Cuando uno tiene el atrevimiento de mencionar alguna película en blanco y negro en clase el personal no suele reprimir algún gesto espontáneo de desagrado. Si encima es muda pueden entonces imaginarse el alboroto. Aquellas entrañables películas de los comienzos del séptimo arte resultan una cosa puramente arqueológica para los amantes del cine digital preñado de las últimas virguerías tecnológicas. Y en estas llegó The Artist. En el intento, supongo, de abrir nuevas vías en los trillados caminos de la cinematografía los productores de la cosa decidieron embarcarse en una especie de homenaje al cine mudo. La película tiene su lectura paradójica puesto que, al fin y al cabo, este planteamiento nostálgico y evocador está hecho con los medios propios de una superproducción de nuestro tiempo. La virtud de la película no reside, desde luego, en su guión. Al fin y al cabo se trata de la manida historia del artista de éxito que no supo adaptarse a la apabullante llegada del cine sonoro. Ya hay una abundante y significativa filmografía sobre ello. De hecho, las referencias de esta película a “Cantando bajo la lluvia” son de lo más evidentes y dignas de agradecer para un admirador de Gene Kelly como es uno. El efecto deslumbrante, cautivador, de The Artist reside en cómo lo cuenta. A partir de un planteamiento aparentemente tópico, con personajes de manual, el director Michel Hazanavicius monta todo un espectáculo sonoro (magnífica banda sonora, por cierto) y visual. En primer lugar destacada la acusadísima expresividad sobreactuada de los actores, propia, como no podía ser menos, del género. El ritmo, siempre un punto acelerado, nos zambulle en una historia familiar y quizás por ello inmortal: el paso del tiempo, la gloria siempre pasajera y la promesa del amor redentor. Los dos actores principales, Jean Dujardin y Berenice Bejo, parecen extraídos con pipeta de un film de los años veinte. Magníficos ambos en papeles que les quedan como guantes de seda. La técnica de la película dentro de la película es llevada quizás a su máxima cota y nos hace partícipes de ese juego de múltiples espejos que es al fin y al cabo el cine. Conclusión: la potente industria cultural de masas también es capaz de vez en cuando de ofrecernos alguna obra de arte.
Que película tan bonita, tan agradable de ver y disfrutar. Maravillosos los bailes de los protagonistas. Es de esas películas que te dejan un agradable sabor para vivir.
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