viernes, 22 de junio de 2012

Incapaces


En estos años he podido ir añadiendo algunos capítulos más al amplio volumen de los desajustes universales. A veces da la impresión de que nadie está donde le corresponde, sobre todo en el proceloso mundo de la educación. En este sentido, puedo decir que he conocido a una monitora que trabajaba en una Casa de la Juventud y que era alérgica a los jóvenes, un profesor que impartía clases en un centro rural y que no se cansaba de comentarles a los chicos los “paletos” que eran, una tutora de un grupo con dificultades de aprendizaje y que no hacía sino horrizarse con las carencias de los alumnos y además se lo recordaba todos los días con un buen arsenal de airados lamentos e improperios. Todos estos perfiles disfuncionales no producen sino insatisfacción y un cúmulo de problemas. Pero es también consecuencia de la cultura caduca de que todo el mundo vale para cualquier cosa. En el ámbito de la educación hace falta ya que se elaboren los distintos perfiles profesionales, que se diseñe una forma de acceso que contemple todo aquello que resulta esencial en la docencia y que hoy apenas se tiene en cuenta. Resulta curioso que para una gran parte de trabajos se pidan pruebas psicotécnicas (por muy poco de fiar que sean). Pero en este delicado mundo nuestro eso parece una boutade. Y así nos va. He conocido también a verdaderos genios en su ámbito de conocimiento perfectamente incapacitados no solo para dar clase, sino para ponerse siquiera delante de un grupo de adolescentes (con el serio riesgo para la integridad psico-física que eso supone). Para bien o para mal, aquel mundo en el que al profesor se le presuponía su autoridad pasó a mejor vida. Ya no quedan sheriff del condado. Hoy hay que ganarse los galones a pie de obra y sin que eso te asegure gran cosa. Pero, al menos, la condición previa y deseable es que al sujeto en cuestión no le salgan ronchones en un aula poblada por la muestra más palpable de nuestra sociedad. Ese sería un pasito en la buena dirección.

viernes, 15 de junio de 2012

Profesor Lazhar


Hace ya unos añitos, la película “Hoy empieza todo” (Tavernier 1999) conmocionó a la restringida subespecie de profesores enamorados de su profesión. Unos años después, “El profesor Lazhar”, dirigida por Philippe Falardeau, viene a insistir, de alguna manera, en este género singular del “drama escolar”. Esta película canadiense, y muy francófona ella, nos plantea un problema fundamental tanto para la escuela como para el ser humano (lo que viene a ser lo mismo): la capacidad de resiliencia de un colectivo. En una escuela de primaria una profesora se ha suicidado en el aula de su grupo. Un profesor argelino se ofrece como sustituto a una directora preocupada por tapar las conscuencias traumáticas del suicidio. El profesor Lahzar es un refugiado político que aún no tiene la residencia, cosa que le oculta inicialmente a la agobiada directora. Lazhar proviene de otra cultura y su encuentro con el alumnado no es fácil. En la escuela predomina un estilo educativo muy rígido que prohibe cualquier contacto físico o afectivo entre el profesorado y el alumnado. Sin embargo, al cabo del tiempo se produce una casi inevitable transmisión de afectos que pone las bases de esa superación del trauma personal y colectivo. La escuela no suele ser sino un reflejo de su entorno social. Pero, en ocasiones, puede (o debería) convertirse en un factor de cambio y transformación (pero ¡qué cosas digo!). El profesor Lazhar, en su ingenuidad y su despiste, pone un poco de sentido común en una escuela atenazada por los convencionalismo y los reglamentos. Pone en el foco algo tan obvio como la centralidad de las emociones en el desarrollo de los niños, algo que muchas veces olvidamos entre los miedos, las convenciones y las programaciones (que hay que ver las atrasadas que las llevo). Pero también en el hecho de que los problemas deben resolverse juntos, sobre todo cuando tienen un origen estructural. Me imaginaba, en el transcurso de la sesión, qué pasaría si a algún pirado le diera por organizar una especie de cine-fórum con una película como esta con alguno de nuestros claustros. Mejor lo dejamos...

sábado, 9 de junio de 2012

Gracias, amigo banquero.

Ojeando, casualmente, unos periódicos atrasados encuentro en uno del 5 de mayo el siguiente titular “Bruselas y el gobierno descartan un rescate a los bancos”. Apenas un mes después tenemos encima la sombra de una intervención por mucho que quieran ocultarlo con todo tipo de subterfugios. Aunque ya sabemos que las declaraciones gubernamentales son tan poco de fiar como los cantos de una sirena esta gente del PP está batiendo récords en el arte de la manipulación. ¿Cómo puede alguien desdecirse con tal rapidez y tanta alegría? ¿Se acuerdan cuando aseguraban que no pensaban tocar el IVA? Bueno pues la cosa está cantada y, por orden de los bancos alemanes, toca hacerse cada día más pobres (eso sí, a los pringados de siempre). Ahora resulta que los asalariados, parados y pensionistas tenemos que hacernos cargo de los desmanes de la banca española (un ejemplo de rigurosidad y fortaleza, hasta hace poco). Los altos ejecutivos bancarios que se llenaban los bolsillos hasta ayer mismo con todo tipo de primas, que se retiraban a los 55 años con pensiones escandalosas, que representaban el modelo de éxito social por excelencia, son el objeto de un cuantioso rescate que tendremos que pagar entre todos. Curioso sistema este que rescata a los bancos y a los pudientes y condena a los Dimitris (jubilados y enfermos) a pegarse un tiro en una plaza pública. Lo que jode de verdad es la sensación de impunidad que acompaña a todo este desaguisado. Estamos con el agua al cuello y aquí nadie tiene responsabilidad alguna. Por lo visto las penurias de millones de parados, trabajadores en precario y el largo etcétera de parias son cosa de la vida, pura casualidad con un poco de fatalismo. Los responsables de la política económica de este país, la cúpula financiera y demás depredadores se van, una vez más, de rositas. A las ovejas solo nos queda seguir enganchados con la Eurocopa a la espera de que las mentes grises de la economía lo resuelvan todo para que podamos volver a los niveles de consumo, derroche y estupidez de hace unos años. Si tuviéramos un mínimo sentido de la dignidad, un poquito de memoria histórica y una gotitas de coraje mezclado con un leve aroma de nihilismo acamparíamos, no en una plaza pública, sino en el interior de los bancos hasta que nos devuelvan lo que es nuestro.
Mientras, me pongo en el youtube la banda sonora de Gladiator. No sé porqué.

miércoles, 6 de junio de 2012

La educación de las ovejas.

Tengo un buen ramillete de antiguos alumnos treintañeros con una formación más que notable a los que alguien debería facilitarles el libro de reclamaciones. Fui de aquellos que en su día les animó a emprender el camino de la formación y el esfuerzo como la mejor vía para un futuro provechoso. Y ahora ¿qué? Resulta que esta gente suele tener en su haber una carrera universitaria, unos estudios de postgrado y unos idiomas como poco. Todo de manera muy canóniga. Los que no se encuentran en paro realizan trabajillos en precario muy alejados de su cualificación. Hay quienes han tenido que emigrar para trabajar de cuidadores de niños en Londres o en alguna cadena de pizzerías mohosas. En otras circunstancias, esta gente estaría ahora poniendo en valor, socializando incluso, todos su años de formación. Un modelo social y económico que se permite tal desperdicio de capital humano (perdonen esta expresión tan poco afortunada) no está en sus cabales.
Cuando nuestro polémico Ministro de Educación insiste en la cantinela del esfuerzo y la excelencia ¿se está acordando de esta generación de jóvenes?, ¿está realizando un ejercicio de puro cinismo?, ¿o quizás nos está pidiendo al profesorado que sigamos manteniendo el bulo de que si eres un muchacho aplicado y estudioso vas a tener todas las oportunidades a tu alcance? Mucho me temo que la cosa ya no pasa por ahí sino por ser un hijo de papá y tener el puestito de trabajo asegurado antes de empezar a estudiar. Está claro que parte del rol del profesorado consiste precisamente en ese: en insistir en el mantra de relacionar el esfuerzo con el éxito. Lo que pasa es que este estado de cosas no nos lo pone fácil precisamente. Afortunadamente, tenemos a unos jóvenes más preocupados con los avatares de la liga de fútbol y del peinado que toca lucir cada semana que con la situación económica mundial (¡qué cosa tan aburrida!). Aquellos tiempos de rebeldía juvenil parecen haber quedado bien encerrados en el baúl de los recuerdos. Este estado de indolencia colectiva es la consecuencia de años de entrega al consumismo y la estupidez. El personal no piensa en otra cosa que volver a las andadas.
Hay que reconocer que en el orden de prioridades que nos han dibujado no está la de ofrecer un futuro digno a nuestro jóvenes. Antes hay que aplicarse en rescatar a los Bankia de turno y tener contento a los mandamases alemanes. En altar de los sacrificios una generación entera tendrá que maltrabajar hasta los ochenta años para poder asegurarse un plato de lentejas. Mientras, la venta de artículos de lujo no deja de crecer y la de entradas a los estadios de fútbol no se ha visto mermada. Algo no cuadra. Algo huele mal al sur de Copenhague. Y en tanto nos tapamos las narices para no apreciar el hedor hay que seguir manteniendo la ficción de que aún existe una cosa llamada “igualdad de oportunidades”. Para que tal igualdad de partida fuera posible deberíamos tener una educación pública de calidad. Pero este es, precisamente, el último de los bastiones que a los del Consejo de Ministros de los viernes le faltaba por asaltar. Una vez desmentelado el sistema público de educación, endurecidas las condiciones para disfrutar de una beca, acceder o permanecer en la Universidad, se habrá llegado a la estación terminal de todo este recorrido: nos habrán convertido en el rebaño de ovejas que nunca dejamos de ser pero esta vez, eso sí, convenientemente trasquilados.
No me extraña, sin embargo, que algunos de estos jóvenes sobradamente preparados hayan optado por apuntarse a una incipiente marea ciudadana. Que hayan decidido emplear parte de su tiempo y capacidad en acampar en una plaza pública o exigir una democracia real. Que hayan empezado a llenar las redes sociales de mensajes reivindicativos y que apliquen sus destrezas en sacarles las vergüenzas al sistema que les dejó en la estacada. Mejor emplear el tiempo en el que a uno le imponen el dique seco en intentar cambiar las cosas antes que seguir el manual de instrucciones que nos deslizan a todos debajo del brazo y que ordena en su capítulo primero que la fuente principal de los desvelos de un joven de hoy en día es jalear al equipo de sus amores. Menos mal que en todos los rebaños siempre hay una oveja negra.

domingo, 3 de junio de 2012

Orlas


La vida está llena de ritos de paso. Esto es, ceremonias que señalan el tránsito por las diferentes etapas de la vida. El cariz de todas ellas está ligada a las distintas culturas. En el mundo cristiano el baustimo, la comunión, la confirmación, el matrimonio o la extremaunción (aunque sean denominados “sacramentos”) cumplen ese papel y, en realidad, simbólicamente, no difieren en nada del rito iniciático de cazar un león para entrar en la vida adulta o ponerse un piercing en la nariz. Al mismo tiempo, nuestra naturaleza celebrante nos lleva a ritualizar estos momentos, a compartirlos y ponerlos de relieve. En el mundo educativo, la entrega de orlas se ha convertido en el principal rito de paso. Hay quienes manifiestan una cierta reticencia sobre todo por su supuesta influencia norteamericana (otra consecuencia más de la globalización, qué se le va a hacer). Pero, más allá de las formas, resulta importante señalar la importancia que le damos a la finalización de la etapa escolar. Si hay un momento que en nuestros días coincide con la entrada en la “vida adulta” (con permiso de los eternos adolescentes) es la finalización del bachillerato. En este momento se empieza a ser consciente de que el tiempo nos convoca y nos pide cuentas. ¿Qué haremos con nuestras vidas a partir de ahora?, ¿qué nos espera?, ¿quiénes se cruzarán en nuestro camino?, ¿qué pasará con los amigos de siempre? Frente a esta cita decisiva es normal que nos arropemos con nuestras mejores galas, que hagamos de ese momento algo especial y señalado, que dejemos un hueco para la nostalgia y el reconocimiento. Son estas cosas que tenemos los humanos, tan sobredotados de conciencia y emociones que muchas veces no sabemos qué hacer con ellas. Si no fuera por nuestra vocación simbólica la vida sería un inmenso erial donde los acontecimientos que nos ocurren no se distinguirían unos de otros. Menos mal que sazonamos la existencia con celebraciones, encuentros y, a veces, despedidas (aunque sean en forma de un 'hasta luego'). Prefiero los oropeles de un acto de entrega de orlas, por muy americanizante que pueda parecer, a una tediosa y tendenciosa confirmación católica o a una nefanda presentación en sociedad de señoritas acaudaladas. ¡Gaudeamus igitur... de brevitate vitae!