domingo, 13 de junio de 2010

El Aula (5) Tiempo y melancolía

Pocas profesiones hay como la docencia en las que el paso del tiempo sea una cuestión central. Cuando se empieza a sumar trienios las cosas se ven de una manera diferente. Hay que bajar el ritmo y atemperar las expectativas. A cambio, se ganan otras cosas. Por otra parte, hay situaciones que se encargan de recordarte que uno no comenzó ayer. Hace un par de horas, saliendo de un restaurante, me aborda un joven de 1'90, calvo y delgado, y con una sonrisa tímida me dice: -¡Damián! ¿no te acuerdas de mí?- Hubo algo en la mirada del chico que activó una zona profunda de mi disco duro y tardé sólo uno o dos segundos en reconocerlo. El caso es que la última vez que lo vi tenía 15 años, un aspecto aniñado y una considerable mata de pelo. -¡Qué bien lo pasamos haciendo el periódico escolar! ¿se acuerda? - prosiguió ya este hombre de casi treinta años. -Oye, no has cambiado nada- añadió. Esto último me lo tomé como un cumplido pero, en realidad, no pude dejar de acordarme de aquella canción: “cuánto hemos cambiado”.
Hace unos meses, estando en la puerta del centro, se dirigió hacia mí un policía nacional con paso decidido. Ya estaba a punto de sacar mi DNI cuando el agente me dice -¡Damián! ¿pero qué haces aquí?- En este caso no fui capaz de resolver el acertijo y tuvo que ser el agente, con uniforme antidisturbios, el que me sacara de dudas. Pero ¿cómo lo iba a reconocer? Si tenía unos hombros de al menos un metro de ancho y parecía un armario vestido de uniforme. Después de contarme su trayectoria de estos años terminó diciéndome: -si necesitas algo, ya sabes -. Pensé que estaba bien tener un contacto en la policía. Después de la última ceremonia de graduación del alumnado de 2º de bachillerato, una amiga profesora me mandaba un correo electrónico en el que me hablaba de esa sensación de melancolía que le embarga a uno en esos momentos. ¡Ah, la melancolía! Esa vieja compañera inseparable del profesor con “alma”...
Los alumnos tienen la funesta manía de crecer. A uno le pasa a veces como a los padres que siempre ven a sus hijos como niños por los que no pasan los años. ¡Y vaya que si pasan! Tendemos a pensar que se congelan con la misma pinta que el último día que se sentaron en el pupitre del instituto. En muchas otras ocasiones he podido comprobar con emoción esa maravillosa transformación del personal, ese devenir por la existencia llena de logros y tropiezos (más de lo primero que de lo segundo). Y en medio está uno.
Mañana me voy con 30 alumnos de 4º ESO a París. En las anteriores ocasiones, en otras épocas, con otros centros, fue una experiencia mágica. La Ciudad de la Luz ayuda lo suyo.

3 comentarios:

  1. Así es, bien sabes que suscribo la experiencia. Mis "niñ@s" mayores ya son cincuentones. El verano pasado estaba tomándome una sidrina y veo a dos críos dar la vara dentro del "chigre". (bareto) ¿Dónde estarán sus papaitos? dije irónicamente. Apareció poco después una bella mujer que me recordaba a la madre de una muy querida alumna, era ella, Myriam, la mamaíta de los crios, que salía del servicio. "Dios mío, eres Jo, si sigues igual". Ya ves, que amables son siempre nuestros chavales. Te deseo un magnífico viaje. Un abrazo.

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  2. Si lees esto estando en Paris, que no se te olvide pasarte por la librería Shakespeare. Si no lo conoces... merece la pena. Enfrente de la catedral de Notre Dame.

    un saludo

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  3. Gracias por los buenos deseos, que se han cumplido con creces. Las prisas de un viaje de este tipo me impidieron tomarme ciertas licencias librescas pero algo cayó. A ver si en el futuro podré pasarme por esa librería.

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