El efecto deslumbrante, cautivador, de The Artist reside en cómo lo cuenta. A partir de un planteamiento aparentemente tópico, con personajes de manual, el director Michel Hazanavicius monta todo un espectáculo sonoro (magnífica banda sonora, por cierto) y visual. En primer lugar destacada la acusadísima expresividad sobreactuada de los actores, propia, como no podía ser menos, del género. El ritmo, siempre un punto acelerado, nos zambulle en una historia familiar y quizás por ello inmortal: el paso del tiempo, la gloria siempre pasajera y la promesa del amor redentor. Los dos actores principales, Jean Dujardin y Berenice Bejo, parecen extraídos con pipeta de un film de los años veinte. Magníficos ambos en papeles que les quedan como guantes de seda. La técnica de la película dentro de la película es llevada quizás a su máxima cota y nos hace partícipes de ese juego de múltiples espejos que es al fin y al cabo el cine. Conclusión: la potente industria cultural de masas también es capaz de vez en cuando de ofrecernos alguna obra de arte.