miércoles, 30 de marzo de 2011

El Cazador de Libros (8) Cómo hablar de los libros que no se han leído

Hace poco terminé de leer un libro singular: “Cómo hablar de los libros que no se han leído”, de Pierre Bayard (Anagrama, 2008). Ya el título nos sitúa frente a un planteamiento en cierto sentido provocador. La idea es que los libros que a uno le rodean no son solo los que uno se ha leído. El universo es mucho más amplio. Bayard incorpora esta idea que, de entrada, podría parecer una impostura. Es imposible leerlo todo, hay que admitirlo. Pero los libros de los que puede comentarse algo son, afortunadamente, muchos más que aquellos que han sido leídos. Hay que tener en cuenta, además, los libros olvidados, aquellos que apenas se han hojeado, los evocados o estudiados. Todo esto forma un corpus que habita en la mente del lector. Bayard pretende eliminar ese prurito bastante extendido, ese sentimiento de culpa, por no haber leído esto o aquello para poder mantener una conversación con otra persona sobre el libro en cuestión. Al contrario, se puede mantener una conversación apasionante sobre un libro que no se ha leído, incluso con otra persona que tampoco lo ha leído. Esta es la tesis principal del libro. O sea que ¡fuera los complejos! Bayard considera incluso que la “no-lectura” puede ser una categoría fecunda. Hay, además, maneras de “no leer”, de ampliar las propias posibilidades con la interminable gama de los libros que no se conocen, los que forman algo así como una “biblioteca colectiva”. Hojear un libro se convierte en todo un arte, un libro del que solo se ha oído hablar es una oportunidad para ensanchar el horizonte de posibilidades antes que una limitación. Bayard describe también las situaciones en las que esta sapiencia se pone en práctica: en la vida cotidiana, frente a un profesor, ante el escritor o con el ser amado. Para ello no hay que tener vergüenza, hablar con convicción o emplear ciertas dosis de invención. Dicho esto, suele dar un poco de risa cuando al propietario de una biblioteca personal más o menos amplia le hacen la inevitable pregunta: “pero ¿te los has leído todos?”. La respuesta, también inevitable, es “¡claro que no!, sería imposible!”. La biblioteca personal es la suma de los libros leídos, los apenas consultados, los que están en lista de espera y los que difícilmente se leerán pero que vale la pena tener. Y además de eso, haciéndole caso a Pierre Bayard, aquellos de los que podemos hablar sin haberlos tocado siquiera.

domingo, 27 de marzo de 2011

Arte a todas horas (3) Frida Khalo siempre

Lo bueno de dedicarse a la enseñanza secundaria es que no es necesario ser demasiado original, está todo por descubrir. Eso también tiene su encanto, no se crean. Resulta una experiencia muy interesante, por ejemplo, descubrirles a Frida Khalo al alumnado. Hay que reconocer que a algunos, sobre todo del bachillerato, no les es del todo desconocida pero es posible que no tengan algunas claves para asimilar un tipo de pintura tan especial. En la pequeña parcelita que me corresponde como profesor de Filosofía, con vocación generalista, trato de que expandan su capacidad de disfrutar con propuestas y experiencias que van más allá (en el mejor de los casos) de los tópicos y los lugares comunes del clasicismo. Desde esta perspectiva, Frida Khalo es un inmejorable recurso. Mostrar al alumnado algunos de esos cuadros sufrientes y desgarradores de la pintora mexicana es toda una experiencia. Del desagrado inicial se suele pasar a la fascinación cuando se insertan una serie de informaciones claves: la indisociable vinculación entre la atormentada vida de Khalo y su obra, su terrible accidente, su deseo insatisfecho de ser madre, su naturaleza mestiza, su apasionada y violenta relación con Diego Rivera... A la luz de estas informaciones esos autorretratos que muestran a una persona rota, doliente, cejijunta, vulnerable adquieren otra dimensión. Algunos críticos del arte afirman que Khalo carecía de técnica y mostraba un cierto infantilismo en su obra, fruto de sus limitaciones. Podría ser. Pero ¿quién duda de la relevancia de la pintora de Coyoacan en el contexto de la pintura del siglo XX?, ¿no es este precisamente un ejemplo de cómo los derroteros del arte, desde hace ya bastante tiempo, han trascendido los límites del formalismo y del academicismo? Seguimos presos de la idea clásica de Belleza, de la identificación entre arte y realismo, del prejuicio de considerar lo artístico como aquello provisto de una técnica que no está al alcance de cualquiera. Resulta muy gratificante ver cómo opera esa transformación, Frida Khalo de por medio, en el alumno-espectador, cómo se materializa ese encuentro entre el objeto artístico y el sujeto que lo contempla, cómo se producen cambios relevantes en este último, en su forma de entender, a partir de ese momento, el mundo. Y es que se puede vivir sin arte, como se puede vivir sin otras cosas, pero ¿es vivir?

viernes, 25 de marzo de 2011

El Cazador de Libros (7) Gabilondo y el final de una época

Modestamente, me congratula que un personaje como Iñaki Gabilondo tenga también la sensación de vivir en un fin de época, en la medida en que me ha dado por aquello del “apocalipticismo glam”. Y es que Iñaki Gabilondo acaba de publicar una suerte de testamento profesional: “El fin de una época” Barril y Barral 2011) que lleva por subtítulo: “Sobre el oficio de contar las cosas”. Podríamos calificar a Gabilondo como el último, probablemente, de una estirpe de periodistas (con permiso de Pepa Bueno, Almudena Ariza, Rosa Molló o de Ana Pastor, que después de su entrevista al tenebroso primer ministro de Irán ha subido muchos enteros). La lectura de estas páginas dejan entrever esta sensación. Es algo así como el legado de un periodista, una reflexión sobre el mundo del periodismo y la comunicación. Pero, como no podía ser de otra forma, esta reflexión termina siendo también un discurso sobre el tiempo que nos ha tocado vivir, muy del estilo del autor. En estos tiempos los medios de comunicación han terminado por convertirse en meros apéndices de las grandes corporaciones industriales y de los piratas de la especulación. En este contexto, “el problema es que, en poco tiempo, el periodista ha pasado de creerse un liberado de la sociedad para vigilar al poder a creerse un liberado del poder para vigilar la sociedad” (pag 27). No es de extrañar por tanto que el periodismo actualmente dé miedo y termine convirtiéndose en una amenaza al servicio de oscuros intereses (no sé porqué tengo en mente una televisión local de estos lares).
El periodista, según Gabilondo, debe comprometerse con la realidad, entenderla y dotarse de un armazón ético y para ello debe formarse de una manera integral. Debe dar el paso de la información al conocimiento (que no es lo mismo). Quizás este sea el signo más claro de este cambio de época: los cambios tecnológicos vertiginosos y los dictados del cálculo empresarial imponen un nuevo modelo, una especie de periodismo light y expres, centrado en la frivolidad y la levedad. No dejó de ser sintomático, como comentamos en su momento, que el espacio de periodismo de lujo que Gabilondo llevaba a cabo en el extinto canal CCN+ fuera sustituido por un Gran Hermano 24 horas (aunque finalmente el hastío y la saturación terminara también cerrando aquel bodrio).
De todos modos, Gabilondo nos pone los pies en el suelo a quienes estamos convencidos del fin de los tiempos: “(...) todas las personas mayores, y yo lo soy, siempre han creído que el mundo se moría al ver que el suyo se estaba extinguiendo, y lo cierto es que el mundo no se muere; solo se muere tu mundo.” (pag 52). ¡Vaya, por Dios! Quizás no era necesario que Gabilondo afinara tanto y nos dejara el consuelo a los agoreros como yo de seguir pensando que después del libro de papel solo puede venir el caos. En cualquier caso “estamos en pleno proceso de despedida del mundo que habíamos conocido para dirigirnos, aún de manera imprecisa, hacia ese universo complejísimo de lo digital y las nuevas conectividades” (pag 150). Algo es algo.

martes, 22 de marzo de 2011

El Catalejo (8) ¿Nucleares? No, gracias

En 1991 estuve de visita en Kiev, a escasos 110 kilómetros de Chernobyl y solo cinco años después del accidente nuclear más grave de la historia (si es que el desastre de Fukushima no termina por desbancarlo). La verdad es que solo fui consciente de ello estando en la actual capital de Ukrania. Mi naturaleza aprensiva me llevó a “detectar” un sabor extraño en el agua y a ver indicios radioactivos por todas partes. Tuve la oportunidad de hablar con un cubano que trabajaba en el aeropuerto de la ciudad y me dijo que al poco tiempo del accidente su esposa había dado a luz a un “niño burbuja”. Añadió que en realidad jamás podríamos tener una idea en Occidente del horror que habían vivido en aquellos días.
Como pasó el tiempo, y la naturaleza humana es como es, los efectos psicológicos de Chernobyl se fueron atenuando. Además, siempre se le podía achacar la culpa a la proverbial ineficiencia soviética y a su obsoleta tecnología. Pudimos comprobar con cierto pasmo la conversión de James Lovelock, postulador de la hipótesis de Gaia y gurú del ecologismo, a las huestes de los pro-nucleares, como una supuesta forma de combatir el cambio climático. La idea es que las actuales centrales nucleares son lo suficientemente seguras y que constituyen una forma, a la postre, limpia y eficaz de generar energía. ¡Y en esto llegó Fukushima!, ¡y le hemos vuelto a ver las uñas al gato! El escenario que nos plantea una nueva catástrofe nuclear, mucho mayor incluso de lo que ha ocurrido hasta ahora, en uno o varios reactores nucleares de esta central japonesa es inimaginable. Como era de esperar una oleada de angustia y de caída en picado de la popularidad de la energía recorre el planeta. La pregunta es ¿hasta cuándo? En esta sociedad del acontecimiento hiperrápido todo se volatiliza en cuanto desciende el tiempo que se le dedica en los noticiarios. Es este el momento, por tanto, de “cerrar” definitivamente este debate: la energía nuclear siempre será tan potencialmente peligrosa que en absoluto compensa sus posibles beneficios a corto plazo. Nos hemos olvidado, por otra parte, de que una espada de Damocles más peligrosa aún pende sobre nuestras cabezas: el armamento militar nuclear. Un solo submarino de propulsión nuclear y sus múltiples misiles estratégicos puede por sí solo desencadenar el tan temido apocalipsis (ya sea por un accidente o como resultado de un enfrentamiento bélico) -tengo, por cierto, que comentárselo a algún Testigo de Jehová para que lo incluya en sus revistillas. Por no hablar de portaaviones, cruceros, bombarderos estrátegicos, misiles, etc que campan a sus anchas. A fuerza de acostumbrarnos a ello nos ha terminado pareciendo que es un decorado que forma parte del paisaje. Otra prueba más de la peculiar forma de inteligencia humana. Definitivamente, ¡no tenemos remedio! Habrá que desempolvar con firmeza aquel “¿nucleares? ¡no, gracias!”.

sábado, 19 de marzo de 2011

El Cazador de Libros (6) Leer en el final de los tiempos

Hace no mucho tiempo le sugerí a unos alumnos que hicieran un sencillo experimento sociológico. Se trataba de coger un libro y ponerse a leerlo en un banco en el recreo, a la vista de todo el mundo. Uno de ellos recogió el guante y se prestó a ello. Como era de esperar, tan extraña conducta suscitó todo tipo de comentarios en el resto del alumnado. Al poco tiempo algunos amigos se acercaron preocupados al muchacho: ¿estás depre? ¿te ocurre algo? -le preguntaron insistentemente. Curioso ¿no? En otra ocasión les sugerí también que pasearan con algún periódico (no deportivo, por supuesto) debajo del brazo o que incluso lo leyeran en clase en el breve lapsus de espera en el que llega el profesor. Ante ese peculiar comportamiento más de un docente pensó que en aquella clase se estaba tramando algo no demasiado halagüeño.
Desde luego que estas conductas se han convertido en altamente sospechosas. ¿Estamos o no al final de los tiempo, amigos míos? De alguna manera sí, desde luego. Al menos de un cierto tiempo, de una cierta manera de contarlo y vivirlo. No puedo evitar fijarme de soslayo en alguien que lee un libro en una parada de guaguas, en la consulta de un médico o en un avión. ¿Qué personalidad se esconde tras ese individuo tan peculiar?, ¿qué le ha llevado a abrir ese libro?, ¿por qué ese libro y no otro? De igual modo, no puedo dejar de sentir una extraña mezcla de compasión y otros sentimientos difícilmente reproducibles cuando atisbo a algún transeúnte pegado a alguna de los nuevas maneras de llevar una pantalla digital encima. Me preocupa esta forma de regalarle personas a estas máquinitas. Lo menos que pienso es en alguna nueva forma de zombificación, ya saben.
Hace unos días se nos ocurrió a una amiga y a mi un curioso concepto que reflejara este estado de cosas. Acuñamos el término “apocalipticismo glam” (lo de “glam” es el inevitable recurso al absurdo que nos embarga y que, de alguna manera, también nos salva). Esperamos que en la medida en la que profundicemos en este nuevo término (del que sin rubor ya nos atribuimos su autoría) podamos disponer de un nuevo “ismo” de ultimísima hora. En realidad soñamos con una especie de manifiesto al estilo de André Bretón. La idea es que vivimos en una época terminal, en la del fin de la Cultura Material, aquella en la que se hará realidad el vaticinio de Marsall Berman: “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Por tanto, la lectura en un libro impreso es un gesto de resistencia, de insolencia, casi. Frente al canto de sirena del e-book, de la puñetera tablet, el viejo libro de papel aparece como el último bastión de aquella cultura que quiso ser (y seguramente no pudo) liberadora. Leer un libro de papel lleva camino de convertirse en un acto de rebeldía, en una pose romántica, demodé, teñida del heroicismo trágico de los vencidos que luchan hasta el final contra lo inevitable. Leer en estos tiempos postreros tiene un valor añadido. Del mismo modo que aquellos reos que saben que van a morir y se entregan a los más disparatados placeres en sus últimos momentos, leer hoy en día tiene que tener un componente celebrante, dionisiaco y al mismo tiempo mistérico. Los últimos lectores tienen que encontrarse como ballenas que se atraen con sus infrasonidos a cientos de kilómetros de distancia. Es casi una mera cuestión de supervivencia ahora que según parece nos están cambiando el escenario.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El Catalejo (7) El Titanic japonés

El próximo año se cumplirá el centenario del hundimiento del Titanic. No puedo a la vista de los terribles y dramáticos acontecimientos ocurridos en Japón dejar de establecer un paralelismo con la tragedia naval que sacudió al mundo en aquella época. El Titanic fue presentado en su día como una clara muestra del triunfo de la tecnología, de la definitiva supremacía del ser humano sobre la Naturaleza. Era, según la propaganda de la época, el primer barco insumergible, a prueba de cualquier contingencia. El caso es que no pasó del viaje inaugural. Una roca de hielo flotante se llevó a las profundidades aquel prodigio naval y con él a 1.517 vidas. La consternación posterior a la tragedia supuso un serio golpe a la autoconfianza humana (bueno, después se repetiría con la tragedia del dirigible alemán Hindeburg en 1937 o la del transbordador espacial Challenger en 1986).
De alguna manera Japón fue el Titanic de la posguerra. La recuperación del país después de la II Guerra Mundial fue asombrosa. Su capacidad tecnológica e investigadora, su desarrollo industrial y social, la auparon, hasta hace poco, al segundo puesto de las economías mundiales. Su talón de aquiles secular siempre fue su carencia de materias primas y recursos energéticos propios. Al igual que el resto de potencias económicas, pero en el caso de Japón especialmente, el desarrollo de la energía nuclear le proporcionó una importante autonomía energética. Pero Japón también tenía su propio iceberg mortal. Esta era su peligrosa situación geográfica al borde mismo del llamado “Cinturón de Fuego”, una de las fallas más activas del planeta.
La idea de que la tecnología nos salvará, de que al final es posible burlar los condicionantes naturales, siempre termina por imponerse en la mentalidad del hombre moderno. Es cierto que Japón se había dotado de una tecnología antisísmica impresionante, que un terremoto de escala 9 en cualquier otra parte del planeta habría sido por sí misma cataclísmica, pero quizás la suma de elementos: terremoto + tsunami + centrales nucleares haya sido demasiado, incluso para este Japón triunfante. Al final, el país tampoco resultó ser insumergible. El caso es que el riesgo de apocalipsis nuclear (terminó ya utilizado por algún experto en la materia) es verdaderamente serio. Y, como no aprendimos de la experiencia de Chernobil, como la soberbia y la proverbial inconsciencia humana es un hecho constatable, ahora nos volvemos a enfrentar a una crisis planetaria de órdago (como si ya no tuviéramos bastantes).
Este paralelismo no es un sarcasmo, no es un planteamiento irrespetuoso con la memoria de las víctimas; es una reflexión con vocación trágica a la vista del difícil transcurrir de la humanidad en este pequeño lapsus de tiempo.

lunes, 14 de marzo de 2011

El Cazador de Libros (5) 5.000 libros

Hay quienes celebran el cumpleaños del gato y quienes lo hacen de su biblioteca. Pertenezco a este segundo grupo de frikies. Mi biblioteca ha llegado a los 5.000 ejemplares, una cifra redonda, al menos. Esto no trata de ser un ejercicio de petulancia. Hay bibliotecas personales mucho mayores y seguramente mejor surtidas y equilibradas. Es quizás un momento (otro) para la nostalgia. Creo que empecé a tener una idea de lo que podía ser mi biblioteca personal con doce o trece años, esa sensación de “estos son mis libros” y “son una cosa valiosa”. Al fin y al cabo esta cifra no es sino otro indicador más de ese inexorable paso del tiempo. Solo “heredé” dos libros: uno editado en los años 30, del escritor francés Pierre Loti, “Ramuncho”, propiedad de un abuelo y que pasaba por ser un “libro prohibido” durante el franquismo, y una antigua enciclopedia escolar de mi madre. El resto fue todo un proceso acumulativo de compras, regalos y otras bibliopatías inconfesables que han llegado hasta aquí. Desde esa edad adquirí la costumbre de ordenarlos, registrarlos y mimarlos como una especie muy frágil. Lamento ahora haberme desprendido en su día de algunos libros juveniles que hoy consideraría pequeños tesoros. Pensaba sugerir a los jóvenes lectores que repriman esa impulso asesino que se apodera de todo el mundo en cierto momento y que consiste en pensar que aquellos libros son el testimonio de una época infantil que hay que superar. La sugerencia no deja de ser inútil desde el momento en que ya apenas quedan jóvenes lectores y la nube digital va acabando con la Galaxia Gutenberg.
Pero no todo van a ser alegrías. La falta crónica de espacio de la que sufro hace que abunden pilas de libros por aquí y por allá. Un desorden ordenado que casa mal con mi cuadrícula mental. Pero ¿qué le vamos a hacer? No puedo evitar que los libros me compren a mi. Cuando entro en una librería oigo voces que dicen “cómprame, cómprame... léeme, léeme...” Me han dicho que la cosa no tiene cura por lo que no queda más remedio que seguir tirando de tarjeta. Al mismo tiempo, el milímetro de estantería se ha puesto carísimo, más que el barril de petróleo Bren. Cuando llegue el momento en que tenga que colocar unos libros detrás de otros en los estantes probablemente sea otro de los signos del inminente apocalipsis. Les tendré informados.
Por cierto, el libro que lleva el registro 5.000 es “El refugio de la memoria” de Tony Judt (Taurus 2011), una especie de escrito postrero de este historiador, concluido escaso tiempo antes de que su enfermedad degenerativa terminara con él. Lo que he hojeado de este libro me lleva a pensar que no me quedará más remedio que adelantarlo en la lista de libros por leer.

sábado, 12 de marzo de 2011

El Impertinente (3) Libertad en internet

Hay quien afirma, y quizás no le falta razón, que internet es hoy el único espacio real de libertad. Habrá que estar de acuerdo cuando vemos la obsesión de los regímenes totalitarios que aún subsisten por controlar lo que pasa en el ciberespacio. Pavor le tienen a que la gente se comunique con libertad, que tramen cosas a sus espaldas o se les ocurra pensar por sí mismos al margen de las consignas oficiales. Internet se ha convertido en algo tan cotidiano como comer o lavarse los dientes. Está desplazando a la televisión en su capacidad de influencia y transformando radicalmente el mundo de los negocios, del arte y de las relaciones sociales. También es cierto que puede ser un medio que ampare oscuros intereses y actividades delictivas. Supongo que, como todo, depende mucho de los usos.
El entramado político-económico que nos gobierna, esa esfera difusa de poder, estaría bastante cómoda con un uso meramente recreativo / consumista de internet por parte del personal. Pase usted horas delante de la pantalla del ordenador haciendo uso de aplicaciones a cuál más chorra. Entreténgase con aspirantes a estrellas mediáticas que le informarán sobre el último truquillo para lucir mejor las uñas. Reenvíe correos masivos a su lista de contactos sobre estupideces perfectamente prescindibles. Esto es casi como una nueva forma de contaminación. La saturación del espacio digital, de los muros de las páginas personales, con todo tipo de tonterías y vacuidades debería estar penalizada. Piense que en ese instante que vaga usted sin saber qué hacer por internet quizás haya llegado la hora de apagar el ordenador y leer un buen libro o ponerse a disfrutar de una buena película.
Sin embargo hay otros usos de internet que se están revelando como, hay que reconocerlo, fascinantes. Internet permite formas de comunicación horizontal de manera casi ilimitada. Cuando se utiliza este canal para luchar contra las injusticias, denunciar todo tipo de abusos y tropelías, conectar con otras personas para actuar en la vida real estamos haciendo efectivo el sueño de una comunidad solidaria. Es en este aspecto donde internet se muestra como un espacio de libertad real, en el que se exhibe como una fuerza transformadora sin parangón. Singularmente, en el ámbito de las redes sociales, este potencial cobra aún más fuerza. No sé si Mark Zuckerberg, el joven y archimillonario creador de facebook, tenía esto en la cabeza (más bien no, si tenemos en cuenta que esta red nació para poner en contacto a jóvenes universitarios especialmente hormonados) pero lo cierto es que el creciente uso de estas plataformas se está convirtiendo en el verdadero “cuarto poder”. Y si recordamos a Montesquieu lo importante, la base de una sociedad democrática -diríamos hoy en día- es la división y el control mutuo de los poderes (aunque este significativo pensador ilustrado nunca llegara a entreveer siquiera el poder de la prensa). Esto se convierte en una necesidad sobre todo en lugares donde los medios de comunicación de masas están completamente controlados por las dictaduras, las notorias y las disimuladas, las parias y las apoyadas por “la comunidad internacional”. Que se lo digan a los sátrapas árabes que se están viendo sacudidos de sus poltronas por una ciudadanía que reclama más democracia y que ha encontrado en internet el espacio para coordinarse e informarse. Que se lo digan también a los gobiernos de los países occidentales, particularmente el de EE.UU, que han visto aireadas sus vergüenzas, su falta de honestidad y transparencia gracias a Wikileaks. Lo ideal sería -aunque en esto no queda más remedio que ser muy escéptico- que estas nuevas formas de comunicación, de activismo social, fuese la antesala de una “nueva Ilustración”. Habrá, por tanto, que estar muy vigilantes frente a los inevitables intento de los de siempre por amordazar Internet, por poner palos en las ansías de libertad y democracia de la ciudadanía.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Acción Solidaria (3) ¿Injerencia humanitaria en Libia?

Cada cierto tiempo aparece con fuerza el debate sobre la injerencia humanitaria en medio de algún conflicto bélico. Esta injerencia, muchas veces de carácter o con componente militar -lógicamente, pone sobre el tapete el problema de la configuración del orden internacional actual. Ahora que Gadafi recobra posiciones a sangre y a fuego, y que los rebeldes, los que luchan por la democracia y la libertad, parecen estar en retirada surgen voces que reclaman urgentemente una zona de exclusión aérea sobre Libia. El hipotético triunfo del desquiciado Gadafi plantea un escenario aterrador.
Lo que resulta cínico y éticamente reprobable en todo esto es que este tirano era agasajado por los países occidentales, adalides de las libertades y otras milongas, hasta hace poco. Todo el mundo miraba para otra parte cuando éste y otros personajes paseaba su histrionismo por aquí y por allá. El petróleo tapa muchas bocas y causa severa miopía (ahí está Teodoro Obiang y su hijo Teodorín con su yate hipermillonario para atestiguarlo, sin ir muy lejos). Pero cuando cambian los vientos de la historia, muchas veces por voluntad de los desposeídos, los mismos intereses que antes hacían oídos sordos ahora se visten con los ropajes de los Derechos Humanos. Vale, supongamos que ese es el juego.
¿Por qué no avanzar entonces un poquito más en el devaluado juego de la coherencia? ¿Por qué no condenar ya de entrada a toda esa ristra de gobiernos antidemocráticos que se empeñan en ignorar los derechos básicos de sus ciudadanos? ¿Por qué no avanzar en ese propósito tan noble de la 'justicia universal' (por mucho que al Juez Garzón le haya costado tantos disgustos). Este sería el marco idóneo donde cualquier injerencia humanitaria estaría completamente legitimada. Eso sí, siempre que viniera de un Consejo de Seguridad de la ONU (auténtico gobierno mundial) donde las potencias que se sientan en él, de manera vitalicia, no estuvieran atenazadas por sus propias contradicciones y vergüenzas. Como situación de urgencia sería un mal menor que el primo de Zumosol, EE.UU, hiciera uso de sus aviones de la VI Flota para evitar que Gadafi se salga una vez más con la suya. Pero aprovechando la coyuntura, ahora que los árabes parece que, contra todo pronóstico, han vuelto a poner de moda la palabra 'democracia' ¿por qué no exigir la demolición de este orden de cosas que sigue favoreciendo a Estados corruptos, antidemocráticos y liberticidas?

lunes, 7 de marzo de 2011

Cine a solas (2) Betty Garret

Hace unos días falleció la actriz Betty Garret. A diferencia de Jane Russell, también fallecida recientemente, su muerte pasó casi desapercibida. Mi primer contacto con esta actriz fue a través de mi película musical favorita, On the Town, en la que representaba el papel de una taxista que se enamoraba (¿cómo no?) de un joven Frank Sinatra. On the Town ha pasado a la historia del cine entre otras cosas por ser el primer musical rodado en exteriores. Es una película fresca y revitalizante y con unos números músico-coreográficos excepcionales con el maravilloso Gene Kelly al frente. De hecho, parte de su banda sonora estuvo compuesta por Leonard Bernstein. Garret destacaba por su presencia poco convencional, alejada de los estereotipos del momento. Y, a la postre, su poca convencionalidad en otros aspectos supuso un frenazo a su carrera cinematográfica. Su breve militancia en el Partido Comunista hizo que cayera en manos del Comité de Actividades Antiestadounidenses, el infausto instrumento que el senador McCarthy y otros salvapatrias utilizaron para sus sórdidos propósitos. La casualidad ha querido que la muerte de Betty Garret coincidiera con la lectura de un libro relacionado con estos acontecimientos: “La listas negras de Hollywood” de Reynold Humphries (Península 2009) donde se describe en profundidad estos años en los que el integrismo político pretendía cercenar cualquier viso de disidencia (más o menos como hoy, por cierto). El Comité acabó con la carrera de Garret y su marido. Louis B. Mayer, director de la MGM, siempre deseoso de estar al frente del “mejor” espíritu norteamericano y agradar a los poderes fácticos, la puso en su lista negra particular e inició un infame boicot a la actriz. Cuando la marejada fundamentalista empezó a remitir Garret consiguió rehacer su carrera sobre todo en la televisión y el teatro. Habrá que ver de nuevo On the Town, como homenaje a esta actriz.
Con los años he empezado a descubrir una gozosa mitomanía.

sábado, 5 de marzo de 2011

El Cazador de Libros (4) Indignaos

“¡Indignaos!” es el llamamiento a la resistencia de un nonagenario, Stéphane Hessel, publicado en forma de opúsculo (Destino 2011) que está dando mucho que hablar. La simple idea de que un hombre de noventa y tres años, con un impresionante bagaje vital detrás, escriba un “alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica” es todo un hecho encomiable y singular. Más en estos tiempos en los que se celebra la juventud como un valor superior, en el que asistimos a una progresiva desmemoria y a la entronización de la estupidez más galopante.
Hessel fue un miembro activo de la resistencia francesa contra los nazis. Terminó atrapado por la Gestapo en 1944 y consiguió escapar de una muerte segura del campo de concentración de Buchenwald. Tras la guerra ejerció de diplomático y participó nada más y nada menos que en el equipo redactor de la Declaración de los Derechos Humanos. Fue embajador de Francia ante la ONU, cosa que tampoco fue óbice para que ejerciera siempre una sana disidencia, como demuestra su apoyo a la independencia de Argelia o a la causa palestina. Hessel se ha propuesto sacudir por los hombros a los jóvenes, a quienes debieran empuñar el relevo de la resistencia y sin embargo parecen aquejados (perdón por la generalización) por el mal de la indiferencia. El libro está prologado por José Luis Sampedro, nuestro Hessel particular. Otro nonagenario investido de una enorme autoridad moral. Sus líneas son otra pequeña muestra, como nos tiene acostumbrados, de sabiduría y humanismo, dos cualidades en vías de extinción en nuestra sociedad digital.
Admito, sin embargo, que no deja de ser una de esas paradojas sangrantes de nuestro capitalismo triunfante que comprara este librito en un centro comercial y me lo leyera en un banco del mismo (no son sino sesenta páginas de nada, pero sabrosas como pocas). Ya sabemos que esta forma actual del capitalismo es particularmente glotón y deglute incluso aquello que se presenta como una crítica del mismo. Lo mejor es terminar con el requerimiento final de Hessel: “(...) Apelemos todavía a una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del consumo de masas, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos. A aquellos que harán el siglo XXI, les decimos, con todo nuestro afecto: CREAR ES RESISTIR, RESISTIR ES CREAR”.
Dicho queda.

jueves, 3 de marzo de 2011

El Aula (6) La escuela como no-lugar

Una conversación en la biblioteca del centro con un grupo de alumnas de 2º de bachillerato derivó en uno de esos momentos mágicos en los que el tiempo se detiene y ahondas en los misterios de la existencia. Quizás ese “filosofar” del que hablaba Kant. Después de una auténtica tertulia de salón una alumna puso una nota triste y melancólica: “tengo la sensación de que estamos desperdiciando los mejores años de nuestra vida”. Esto, curiosamente, lo decía una alumna de una trayectoria ejemplar en el centro. Una intervención que rápidamente fue corroborada por las demás. Podía haberle respondido algún tópico del estilo “la vida es así”, “hay que esforzarse”, “esto no es un juego” pero, francamente, primero tendría que creerlo. Solo atiné a comentarles “no saben cuánto me duele tener que oír esto”.
Algo parecido tuvieron que pensar los estudiantes de La Soborna en Mayo de 1968 (sorry, ya sé que está mal visto a estas alturas la cosa sesentayochista -debe ser porque, a pesar de todo, sigo cometiendo el pecado de leer a Cohn-Bendit). Hubo un tiempo en que coleccionaba pintadas de la época y recuerdo una con la que me identificaba mucho: “profesores: están muertos”. Eso es lo que deben seguir pensando, décadas después, muchos alumnos: las clases son un espacio escindido del resto de la vida y los profesores una triste, amargada e insoportable clase profesional. La escuela es una especie de no-lugar, según la terminología del antropólogo francés Marc Augé. Un 'no-lugar' es un espacio carente de historia e identidad relacional. 'No-lugares' son básicamente los centros comerciales, los aeropuertos, los restaurantes de comida-rápida. Por último, los centros educativos se han incorporado a esta nómina de pseudoespacios propios de la sociedad de consumo de masas. Estas alumnas llegaron por su cuenta a la conclusión de que sus vidas de estudiantes en gran parte quedaban reducidas a una ristra de exámenes, trabajos, notas, temas, horas de clase... que las posibilidades de convivencia están mediatizadas por normas, reglamentos y espacios convenientemente restringidos, que el margen para la novedad y la creatividad ha quedado sepultada por los criterios de evaluación. ¡Bienvenidas a la picadora de carne! Y les puedo asegurar que ninguna de ellas había oído antes el “Another Brick in the Wall” de Pink Floyd.
Algo estaremos haciendo mal los profesores cuando, a la postre, lo único que somos capaces de despertar en el alumnado son estas tristes sensaciones. Qué desperdicio de tiempo y energía cuando dejamos escapar unos años maravillosos de despertar intelectual y emocional. Qué cosa tan lastimosa cuando nuestra vida profesional queda reducida también a una triste repetición de lugares comunes y monótonas salmodias. No es de extrañar que la distancia entre el profesorado y el alumnado termine siendo la misma que puede haber entre un dinosaurio y el gato doméstico. Así es difícil que podamos conseguir nada mínimamente satisfactorio, algo más interesante que ese complejo nuestro de notario que certifica que este alumno merece un nueve y aquel otro un dos. Entre unos y otros hemos convertido la escuela en un permanente estado de excepción antes que en un lugar de vida y conocimiento.
Chicas: lo siento. Estoy convencido de que al final la vida se abre paso y que esas cosas interesantes que se encuentran en lo márgenes serán alimento suficiente para esos espíritus inquietos.

martes, 1 de marzo de 2011

El Catalejo (6) Wisconsin

Wisconsin no es precisamente un Estado de la Norteamérica profunda. Es un Estado del norte en la franja media alta dentro del conjunto del país. Pues bien, en Wisconsin se está jugando en estos momentos el futuro de los derechos sindicales y muchas cosas más. El Tea Party parece haber iniciado su ofensiva en este Estado a la orilla del Lago Michigan. El gobernador del Estado, Scott Walker, se ha convertido en uno de los más destacados líderes del movimiento ultraconservador. Como es bien sabido, esta gente tiene verdadera alergia a todo lo que huela a público. Este señor acaba de sacarse de la manga una ley que recorta de un hachazo el sueldo de los funcionarios, les hará pagar el 12% de su seguro médico y, lo que es más grave, les niega el derecho a cualquier negociación colectiva que no sea estrictamente salarial (los chupóteros de los empleados públicos no son nada y bastante agradecidos deberían estar con tener la oportunidad de vivir de los impuestos de los demás). En el sector de la educación pública, al parecer, estas medidas están acompañadas de otras que tienen como objetivo reducir la inversión al mínimo. Como es bien sabido, el horizonte ultraliberal consiste en una arcadia poblada por una élite ricachona, dueña de las principales empresas, donde se han abolidos los impuestos y la clase trabajadora vive de la compasión, del amor a la bandera y el temor de Dios. Todo lo demás es puro “comunismo”, palabra que desde los tiempos del senador MacCarthy es el principal anatema para un buen americano.
Pero he aquí que los funcionarios y trabajadores públicos se han echado a la calle y han tomado el Capitolio de Madison, la capital del Estado. Hay un clima de auténtica revuelta que el gobernador no ha tardado en utilizar como excusa para reforzar sus argumentos: detrás de cada trabajador público, o al menos de quien no agache la cerviz, hay un peligroso izquierdista en potencia que amenaza el American Way of Life. No ha dudado también en amenazar con despedir a todo el mundo -y ya se sabe que en el Far West se las gastan así. Como es habitual en estos casos, este corpúsculo ultraliberal utiliza la excusa de la crisis y el déficit presupuestario (argumentos que no son tales cuando se trata, por ejemplo, de acudir prestos en el rescate de algún banco en problemas por sus propias prácticas especulativas o de alguna corporación financiera). Pero está claro que detrás de todo esto hay algo más. Hay una lucha titánica por imponer un modelo económico y social a medida de estas élites depredadoras. No son pocos los estados en manos de los republicanos más extremistas que están a la espera de ver cómo se desarrollan estos acontecimientos para sumarse a esta fiesta con toneladas de teína. En el resto del mundo no tenemos muchos motivos para sentirnos tranquilos, al menos los que pensamos que el único horizonte viable es el del reparto de la riqueza, la universalización de los derechos humanos y civiles y un nuevo pacto con el medioambiente que garantice la supervivencia de nuestra especie a largo plazo. En Wisconsin se juega mucho en estos momentos -nuestros propios cachorros ultraliberales lo saben.