lunes, 30 de agosto de 2010

Acción Solidaria (3) Los valientes de El Aaiun

Dedicado a Eva Solano, antigua alumna cuya sensibilidad solidaria ya afloraba en aquellos años de instituto, y a Ana Reyes, histórica compañera de la Red Canaria de Escuelas Solidarias.

Hay que tener valor para plantarse en la capital de los territorios ilegalmente ocupados por Marruecos y desplegar allí una bandera saharaui. Y es que el valor es una cualidad moral. Algunos llamarían a esto temeridad pero sería lo mismo que acusar de irresponsable a Gandhi cuando se sentaba frente a los cipayos o arriesgaba su vida con una huelga de hambre. La lucha del ser humano por la dignidad está llena de gestos de este tipo, gestos que rompen barreras y que derriban muros de inmovilismo, gestos que dan voz a los silenciados y que nos hacen a todos un poco más decentes. No perderé el tiempo en poner sobre la mesa lo que cualquier persona mínimamente formada e informada debería saber sobre la colonización marroquí, la diáspora y la lucha del pueblo saharaui, la cínica posición del gobierno español y las condiciones de vida en los territorios ocupados. Pero ante esta nueva demostración de dignidad, como la que ya nos diera Aminetu Haidar hace escasamente unos meses, hay que descubrirse y reconocerla en lo que vale.
Lo penoso es descubrir cómo muchas veces parte de la ciudadanía parece hacer suya el juego de intereses impresentables de los gobiernos marroquí y español, olvidando el sufrimiento histórico del pueblo saharaui. Frente a acciones como éstas, tan valerosas como pacíficas, duele leer en algún que otro foro pasquines que tratan de minusvalorar y cuestionar este gesto. El valor de estas acciones es que ponen en el punto de mira el núcleo de la cuestión: la ocupación marroquí y el expolio de los saharauis. Muchos querrían barrer bajo la alfombra este problema que resulta muy molesto en el entramado de relaciones internacionales. Pero una vez más, gracias a la sociedad civil, gracias a un puñado de valientes que se plantan en la boca del lobo, que tienen que soportar la bota y el puño marroquí, la justicia vuelve a tener un atisbo de esperanza.

sábado, 28 de agosto de 2010

El Cazador de Libros (8) Nuevas adquisiciones madrileñas

Una vuelta por Madrid da para mucho. Es imposible resistirse a la oferta expositiva y libresca, tanto en las grandes librerías, como en las de viejo o en un humilde puesto callejero. De este modo, el placer del viaje se prolonga durante bastante tiempo. En el Paseo de Recoletos unos jubilados vendían unos libros en el suelo entre los que localicé, por 1 € cada uno, dos ejemplares interesantes: un libro de Gregorio Marañón, “Amiel” (Círculo 1969) y otro editado por Pedro Cerezo, “Ortega en Perspectiva” (Instituto de España 2007). Una visita al Rastro resultó bastante frustrante, sólo conseguí un ejemplar que me interesara: Stefan Zweig, “Nuevos momentos estelares de la humanidad” (Espasa 1968), quizás no supe localizar los lugares de caza más apropiados. Sin embargo, un poco más arriba, en la Plaza Tirso de Molina, espacio tomado por los anarquistas los domingos, pude resarcirme un poco. Compré un libro que llevaba tiempo buscando: Lou-Andreas Salomé, “Nietzsche” (Zero 1986) y dos en consonancia con el momento, Hans Magnus Enzensberger, “El corto verano de la anarquía” (Anagrama 2010) y Paul Avrich, “Kronstadt 1921” (Anarraes 2006). Lo bueno de esta gente es que los libros los ofrecen considerablemente rebajados.
El recorrido por las exposiciones suele dejar también sus frutos. En el Thyssen no me pude resistir a un ejemplar sobre Hopper (Electa 2004) de la colección Art Book. También en el Museo del Prado, de la misma colección, uno de Durero (Electa 2004). Esta colección es una verdadera gozada visual. Además adquirí (básicamente porque estaba en oferta, he de reconocerlo) de Pilar Silva, “La crucifixión de Juan de Flandes” (MNP 2006). Hay que estar siempre pendientes de la exposiciones del Círculo de Bellas Artes. En esta ocasión destacaba una sobre los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro, dos de los considerados como iniciadores del fotoperiodismo de guerra. El catálogo gratuito de la exposición es en sí mismo una joyita. Pese a esto compré el estudio editado por Irme Schaber, “Gerda Taro” (MNAC 2009). Esta fotógrafa murió con 27 años, aplastada por un tanque, en la batalla de Brunete, dejando, pese a su juventud, una obra intensa.
En las grandes librerías hice algunos estragos. El hecho de que mi hotel estuviera justo al lado de La Casa del Libro fue una fuente constante de desasosiego. En ésta adquirí, junto a la gran librería del Corte Inglés de la Puerta del Sol, algunos ejemplares sobre bibliofilia que me interesan, especialmente en estos tiempos oscuros debido a la ofensiva de los e-books y otras zarandajas. Del turco Enis Batur, “Las bibliotecas de Dédalo” (Errata Naturae 2009); el libro de titulo de provocador de Pierre Bayard, “Cómo hablar de los libros que no se han leído” (Anagrama 2008); un libro que explica las obsesiones de unos cuantos, Miguel Albero, “Enfermos del libro” (Universidad de Sevilla 2009); el maravilloso opúsculo de Javier Marchamalo, “Tocar los libros” (Fórcola 2010) y el libro del mexicano Lauro Zavala en el que, entre otras muchas cosas, puede leerse sobre el concepto de 'turismo bibliográfico', “De la investigación al libro” (UNAM 2007) -otra de las cosas que las virguerías digitales pretenden dejar obsoletas. En otro orden de cosas, adquirí dos ejemplares de unos de mis filósofos (o sociólogo, o lo que sea) favoritos, Gilles Lipovetski, “La sociedad de la decepción” (Anagrama 2008) y “La felicidad paradójica” (Anagrama 2010). Para hacerse una idea de este complejo mundo es recomendable de Antonio Navalón, “Paren el mundo que me quiero enterar” (Debate 2010). Después de preguntar infructuosamente por la última obra de Robert Crumb, “Kafka” (La Cúpula 2010) en La Laguna por fin pude encontrarlo en Madrid. Otro comic con el que, literalmente, me topé fue, de W. Messner-Loebs y S. Kieth, “Epicuro, el Sabio” (Norma 2010).
Una breve visita de un par de horas a Toledo, con parada obligatoria en la Librería Balaguer, tuvo como feliz resultado el libro de Pedro Arrupe, “Yo viví la bomba atómica” (Studium de Cultura 1952).
Por último recomiendo encarecidamente una visita a la Librería-Café “La Buena Vida”, en la Calle Vergara 10 (junto al Teatro Real). Allí, junto con una copa de Oporto en la mano, pasé una noche maravillosa, buceando entre la magnífica selección de fondos a la venta y, al final, charlando con el dueño sobre el futuro del libro. Ahí adquirí, de Reynolds Humphreis “Las listas negras de Hollywood (Península 2009) y de Michael Onfray, “La inocencia del devenir” (Gedisa 2009) -que no es un estudio sobre este blog, ya me gustaría, sino sobre el concepto nietzscheano en el que está inspirado. Por último, de Julio Cortázar, “La autopista del sur” (Nórdica 2010) el célebre cuento sobre la madre de todos los atascos que esta nueva editorial ha publicado en una colección que cuesta lo que una entrada de cine. Esta Librería – Café merecería una entrada en sí misma, quizás para la próxima visita a Madrid. Estas y otras adquisiciones de muy variado rango me dejaron razonablemente satisfecho.

martes, 24 de agosto de 2010

Arte a todas horas (3) William Turner

Recién llegado de Madrid, aún mantengo en la retina la enorme impresión que me causó la paleta de colores de William Turner. La exposición que el Museo Nacional del Prado mantiene hasta el 12 de septiembre sobre este pintor romántico inglés tiene la peculiaridad de no dejar indiferente a nadie. Además, la muestra viene acompañada de una amplia selección de los maestros coetáneos (o no) de Turner (Rembrandt, Watteau, Canaletto, Constable, Rafael, Claudio de Lorena, etc) con lo que el resultado final es verdaderamente sobresaliente. De todos modos, soy de los que disfruta más con la obra de Turner de sus últimos años, aquella en la que el pintor abandona los últimos restos de academicismo y se adentra en una exploración intensa y desbordante de la luz y el color que para algunos constituye una forma de anticipación del impresionismo y hasta de la abstracción.
En el mes de julio, el escritor Vicente Verdú publicaba en El País un artículo en el que tomaba partido por quienes consideran a Turner, en realidad, como un impostor, un plagiador que vivía a la sombra de los grandes maestros y cuya máxima preocupación era ganar dinero. A Turner le ha arrastrado desde hace tiempo la polémica. Sobre todo porque era un personaje que en su trayectoria y en su obra mantuvo un planteamiento poco convencional. La exposición, como hemos mencionado, ha sabido mostrar una amplia selección de los grandes maestros que influyeron de una manera u otra en la obra de Turner y con los que este mantuvo todo un pulso pictórico. Para unos esto sería un síntoma de la poca originalidad del pintor inglés, de su sumisión artística, pero a la luz de lo visto se percibe en realidad una mezcla de respeto y de un diálogo profundo y a veces no exento de tensión. Sus cuadros más personales, como el que sirve de imagen al cartel de la exposición (“Sepelio en el mar” -1842) fueron considerados durante muchos años como un capricho del autor, como una salida de tono propia de una edad avanzada, y en consecuencia, minusvalorada por la crítica y el público de la época. Fue a partir de los años 50 del pasado siglo XX cuando empezó a revindicarse esta etapa del pintor precisamente como la más interesante, innovadora y precusora. Si dejamos que los cuadros hablen por sí solos, la exposición del MNP tiene mucho que decir.

martes, 17 de agosto de 2010

Cine a solas (5) Encuentros en la Tercera Fase

Como ambientación para ir a ver las Perseidas decidí ver por enésima vez Encuentros en la tercera fase (ETF), el clásico de ciencia ficción de Spielberg rodada en 1977. Hay que tener en cuenta que la idea era ir a ver los meteoroides a las Cañadas del Teide, a eso de las 12 de la noche. La fama de este entorno entre los aficionados a la ufología me hacía concebir la remota esperanza de que entre luminaria y luminaria se colase alguna cosa sorprendente. De esta película se puede decir aquello de que “envejece con dignidad”. Para los que no somos una obsesos de los efectos especiales a la última y, además, nos encantan las estéticas pasadas de moda, ETF es siempre una gozada. La alianza entre Spielberg y el compositor John Williams funciona aquí a las mil maravillas y anticipa, después del exitazo de Tiburón (1975), los logros que estaban por venir. De niño me encantaban las historias sobre el Triángulo de las Bermudas, y la idea, que defendía Charles Bertlitz, sobre la posible abducción por parte de extraterrestres. Cuando todavía me piden que cuente alguna historia de terror acudo a las descripción que hace Bertlitz de la desaparición de la escuadrilla de aviones de reconocimiento en 1945 (la misma que aparece en la película en pleno desierto) o de algunos de los barcos que pasaron por el fatídico sitio. La película incorpora estos episodios y hace una lectura amable de los mismos, lo cual es de agradecer. Así que con estos ingredientes, el ritmo adecuado del film, la inmortal melodía que hace de puente de comunicación con los alienígenas y ese final inigualable, Spielberg aportó uno de los grandes títulos del género. Por cierto, la lluvia de estrellas este año quedó más bien raquítica ¡cinco en una hora! Pero el espectáculo de las Cañadas de noche siempre vale la pena -con o sin encuentros en la tercera fase.

jueves, 12 de agosto de 2010

El cazador de libros (7) Libros sobre libros

Es todo un síntoma que se estén publicando en estos tiempos una serie de libros que hablan sobre libros, que parecen dirigidos a glosar lo que un día fue el placer de la lectura, la importancia de la biblioteca personal o el mero disfrute de tener un libro entre las manos. Parece el canto del cisne de la bibliofilia en una época digitalmente oscura. He terminado de leer tres libros cuyos autores representan, en cierto sentido, una suerte de caballeros jedi apunto de extinguirse.
El primero de ellos lleva el sugestivo título: “Nadie acabará con los libros” de Umberto Eco y Jean Claude Carriere (Lumen 2010) Se trata de un maravilloso diálogo entre dos consumados bibliófilos, moderado por Jean-Philippe de Tonnac y con una sugerentes fotografías de André Kertész. Eco no necesita presentación pero de Carriere hay que decir que es un famoso dramaturgo y guionista, colaborador durante veinte años de Luis Buñuel. Con el libro y sus avatares como centro, estos dos intelectuales despliegan un vigoroso diálogo del que el lector disfruta sin medida. Ante la pesadilla del e-book ambos se muestran cautos puesto “que el libro [impreso] es, como la rueda, una especie de perfección insuperable de nuestra imaginación”. Dedican bastante espacio a discutir sobre la idea de cultura como un largo proceso de selección y filtro. “La cultura es lo que queda cuando todo lo demás ha sido olvidado”, esta inquietante reflexión, en estos momentos de cutrerío extendido en versión 2.0, puede convertirse en un arma de doble filo. También se aborda el tema de los soportes de la lectura a través del tiempo, la perdurabilidad de los mismos, el coleccionismo o el impacto de las nuevas tecnologías. Todo ello salpicado de magistrales referencias a los hitos de la cultura europea. Imprescindible.
El segundo de los libros es uno que ya me hubiera gustado escribir a mí. “Bibliotecas llenas de fantasmas” de Jacques Bonnet (Anagrama 2010). Este escritor y traductor francés ha escrito un pequeño tratado sobre “el arte de vivir con demasiados libros” que llega al corazón de los bibliómanos que aún quedan. Bonnet reflexiona sobre el orden de la biblioteca personal, la procedencia de los libros, la clasificación, su filtrado, etc. Es decir, todas aquellas pequeñas (y grandes) cosas que ocupan al lector-amante de los libros. Distingue entre 'coleccionistas' y 'amontonadores'. Esto me sitúa en el segundo de los tipos por mi manía en tener 'un poco de todo'. Nos revela su nunca satisfecha idea de crear una asociación de propietarios de bibliotecas de más de ¡20.000 volúmenes! Cifra esta que se me antoja ya inalcanzable dados los escasos 4.800 ejemplares de mi biblioteca personal. Con todo, descubro con gozo manías compartidas, como el hecho de que también al autor le cuesta muchísimo desprenderse de un libro leído. El cordón umbilical que se establece con un libro una vez que se ha gozado, en mayor o menor medida, de su lectura es difícil de explicar. Como muy bien dice Bonnet, “el yo profundo del lector de adivina entre los estantes de su biblioteca”.
El tercero de los libros se titula “Metamorfosis de la lectura” de Román Gubern (Anagrama 2010). En éste se hace un somero recorrido por los soportes de la lectura, los formatos del libro, a través de los siglos de una manera a la par concisa y erudita. De todos modos, como esta resulta una cuestión no demasiado novedosa me pareció más interesante el último capítulo, “De la computadora al libro electrónico” donde Gubern tiene ocasión de posicionarse sobre este fenómeno, apuntándose a la tesis de la 'obsolescencia programada' del libro electrónico, puesto que nada que se inventa con una sola función, en el ámbito de la electrónica-informática, tiene futuro. Al final, la cosa parece quedar en tablas, dadas las también evidentes ventajas del libro impreso, por lo que una cierta coexistencia de ambos formatos parece ser lo más previsible.

domingo, 8 de agosto de 2010

El Impertinente (9) Esclavos de la Codicia

Nos hemos vuelto, casi sin darnos cuenta, esclavos de la codicia, obsesos del dinero. La codicia y la avaricia (uno de los siete pecados capitales, según los moralistas cristianos) son primas hermanas. El codicioso posee un afán de riquezas sin límites y el ávaro acapara dinero tratando de gastar lo mínimo. En la sociedad de consumo de masas la codicia es el motor que todo lo mueve. Sobre todo porque nos han hecho creer que somos lo que tenemos ¡qué gran error! ¡vaya billete directo a la frustración! El caso es que nadie se hace rico únicamente como resultado de su propio trabajo. Generalmente lo será gracias al trabajo de los demás, apropiándose del plus-trabajo de unos, especulando o mediante la usura en otros casos (procedimiento típico de los bancos). Decía un clásico que 'detrás de cada rico hay un ladrón' -una frase para la polémica pero también para la reflexión.
En la reciente época del pelotazo todo el mundo, especialmente los jóvenes, quería ser émulos del banquero Mario Conde. Era la época en la que el poder, el dinero y el glamour iban de la mano (igual que ahora, por cierto). Seguimos viviendo a la sombra de estos valores nefastos, seguimos pensando que el enriquecimiento lo justifica todo, que es más listo quien más gana, que es lícito delinquir para ello, pasar por encima de cualquiera, depredar lo público. El éxito se sigue midiendo por el número de cuartos de baños por casa (incluido el del perro) y por el tamaño del coche (si es un Hummer, mejor). A nadie parece escandalizar que el diez por ciento de la población de este planeta utilice la mayor parte de los recursos energéticos disponibles, que los más ricos de la lista Forbes dispongan de más capacidad económica que muchos países empobrecidos. Lo aceptamos como si fuera el orden natural de las cosas. Sin embargo, hay que pensar que la riqueza extrema de unos pocos se asienta sobre la pobreza extrema de muchos.
Si en vez de envidia y admiración el lujo nos causara rechazo, hastío e indignación estaríamos caminando hacia un mundo más justo. Imaginemos que al común de los mortales el nivel de vida de jeques, magnates de las finanzas o personajes del famoseo (por poner algunos ejemplos de esta grey acomodada en mansiones de lujo, coleccionista de coches deportivos o de yates de fantasía) le resultara una forma de obscenidad, de exhibicionismo impúdico; pensemos por un momento que el lujo y la ostentación se consideraran una de las peores formas de mal gusto (algo así como combinar chanclas con un frac y encima llevar los pies sucios), que esas revistas que hacen las clasificaciones de las principales fortunas del mundo o que viven de publicar reportajes sobre las vidas manirrotas de personajes cuyas riquezas suelen ser inversamente proporcionales al bien que han prestado a la humanidad, no vendieran ni un solo ejemplar. ¡Cuán diferente serían las cosas!
Conocí a un jesuita palmero, ordenado sacerdote en medio de un basurero de Asunción, Paraguay, (porque, antes de su ordenación, se dedicaba a ayudar a cientos de personas que vivían de rebuscar entre las basuras) que cuando tenía que casar a una pareja les invitaba a que sustituyesen sus alianzas de oro por otra de madera. Cuando los asombrados contrayentes le pedían explicaciones él contestaba que había visto de primera mano el sufrimiento y la explotación de miles de personas que se dejaban la piel a diario en la extracción del oro en las minas de Brasil. Para él este metal tan codiciado no era sino el símbolo de la opresión. Era éste un hombre sin hipoteca, sin un hogar fijo, sin bienes materiales más allá de alguna prenda de ropa y de una hamaca, y me pareció tremendamente feliz. Tenía una misión en el mundo y una vida plena de sentido. Para un no creyente como yo fue toda una experiencia ver cómo este hombre le recordaba continuamente a sus hermanos de fe que Cristo había nacido en un pesebre, en uno de los lugares más pobres de su época y que ese debía ser el sitio del verdadero cristiano. Me viene lo anterior a la memoria en estos momentos estivales en los que es tan habitual ver a vírgenes profusamente enjoyadas procesionando por las calles. En el imaginario colectivo sigue existiendo esa asociación entre la riqueza económica y la máxima aspiración de la humanidad, es por ello que muchos piensan que una joya representa lo mejor de sí mismos (¡qué poco se estiman!). Teniendo asegurado lo necesario para vivir, para disfrutar sin hacerlo a costa de los demás ni del medioambiente, para progresar en cultura, educación y felicidad ¿qué sentido tiene obsesionarse con lo prescindible y lo superfluo? ¿qué tipo de enfermedad, de esclavitud consentida, es esa? Cayendo en el tópico deliberadamente, a veces hace falta que nos recuerden que lo mejor de la vida es gratis.

martes, 3 de agosto de 2010

El Cazador de libros (6) Defensa de un culto secreto

Hace unos días un pequeño reportaje del Telediario de TVE mostraba una iniciativa de no sé qué pueblo de España que animaba a la lectura en la calle por medio de unos actores disfrazados de personajes literarios. Inevitablemente, la reportera preguntaba a los escasos curiosos sobre sus hábitos lectores. ¿Qué podemos esperar? Un jubilado no leía nada, una señora que pasaba por allí alguna que otra revista y una joven universitaria sólo los apuntes de clase. El caso es que si hubiesen preguntado a los actores seguramente habrían obtenido las mismas respuestas. Los escasos curiosos se acercaban a los actores sobre todo atraídos por el marcador de metal que regalaban. ¡Menos mal! Siempre me he preguntado si sirve para algo la animación lectora. Ya tengo mis dudas en la escuela, imagínense de cara al público en general. Como modesto bibliófilo, me siento cada vez más como un miembro de una secta secreta, de un antiguo culto a punto de extinguirse. Hasta no hace mucho quien no leía lo reconocía con la boca pequeña, consciente de que esa carencia lo situaba en el lado de los indigentes intelectuales. Ahora el no-lector lo proclama sin ambages y hasta con un punto de altivez, como si pertenecer al género iletrado lo hiciera más interesante. Actualmente el lector queda como un tipo aburrido, un tanto alienígena, subido a la higuera de la singularidad. ¡El mundo al revés! Ahora con esta zarandaja del libro electrónico se puede disimular más. El aparatito en cuestión salvará las apariencias de más de uno sin que nadie pueda husmear en el terminal el tipo de basura que se habrá descargado. El lomo o la portada de un libro de papel siempre es más delatora. No me imagino los índices de lectura de este país multiplicándose vertiginosamente a la par que el e-book se extiende como la peste. Al contrario, con el tiempo la pantallita expenderá el certificado de defunción del último de los lectores. Tiempo al tiempo.
No hace mucho contemplaba uno de esos libros electrónicos en el escaparate de una tienda y me asaltaba una risa tonta. ¿Esa minucia ridícula está destinada a sustituir a nuestras bibliotecas? Para el verdadero bibliófilo, para el lector serio y sincero, el espacio que ocupan sus libros es su mayor orgullo, el peso del libro lo mide por kilates, el tacto del papel y el olor de la tinta le sabe a gloria divina, el envejecimiento de sus volúmenes es como la maceración de un buen vino. Habrá que hacer de la necesidad virtud. Se me ha ocurrido que los escasos defensores del libro de papel que vamos quedando deberíamos empezar a constituir algo así como sociedades secretas, logias masónicas o sectas pitagóricas repartidas por el mundo. Lugares destinados a un nuevo culto, con su gran chamberlan y sus guardianes del sello, donde se conserve la memoria de una cultura milenaria que está a punto de desaparecer, desplazada por la chabacanería triunfante y rampante, en versión, eso sí, 2.0. No sé si son los calores de agosto que me están afectando.