miércoles, 30 de diciembre de 2009

El cazador de Libros (8) Cuento de Navidad

Dedicado a Alondra Sepúlveda.

Siempre que hablamos de un 'Cuento de Navidad' solemos asociarlo a la inmortal obra de Dickens (y más ahora con nueva adaptación cinematográfica en la cartelera) pero en esta ocasión traemos a colación una de las obras del escritor dominicano Juan Bosch. He de confesar que este autor me era hasta hace unos días completamente desconocido y que el descubrimiento se lo debo a una de mis (muy reciente) antiguas alumnas, la también de origen dominicano Alondra Sepúlveda. Alondra nos sorprendió gratamente con una de estas apariciones sorpresivas por el instituto recién llegada de la República Dominicana donde estudia Medicina. Me precio de tener buen ojo para detectar al personal con alto potencial de sensibilidad y curiosidad intelectual, de ese que tienen para uno un efecto similar al prozac y sin contraindicaciones. Y no había que ser demasiado atento para llegar esta conclusión con una alumna que te asaltaba por el pasillo a la pregunta de: ¿dígame qué novela le ha gustado más de las que se ha leído? -tremendo aprieto- o que podía acompañar las clases con los atinados comentarios (a pesar de su natural timidez) de alguien que se está abriendo paso en el mundo de la lectura, entre otras cosas. Pues bien, Alondra tuvo el detalle de regalarme este libro de Juan Bosch -pues pertenece al club de los que saben que mejor regalo no se me puede hacer.
“Cuento de Navidad” es una obrita escrita en 1956 muy singular y entrañable. Juan Bosch relata el conocido episodio de la Anunciación y la Epifanía pero lo hace desde una perspectiva absolutamente personal. El dios de “Cuento de Navidad” es un dios bondadoso pero, al mismo tiempo, caprichoso y dotado de un cierto humor caribeño, tiene larguísimos periodos de sueño que duran siglos enteros (¿explicará esto “el silencio de Dios” que tanto preocupa a la curia vaticana?) debido a “los millones de años que estuvo creando mundos por ahí”. La Tierra es un mundo de locos y a este les envía un hijo suyo. Aunque se toma muchas licencias en sus reelaboraciones bíblicas, Bosch no llega al extremo de Saramago en su “Evangelio según Jesucristo”, libro que le llevara a auto-exiliarse en la isla de Lanzarote. Quizás lo más significativo es su intento por armonizar dos tradiciones cristianas distintas: los Reyes Magos y Papá Noel. A éstos los hace coincidir tanto en su presentación en Belén como en el episodio último donde se ven en el apuro de tener que atender a un niño mexicano que se quedó sin regalos. Se adivina aquí un mensaje claramente intercultural y un intento de tender puentes entre mundos, cosa que dota a este pequeño relato de una gran actualidad.
Aparte de ensayista y novelista, Juan Bosch (1909-2001) fue un político dominicano que sustituyó democráticamente al dictador Trujillo (siempre que oigo hablar de Trujillo no puedo dejar de acordarme de “La Fiesta de Chivo” de Vargas Llosa). Sin embargo, las reformas sociales que emprendió Bosch le enemistaron con EE.UU quien tramó un golpe de estado a los escasos siete meses de asumir el poder (suena conocida esta historia ¿verdad?). Me entero por Alondra que Juan Bosch está considerado en la República Dominicana como el paradigma de político honesto y un escritor que hizo méritos suficientes para obtener el nobel. Habrá que seguir leyéndolo.

PD: ¡Feliz 2010 a los seguidores y seguidoras de este blog! ¡Seguiremos trazando nuestro devenir con la mayor de las complicidades!

sábado, 26 de diciembre de 2009

Pasión por la música (6) De Adorno y Mahler

Dedicado a Joaquín Lázaro Cebrián.

Todos sabemos que cuando dos aficionados a la música clásica se encuentran la experiencia suele terminar como la sección de percusión en la obertura '1812' de Tchaikovski. Pero si, además, ambos comparten pasión por Mahler la cosa adquiere tintes sectarios. Tal cosa me acaba de pasar con un valenciano afincado en Barcelona, Joaquín Lázaro. Por esas casualidades de la vida, una conversación de circunstancias derivó hacia la cuestión musical y ahí encontramos ese suelo común que pisamos muchos. Joaquín es un abonado desde hace años a la Orquesta Sinfónica de Barcelona y me comentaba que desde su asiento privilegiado podía observar algo que para él era esencial: el rostro del director mientras conduce la orquesta. Le gustan, con todo, los directores sobrios, los que dan indicaciones apenas con un leve gesto o una mirada. Nos reímos al pensar, como contraste, en el director de moda, el venezolano Gustavo Dudamel, tan dado a los aspavientos. Sin embargo, la feliz coincidencia llegó a su extremo no sólo con nuestra pasión mahleriana sino, encima, por nuestra devoción por su 2ª sinfonía. Después de hacer un intenso repaso por los momentos más significativos de esta sinfonía le comenté que estaba interesado en adquirir un libro que el gran filósofo y musicólogo francfurtiano Theodor Adorno había escrito sobre Mahler. Nada más de vuelta a Barcelona, ni corto ni perezoso, me envió un tomo (el número 13) de las obras completas de Adorno que Akal publicó el pasado año (además incluye un ensayo sobre Wagner y otro sobre Berg). El gran filósofo alemán (fotografía de arriba), que desde su puesto en el “Instituto para la Investigación Social”, adscrito a la Universidad de Francfort, desarrollara en compañía de Max Horkheirmer la famosa e imprescindible 'Teoría Crítica' de inspiración marxista, valoró de joven dedicarse a la música como compositor. Siempre se sintió cercano a las vanguardias y llegó a componer música atonal. Combinó posteriormente su decisiva faceta como filósofo con la de musicólogo y, de hecho, al final de su vida se encontraba desarrollando una teoría estética en la que la música, como no podía ser menos, desempeñaba un papel fundamental. He correspondido a esta atención por parte de Joaquín con el envío del volumen “Recuerdos de Gustav Mahler” (El Acantilado, 2007), escrito por su esposa, Alma. Un volumen que contrasta con los sesudos análisis de Adorno pero que constituye el primer testimonio escrito sobre el compositor. Alma María Schinler es una de las grandes testigos del ambiente intelectual europeo del final del siglo XIX y principios del XX, sobre todo a través de sus sucesivas relaciones con el arquitecto Gropius, el pintor Kokoschka y el novelista Werfel (casi nada). Me acordaré de Joaquín la próxima vez que pinche la 2ª de Mahler.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El Catalejo (7) El abismo de Copenhague

La cumbre de Copenhague ha devenido en abismo. Aunque pocos tenían grandes esperanzas de que de este macro evento fuera a salir algo serio el resultado final ha producido una indignación generalizada. Quizás, aprendiendo de Kioto, han optado por no crear espectativas que no se iban a cumplir. Quién sabe. Pero lo cierto es que casi con toda probabilidad la humanidad ha perdido el último de los trenes hacia alguna parte. Frente al crecimiento del PIB, las tasas de consumo, las balanzas comerciales, etc, el control de las emisiones no deja de ser un engorroso inconveniente. No voy a dedicarle mucho espacio a la “crónica de una muerte anunciada”. Sólo voy a atreverme a recomendarles un libro a nuestros dirigentes mundiales, aunque sabemos que las múltiples formas de depredación del planeta les debe tener muy ocupados. Se trata de “Colapso” de Jared Diamond (Mondadori 2006). En este libro el autor expone el caso de pueblos y civilizaciones que han desaparecido en el pasado debido a la destrucción de su medio natural (los mayas, indios anasazi o la Groenlandia noruega, entre otros casos). La cuestión es que ahora nos enfrentamos a un colapso a escala planetaria. Pero no parece que esto preocupe seriamente al personal. Solamente Hollywood parece sacar partido de esto a base de películas de carácter catastrófico. Así que el tan mentado cambio climático está pasando a engrosar la ya abultada lista de fenómenos pertenecientes al orden de la realidad virtual.
La revolución verde pendiente no vendrá (si es que tal cosa llegara a producirse algún día) del entramado político-empresarial. Vendrá de una ciudadanía que tendrá que empezar a renunciar a ciertas cosas para ganar otras. Por mi parte, si esto vale de pequeña aportación, no compro en ciertas tiendas de manofacturas orientales cuyos países se pasan por el arco de triunfo cualquier criterio de calidad ambiental y laboral. En realidad, lo verdaderamente efectivo sería que reduciésemos nuestro consumo a lo justo y necesario. Pasar de vivir para consumir a consumir para vivir. Tan sencillo (y tan complicado) como esto. Tal medida provocaría un colapso económico, evidentemente, puesto que nuestro modelo civilizatorio está basado en la hiper producción y el hiper consumo, pero sería la única acción efectiva que a la larga reduciría los efectos del cambio climático. ¿O no?

viernes, 18 de diciembre de 2009

Acción solidaria (9) Haidar y el termómetro moral.

Escribo desde la más profunda satisfacción por el final feliz de la huelga de hambre que iniciara Aminatu Haidar hace casi un mes. Francamente no me interesan los cambalaches de los gobiernos. Supongo que Marruecos no habrá accedido gratis, que aquel ministro habrá acordado no sé qué declaración conjunta con aquel otro o que los tomates marroquíes tendrán ahora mejores oportunidades de colocarse en los mercados europeos. La lección de dignidad, valentía y coraje moral que acaba de dar Aminatu Haidar no tiene precio. Lo que acaba de suceder ha tenido también una consecuencia paralela muy interesante: nos ha puesto el termómetro de la calidad moral de nuestra sociedad. Y cómo siempre el resultado es ambivalente. Es cierto que aún disponemos de importantes reservas de dignidad moral en algunos sectores de nuestra sociedad pero también es verdad que cualquier avatar que le ocurra a algún astro del fútbol moviliza incomparablemente más recursos humanos. Para algunos Aminatu y la causa saharaui habrán pasado de un limbo difuso a un primer plano. Y eso ya es mucho. Para otros no ha sido sino una molestia protagonizada por una mujer árabe con pañuelo, de gesto adusto y pobre pronunciación española, que sufre de una incomprensible pataleta. Con estos poco hay que hacer, únicamente desearles que sean felices con las victorias de su equipo de fútbol y que consuman todo lo que sus tarjetas de crédito les permita, para solaz de la economía china.
Como punto y seguido de la lucha de Aminetu Haidar por la dignidad y la libertad les dejo con este enlace en el que podrán acercarse un poco más a lo que esta mujer representa.
http://vimeo.com/7894916

lunes, 14 de diciembre de 2009

El Impertinente (11) ¡A consumir todo el mundo!

El artículo de la Revista Tangentes de este mes de diciembre no podía estar dedicado a otra cosa.
Escenas de la vida cotidiana: una persona abre las puertas de su ropero, que apenas encajan entre sí debido al volumen de ropa almacenada, y exclama angustiada: - ¡no tengo nada que ponerme!; un niño acostado en la cama de su habitación, rodeado de docenas de juguetes y cachivaches, le recrimina a sus padres: -¡me aburro!; un joven que hace apenas unos meses se ha comprado la última maravilla del mundo informático, y del cual no aprovecha ni el 5% de su capacidad, entra en una profunda desesperación cuando se entera de que el nuevo equipo que saldrá dentro de poco tiene un procesador no se sabe cuántas veces más rápido que el suyo e incluye nuevas virguerías mediante las que puedes contemplar una pecera virtual mientras juegas al penúltimo videojuego hiperrealista que te salpica con imitaciones de vísceras (¡imprescindible!).
Estos son unos ejemplos, entre otros muchos posibles, de lo que podríamos llamar ‘psicopatologías’ de nuestra sociedad hiperconsumista. La acumulación de objetos sin sentido no genera sino más frustración en el individuo. Es la forma de alienación más extendida en las sociedades tardocapitalistas. Hemos dejado de ser personas para convertirnos en consumidores que, en función, de su renta somos objeto de disputa entre miles de empresas que tratan de ‘fidelizarnos’, seducirnos con premios y ofertas y que no dudan en despertarnos con una llamada de teléfono en plena siesta para ofrecernos promociones irresistibles.
La cosa pública ha quedado prácticamente reducida al paseo/encuentro en el mega centro comercial. En éstos se confunde intencionadamente lo público con lo privado al servicio del consumo. Cuando uno pasea por una galería de un gran centro comercial cree estar en realidad en la calle mayor de un pueblo. Esta ilusión óptica favorece la tendencia a consumir de una manera casi natural. Como muy bien expusiera José Saramago en su novela “La Caverna” la plaza pública, el ágora de los antiguos griegos, es hoy en día el centro comercial. En ella pasamos gran parte de nuestra vida social, paseamos, nos encontramos con vecinos y conocidos, pasamos nuestros ratos de ocio, aparcamos el coche gratuitamente y, fundamentalmente, compramos miles de cosas que no necesitamos. Pero ésta no deja de ser una “caverna” (siguiendo el mito platónico): un lugar de sombras donde nada es lo que parece, donde el individuo está atado por las cadenas de la ignorancia y la manipulación.
Ahora que la fastidiosa crisis parece amargar la existencia del anteriormente feliz consumidor aparecen nuevas formas de canalizar ese impulso. Es el tiempo de las baratijas, de los menús a 1 €, del pague uno y llévese tres. Aquellas pequeñas tiendas de bagatelas chinas ahora son auténticas naves industriales donde la gente puede satisfacer sus ansias de acumular objetos inútiles a precios bien reducidos. En realidad el Síndrome de Diógenes está más extendido de lo que parece. Ahora que llega la cada vez más adelantada Navidad, el tiempo de consumo por excelencia, la fiebre del personal empieza a crecer por momentos. ¡Olvídese de sus problemas! ¡haga caso omiso del estado de sus tarjetas de crédito! ¡ignore la situación de sus pagos bancarios! ¡pase por encima de su estabilidad o situación laboral! ¡Consuma -si puede- y sea feliz!
Todos estos comportamientos no son sino una expresión más del profundo vacío existencial que se extiende por nuestra sociedad. Se trata de no pensar, de comprar compulsivamente para tener algo que hacer en esos periodos en los que ni se estudia ni se trabaja, ni se ve la televisión ni se está enganchado a algún entretenimiento audiovisual, en los ratos libres en los que corremos el riesgo de toparnos con nosotros mismos. Y mientras tanto siempre habrá alguien que haga caja a costa de nuestra desesperación.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Acción Solidaria (8) Haidar como símbolo

Siempre he creído en una escuela conectada con el mundo que le rodea. Esto es, con una escuela viva, forjadora de ciudadanía. La lamentable situación que está viviendo Aminatu Haidar en el aeropuerto de Lanzarote nos obliga -al menos así lo creemos algunos- a explicar las claves de este drama a nuestro alumnado. Unas claves complejas que hunden sus raíces en la desastrosa retirada de España del Sáhara Occidental y la ocupación marroquí. En la diáspora del pueblo saharaui, los años de lucha, el atropello sistemático de los Derechos Humanos por parte del ocupante, del juego de intereses geo-estratégicos, etc. Y en todas estas surge una mujer que dice '¡basta!' y antepone su dignidad como persona a cualquier otra consideración hasta el punto de jugarse la vida en ello.
He podido comprobar el estupor de muchos de mis alumnos ante el hecho de que alguien pueda ponerse en huelga de hambre por estas reivindicaciones, que anteponga esos criterios a la posibilidad de volver a ver a sus hijos... Es lógico que nos pueda resultar una posición hasta cierto punto incomprensible. Sobre todo a nosotros, que vivimos (con sus más y sus menos) en un país democrático, en el que como ciudadanos estamos sujetos al imperio de la ley y no a la voluntad de un autócrata, que, ante cualquier atropello podemos acudir a tribunales independientes. Sin embargo, para alguien que ha conocido la cárcel por motivos políticos, que ha sido torturada y perseguida, que se encuentra permanentemente desprotegida y desprovista de derechos elementales empieza a resultar explicable esta actitud tan extrema.
Aminetu Haidar se ha convertido, muy a su pesar y al nuestro, en un símbolo de la lucha por los Derechos Humanos. Muchos queremos que siga siendo un símbolo, pero un símbolo vivo. Porque estamos escasos en el mundo de personas de tal altura moral y, precisamente, porque su actitud está poniendo de manifiesto como, a pesar de tanta palabra hueca, la lucha por la dignidad humana está al final de la lista de prioridades de unos países y de otros. Estoy convencido de que las personas de bien, que no son pocas, tenemos el deber de estar a la altura del reto que Aminetu ha lanzado al mundo. Porque Aminatu luchando por su dignidad está luchando también por cada uno de nosotros.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Acción Solidaria (7) Aminetu Haidar

Cada vez estamos menos acostumbrados a asistir a lecciones de coraje y dignidad moral, sobre todo en estos tiempos en los que se impone mirar para otra parte mientras no me toquen el bolsillo. Eso es lo que está haciendo Aminetu Haidar. Supongo que ya es un tópico recurrir a la comparación con Gandhi. Pero no cabe duda que esta mujer saharaui se ha inscrito en la nómina, y no sólo por este gesto, de los grandes luchadores por los derechos humanos. Su desafío no es sólo a dos Estados, enfrascados en sus tiras y aflojas político-económicos. Es un desafío frente al olvido, la desidia y la ignominia que ha envuelto los últimos años de la causa saharaui. Esos años en los que Marruecos decidió que ese territorio debía convertirse en su patio trasero con la tácita complacencia de una España que bastante tenía con sobrevivir a sí misma. La actitud de Haidar ha destapado las vergüenzas de unos y otros, las “razones de Estado” que tan poco tienen de humanas y las contradicciones de un gobierno español que juega a ponerle una vela a Dios y otra al Diablo.
La posible muerte de Haidar sería la muerte de una voz imprescindible. Aminetu, pese a haber recibido el Premio Juan Mª Bandrés a la Defensa de los Derechos de Asilo y Solidaridad con los refugiados, el premio Silver Rose Award 2007 del Parlamento Europeo o el Premio de Derechos Humanos Robert F. Kennedy no es una diva de las causas humanitarias. Es una mujer que ha sufrido en su propia carne las penalidades de la cárcel y de la tortura por su activismo político. Que sabe lo que son vejaciones y humillaciones por negarse a aceptar la dominación marroquí. Que una mujer quiera reunirse con sus hijos sin tener que aceptar el estado actual de cosas, que anteponga la dignidad a cualquier otra cosa y que esté dispuesta a poner en juego su vida para ello refleja las profundas convicciones de esta persona.
En contraste con esta actitud tenemos las recientes declaraciones del cónsul de Marruecos en Canarias quien exige de Aminetu que pida perdón al Rey Mohamed V y acepte el vasallaje como buena súbdita del reino marroquí. Si no fuera por la fecha del periódico uno podría pensar que se trata de un episodio propio de la Edad Media (aunque ya se sabe que esto de los periodos históricos es algo muy laxo). ¿Y Canarias? Me remito igualmente, puesto que yo no lo diría mejor, a las recientes declaraciones de José Saramago después de visitar a Haidar en el aeropuerto de Lanzarote.”Cuando se me habla de los canarios pienso que deberían preocuparse más de sus islas, donde se producen fenómenos de corrupción que avasallan y que no despiertan aquí, parece, demasiada preocupación. Si no se preocupan por lo que sucede en su casa ¿cómo van a preocuparse de manera eficaz de lo que sucede en el Sáhara, por muy cerca que esté? (...)” (El País. 04.12.2009). A esto hay que añadir que la Consejera de Turismo del Gobierno de Canarias lamentaba la imagen que esta situación da de las islas de cara al visitante extranjero que pasa por el Aeropuerto de Guacimeta. Tenemos lo que nos merecemos. Pobre Aminetu, con la de aeropuertos que hay en el mundo...

martes, 1 de diciembre de 2009

Cine a Solas (7) Herencia del viento

Como profesor suelo recomendar a mi alumnado libros, música, películas... sobre todo aquellas que no suelen estar a merced de la dictadura de lo efímero. Pero cuando una de estas recomendaciones viene de una alumna mi entusiasmo se redobla. En efecto, hace unas semanas, en plena clase, dentro de la ya clásica polémica creacionismo versus evolucionismo, una de mis alumnas me recomendó la película “Herencia del viento” (1960). He de confesar que no había oído ni hablar de ella. Y dado que esta alumna es una fuente de todo crédito me apresté a comprarla por internet (debo ser de los pocos incautos que aún prefiere comprar originales que descargarse esto o aquello). Una vez recibida la película no tardé en disfrutarla. Porque, efectivamente, es una película para gozar durante dos horas.
El argumento es relativamente simple: en un pueblo ultracristiano, de la (suponemos) “américa profunda”, un profesor de instituto es acusado de violar una ley de su Estado que prohibe enseñar las tesis evolucionistas. En el posterior juicio es defendido por un adalid de los derechos civiles (Spencer Tracy) frente a un integrista cristianos (Fredich March). Por cierto, como suele decirse en estos casos, asistimos a un tremendo duelo interpretativo entre estos dos actores. El contrapunto lo pone un periodista cínico con un toque nihilista (Gene Kelly -del que, por cierto, soy un fan de sus grandes películas musicales de los años 40) que hace profesión de fe de su ateísmo militante.
El director, Stanley Kramer, con fama de liberal, reprodujo el modelo de Herencia del viento, en una de sus películas posteriores de más renombre, “Vencedores o vencidos” (1961). Ambas pertenecen a ese género tan americano de los grandes dramas judiciales. Esos que nos han transmitido una idea de la justicia como un espectáculo lleno de efectos y giros imprevistos y que tan poco tiene que ver con el sistema judicial español.
En la pugna entre el defensor del derecho del profesor a impartir una teoría científica y el que proclama que la Biblia es la única fuente de verdad se resume esta larga historia de la lucha entre la razón y el fanatismo. En esto entronca con mi último comentario en esta sección, “Cine a solas”, en la que hablaba de Ágora, la última película de Alejandro Amenábar. En los últimos siglos hemos progresado algo: a diferencia de la época de Hipatia o en los tiempos de la Inquisición ya no se masacra o se asa al grill al hereje, ahora se le pone una multa o se le somete al escarnio público por parte de los defensores de la fe revelada. Al igual que en “El nombre de la rosa” (1986), la magnífica adaptación de la novela de Umberto Eco, se deslizan algunos comentarios que ilustran la tradicional oposición entre fe y razón. “El camino de la ciencia es el camino de las tinieblas” proclama el fiscal, del mismo modo que el abad Jorge en la película de Jean Jacques Anaud sentencia que investigar es una herejía puesto que supone ir más allá de lo que la Biblia sostiene. La gracia de este asunto es que, como todo el mundo sabe, esta polémica sigue siendo de total actualidad y no son pocas las escuelas norteamericanas que pretenden equiparar el creacionismo con la Teoría de la Evolución, obligando a que ambas se impartan en un régimen de igualdad y en el que, al final, el alumno debe eligir como si se tratara del juego del pito-pito-colorito. Como ya llevamos algunos años de incontestable pruebas científicas, los creacionistas han abandonado las interpretaciones literales del génesis y ahora se han reconvertido en seguidores de la Teoría del Diseño Inteligente (más de lo mismo pero en versión sofisticada). Así que “la batalla de Dios” (tal y como proclama el pastor del pueblo) sigue en pie protagonizada por nuevas generaciones de cruzados. Ojo avizor, eso sí, no sea que en un plis plas nos veamos en la misma tesitura en nuestras escuelas.
De todos modos, y como una concesión al americano medio, la película al final contemporiza un poco. El abogado defensor, el magnífico Spencer Tracy, le da un cierto repaso al periodista ateo, que se maneja como un personaje carente de toda compasión. Al final de lo que se trata es de la libertad de expresión, de pensamiento y de la idea de progreso (que no es poco). Si no fuera porque es una película en blanco negro, de 1960 y donde la mayoría de la trama transcurre en una sala judicial y se basa en un constante duelo dialéctico entre los protagonistas (osea que posee todos los ingredientes para que el alumnado salga corriendo) la convertiría en una cita obligada para todos mis sufridos alumnos.

jueves, 26 de noviembre de 2009

El Aula (6) La pizarra digital y otros artefactos salvíficos

Desde la Revolución Industrial hasta nuestros días ha habido una fascinación generalizada por el poder de la Tecnología. Frente a este o aquel problema de la humanidad la tecnología encontrará la solución. Al final la tecnología nos salvará, podemos estar tranquilos. Y, ciertamente, en muchos casos ha sido así. Los avances en la salud y en la calidad de vida (al menos en los países occidentales) están ahí. Pero también la tecnología, su uso en función de intereses bastardos, ha sido responsable de numerosos desastres: desde la bomba atómica a la talidomina.
Esta confianza plena (y muchas veces acrítica) en el poder salvífico de la tecnología se transmite a todos los órdenes de la vida. Ni siquiera el mundo de la docencia escapa a ella. Los gurús de la educación nos repiten últimamente que no se puede dar clase en el siglo XXI con procedimientos del siglo XIX. Quizás tengan razón. Pero a continuación empezamos a oír ejemplos de en qué se sustancia esta aseveración. Resulta que ahora lo más 'cool' es incorporar videojuegos a las clases. Ya sabemos que muchos profesores de Latín están abonados al Imperium y seguramente los chicos se lo pasarán bomba (cosa que no está mal después de seis horas de clase diaria). Según nos cuenta la caja tonta recientemente algunos profesores de Pedagogía (curiosa subespecie, esta) han experimentado en no sé qué centros las bondades del videojuego en algunas asignaturas. Se han sorprendido de los progresos de alumnos que hasta la fecha parecían descolgados y hasta afirmaban que producía una cierta igualación con los más aventajados de la clase. Naturalmente. Cualquier profesor que empiece a evaluar las destrezas necesarias para ser un competente usuario de videojuegos verá que los criterios utilizados hasta la fecha saltan hechos pedazos. El problema es qué modelo de estudiante / persona / ciudadano (etc) tenemos en mente. Qué modelo de escuela, en definitiva. Parece triunfar definitivamente la tesis de que lo perentorio es el entretenimiento y, en todo caso, la formación de un individuo con las destrezas suficientes para darle al clik del ratón (lo llaman “aprender a aprender” pero tengo mis dudas).
Recientemente asistí a una sesión formativa sobre el uso de la pizarra digital (no soy un tecnófobo, repito) y la conclusión que saqué es que el invento está muy bien pero que en realidad no aporta nada extraordinariamente nuevo. Desde luego no va a solucionar los problemas de la escuela. Los juegos, actividades, pruebas que antes se hacían en el papel o en la pizarra tradicional ahora se hacen en pantalla digital. La idea subyacente es que como nuestro alumnado es básicamente un individuo de naturaleza audiovisual y su vida transcurre entre pantallas el nuevo medio que se le presenta captará su atención. ¡Ah, la gran lucha por captar la atención! Quizás el profesorado tengamos que empezar a pensar que esta es una batalla perdida. Es imposible competir con el nivel de estimulación por segundo al que están acostumbrados nuestros jóvenes. Pasar de una Nintendo, de una Play Station 25 (ya llegará) o de Canal Disney a una clase con un profesor que HABLA (¡qué extravagancia!), que LEE (¡qué antigualla!) o que pretende ejercitar la ESCRITURA o la REFLEXIÓN (¡qué atrevimiento!) es como pretender que un legionario se convierta en una monjita ursulina.
Hay quien está convencido de que cada alumno con un portátil delante desarrollará el potencial que hasta el momento la escuela no ha sabido extraerle. Nada, que hay que poner algún tipo de pantalla mediando entre el alumno y ese busto parlante que tiene delante, que mejor haría en callarse o, en el mejor de los casos, hacerse con una buena cantidad de enlaces y direcciones digitales donde el alumnado pueda echarle un vistazo a lo que no está dispuesto a escucharle a él (porque es, no lo olvidemos, intrínsecamente aburrido). Al final, tal y como se nos presentan las cosas, lo mejor será que un ejercito de animadores socioculturales (profesión de gran futuro), armados de buenas provisiones de CD, DVD, videojuegos y demás artilugios interactivos vaya desplazando a esta grey de viejos y anticuados profesores que no responden a las exigencias de nuestra sociedad.
Algunos pensamos que los retos de la educación desde tiempo inmemoriales son básicamente los mismos. Entre otras cosas porque están insertos en la condición humana: el aprendizaje unos de otros, la insustituible comunicación entre personas, la transmisión de actitudes, valores y conocimientos de unos adultos que han tenido tiempo de leer, vivir y experimentar con unos años de ventaja a unos jóvenes que están llamados a sustituirlos y aventajarlos. Lo único que estamos haciendo es reproducir la alienación que nos rodea por doquier, introduciendo obstáculos en las relaciones humanas y educativas, poniendo el punto y final a la vieja idea de Cultura.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El impertinente (10) La velocidad

(Publicado en Tangentes en enero de 2009)
Dedicado a los amantes de la "vida lenta" -si nos dejan...

Cuenta el periodista Carl Honoré en su famoso libro Elogio de la Lentitud que el día que se descubrió a sí mismo luchando contra su hijo de dos años por acortar la duración del cuento de cada noche empezó a preocuparse. Era un hombre devorado por la “falta de tiempo”. A nadie se le escapa que vivimos inmersos en una vorágine vital. Hay que hacer muchas cosas en el mínimo de tiempo, rentabilizar, optimizar….
Es evidente que la base de este modo de vida es claramente económica. Para que el sistema sea viable es necesario que funcione de manera hiper veloz. Conceptos claves como “productividad”, “consumo” o “crecimiento” nos remiten a acontecimientos que deben producirse de manera acelerada. Precisamente, la actual crisis económica planetaria no deja de ser un problema de desaceleración del sistema. Es decir: si la velocidad de los flujos económicos desciende, el cotarro amenaza con descarrilar.
Las voces que vienen advirtiendo de las funestas consecuencias de este modelo económico para la salud física y mental del ser humano no son de ahora. Se remontan a la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII y se acrecientan con los que algunos han denominado el “turbocapitalismo” del siglo XX. La idea general es que la velocidad del sistema nos deshumaniza, nos convierte en cosas (engranajes del sistema mismo) y en meros consumidores.
Esta crítica que puede parecer muy abstracta tiene, sin embargo, claros reflejos en nuestra vida cotidiana. Vivimos en una sociedad zapping. Todo tiene que ser de corta duración y máxima intensidad. El interés decae si el acontecimiento se prolonga. El filósofo Gilles Lipovetsky acuñó el término el imperio de lo efímero para denominar este fenómeno. Hemos criado a una generación joven hiper-estimulada, aunque quizás no en la mejor dirección. Es la generación de la play station, de la nintendo, hasta el punto de que algunos pedagogos se plantean incluir los videos juegos como gran apuesta metodológica para las escuelas que quieran sintonizar con el alumnado (ya se sabe que si no puedes con el enemigo…) ¿Por qué es tan difícil promocionar la lectura? Porque leer supone parar, estar a solas consigo mismo y con un libro. Muy aburrido. ¿Por qué hemos llegado a este nivel de estupidez colectiva? Porque pensar significa tomar distancia y darse tiempo. El profesorado sabe que el alumnado no llega ya a 10 minutos de concentración, que los mensajes tienen que venir acompañados de fuegos artificiales y que su máxima aspiración es combatir la enfermedad de nuestro tiempo: el aburrimiento. Al final, curiosamente, es un problema de saturación de los sentidos y de adicción a los estimulantes.
Las patologías de la velocidad se extienden a todos los órdenes de la vida. En política vemos cómo se vive al día, a golpe de efecto, sin proyecto ni objetivos a largo plazo. Un trabajo fijo es una quimera. Un estreno cinematográfico no aguanta, en el mejor de los casos, un mes en la cartelera. Los éxitos musicales tienen que ser verdaderamente memos para triunfar. Las gafas de sol ahora tienen que ser pantallas en cinemascope para resultar cool –las que te compraste el año pasado ya no sirven. En fin…
Frente a esto hay que reivindicar la lentitud como ideal de vida. Una forma de re-humanizarnos, de tejer nuevos lazos familiares y sociales, de desprendernos de todo lo superfluo que nos rodea. Reivindicar el valor de lo pequeño, de lo auténtico. Encontrar el sentido en lo cercano. Disminuir la velocidad vital que alimenta la consulta de los psiquiatras. Esta sería la auténtica transformación social del siglo XXI (otros dirían ‘revolución’). Este sistema que ahora hace aguas, y que demanda –mira por dónde- que lo público salga en su rescate, nos quiere idiotas. Vivir con un poco más de lentitud puede ser un gesto de rebeldía.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Filosofía de la Mañana (7) Fernando Savater

Tuve la impagable oportunidad de conocer a Fernando Savater hace unos años. El área de cultura de un ayuntamiento me contrató para dar un breve cursillo sobre este autor a un club literario en el que se incluía la presentación de una de sus novelas, “El gran laberinto”. Al final el proyecto incluía un encuentro con el autor que tuvo, como no podía ser de otra manera, una gran repercusión. Esto me proporcionó la oportunidad de sistematizar una serie de ideas sobre un filósofo al que profeso una gran admiración. Debo reconocer que el día que tenía que encontrarme con Savater estaba ciertamente nervioso. Sobre todo porque temía ese efecto de desencanto que se puede producir cuando uno conoce personalmente a alguien a quien de alguna manera se tiene encumbrado. La cosa no pudo ir mejor. Fernando es, en persona, genio y figura. Tanto en el contacto previo como en la cena posterior al encuentro con el público se mostró como una persona afable, cercana y, sobre todo, con una conversación encantadora. A parte de ciertas disgresiones sobre puros habanos y carreras de caballos, a las que tan aficionado es Savater y sobre las que tan poco que decir tenemos algunos, la cosa giró sobre todo en torno a la educación, cosa que para un docente como yo fue un auténtico regalo.
Acabo de presenciar por una televisión en internet un diálogo público entre Fernando Savater y Luis Antonio de Villena dentro de un ciclo, auspiciado por una entidad de ahorro, denominado “La educación que queremos”. Cuando se juntan dos personas de esta talla y don comunicativo el resultado no puede ser otro que una inyección de entusiasmo renovado. Desde que leí “El valor de educar” siempre he pensado que debería ser algo así como un libro de cabecera del profesor en ejercicio. Nos confronta con los fines, instrumentos y valores de la educación. Casi nada.
No descubrimos nada nuevo si partimos de la base de que Fernando Savater se ha convertido en estos años en uno de los principales divulgadores de la Filosofía, en un intelectual comprometido con lo político y lo social, en un ensayista con una gran proyección internacional. De todos modos, alguien que se moja como lo hace Savater suele levantar ampollas en unos círculos e incondicionales adhesiones en otros. Independientemente de sus apuestas concretas, de su devenir filosófico, hay que reconocerle a Savater que encarna como pocos la imagen de un intelectual volteriano que tanta falta hace hoy en día en este mar de confusiones en el que vivimos. Pero esto, al parecer, tiene un precio. No conozco a ningún filósofo que tenga que andar con escolta. Y eso dice mucho. Unos meses después de ese encuentro me lo volví a tropezar en la Playa de la Concha, en San Sebastián, mientras caminaba, según sus palabras, para mantener el colesterol a raya acompañado de dos sufridos guardaespaldas. No deja de ser todo un símbolo, triste en este caso, que alguien que se ha manifestado contra “el nacionalismo obligatorio” o a favor de una idea de Estado por encima de los provincianismos tenga que andar con escolta. Frente a esta actitud el intelectual orgánico y funcionarial puede sentirse tranquilo ajeno a la brega diaria, cómodamente instalado en una prudencial distancia. Es por esto mismo, además de por su estilo claro y fresco a la par que incisivo, por las temáticas que aborda y por su proyección pública que tengo a este autor entre mis favoritos. En determinados círculos universitarios hacer esta afirmación es casi un anatema. Quizás porque aún muchos hacen la lectura de que el lenguaje críptico, los proyectos que sólo interesan a un departamento perdido en el mundo académico, o la adhesión sin fisuras a las escuelas ideológicas o filosóficas de turno son la única medida de la calidad. Hay quien considera que escribir para el gran público equivale a algo parecido a una ceremonia de degradación o a una suerte de prostitución intelectual. Afortunadamente, los que pertenecemos a ese gran público lector, los que nos gastamos una buena pasta mensualmente en ese objeto en vías de extinción al que seguimos llamando “libro” (a la espera de que la generalización del aparatito electrónico de marras termine por cambiar el término -ya verán) podemos congratularnos de que escritores como Savater, entre otros, nos surtan periódicamente de material con el que alimentarnos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Pasión por la Música (5) La muerte del disco

En estos tiempos en la que la unidad básica de medida son los bit de información nada escapa a su reinado absoluto. La producción músical no ha sido menos. Hubo una época mítica en la que una audición musical que no fuera en directo era también un producto cultural valioso. Muchos recordamos los tiempos del vinilo. Entonces el álbum era en sí mismo un producto único y reconocible, valioso en mayor o menor medida al margen, incluso, de su calidad musical. El artista, el músico, elaboraba un producto integral que iba de la composición al orden de las pistas pasando por el diseño de la portada y del libreto acompañante. Muchos de aquellos discos se convirtieron en iconos artísticos, en piezas de colección, en pequeños tesoros que eran guardados con celo por su propietario. Con el paso al CD la cosa sufrió una apreciable merma. Se ganó, eso sí, en calidad sonora y perdurabilidad pero se perdió empaque y presencia por el camino. Sin embargo, esta última evolución terminó degenerando en la situación actual. La música ha quedado reducida a bit de información que habitan en el ciberespacio, audible pero inaprensible. Con la escusa de la comodidad y de la individualización el formato físico ha terminado por desaparecer. Se lee aquí y allá que el futuro de la producción musical pasa por internet y que el usuario podrá confeccionar sus propias listas de audiciones como de hecho ya hace. Aquellas tiendas de discos han terminado por desaparecer, igual que los videoclub, y dentro de poco hasta las librerías mismas (de esto y de la irrupción del 'libro digital' escribiré más adelante -que los dioses confundan a sus usuarios). Negocios hoy en día ruinosos donde los haya. Para muchos esto es una tendencia inevitable, una concreción más de esta sociedad de la información. Sin embargo, ya se sabe que no todo lo real es racional.
En su día también fui uno de los que arrinconó el viejo tocadiscos fascinado con el nuevo y flamante reproductor de CD. Almacené la vieja colección de vinilos y me entregué en los brazos de la nueva tecnología láser. Ahora, años después, añoro volver a oír aquellos discos que me acompañaron en su día. No he sucumbido al MP3 (o como se llame) ni me ocupo de descargar nada de internet -la SGAE puede estar tranquila conmigo. No padezco, aunque alguien pudiera sospecharlo, de tecnofobia pero tengo aún la manía de 'tocar', almacenar e identificar la música que oigo como parte de un producto material, no virtual. Qué le vamos a hacer.
Tengo la vaga sospecha de que estamos ante un cataclismo cultural en ciernes. No quiero pecar de apocalíptico pero temo que la virtualización de la cultura no va a suponer una extensión y profundización de la misma sino, al contrario, un nuevo avance en la estupidización general. Antiguo que es uno.
PD: y sin embargo mantengo un blog, qué cosas.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El Impertinente (9) Usos y abusos de la identidad

Continuamente nos piden que nos definamos. O somos de aquí o de allá, blanco o negro, del Barsa o del Real Madrid, canario o español... Nos impelen a una identidad simple, reconocible, controlable... Hay que ponerse una etiqueta con el fin de poder ser computables en términos de intención de voto, número de socios (reales o potenciales), militantes o simpatizantes de esto o aquello. Hay que sacar la bandera a pasear, gritar las excelencias del equipo, el partido o el pueblo que me vio nacer. Y hay que hacerlo, si es posible, contra aquellos que sacan otra bandera, los del equipo contrario o los del pueblo de al lado (que es más feo que el mío). Contra los equivocados, contra los que nos oprimen (aunque no se tenga claro en qué nos oprimen), contra los malos de la película, en definitiva. Si quieres mantener unida a la peña no hay nada mejor que inventarse un enemigo.
Hay una vuelta a la microidentidad, al provincianismo, diría alguno. Para el sociólogo francés Michel Maffesoli se trata de un nuevo “tiempo de las tribus”, de la vuelta al pequeño grupo, del fin del viejo sueño cosmopolita. Los nacionalismos son la expresión más reciente (en términos políticos) de este proceso. Las nuevas y emergentes élites locales reclaman su parte del pastel. El problema es que apelar a la identidad es algo verdaderamente peligroso porque reduce la política al ámbito de las emociones y los sentimientos. Quienes juegan a esto no dudan en reinventar los hechos desde la pura conveniencia. Configuran un “nosotros” despojado y ultrajado a manos de un “ellos” culpables de todos los males. Necesitan de una identidad en oposición a otras. Recalan en el victimismo, en la afrenta permanente, en la cínica moral de los agraviados. Inventan sin recato un pasado feliz en el que ese “nosotros” vivía con total plenitud hasta la maldita llegada de los “otros”. Prometen un nuevo paraíso en la tierra una vez que desaparezca todo aquello que impide que la propia identidad (la única, la verdadera, la mejor) se imponga a cualquier otra. Ni qué decir tiene que de aquí al fascismo hay un paso. Es por esto que me parece fundamental, en los tiempos que corren, alertar de esta tendencia que algunos consideran natural.
En este mundo globalizado sería más propio evolucionar hacia identidades mestizas, amplias, abiertas. Sabemos que hoy en día los grandes problemas son globales (cambio climático, pobreza, guerras…) y requieren también soluciones globales. Estamos interconectados en tiempo real con cualquier parte del planeta. Participamos de estructuras políticas y económicas que han supuesto un indudable avance (pese a sus múltiples limitaciones) y han contribuido a un mejor entendimiento entre los Estados: Unión Europea, UNESCO, OMS, ONU, etc. Y, sin embargo, se percibe un preocupante repliegue a lo particular, a lo diferencial, verdaderamente empobrecedor.
La diversidad cultural, lingüística y étnica es un patrimonio de toda la humanidad que hay que preservar. Hay que luchar, desde luego, contra la uniformización cultural que imponen sobre todo los medios de comunicación. Pero de esto a pensar que la cultura, la lengua o la etnia son el sujeto político natural hay un enorme trecho. Recordemos que había quien hablaba del RH de un pueblo como el hecho sustancial que justificaba su lucha por la independencia. Puede entenderse, sin ningún problema, que una colectividad proponga que la independencia política es una vía de mejora de su calidad de vida, de optimización de sus recursos o de mayor eficacia administrativa. Sobre esto cabe una discusión racional (espacio ideal de la política). Pero sustentar esa aspiración en el acento, la boina o la manta esperancera lleva la cuestión a las arenas movedizas de lo identitario. Y esto lo que genera al final es exclusión, conflicto y, por último, violencia. Frente a tantos cantos de sirena que nos halagan los oídos lo mejor es acudir a la Historia con mayúscula y no tropezar una y mil veces en la misma piedra. Sobre todo, porque siempre será más lo que nos une que lo que nos separa.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Filosofía de la Mañana (6) El día en que casi me hice platónico

He de reconocer que mis lecturas de Platón siempre han estado condicionadas por la crítica nietzscheana. Ya se sabe aquello de considerar a Platón como el responsable de cercenar la dimensión sensible del ser humano (lo dionisiaco) a favor de lo exclusivamente racional (lo apolíneo), de no ser otra cosa que el trasfondo filosófico del cristianismo, desvalorizar el mundo real, el de los sentidos, en favor de lo aparente, etc. Así que nunca he tenido demasiadas ínfulas platónicas. Pero he de confesar que en ciertos aspectos puntuales he llegado a dudar. Hasta hace poco, determinadas circunstancias profesionales me llevaron a tener un cierto contacto con lo que (lamentablemente) se ha dado en llamar “la clase política”. Y salvo algunas honrosas excepciones la cosa era ciertamente para echarse a llorar. Conocí no pocos políticos que o bien consideraban que valían para cualquier cosa (daba igual si se trataba de educación, agricultura o de lo que se terciara) o bien, aunque seguramente no eran conscientes de ello, estaban negados para cualquier actividad pública. Conocí a más de uno que confundía lo público con lo privado, cuya única lealtad no era hacia la ciudadanía y el interés general sino a las instrucciones del partido, cuya ambición fundamental no era el mejor servicio público sino su propia supervivencia a toda costa. Así las cosas no dejaba de venirme a la mente la enorme exigencia y responsabilidad que Platón atribuía al gobernante. Este debía, después de una interminable preparación de, al menos, cincuenta años, conocer lo que consideraba fundamental para el buen gobierno: la idea de Bien y de Justicia. Se trataba del gobierno del más preparado en oposición al gobierno del más fuerte. Como es sabido, la animadversión de Platón hacia la democracia ateniense era completa. Atribuía a los sofistas el haber creado un sistema político basado en la demagogia, la arbitrariedad y el relativismo axiológico cuyo único corolario sólo podía ser el más absoluto desgobierno. Lo que está claro a estas alturas es que la calidad de la democracia (único sistema aceptable al fin y al cabo) está en función del nivel educativo de la ciudadanía y el de los que tienen (temporalmente) determinadas responsabilidades de gestión y decisión. Esto supone una preparación no sólo intelectual sino además, y no menos importante, moral, estética y política. Una preparación que hoy en día deja mucho que desear. Y así nos va. El viejo Platón tenía sus cosas pero al menos sabía que la política y el ejercicio del gobierno eran una cosa muy seria. PD, al final no caí en la tentación.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Catalejo (6) La caída del Muro.

Hace 20 años la caída del Muro de Berlín me pilló estudiando en la Facultad. Fue un momento apasionante porque, si bien ya se venía barruntando desde hace tiempo el desmoronamiento del Bloque Comunista, la caída del Muro parecía simbolizar algo más: la clausura definitiva del paradigma marxista inaugurado en el siglo XIX. De hecho Francis Fukuyama se apresuró a acuñar su famoso (y también fracasado) “Fin de la Historia” entendida como la lucha dialéctica entre el liberalismo y el comunismo, proclamando la victoria sin ambages del primero. Muchos quisimos distinguir claramente, a la luz de los acontecimientos, entre el pensamiento del viejo Marx, la deriva leninista y ya no digamos la irrupción del criminal Stalin. Lo que sí supuso indiscutiblemente fue el fin de la Guerra Fría. Pero ésta, al poco tiempo, dejó entrever otra guerra no menos terrible: la existente entre los países ricos del Norte y los países empobrecidos del Sur que se acrecienta cada día.
Pero volviendo al evento en cuestión, resulta aún emocionante recordar aquellas escenas en las que la ciudadanía berlinesa asaltó el muro infame, llevándose por delante, en el caso de los berlineses orientales, a un gobierno de la RDA completamente desbordado por la “aceleración de la historia”. El muro de la vergüenza terminó de la noche a la mañana convertido en cascotes para souvenir. En su momento llegué a tener dos minúsculos trozos: uno que me trajo un amigo de Berlín y otro que regalaba una revista (con su certificado correspondiente). Ahora ni siquiera sé ya dónde están. Otra buena metáfora ésta.
Terminé de leer hace unos días unos más de esos libros conmemorativos: “La caída del Muro de Berlín” de Jean-Marc Gonin y Olivier Guez (Alianza, 2009). Un libro de “historia novelada” (que no novela histórica, cuidado) de los que tanto éxito tienen últimamente. Y este libro en cuestión tiene todos los ingredientes para disfrutar de ese éxito. Aborda los hechos desde múltiples perspectivas: desde la cúpula soviética y alemana, desde algunas cancillerías europeas y, sobre todo, desde la perspectiva de los ciudadanos de a pie que, al fin y al cabo, se convirtieron en los grandes protagonistas. Esas historias se van trenzando hasta coincidir en el momento histórico en el que concluyó, de hecho, el siglo XX.

sábado, 31 de octubre de 2009

El Aula (5) Aquellos maestros

Acabo de terminar “Mal de escuela” de Daniel Pennac (Mondadori 2009), una inmersión apasionada en el pequeño/gran universo de la docencia. Pennac es un consagrado escritor francés que en “Mal de Escuela” se autodefine como un alumno zoquete destinado al más clamoroso fracaso. Escribe Pennac: “Los profesores que me salvaron –y que hicieron de mí un profesor- no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon del origen de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más… y acabaron sacándome de allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente nos repescaron. Le debemos la vida”. Este texto de Pennac nos reconcilia con la profesión. A veces uno tiene un complejo de notario, es decir, de alguien que “certifica” que este u otro alumno tiene esta u otra capacidad, que ha obtenido esta calificación o muestra tal comportamiento. Pero apenas hay margen para el cambio, la transformación, la mejora. Es en esto casos cuando la escuela vuelve a sus esencias.
No puede decirse que haya sido un alumno “zoquete”, tal y como lo define Pennac. Al contrario, siempre fui lo que los profesores denominan “un buen alumno”, aunque con tremendas carencias en matemáticas que se proyectaron luego en materias como Física y Química. De todos modos, era un típico especimen de letras: buen lector desde pequeño, con notable capacidad para la expresión verbal y escrita, apasionado de la historia y de una buena discusión pseudointelectual (entre otras cosas). Es curioso y lamentable comprobar cómo hoy en día el bachillerato de letras ha quedado reducido a un bachillerato de descarte o de segundo nivel. Qué pena.
La escuela era toda mi vida. Estudié en el mismo centro desde los 4 a los 17 años, de tal forma que algunos profesores, sobre todo aquellos que te daban clase año tras año, se convertían en algo así como padres y madres con todos los derechos. Mis amigos eran todos del colegio. Para mí el verano era un fastidio puesto que todo lo interesante ocurría en los nueve meses de clases. La profesora que me dio clases de Lengua y Literatura durante varios años era una mujer metódica y formal. Tenía la habilidad de hacernos pensar sobre el lenguaje. Ponía una frase en la pizarra y nos pegábamos una hora dándole mil vueltas sin que decayera nunca el interés. Seleccionaba un texto y las interpretaciones del mismo daban lugar a un apasionado debate hermenéutico. La profesora de Historia era meridianamente clara en sus exposiciones y planteamientos, pulcra y meticulosa no dejaba escapar nada y terminaba por inculcarte esa pasión por el detalle. La profe de Ética y Filosofía, sin embargo, era todo lo contrario. Era un producto del mayo del 68 y su visión de la escuela estaba en la línea de una auténtica comuna. Era una mujer que, en su actitud completamente transgresora, no dejaba indiferente a nadie. O se la odiaba o se la quería sin límites. Yo oscilaba entre los dos extremos. Pero un común denominador a estos y otros profesores es que para todos ellos sus alumnos eran personas con nombres y apellidos, conocían sus capacidades y limitaciones, sus necesidades y sus potencialidades. Hoy en día la gran mayoría de estas profesoras están ya jubiladas. Con los años, al igual que le ocurrió a Pennac, me he dado cuenta de que mi forma de ser profesor es una curiosa combinación de todos ellos. Al final, ¡cuánto le debemos a la escuela!

lunes, 26 de octubre de 2009

El cazador de libros (7) El hombre desplazado y otros libros leídos

“El hombre desplazado” por Tzvetan Todorov. Taurus 2008. Todorov es uno de los intelectuales europeos más interesantes del momento. De origen búlgaro se exilio de su país huyendo del régimen stalinista y se afincó en Francia desde 1963. En este libro Todorov hace una denuncia de la lógica del terror totalitario, de sus instrumentos de control y represión y del aprendizaje de la democracia. “El hombre desplazado” es una imagen que Todorov gusta de utilizar para calificarse a sí mismo. Un hombre a caballo entre el Este y el Oeste. Es un ejemplo de lo que denomina también “transculturación”, o lo que es lo mismo, de la síntesis y superposición de culturas en un nuevo todo mucho más rico e interesante. Supone además, cosa en la que comulgo por completo, una cierta superación de los nacionalismos, fuente de incidias y violencias. Recomiendo vivamente este libro, sobre todo para los amantes del pensamiento en libertad.
“Entrevista a Noam Chomsky (la situación política en EE.UU)” por Vicenç Navarro. (Anagrama 2008). Resulta ya un tópico calificar a Noam Chomsky como el único intelectual de izquierdas de EE.UU (con permiso de James Petras) y algo de eso debe haber. Como otros tantos, hace años conocí en primer lugar al Chomsky lingüista y luego constaté con asombro y satisfacción al mismo tiempo el desarrollo de su demoledora crítica política y social. En este pequeño libro Vicenç Navarro entrevista a Chomsky en los momentos previos a la elección de Obama como presidente de los EE.UU. El libro incluye además un texto de Navarro titulado “Cómo entender la situación política de los EE.UU”. El tono del libro contribuye a rebajar un tanto las expectativas sobre EE.UU por mucho que Obama llegue al poder. No en vano el entramado económico y los poderosos lobbys que operan en núcleo de los centros de decisión ya se encargan de que “todo cambie para que todo siga igual”. Una vez expresada mi admiración por Chomsky a continuación no puedo dejar de plantear una pregunta que siempre me viene a la cabeza: ¿por qué los libros de Chomsky son tan endiabladamente caros? ¿no hay forma de sustraerlos, al menos en parte, a la voracidad del mercado como un pequeño acto de coherencia ética?
“Guía del autoestopista galáctico”, por Douglas Adams (Anagrama 2008). Adelantando considerablemente la lista de libros por leer abordé la lectura de este ejemplar motivado por una extrema curiosidad. Sin embargo, he de reconocer que, pese a su evidente genialidad, no pude con él. Siempre he tenido una especial querencia por la literatura del absurdo. Me encanta Inoesco, Alfed Jarry y demás “patafísicos”. ¿Qué absurdo más delicioso que los Monthy Phyton? Pero con Adams la cosa llega a desbordar. La continua sucesión de situaciones y personajes a cual más excéntrico termina por descolocar a cualquier lector no prevenido. El arranque de la novela con la destrucción de la tierra y las diferentes entradas en la guía galáctica son sencillamente geniales. Pero a media novela, francamente, ya no sabía dónde me encontraba, de donde venía y hacia dónde me encaminaba. Quizás me pilló desentrenado. Pero hay que insistir con Douglas Adams. Tuvo que ser un tipo extraordinario.
“Hipatia”, por Clelia Martínez Maza (La Esfera de los Libros, 2009). Estamos, indiscutiblemente, ante un libro oportunista, publicado al calor del estreno de “Ágora”. Pero dentro del abanico de ofertas recientes éste sobresale notablemente. Este ensayo realiza una aproximación muy completa al mundo de Alejandría, a su historia y contexto filosófico y cultural y, por supuesto, a la figura de Hipatia. Lo hace acudiendo a las fuentes disponibles y huyendo de tópicos. En este sentido constituye un trabajo riguroso. Y como se trata de dejarse llevar por las circunstancias es el complemento perfecto de la película. Tanto antes como después, entre uno y otro, terminamos sumergido en aquella prodigiosa época.
“La II Guerra Mundial en comic” por Mark Bryant (Libsa, 2008). No suelo ser partidario de los productos de la editorial Libsa porque, con todos los respetos, siempre me han parecido, muchos de ellos, auténticos “refritos”. Su imagen de marca suele ser libros de gran formato a bajo precio (y por algún lado tienen que ahorrar). Sin embargo, con este libro nos encontramos con una notable excepción. “La II Guerra Mundial en comic” es un título que lleva a engaño. Se presta a pensar en la obra de algún dibujante resuelto a contar este episodio de la historia a un público juvenil. En absoluto. Se trata de un repaso a la ingente producción de cartelería, viñetas y propaganda política producida por los distintos contendientes. Es la selección muy acertada de un especialista como Bryant. Y por eso el resultado es muy interesante. A lo largo de cada año de la guerra vamos asistiendo a la evolución de los mensajes y de los recursos gráficos y propagandísticos en función del desarrollo cambiante de la conflagración.

jueves, 22 de octubre de 2009

Arte a todas horas (5) Lucian Freud

Considero, humildemente, a Lucian Freud uno de los pintores vivos más interesantes. Cualquier vistazo a su producción pictórica no deja indiferente al espectador. Nieto del gran Sigmund Freud, Lucian está dotado, como buen artista, de una personalidad arrebatadora que se traslada inevitablemente a sus cuadros. Su encaje no es fácil, como casi todo el arte actual, pero algunos lo sitúan en la órbita del realismo. Una vez más comprobamos cómo el género artístico se vuelve muy limitado a la hora de aprehender los hechos. El realismo de Freud es, en todo caso, tan personal que trasciende esta clasificación. Sus retratos (la mayoría desnudos) que tanta fama le han dado son una muestra de una visión única de las cosas. A diferencias de otros realistas (me viene a la mente como caso canónigo el de Antonio López) no está preocupado por captar el matiz último de las cosas, no es un espejo en el que se refleja el objeto; al contrario, su mirada filtra de tal modo lo que capta que lo que termina por reflejar en sus lienzos es una elaboración intensamente psicológica de la realidad. Hay, además, en este pintor inglés de adopción una voluntad provocadora y transgresora. Sus modelos, sus poses, sus actitudes impactan en el espectador y tienen la virtud de sacudirnos un auténtico mazazo. En su lienzo “Rose” (1978) retrata a una de sus hijas ya mayor completamente desnuda y tumbada en un sillón. Frente al enorme escándalo social que se produjo Freud respondió que él sólo era un pintor y que el problema en todo caso era del público. Y, desde luego, hay que mirar la obra de este artista con otros ojos. En “Durmiendo bajo un tapiz con dos leones” (1996) retrata a una mujer desnuda con obesidad mórbida. El resultado es un cuadro impactante y a la vez cargado de humanidad. Una de sus obras más célebres, “Retrato de su majestad la reina Isabel II” (2000), que reproducimos en esta entrada, supone una auténtica innovación en el género. No sabemos si fue del gusto de su graciosa majestad, quizás acostumbrada a un estilo más victoriano, pero, desde luego, cuando se puso delante de su pincel sabía a lo que se exponía. Ole por la reina.

lunes, 19 de octubre de 2009

Acción solidaria (6) Pequeña historia de Issak

Acabo de recibir un gran regalo. Issak, un joven mauritano de 17 años, llegado hace poco más de un año a Tenerife en un cayuco, me ha regalado un maravilloso barquito de cartón hecho por él mismo. Me lo trajo una “madre adoptiva” que Issak ha tenido la suerte de encontrar en esta isla. La vida está llena de encuentros casuales y de sorpresas a la vuelta de la esquina.
El pasado curso vino a mi centro educativo un grupo de menores inmigrantes africanos, integrantes de un grupo denominado “Música Solidaria”. Todos ellos viven en unas condiciones bastante precarias en uno de los centros para menores inmigrantes de Tenerife. La mañana que pasamos con estos chicos fue verdaderamente especial. De entre el grupo destacó Issak desde el principio. En una de los encuentros que tuvimos con nuestro alumnado Issak contó su pequeña/gran historia.
La historia de Issak es la de un chico que quiere reencontrarse con su padre. Este, que había emigrado hacía un tiempo a Francia, no quería bajo ningún concepto que su hijo saliera de Mauritania. Pero Issak se consumía por las ganas de volver a verlo y de iniciar esa vida venturosa que Europa promete falsamente. Así que Issak se subió a un cayuco. El trayecto se convirtió en un infierno. Las pesadillas de un mar que los engulle acompañarían a Issak durante mucho tiempo después. Olas enormes, un mareo constante, la imposibilidad de moverse, la sensación de un peligro terminal eran un peaje excesivo para un chaval de su edad. Cuando Issak y sus compañeros se toparon, literalmente, con la isla de Tenerife, no sabía dónde estaban. El chico pasó de las inmensidades abiertas de África al mundo cerrado y claustrofóbico de un centro de menores inmigrantes no acompañados.
Issak se emocionó hasta las lágrimas cuando contó su relato. Una de mis alumnas, que luego se convertiría también en su “hermana adoptiva”, empezó a llorar igualmente en medio del aula abarrotada. Y ahí empezó un encuentro feliz que llega hasta el presente. Issak es un chico bajito pero de constitución fuerte, firme y sensible al mismo tiempo. Te mira directamente a los ojos cuando habla. Tiene un cuerpo atlético capaz de piruetas imposible. Lleva todo el ritmo de África en las venas y de hecho quiere ser cantante. Es el alma de su grupo musical. A diferencia de muchos de sus compañeros mauritanos Issak no se calla lo que piensa. Esto le ha causado problemas en su centro y, sobre todo, con sus compañeros magrebíes. Pero Issak ha salido airoso de esos trances. Y gracias también a la familia tinerfeña que ha sabido hacerle un hueco en sus corazones. Estas son las historias que no se conocen, las que no salen en los periódicos, las que hablan de solidaridad y humanidad. Issak me ha hecho un regalo que no merezco y se lo agradezco.

viernes, 16 de octubre de 2009

Cine a solas (6) Ágora

¡Una obra de arte! No se me ocurre otro calificativo para “Ágora”, la última película de Alejandro Amenábar. Este hombre-prodigio nos ha legado otra obra para la posteridad. El profesorado de Filosofía, Matemáticas o Cultura Clásica, los amantes de la Historia de la Ciencia, de la Astronomía, los estudiosos del papel histórico de la mujer, los cinéfilos en general, tenemos una deuda con este creador. Sobre todo porque reconstruye con un guión magnífico y con imágenes de gran belleza e impacto una época histórica fundamental, huérfana hasta ahora de referencias de esta clase. Pienso que esta película está llamada a desempeñar el mismo papel que “El nombre de la Rosa”, de Jean-Jacques Annaud, con la ventaja añadida de los recursos técnicos de nuestro tiempo.
Se trata de una obra redonda, tan perfecta como la circularidad que obsesiona a Hipatia, a la que no le sobra nada. Las licencias cinematográficas están plenamente justificadas desde la lógica interna de la película. Se sabe, por ejemplo, que Hipatia murió a una edad mucho más avanzada que la que narra la película o que su intuición sobre la órbita elíptica de los planetas y sus inclinaciones heliocéntricas no están en absoluto documentadas, aunque abordara una revisión crítica de la Astronomía de Claudio Ptolomeo. Hay que tener en cuenta que no se conserva ninguna de sus obras y que los comentaristas posteriores no se ponen de acuerdo en muchos aspectos. Ya habrá quien se dedique a un estudio minucioso sobre su rigurosidad histórica o falta de ella pero el resultado final sitúa a la película por encima de estas disquisiciones.
La elección misma del tema refleja una gran altura de miras. En cierto sentido, la destrucción definitiva de la biblioteca de Alejandría y la muerte de Hipatia simbolizan el final del Mundo Antiguo y el comienzo de la oscura Edad Media. Esta fue una tragedia cultural sin paliativos puesto que un enorme legado acumulado durante siglos se perdió irremisiblemente.
La sensibilidad extraordinaria de Alejandro Amenábar queda acreditada a lo largo de toda la película, pero si hay un momento fundamental en este sentido es a la hora de abordar la horrorosa muerte de Hipatia, salvajemente torturada antes de morir. Amenábar la transforma en una escena bellísima y a la par plena de dramatismo, evitando en todo momento el fácil recurso al morbo.
Hay también en Amenábar un plano ético que me parece muy interesante. Ya se vio claramente en “Mar adentro”. De nuevo este joven director explicita una serie de valores donde prima un claro humanismo (que podríamos calificar de “ilustrado”) frente al dogmatismo intolerante y cerril. Es, por tanto, un autor que no tiene miedo a tomar postura y dejar claras sus apuestas personales. Cosa que es de agradecer frente a tanto producto “políticamente correcto” y descafeinado.
Como muy bien Amenábar se ha ocupado de señalar, no es una película contra el cristianismo, sino contra el fanatismo del signo que sea. Los parabolanos muy bien podrían ser los talibanes de nuestro tiempo. Lo cual deja claro que el fanatismo es un mal que corroe, en un momento dado, a todas las grandes religiones en su intrínseca tendencia a considerarse únicas depositarias de la verdad suprema en lucha a muerte contra las otras. Quizás a muchos católicos les falta asumir que su práctica religiosa es el resultado de las luchas intestinas en el seno del cristianismo durante la Edad Media y en la que siempre primaron cuestiones de poder político y económico antes que teológicos. Amenábar pone el dedo en la llaga y, como era de esperar, ya están, por lo visto, los “lobbys” ultra afinando los cuchillos contra la película, a la que acusan de maniquea y manipuladora. En fin…
La película está llena de símbolos y metáforas desbordantes: las constantes referencias astronómicas, la pequeñez de la tierra y el ser humano frente a los misterios del universo, el fanatismo integrista como fuente de todos los males, la transformación de la biblioteca real en un establo... En este punto no pude por menos que acordarme de aquellas palabras del poeta alemán Heine: “quien empieza por quemar libros termina quemando personas”. “Ágora” es una contribución más a la lucha de unos pocos contra la sinrazón que atraviesa la historia de la humanidad. Por cierto, creo que muchos, en el futuro, no podremos dejar de pensar en Hipatia sin ponerle el rostro de Rachel Weisz. Sencillamente perfecta.

domingo, 11 de octubre de 2009

El impertinente (8) El virus de la corrupción

Mi colaboración de este mes con la revista Tangentes trata de la corrupción política. No les voy a negar que está hecho al calor de la actualidad.


El pasado mes de junio la prensa nacional publicaba una noticia que, disimulada en las páginas interiores, no parecía tener demasiada trascendencia. Y, sin embargo, era una noticia verdaderamente inquietante. Según un estudio de la Universidad de Essex, España es un país “relativamente corrupto”, sobre todo en relación a los estándares europeos.
Entrando en la letra pequeña el panorama que dibuja es para echarse a llorar. Entre las causas citaba la elevada concentración de poderes políticos en manos de un mismo partido, la acumulación de poder de los alcaldes y la consolidación de redes clientelares y de corrupción. No recuerdo que este informe haya suscitado ningún debate social ni haya ocupado una mínima parte del tiempo que los medios dedican a las aventuras de la hija de la famosilla oficial de las sobremesas. ¿No será que nos estamos acostumbrando al espectáculo del “trinque” de unos y de otros?En cierta ocasión conocí a un candidato a concejal que, en un acto de imperdonable indiscreción, me confesó que su principal motivación era que no le llegaba el sueldo para pagar su hipoteca. Cuando, por fin, alcanzó su ansiada concejalía no pude por menos que pensar en la mejoría de sus cuentas bancarias a cargo del erario público. Desde luego, no tengo ningún dato que me permita pensar que esta persona haya caído en oscuros manejos, pero cabe suponer que si ésta fue su principal motivación para dedicarse al noble arte de la política constituye todo un perfil de alto riesgo. Parece que a estas alturas lo de la vocación de servicio público para optar a un cargo político es un eslogan que pocos ya se creen. Es una pena. La corrupción es como un virus. Se extiende de manera imparable, infecta a individuos proclives y a más de uno con fama de incorruptible. Necesita de la administración de antídotos y de individuos con los anticuerpos suficientes como para ser inmunes a la codicia y a las mil y una tentaciones que rodea hoy en día a cualquiera que dispone de una mínima capacidad de decisión. El desempeño de un cargo político debe tener fecha de caducidad, se debe salir igual que se entra, se debe estar dispuesto a actuar desde la más estricta legalidad y con transparencia pero, sobre todo, debe ser la expresión de un compromiso con unas ideas, un proyecto y con la ciudadanía. Actualmente, la primacía de los partidos-empresa sobre los intereses generales es fuente de todo tipo de disfunciones. El objetivo fundamental suele ser mantener a toda costa las cotas de poder partidista y tener a bien al entramado económico adyacente. ¿Se imaginan ustedes a un político que diga abiertamente “he agotado mi proyecto y por tanto me voy” (antes de que lo echen, lo procesen o pierda unas elecciones)? ¿que se atreva a decir públicamente y por propia iniciativa “tal persona o entidad ha tratado de sobornarme”?
Ahora que todo el mundo palidece frente al virus de la gripe A hemos descuidado éste que sí que tiene efectos verdaderamente devastadores. La corrupción provoca una progresiva desafección en la ciudadanía respecto a nuestro sistema político, crea un caldo de cultivo propicio para la destrucción del tejido social. Lo peor de este rosario de casos que van saliendo en los medios de comunicación, de sospechosos, imputados y condenados no es su número creciente, es que nos acostumbremos a ello. Que pasemos de un claro repudio y condena a quien se enriquece ilícitamente y se demuestra a terminar por aceptarlo y hasta comprenderlo, que pasemos de una tolerancia cero frente a la corrupción a que haya colas interminables para terminar de depredar lo público. Lo penoso es cuando se empieza a oír cosas tales como “cualquiera haría lo mismo”, “al fin y al cabo no es para tanto” o “total, todos son iguales”. Es en ese momento cuando el virus ha entrado hasta el tuétano de la sociedad y cuando más difícil es erradicarlo.

jueves, 8 de octubre de 2009

La II Guerra Mundial (5) Lidice

Si pudiera hacerse una clasificación de las maldades e iniquidades humanas quizás lo sucedido en el pueblo checo de Lidice el 10 de junio de 1942 ocuparía los primeros puestos. Una vez que no sólo Moravia y Bohemia habían caído bajo la dominación nazi sino, vulnerando los pactos de Münich, el conjunto de Checoeslovaquia, la represión llegó a cotas dramáticas bajo el mandato del “Reichprotektor” Reinhard Heydrich, apodado “el carnicero de Praga”. Un comando de guerrilleros checos, entrenados en el Reino Unido, e introducidos clandestinamente por la RAF atentaron contra Heydrich en una de las vueltas de la carretera de acceso al Castillo de Praga. Heydrich, lugarteniente del todopoderoso Himmler, jefe de las SS, sonaba en algunos círculos incluso como posible sucesor de Hitler al frente del Reich alemán. Su muerte desató la cólera del Führer quien ordenó las más terribles represalias. Los ojos de los dirigentes nazis se fijaron en un pequeño pueblecito cercano a Praga que se había significado por ser el lugar de procedencia de numerosos partisanos. En la fecha fatídica ya señalada tropas alemanas rodearon el poblado de Lídice, cerrando todas las salidas. Toda la población fue acorralada. Fusilaron a los hombres. Numerosas mujeres y niños fueron llevados a campos de concentración donde muchos encontraron la muerte. Algunos de los pequeños, suceptibles de ser “arianizados” fueron llevados a Alemania. En total se calcula en unos 340 muertos que sumadas a la oleada de represión en el conjunto de la región da una cifra de unas 1.300 personas asesinadas. No contento con estos los nazis demolieron por completo el pueblo hasta los cimientos de cada casa y removieron las tumbas del cementerio con el fin de, literalmente, “borrar del mapa” Lidice. En estas fechas los Alemanes estaban todavía convencidos de su victoria final y grabaron y fotografiaron estas escenas como testimonio de la “justicia” nazi. Estas imágenes aún se conservan y pueden verse en http://www.youtube.com/watch?v=O1PTzlxWBpc
En mi ya comentado último viaje a Praga tuve la ocasión de comprar un libro extraordinario. Se trata de “Lidice, the Story of a Czech Village” de Eduard Stehlik (The Lidice Memorial 2004). Este libro es una rigurosa historia del pueblo, de sus habitantes, de su modo de vida anterior a 1942 y de los terribles acontecimientos que allí tuvieron lugar. La profusión de imágenes, documentos, ilustraciones de objetos de la vida cotidiana y testimonios del desastre hacen de esta publicación un material imprescindible como recuerdo y advertencia a las jóvenes generaciones. Merecería, además, una edición en español, tan escasos como estamos de material de este tipo. En la actualidad, donde estaba el antiguo pueblo de Lidice, hay una verde pradera salpicada de árboles que en nada hacen presagiar que allí ocurriera una de las grandes ruindades de la II Guerra Mundial.

domingo, 4 de octubre de 2009

El aula (4) El valor de la divulgación

Mi alumnado sabe que uno de mis retos es promocionar la lectura del ensayo, de la divulgación de los distintos ámbitos del saber y no sólo de la Filosofía. Como lectores potenciales y autónomos de este género irían más que servidos. Ahora bien, uno es consciente de que no es una tarea fácil. En principio todo está en contra. Si ya es difícil promocionar la literatura cuánto más no va serlo un género que requiere, quizás, de un poco más (pero sólo un poco) de esfuerzo y en ocasiones de un lápiz en la mano. Los que pensamos que los beneficios y gratificaciones de toda índole que proporciona multiplica con creces el pequeño esfuerzo invertido tenemos el reto de convencer a quienes tienen por toda lógica el par “divertido/aburrido”.
Actualmente la divulgación en general goza de la mayor consideración. Ha quedado claro que tan importante como la investigación es la socialización del conocimiento. Sobre todo cuando esas líneas de investigación han sido posible con financiación pública. En otros tiempos se pensaba que lo verdaderamente serio era el lenguaje cerrado, críptico, sólo a disposición de cenáculos exclusivos e hiperespecializados. Y aunque ese nivel de investigación sigue siendo imprescindible para el progreso, sobre todo, del universo científico-técnico, no es menos cierto que su “traducción” para el gran público resulta cada vez más perentoria. Un ejemplo de esto es Stephen Hawking, quien encaró el reto de escribir un libro sobre los secretos de la cosmología sin emplear una sola ecuación, pues calculaba que una sola de ella disuadiría a la mitad de los lectores potenciales. Fruto de esta iniciativa fue la celebérrima “Historia del Tiempo” (1988), y alguna secuela posterior, que se convirtió en un superventas y popularizó los agujeros negros y los avatares de la “flecha del tiempo”. En cierto sentido, el enorme presupuesto que consume la investigación astrofísica y la exploración espacial se sostiene en la fascinación e interés que suscita en el conjunto de la ciudadanía (al menos en algunos países, claro). ¿Para quién va dirigido, en principio, este tipo de libros? Podríamos decir que para alguien con estudios medios, es decir, el grueso actual de la población. Por supuesto que esta consideración habría que acompañarla de otra no menos importante: el escaso índice de lectura en países como España que, por cierto, no se corresponde con su enorme producción editorial.
Quizás haya sido Isaac Asimov, en el pasado siglo XX, quien más popularizó la divulgación científica (aunque también se dedicó con enorme éxito a la Historia y la Ciencia Ficción). Su producción, estimada en más de 500 obras, hizo pensar a más de uno que en realidad debía tener a un equipo de incansables investigadores trabajando para él. Aún hoy muchas de sus obras son imprescindibles para dar los primeros pasos en este ámbito. Otro referente fue el astrónomo Carl Sagan, conocidísimo por su serie de TV “Cosmos” que en los años 80 batió record de audiencia. Muchos recordamos aquella inquietante frase suya: “somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo”. Pero también fue un pionero en la exobiología (búsqueda de vida extraterrestre) en una época en lo que esto era casi un anatema. En España quizás los más populares sean en la actualidad Eduardo Punset, José Manuel Sánchez Ron y el grupo de investigadores reunidos en torno a Atapuerca y su inacabable fuente de sorpresas.
Es imposible hacer un recorrido exhaustivo por el campo de la divulgación científica así que ahora permítanme hacer una breve parada con la Filosofía. Igualmente esta “vieja señora” ha descubierto la necesidad de acercarse al común de los mortales (con permiso de Heidegger). Ya decía Ortega que “la claridad es la cortesía del filósofo”, así que por esta senda han transitado con enorme fortuna mi admirado Fernando Savater, José Antonio Marina o Javier Sábada. Llama la atención en un país de tan poca pasión por el pensamiento el éxito de estos y otros autores. Todos conocemos al noruego Jostein Gaarder y su famoso “El mundo de Sofía”, traducido a no sé cuantas lenguas y que le proporcionó un retiro dorado de sus clases de Filosofía en un instituto de Oslo. Particularmente soy un seguidor del francés Michael Onfray quien a una edad relativamente joven para estas lides ya tiene una obra amplia, polémica y popular. Calificar a un autor de “divulgador” no significa desproveerlo de una voz propia, reducirlo al mero papel de traductor de obras ajenas. Todos estos autores suelen tener un propósito personal en su producción, muchas veces relacionado con una suerte de pedagogía social, a la manera de ilustrados de nuestro tiempo. Quizás esto los haga extraordinariamente valiosos, al margen de que comulguemos o no con sus intenciones particulares, puesto que en los tiempos que corren luchar contra el avance de la estupidez es un imperativo inaplazable.
Así que se supone que el alumnado de bachillerato, una vez concluido sus estudios, “debería” tener la competencia suficiente para convertirse en un potencial lector de ensayo a nivel divulgativo, ser capaz de abrir la ventana a ese mundo fascinante del conocimiento que nos espera ahí fuera. Pero ¿ocurre realmente?

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Filosofía de la Mañana (5) José Antonio Marina y el cristianismo

Esta mañana, en una clase de 1º de bachillerato, una de mis alumnas, quizás con mucha razón, me decía: “profe ¿otra vez estamos con lo del cristianismo?”. La pobre alumna estaba ya un poco harta de mis constantes alusiones a este tema. Esto venía a cuento porque trataba de explicarles que la “idea de creación”, con la que estamos tan familiarizados hasta el punto de entenderla casi como algo natural, pertenece fundamentalmente a nuestro ámbito cristiano y que los antiguos griegos, por ejemplo, eran demasiado racionales como para pensar en esos términos, decantándose sobre todo por una idea de “continuo” antes que de “comienzo y fin”, “génesis y apocalipsis”, “alfa y omega”. En cualquier caso, intenté explicarle también a esta sufrida alumna que, para bien o para mal, nuestra cultura es judeo-cristiana y que la Filosofía es, entre otras cosas, una crítica de nuestra cultura. Qué le vamos a hacer. Y para no resultar sectario, entre tanta, “deconstrucción” cristiana traigo a colación un libro que acaba de pasar de mi lista de “por leer” al de “léidos”. Se trata del libro de José Antonio Marina “Por qué soy cristiano” (Anagrama, 2005). El título es, evidentemente, un giño al célebre “Por qué no soy cristiano” de Bertrand Russell (obra de imprescindible lectura). Marina renuncia de entrada a lo que denomina “la explicación gnóstica”, esto es, la pretensión de la religión de instituirse en una forma de conocimiento objetiva de la realidad (a ver si algunos toman ejemplo y zanjamos este tema ya de una vez). Apuesta por una perspectiva moral, en una línea claramente kantiana. El cristianismo lo entiende como una experiencia interna, inserto en una tradición milenaria, claro está, pero crítica y distanciada de su institucionalización. Un concepto clave resulta ser el de la “búsqueda del Reino”, cosa que Marina entiende como la búsqueda de la justicia. Dios es básicamente la idea del Bien. En su realización consistiría el ser cristiano. El mandato fundamental no sería otro que la caridad (cosa en la que coincide al final con Váttimo). Su postura tendría el efecto de ser un mínimo común denominador a todas las religiones por lo que posibilitaría el tan ansiado por algunos diálogo ecuménico. Al final, quizás como una manera de blindarse ante la crítica previsible, reconoce que ésta no es sino la apuesta personal del autor porque “no quiero expulsar de mi mundo la religión” (pag 142). Aunque uno pueda sentirse muy alejado de algunos postulados da gusto poder leer opúsculos como éste.