lunes, 28 de junio de 2010

Filosofía de la Mañana (5) La Filosofía en el Kiosko

Todavía hay quienes se erizan con la visión de una Filosofía 'popular' o al alcance del gran público. No faltan quienes entienden que esta vieja disciplina no debe abandonar nunca los cenáculos más exclusivos, crípticos y académicos. Siempre me he sentido ajeno a esta visión de las cosas y como profesor de Filosofía de educación secundaria entiendo mi trabajo desde una perspectiva lo más divulgativa posible. Quizás influenciado por Gramsci o por aquella idea ortegiana de que “la claridad es la cortesía del filósofo” contemplo con satisfacción la inundación de títulos que tratan de acercar la Filosofía al común de los mortales (esto es siempre más fácil que acercar al personal a la Filosofía). En mi último paseo por París me maravilló ver en los Kioskos una notable presencia de material relacionado con la Filosofía. Adquirí un ejemplar de la revista mensual Philosophie Magazine, que al juzgar por el número (40) parece ya consolidada. Con un diseño y una estructura muy de última hora incluye colaboraciones de filósofos muy conocidos por estos lares como André Comte-Sponville, Alain Finkielkraut o John Searle, por citar algunos. El tema de portada está dedicado a la Belleza, incluye un dossier sobre Foucault e incluso un reportaje sobre el mundial de fútbol (que levantaría ampollas en cualquier facultad de nuestro país). Predomina, al menos en este número, un enfoque que podríamos llamar de Filosofía Social que, a mi juicio, lo hace aún más atractivo.
Como buenos discípulos de Voltaire todavía en Francia el intelectual parece jugar un papel relevante. Y para ello no dudan en mojarse y entrar a fondo en los temas de candente actualidad. Se ve además que hay una demanda de este tipo de análisis lo cual habla de una sociedad madura (bueno, es otra generalización, ya sabemos lo de la complejidad y fracturas de la sociedad francesa). En cualquier caso, no son de extrañar estas cosas en el país de los philo-café. Envidia que me da. Y más cuando se acaba de publicar el resultado de las últimas pruebas educativas y una vez más Canarias aparece en el farolillo rojo. Echándole un vistazo a los kioskos se averiguan muchas cosas.

Les dejo el enlace de la página web de la revista. ¡A ver si alguna editorial se anima y lanza una versión en español!
http://www.philomag.com/index.php

viernes, 25 de junio de 2010

El Catalejo (6) La trampa Disney

Hace unos años, cuando asistí al estreno de la película Forrest Gump, tuve una sensación extraña. La primera impresión fue de encantamiento. ¡Qué película tan bonita y positiva! Sin embargo, al poco tiempo, me fue cambiando el humor. ¡Así que en EE.UU los tontos triunfan y los que piensan por sí mismos terminan cogiendo el SIDA! Salvo en el caso de George Bush es harto difícil que eso ocurra. Algo parecido me pasó en mi reciente visita a Disneyland París. Obligado por el programa estuve dos días en este megaparque de atracciones. ¡Con lo que hay que ver en París! No entiendo esa idea de que a un grupo de adolescentes hay que meterlos dos días en un parque de atracciones para compensar la visita a un museo ¡qué shock postraumático! Lo cierto es que uno al final se lo pasa bomba entre espectáculos, cabalgatas y zarandajas. Y en medio el objetivo fundamental de este montaje: las omnipresentes tiendas de souvenir que acompañan a cada atracción. Esta industria del ocio es un reflejo de la sociedad del espectáculo en la que estamos inmersos. El paraíso del ciudadano en nuestra sociedad posmoderna es un mundo de atracciones, comida basura y camisetas de Micky. Todo muy virtual, además, como el libro electrónico o la nintendo. Una cosa que me animaba era encontrar, al menos, algún material de coleccionista del Disney clásico ¡qué iluso! De todo ese emporio se ha borrado cualquier atisbo de cultura material. Estuve a punto de cambiar mi impresión cuando al doblar una esquina me topé con lo que parecía ser una librería de época. Al acercarme a la misma se reveló como un espejismo ¡era un escaparate falso! [como testigo de lo que estoy diciendo está la fotografía adjunta]. Alguien podría decir que es la ley del mercado. Que nadie va a Disneyland con la intención de comprar un libro. ¿Y por qué no? Como no tengo vocación de aguafiestas (sólo en mis clases, por supuesto) procuré pasármelo lo mejor posible con los chicos. Incluso dejé que me secuestraran y me metieran en un ascensor que caía verticalmente (no entiendo esa pasión de algunos por someter al cuerpo a no sé cuántos 'g' de gravedad). Me encantaron algunas recreaciones de piratas y de terror, me emocionó contemplar el atrezzo de algunas películas y me reí pensando en lo harto que tendrían que estar los actores que tienen que salir todos los días en la cabalgata. El triunfo de esta gente es el habernos hecho creer que todo niño con unos padres medianamente sensibles tiene que pasar algún día de su vida por esta moderna Meca. ¿No has llevado aún a tu hijo a Disneyland? Incluso yo estuve a punto de caer en la trampa.

domingo, 20 de junio de 2010

El Aula (6) Viaje escolar

Viajar es algo propio de la condición humana. Aunque sea al pueblo de al lado necesitamos desplazarnos. Por tanto que una etapa escolar concluya con un viaje es una buena idea. Es algo así como un rito iniciático. Suele ser en el ámbito de la escuela donde los chicos tienen su primer viaje sin sus padres (y en ocasiones el primero en todos los sentidos). Así que, a pesar del mayor o menor control del profesorado, puede pasar de todo. Es también el espacio en el que se conoce de verdad a la gente a fuerza de convivencia. Tal cúmulo de experiencias hace que este sea un momento especialmente inolvidable del paso por la escuela.
Resulta muy interesante observar el mar de relaciones complejas que se establecen, la respuesta de los chicos a los problemas y a las exigencias de la convivencia. Y en el trasfondo el escenario en cuestión, el lugar que se visita. Lo curioso es que esto termina quedando en segundo plano. Lo prioritario es encontrar el lugar en el grupo, estar a la altura de las expectativas que los demás tienen sobre uno. Es una prueba al final de madurez. Una prueba que muchos pasan satisfactoriamente pero que a otros les resulta difícil de digerir. He observado en estos años a chicos que han tenido una experiencia maravillosa y a otros que esto les ha resultado un infierno. En algunos casos resulta difícil cargar con la propia personalidad, desenvolverse solo en medio de tanta algarabía. He visto también a alumnos sufrir cuando se dan cuenta de que la vida lejos de casa es a veces dura, que el puesto en el grupo hay que ganárselo y que no se dan facilidades, que es duro competir contra personalidades apabullantes y desenvueltas. Las cosas no son nunca como las prevemos. Estas son las enseñanzas de los viajes en grupo.
Cuando un viaje se traduce en un cúmulo de vivencias inolvidables los lazos que se establecen son de otra naturaleza. Este ha sido el caso del viaje que acabo de realizar. Sólo puedo agradecer a las compañeras y al alumnado que me hayan invitado a compartir esta experiencia con ellos. Si me preguntaran qué ha sido lo mejor del viaje contestaría sin duda que convivir durante unos días con un grupo genial.

domingo, 13 de junio de 2010

El Aula (5) Tiempo y melancolía

Pocas profesiones hay como la docencia en las que el paso del tiempo sea una cuestión central. Cuando se empieza a sumar trienios las cosas se ven de una manera diferente. Hay que bajar el ritmo y atemperar las expectativas. A cambio, se ganan otras cosas. Por otra parte, hay situaciones que se encargan de recordarte que uno no comenzó ayer. Hace un par de horas, saliendo de un restaurante, me aborda un joven de 1'90, calvo y delgado, y con una sonrisa tímida me dice: -¡Damián! ¿no te acuerdas de mí?- Hubo algo en la mirada del chico que activó una zona profunda de mi disco duro y tardé sólo uno o dos segundos en reconocerlo. El caso es que la última vez que lo vi tenía 15 años, un aspecto aniñado y una considerable mata de pelo. -¡Qué bien lo pasamos haciendo el periódico escolar! ¿se acuerda? - prosiguió ya este hombre de casi treinta años. -Oye, no has cambiado nada- añadió. Esto último me lo tomé como un cumplido pero, en realidad, no pude dejar de acordarme de aquella canción: “cuánto hemos cambiado”.
Hace unos meses, estando en la puerta del centro, se dirigió hacia mí un policía nacional con paso decidido. Ya estaba a punto de sacar mi DNI cuando el agente me dice -¡Damián! ¿pero qué haces aquí?- En este caso no fui capaz de resolver el acertijo y tuvo que ser el agente, con uniforme antidisturbios, el que me sacara de dudas. Pero ¿cómo lo iba a reconocer? Si tenía unos hombros de al menos un metro de ancho y parecía un armario vestido de uniforme. Después de contarme su trayectoria de estos años terminó diciéndome: -si necesitas algo, ya sabes -. Pensé que estaba bien tener un contacto en la policía. Después de la última ceremonia de graduación del alumnado de 2º de bachillerato, una amiga profesora me mandaba un correo electrónico en el que me hablaba de esa sensación de melancolía que le embarga a uno en esos momentos. ¡Ah, la melancolía! Esa vieja compañera inseparable del profesor con “alma”...
Los alumnos tienen la funesta manía de crecer. A uno le pasa a veces como a los padres que siempre ven a sus hijos como niños por los que no pasan los años. ¡Y vaya que si pasan! Tendemos a pensar que se congelan con la misma pinta que el último día que se sentaron en el pupitre del instituto. En muchas otras ocasiones he podido comprobar con emoción esa maravillosa transformación del personal, ese devenir por la existencia llena de logros y tropiezos (más de lo primero que de lo segundo). Y en medio está uno.
Mañana me voy con 30 alumnos de 4º ESO a París. En las anteriores ocasiones, en otras épocas, con otros centros, fue una experiencia mágica. La Ciudad de la Luz ayuda lo suyo.

jueves, 10 de junio de 2010

El Impertinente (8) ¿El final del Estado del Bienestar?

Bajo el epígrafe “Estado del Bienestar” (Welfare State) se entiende un modelo social que se impone, básicamente en Europa, después de la II Guerra Mundial, en el que se considera que la principal misión del Estado es proteger y prestar una serie de servicios a la ciudadanía. Lógicamente, esto cuesta dinero y requiere en general de impuestos altos y de un cierto endeudamiento estatal.
A cambio se gana cohesión social, prestaciones, seguridad... La política de pensiones, seguridad social, educación y sanidad pública de calidad, entre otras muchas cosas, son concreciones de este Estado del Bienestar. El ejemplo más avanzado de estas políticas han sido tradicionalmente los países escandinavos. Nadie duda del alto nivel de vida del que gozan y por esto mismo llevan encabezando durante años los primeros puestos del Índice de Desarrollo Humano (un indicador de la ONU que mide la calidad de vida de los países).
A pesar de esto, no falta quienes critican el Estado del Bienestar al considerar que constituye un derroche innecesario de dinero, un falso igualitarismo, una injerencia injustificada del Estado en la libertad individual, etc. Lo cierto es que, al calor de la crisis, el Estado del Bienestar, o las prestaciones de las que hemos disfrutado, en mayor o menor medida, en los últimos años parecen seriamente amenazadas. Ahora se imponen los recortes, el adelgazamiento del Estado, la política del ‘no’. Comienza una labor de derribo aplaudida y jaleada por los prebostes de la economía mundial. De repente, nuestras vidas se han poblado de conceptos que nos eran ajenos: ‘agencias de calificación de riesgo’, ‘deflación’, ‘confianza de los mercados’... Y estos conceptos ‘justifican’ unas medidas que a muchos les genera una lógica desazón.
La pregunta es que si el Estado no está para proteger a los ciudadanos ¿para qué sirve, entonces? Lo cierto es que hay muchos que piensan que el Estado debiera ser una cosa mínima y que todos los servicios estarían mejor en manos privadas, que cualquier cosa que suponga una traba a los mercados, al libre comercio, a la iniciativa particular, sobra. Pero soy de los que piensan que este planteamiento hace tiempo que está desacreditado. Estas políticas ultraliberales tradicionalmente han generado una enorme fractura social. Unos pocos se han hecho muy ricos y muchos infinitamente más pobres.
Cuando se desencadenó está dichosa crisis, cuando se reveló que al parecer vivíamos en un falsa burbuja de consumo y bienestar, todo el mundo tuvo claro, incluso la mayoría de los dirigentes mundiales, que esta era la crisis de un capitalismo desbocado. Alguien dijo, incluso, que había que volver a la cultura del trabajo frente a la economía de la especulación, esa en la que un sujeto sentado frente a un ordenador podía ganar millones solamente dando órdenes de compra y venta de acciones o vendiendo simplemente humo (acordémonos de las ‘hipotecas basuras’). Como a los bancos se les había ido la olla, cegados por el continuo ir y venir de pingües beneficios, hubo que inyectarles cantidades astronómicas de dinero público (¡vaya, de repente el Estado servía para algo!) para que su cuenta de resultados siguiese mostrando los lustrosos beneficios de siempre para solaz de sus consejos de administración y de sus grandes accionistas (bueno, a eso lo llaman ‘mejora de la liquidez’ o ‘reactivación del crédito’). ‘Hay que evitar que quiebre el sistema’ -nos dijeron. ‘Ya habrá tiempo de reformar las cosas’, ‘lo prioritario es evitar la debacle’. Vale ¿y ahora? Pues se impone la receta de toda la vida. Atrás quedaron aquellos propósitos de enmienda. Atrás quedó el Estado del Bienestar.
Algunos piensan que la Economía lejos de ser una ciencia es lo más próximo a una práctica esotérica. Sin embargo sí que hay algunas cuestiones meridianamente claras: cuando se trata de pagar la factura, cuando hay que apretarse el cinturón, cuando hay que recortar de esto y aquello, ya sabemos quiénes tienen que pagar los platos rotos. La multitud de análisis económicos, de comentaristas de la cosa, de sesudas proyecciones financieras son una forma de disimular esta cruda realidad: para que los ejecutivos de las empresas del IBEX 35 sigan disfrutando de sus sueldos millonarios, para que los inquilinos de las exclusivas mansiones puedan seguir pagando los 7.000 € mensuales de alquiler (gastos del servicio aparte), para que los leones de las finanzas puedan seguir manteniendo su altísimo nivel de vida, otros tendrán que ver congeladas sus míseras pensiones, deberán ver cómo se extinguen sus prestaciones por desempleo o tendrán que asistir a la eternización de las listas de espera en los hospitales. Alguien pensará que esto es demagogia barata. Qué va, es simplemente un ejercicio de lisa y llana traducción.

lunes, 7 de junio de 2010

El Cazador de Libros (5) Kirmen Uribe en La Feria

No se trata de la Feria de Libro de Madrid (ya me hubiera gustado). Se trata de la infinitamente más modesta Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife. El pasado 5 de junio acudió a la misma el flamante último premio nacional de Narrativa, Kirmen Uribe. Casualmente había comprado unas semanas antes su libro “Bilbao – New York- Bilbao” (Seix Barral 2010) y apuré su lectura con el fin de acudir a la presentación. Este libro es una indagación del autor en sus propias raíces familiares a través de la figura de su abuelo, un marino vasco. En este contexto Uribe hace coincidir una multitud de historias, datos, observaciones y tempos. Durante el trayecto de un vuelo a New York que realiza el autor se va tejiendo una trama coral. De entrada, Uribe resulta un tipo simpático, agradable y cercano. Está considerado por la crítica, pese a su juventud (nació en 1970), como un renovador de la narrativa vasca. Uribe habló de su novela como un producto ágil, influido por los cambios en los modelos de comunicación operados por las redes sociales y abierto a las nuevas tendencias narrativas. Ahora bien, en una cosa no estoy de acuerdo con Uribe. Durante la presentación calificó a su libro de 'sencillo'. No lo es. Es una obra exigente. La complejidad de la trama y su despliegue como un gran puzzle requiere de una lectura atenta y concentrada. Es cierto, por otra parte, que el libro tiene una vocación innovadora. Su estilo formal nos remite efectivamente a un contexto muy de última hora. Sin embargo, mientras lo leía me preguntaba a qué me recordaba. La respuesta me llegó con rapidez: a John Dos Passos, el escritor norteamericano que también en su día diera una vuelta de tuerca a la narrativa de su país. Recuerdo con mucha cariño su Manhattan Transfer. Durante la firma del libro [por cierto ¿cómo se dedica un libro en una plataforma electrónica?] le hice partícipe a Kirmen Uribe de esta 'revelación' y confesó que era un gran admirador de Doss Passos (las filias dicen mucho de un autor). Uribe es un escritor que hay que seguir con mucha atención, que está destinado a seguir proporcionándonos textos memorables.
Y como quiera que la Feria andaba por allí y que las casetas estaban sedientas de público y agobiadas por el calor hice mis propios escarceos. La maldita crisis, y el recorte salarial que se nos avecina, me hizo ser muy conservador en esta ocasión. Sólo compre una recopilación de cartas y textos de Unamuno sobre Canarias “Las agonías insulares de Miguel de Unamuno” (Anroart 2010), un libro de Antonio Lozano que ya había leído pero del que no tenía un ejemplar, “Donde mueren los ríos” (Almuzara 2007), una novelita de Jean Teulé, “La tienda de los suicidas” (Ediciones B, 2010) y alguna que otra fruslería.

miércoles, 2 de junio de 2010

La II Guerra Mundial (2) Las lecturas de Hitler

Acabo de leer un libro curioso y sorprendente. Se trata de 'Los libros del Gran Dictador' de Timothy W. Ryback (Destino 2010). Intentar profundizar en la mente de Adolf Hitler, del sociópata por excelencia, de la personificación del mal, ha sido una constante en la literatura del género. Este no deja de ser una contribución más. La novedad es que el autor lo hace a partir de la colección de libros raros de la Biblioteca del Congreso de los EE.UU en la que se encuentra una parte importante de la que fuera la biblioteca personal del dictador. No sólo los libros en sí, sino las ausencias, los comentarios y subrayados dejados por Hitler trazan un itinerario muy revelador. En primer lugar pone de manifiesto lo que fuera un secreto a voces en su época: la pobreza intelectual del personaje. El nacionalsocialismo no fue un invento de Hitler. Su ideología antisemita y totalitaria ya venía conformándose desde hacía tiempo. Hitler se mostró como el líder carismático y providencial que el movimiento necesitaba. Aparte de eso aportó poco más. Hay una parte importante dedicada a cómo se gestó el bodrio del Mein Kampf (el libro que todos debían tener y que practicamente nadie leía). Abundan en su biblioteca, como era de esperar, material antisemita, libros sobre la mitología nórdica y muchas obras dedicadas de autores que querían agradar al líder. Hitler no leía para informarse, leía para reafirmarse. Esta puede ser la tónica general de la indigencia intelectual. Uno de los capítulos más interesantes, sobre todo para un profesor de Filosofía, es el que el autor le dedica a los devaneos de Hitler con algunos de los filósofos alemanes más representativos. Una fotografía inquietante muestra a Hitler contemplando fijamente el busto de Nietzsche en Weimar a principios de los años 30. Allí fue recibida por Elizabeth Nietzsche, la singular y antisemita hermana del filósofo, que además le regaló a Hitler el bastón del autor de 'Así Habló Zarathustra'. La supuesta ligazon entre Nietzsche y el nazismo ha hecho correr ríos de tinta. Ya sabemos, sin embargo, que los nazis hicieron una torticera interpretación de la filosofía nietzschena, algo parecido a lo que la Inquisición pudo hacer con el supuesto mensaje de Jesucristo (perdón por el símil). Se sabe que Hitler poseía una primera edición de las obras completas de Nietzsche (ocho tomos publicados entre 1903 y 1909). Curiosamente Hitler decía estar más inspirado por Schopenhauer que por Nietzsche, a quien consideraba más literato que filósofo. Ahora bien, respecto a lo que hay serias dudas es sobre que Hitler leyera a Nietzsche y a Schopenhauer y menos que entendiera algo. Más allá de los concebidos latiguillos o de alguna que otra cita de manual, Ryback no encuentra ninguna prueba de ello. Un libro a tener en cuenta.