“Ajustes” es el tecnicismo de moda en la grey política gobernante para disimular el gran y definitivo hachazo al Estado del Bienestar. La escasa materia gris de esta gente está por completo aplicada en descubrir nuevas argucias para quitar de aquí y de allá. Los porcentajes de endeudamiento, los niveles de déficit, las cuestiones macroeconómicas esconden el día a día de la gente, de los parados, de los desahuciados, de los incontables trabajadores en precario. En un gesto de cinismo sin límites se afirma que estas medidas draconianas (las que se han tomado y las que están por venir) tienen como objetivo precisamente el bienestar futuro de todos. ¿Hay algún ingenuo por ahí que todavía se cree toda esta bazofia propagandística?, ¿queda algún totorota aún que se imagine a los presidentes de los principales bancos de este país, al ministro de economía, a toda esta suerte de ricachones que nos gobiernan, pasando noches de insomnio pensando en las penurias del personal? En este mundo al revés en el que vivimos el parado de larga duración y el mileurista (si todavía tiene la suerte de serlo) sostienen la fusta con la que flagelarse a sí mismo. Porque no otra cosa es votar a quienes te van a dejar seco, a quienes te van a quitar la voz y la dignidad como trabajador, a quienes te van dar romerillo cuando te pongas bastante malito.
El ejemplo de Grecia nos demuestra que esta clase política internacional es capaz de cualquier cosa. Incluso la de sacrificar los mínimos de calidad de vida de un pueblo entero en el altar insaciable de los mercados. Creo que ha llegado, por tanto, la hora de replantearse este sistema de arriba a bajo. Y esto es casi una evidencia porque de esta “crisis” solo se sale de dos maneras: como chinos o como una ciudadanía empoderada, esto es: avanzando hacia una verdadera democracia y hacia un Estado Social. Evidentemente todos los indicios apuntan a la primera de las vías. Así que será mejor que vayamos acostumbrándonos a terminar durmiendo en la empresa que nos haga el infinito favor de contratarnos en unas condiciones casi pre-industriales (vale la pena releer a Dickens en este su año) y vayamos ensayando las mil y una maneras de tener al señorito contento. ¿Ajustes? Una vergüenza, más bien.
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