viernes, 30 de abril de 2010

El Aula (3) Escuela viva

Haría falta una especie de James Lovelock que adaptara la teoría de Gaia a la escuela. También la escuela es como un organismo vivo que se balancea entre el equilibrio y el desequilibrio. Como todos los organismos, la escuela puede estar deprimida o exultante, agotada o energetizada, viva o agónica. Hay momentos a lo largo de un curso escolar donde, al igual que el paciente que va a una revisión médica, se pueden medir algunos parámetros esenciales. Toda esta metafórica introducción para manifestar la satisfacción que nos produce a los profesores el comprobar que ese ecosistema en el que nos movemos está vivo y bien vivo. Acabamos de celebrar una Jornada Intercultural y de Puertas Abiertas en mi centro que a muchos nos sienta como un tónico revitalizante. Hemos tenido además la visita de otros centros y, especialmente, del grupo Música Solidaria (compuesto por jóvenes inmigrantes africanos) y de la UTE-Valle Tabares (jóvenes con medidas judiciales). El fruto de este guirigay ha sido una gratificante jornada de convivencia, de integración, de aprendizaje, en definitiva. Todavía corre sangre por las venas de la escuela. Sangre vitaminizada y mineralizada. Si pudiéramos medir la cantidad de aprendizajes significativos que se nos ha acumulado en nuestras neuronas en el día de hoy y compararlas con las de una jornada normal de clase, muy probablemente terminaríamos programando, con permiso de la inspección y de las sacrosantas programaciones, más experiencias como estas (siempre que el cuerpo aguante, oiga).

sábado, 24 de abril de 2010

El cazador de libros (3) Antonio Lozano

Antonio Lozano (Tánger 1956) es un escritor canario que está teniendo una proyección cada vez mayor. Premio Benito Pérez Armas de Canajanarias por su novela “Las cenizas de Bagdag” (Cajacanarias 2008 / Almuzara 2009). Precisamente tuve la oportunidad de presentar esta novela, invitado por el Area de Cultura del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz (Tenerife), igual que hice hace dos años con su no menos intensa novela “Donde mueren los ríos” (Almuzara 2006). Lozano está construyendo un universo literario propio, con unos núcleos de interés claros: la inmigración, la cultura africana, la cultura árabe, el encuentro entre seres humanos que proceden de distintos lugares pero que comparten un sustrato común. Antonio Lozano, en este sentido, está jugando un papel cada vez más importante e imprescindible: el de puente cultural.
Las “Cenizas de Bagdag” es una novela basada en hechos reales. Narra la historia de un joven iraquí, Walid Ghalib (en realidad Waleed Saleh, actualmente profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid) quien es perseguido y torturado por el régimen de Sadam Hussein por pertenecer a un grupo comunista. Huye a Marruecos donde emprende una nueva vida como profesor de instituto en un pueblo del interior. Conoce la pobreza y la corrupción del país y termina siendo expulsado sin ningún motivo aparente. Llega a Madrid donde emprende una nueva vida desde cero, abriéndose paso a pesar de las numerosas estafas y sinsabores de los que es objeto. La historia de Walid es una historia, como muy bien afirma el autor, de encuentros y de desencuentros. Pero también es una historia sobre la condición humana, en la que episodios que nos hablan de la barbarie que siempre nos acecha se alternan con momentos de enorme plenitud. Esta novela admite múltiples lecturas: ética, cultural, política, literaria... Todos estos enfoques se reúnen en una historia que sobrecoge y que no siempre nos devuelve una visión complaciente de nosotros, los europeos.
En el Espacio Cultural de El Castillo tuvimos la rara oportunidad de encontrarnos no sólo con el autor de la novela, sino además con el protagonista. Los lectores de la novela pudieron desvelar muchas de las interrogantes que resultaban de la necesaria mezcla de ficción y realidad que destila el libro. Waleed Saleh y Antonio Lozano hicieron un recorrido por los vericuetos de la novela pero también por la situación política actual de Irak y por las claves del conflicto, entre otras muchas cosas. Recomiendo sin ambages cualquiera de las novelas de Antonio Lozano. Hay que destacar también “Harraga” (Zoela 2002) y “El caso Sankara” (Almuzara 2006). Debo advertir que tienen el peligro de que enganchan y que una te lleva necesariamente a otra. Son novelas que dejan huella, que provocan cambios en el lector y que nos acercan a ese otro que vive junto a nosotros y a quien muchas veces le negamos su condición humana.

martes, 20 de abril de 2010

Filosofía de la Mañana (3) Arte y Filosofía

Comenta Sarah Thornton en la introducción de su reciente publicación “Siete días en el mundo del arte” (Edhasa, 2010) que “(…) el arte contemporáneo se ha convertido en una especie de religión alternativa para ateos”. Me ha hecho gracia esta afirmación cuando, en esta misma línea, suelo unir en la programación de Filosofía de 1º de bachillerato ambos temas: Filosofía del Arte y Filosofía de las Religiones. No sé si es una mala jugada del inconsciente. Lo cierto es que tengo un particular empeño en promover entre el alumnado un acercamiento lo más desprejuiciado posible al mundo del arte y, en particular, al arte contemporáneo. Al fin y al cabo es una de las mejores fuentes de placer, de búsqueda de sentido y de lo que los antiguos llamarían, de manera cursilona, “elevación del espíritu” que conozco. En el poco tiempo del que se suele disponer para cualquier cosa dentro del sistema educativo suelo trazarme como objetivo analizar la socorrida frase “¿eso es arte? ¡pero si lo hago hasta yo!”. Desde que se invento ese genial aparato que es la cámara fotográfica, a mediados del siglo XIX, las artes plásticas tomaron un rumbo distinto al del reflejo más o menos literal de la realidad (por mucho que el hiperrealismo actual cause furor entre sus numerosos seguidores). Evidentemente, encontrar algún tipo de criterio vendrá muy bien a la hora de distinguir el grano de la paja entre la pléyade de artistas contemporáneos. No es fácil cuando sabemos que en este universo la obra de arte es un elemento más, y no siempre el más importante, entre el tejido de marchantes, galerías, críticos, coleccionistas y museos que pululan alrededor. En cualquier caso, del mismo modo que a uno le gustaría que el libro no fuera un objeto urticante para el alumnado, que la Filosofía fuera una forma imprescindible de mirar el mundo, también me daría por satisfecho conque adquirieran la capacidad de disfrutar tanto de un Velázquez como de un Magritte, por poner dos ejemplos entre miles posibles. Al final no debe ser algo muy distinto a aquellos que están convencidos de sus creencias religiosas y tratan de salvar a los demás convirtiéndolos a la verdadera fe. Mira por dónde.

viernes, 16 de abril de 2010

El Aula (2) Miguel Hernández

Acabamos de terminar en mi centro de montar una pequeña exposición sobre Miguel Hernández con motivo de su centenario. La hemos titulado “Un poeta en la trinchera” y trata de resaltar el compromiso político y social del poeta de Orihuela y su defensa de la República. Fue una cosa que se nos ocurrió a varias compañeras del Departamento de Lengua y al que suscribe hace escasamente una semana. Nos pusimos manos a la obra, y con la colaboración de un entusiasta grupito de alumnos de 1º de bachillerato, conseguimos reunir en un tiempo récord algún material sobre la época así como recopilar información sobre la vida y obra del poeta. Al final nos quedó apañada la cosa. La próxima semana, en la que celebraremos el Día del Libro, la estrenaremos.
A pesar de las prisas y del esfuerzo añadido estas cosas son muy gratificantes para un docente. Aprovechar las oportunidades que van surgiendo, crear pequeñas sinergias, trabajar en los márgenes y los huecos que te dejan estas y aquellas programaciones le reportan a uno, al final, una tremenda satisfacción. Además, me sirvió también, por si fuera poco, para redescubrir un autor que no leía desde aquellos lejanos tiempos del COU, cuando, gracias a mi antigua y recordada profesora de Literatura, Loli Delgado, hicimos un somero repaso a los autores de la generación del 27 (aunque haya cierta controversia sobre su adscripción generacional). Con el objetivo de ambientarme un poco leí el capítulo que Ian Gibson le dedica en su obra “Cuatro poetas en guerra” (Planeta 2008). Así que se me ha desatado, al calor de su apasionante biografía, un cierto furor “hernandiano” (para que luego digan que esto de las conmemoraciones no sirven para nada). No hay nada como la satisfacción de haber contribuido, modestamente, a la lucha interminable de los docentes por mantener viva la llama de la Cultura (¡uy, qué pretencioso me ha quedado!).

lunes, 12 de abril de 2010

Arte a todas horas (2) Paula Varona

Siempre que me doy una escapada a Madrid, y últimamente toca al menos una anualmente, procuro dejarme caer por la sala de exposiciones “Casa de Vacas”, en el Retiro. No me ha tocado ver en estos años ninguna muestra que me haya defraudado (quizás no sea demasiado exigente, que todo puede ser). En la presente ocasión tuve la fortuna de contemplar la exposición “Madrirámicas 2” de la pintora malagueña Paula Varona. Se trata de una conjunto de óleos sobre Madrid, muchos de ellos sobre la Gran Vía (que está de cumpleaños). Para los amantes de Madrid, entre los que me encuentro, se trata de una mirada, la de Varona, refrescante, limpia, feliz (como afirma Juan Cruz en el prólogo del catálogo). Parece esta pintora haberse especializado en el paisaje urbano de ciudades. En su catálogo figuran Bilbao, Barcelona, Lisboa, La Habana, Nueva York, etc. La colección dedicada a la capital parece un muy interesante cruce entre un estilo impresionista y, en ocasiones, hiperrealista. No llega a ser como Antonio López, desde luego, pero se advierte en esta pintora un pulso no menos personal. Salí encantado de la exposición, lo cual es un éxito. Lo curioso es que cuando compré el catálogo en la recepción me llamó la atención que la supuesta azafata no tenía demasiada maña con el datáfono y parecía un tanto descolocada en la atención al público. “Estará empezando” -pensé. Cuando ya en mi casa ojeo el catálogo con mayor atención descubro, en una muy estética fotografía del final del ejemplar, que la recepcionista no era otra que Paula Varona. ¡Qué fastido! ¡con lo que me gusta un libro, en este caso, un catálogo firmado por el autor! ¡qué poca intuición por mi parte!

miércoles, 7 de abril de 2010

El Impertinente (6) De Gutenberg al libro electrónico

Con la invención de la imprenta por parte de Gütenberg, hacia 1450, se produjo una auténtica revolución del saber. El libro como vehículo del conocimiento pasó de ser el artículo rarísimo y único, que suponía en ocasiones años de trabajo de un monje copista medieval, a convertirse paulatinamente en un producto que empezaba a multiplicarse y circular por toda Europa. Algunos de esos monjes ni siquiera sabían leer y escribir. Se limitaban a reproducir lenta y fielmente el manuscrito que tenían delante. Así no se corría el peligro de que pudieran “contaminarse” con el contenido del libro.
En su momento la imprenta, con sus posteriores desarrollos, supuso una revolución cultural. Hoy el libro electrónico nos abre las puertas de otra revolución pero, a mi juicio, mucho más imprevisible. En realidad (sé que es una actitud un tanto apocalíptica) no puedo dejar de ver signos de una auténtica debacle cultural. El libro electrónico no es sino el corolario de un proceso que se inició hace años en el que lo virtual está sustituyendo a lo material. La vieja cultura está siendo desplazada por una nebulosa digital difusa e inaprensible. Ya en los años 60 del pasado siglo XX, el teórico de la comunicación, Marsall MacLuhan, advirtió sobre los poderosos cambios que se avecinaban en la “era de la información”. Era la época del boom de la televisión. Se hablaba entonces del “fin de la era del libro”, arrollada por la nueva era audiovisual. Si entonces fue un anuncio precipitado, hoy, 40 años después, el homicidio se ha consumado.
Acordémonos también de aquella famosa frase de MacLuhan, “el medio es el mensaje”. El medio no es neutral, incide directamente en el contenido. En este caso, el medio (el soporte electrónico) acabará con el mensaje (el producto cultural). Algo parecido ha pasado ya con otros productos culturales como el disco o las películas de vídeo. ¿Se acuerdan de aquellos vinilos? El producto era mucho más que la música que tenía grabada. La confección del álbum era el resultado de todo un proceso creativo. El diseño de la portada, el material del que podía venir acompañado, redondeaban el producto. ¿Hoy qué consumimos? Realmente bit de información. Hoy se “baja” de internet una pieza musical concreta que añadir a series ya almacenadas e inconexas. Una de las cosas que se ha puesto en entredicho de esta manera es la misma noción de autor, de creador, que estaba detrás de la obra en cuestión. Con el libro pasa lo mismo. El libro era el máximo exponente de la idea de saber y de cultura (escribo ya en pasado). A pesar de la hiperinflacción bibliográfica de los últimos años un autor aspiraba a ver su obra impresa como producto final de un proceso creativo o investigador. El resultado era un producto material y tangible (se podía ver, tocar y oler, vaya). El lector aspiraba a hacerse con un ejemplar como medio de participar también de ese proceso y almacenarlo al menos como testimonio visible de su logro. El libro tenía “corporeidad”, era el resultado de una edición concreta, envejecía noblemente en el estante, podía estar firmado por el autor, contener anotaciones del lector, convertirse en un ejemplar único en la medida en el que el resto de ejemplares fueran desapareciendo, etc. Con el “e-book” estas ideas saltan por los aires.
Los actuales libros electrónicos probablemente queden obsoletos en poco tiempo. Tal y como va esto es muy posible que las futuras terminales sean totalmente multifuncionales, es decir que sirvan para todo (ya se sabe: internet, vídeo, música, telefonía, redes sociales, etc) siendo la descarga de libros una opción más. Así que la función estrictamente lectora quedará reducida a una cuestión residual. La novela será sustituida por el microrelato y el ensayo por una serie de titulares a modo de conclusión (para que el “e-lector” no pierda el tiempo). Este proceso ya lo estamos viendo en la prensa digital: lo importante es el flash informativo, la imagen impactante, la renovación constante de contenidos. La idea de que la prensa escrita es el medio idóneo para el comentario y la reflexión pasará a mejor vida. Sencillamente ¡no hay tiempo!
Si alguien piensa que el formato digital multiplicará el número de lectores y promoverá una sociedad más ilustrada entonces, en el mejor de los casos, habrá que redefinir ambos conceptos: ¿qué se entiende por 'lector' y qué se entiende por 'sociedad ilustrada'? Desde luego, los conceptos actuales ya no sirven. El lector quedará diluido en una ciberesfera donde se impondrá lo efímero y lo banal, donde la rápida e infinita sucesión de acontecimientos impedirá cualquier tipo de reflexión mínimamente rigurosa. El libro de papel es incompatible con la nueva era hiperacelerada.
Sé que este proceso es imparable. Lo es porque está inserto en todo un sistema tecno-económico que se reproduce a un ritmo vertiginoso. Son las nuevas formas de hacer negocio. Quizás, como afirman algunos, pueda coexistir durante un tiempo la vieja cultura del libro con el aparatito de marras, al menos mientras resistamos los últimos mohicanos.

lunes, 5 de abril de 2010

El Cazador de libros (2) Atracón peninsular

Uno de los principales itinerarios que suelo hacer cuando viajo es el libresco. En la medida en que la capacidad de carga y de pecunio me lo permiten suelo darme algún que otro atracón. Uno de los momentos más entrañables lo viví en la Plaza Nueva de Bilbao, un domingo por la mañana, en pleno mercadillo. Entre corros de hombretones que compraban cromos de jugadores de fútbol de todas las ligas posibles, había también algunos puestos de libros en los que se podía practicar el buceo de profundidad. Compré varios ejemplares de Espasa Calpe, curiosamente todos editados en Bueno Aires: Unamuno: “Recuerdos de niñez y mocedad” (1952), Julián Marías: “La Filosofía Española actual” (1948) centrado en Unamuno, Ortega y Morente; Manuel de Falla: “Escritos sobre música y músicos” (1950), Héctor Berlioz: “Beethoven” (1951). También en esta plaza adquirí una curiosa biografía escrita por John Vandercook: “El Rey de Haití” (Rialp 1955) sobre Henri Christophe, autoproclamado rey en 1806. Conseguí un librito de Stefan Zweig: “Los ojos del hermano eterno” (Apolo 1938) con portada de tela y por la fecha seguramente de las últimas ediciones de la Barcelona republicana. Por último adquirí un ejemplar de la revista “Victory” editada por la Oficina de Propaganda de Guerra Norteamericana en 1944. En otro mercadillo de Bilbao, en el Paseo Campo de Volantín, compré una autobiografía de John Steinbeck: “Una vez hubo una guerra” (Caralt 1985) y un libro de historia de la ciencia de Gerald Messadié: “Grandes descubrimientos de la ciencia” (Alianza 1999). En el Museo Vasco de Bilbao conseguí curiosamente una guía de la Casa Museo de Ana Frank en español: “Ana Frank, una historia vigente” (1996). El Museo de Bellas Artes de Bilbao, uno de los más importantes de su género en el norte de España, fue el lugar donde, aparte de la guía correspondiente, adquirí un ejemplar de Sylvia Martín: “Futurismo” (Taschen 2005). En la Gran Vía bilbaina compré un libro de viajes de Alvaro Colomer: “Guardianes de la memoria” (MR 2008) y una más que recomendable reflexión sobre el arte contemporáneo de Sarah Thorton: “Siete días en el mundo del arte” (Edhasa 2010). La ineludible visita al Guggenheim reparó la adquisición de un ejemplar sobre uno de los artistas (genial, por cierto) que expone en este momento y escrito por Eva Fernández: “Anish Kapoor” (Nerea 2006) y una guía: “Richard Serra, la materia del tiempo” (Connaissance des Arts. París 2006). Una excursión a Gernika reparó la inevitable adquisición de un estudio sobre el horroroso acontecimiento de la Guerra Civil: “El bombardeo de Gernika”, (Gernikazarra 2005) que se añadirá a otros que tengo sobre el mismo episodio. En Donostia, en una de las librerías de la cadena vasca Elkar, compré un libro que andaba persiguiendo desde hace tiempo: W.G. Sebald: “Sobre la historia natural de la destrucción” (Anagrama 2005) y me encontré con una sorpresa que adquirí sin pensarlo dos veces, Umberto Eco & J-C Carriere: “Nadie acabará con los libros” (Lumen 2010). En el Oceanográfico de Donostia, aunque no entré en el mismo, en su tienda compré un catálogo titulado “Urdaneta en su tiempo” (Soc Oceanográfica de Gipúzcoa 2003).
De paso por Burgos paré en una librería del paseo del Espolón donde compré el último de los premios nacionales de narrativa, concedido a Kirmen Uribe: “Bilbao, New York, Bilbao” (Seix Barral 2010), a ver qué tal. Una visita al Centro de Arte Caja de Burgos (buen espacio expositivo, por cierto) me deparó otra agradable sorpresa, la simpática recepcionista me regaló un catálogo de Marcel van Eeden: “The archaeologist” (Centro de Arte Caja de Burgos 2007).
En Madrid, la inevitable visita a la mega librería de un centro comercial de la Puerta del Sol reparó la compra de Christopher Horrocks: “Baudrillard y el milenio” (Gedisa 2004) y de Germán Lopezarias: “El Madrid del ¡no pasarán” (La Librería 2007). En la Fundaxió La Caixa, aparte de la magnífica exposición de Miquel Barceló, adquirí uno de los catálogos del fondo de esta entidad: “Ex-Libris Modernistes” (La Caixa 1996). Un día lluvioso me impidió sacarle más partido a la Feria del Libro de la Cuesta de Moyano. Sólo tuve tiempo de adquirir un librito de Jacques Derridá: “Palabras de agradecimiento del premio Adorno” (UNAM. México 2001). La visita a la espléndida exposición sobre Gregorio Marañón en la Biblioteca Nacional tuvo como corolario la compra del catálogo correspondiente. En él se hace un recorrido por la intelectualidad española de la primera mitad del siglo XX. Ahora viene el “pos viaje”, el momento en el que hay que enfrentarse gustosamente con estas y otras adquisiciones que omito por no cansar al sufrido lector.