Hace unos días un pequeño reportaje del Telediario de TVE mostraba una iniciativa de no sé qué pueblo de España que animaba a la lectura en la calle por medio de unos actores disfrazados de personajes literarios. Inevitablemente, la reportera preguntaba a los escasos curiosos sobre sus hábitos lectores. ¿Qué podemos esperar? Un jubilado no leía nada, una señora que pasaba por allí alguna que otra revista y una joven universitaria sólo los apuntes de clase. El caso es que si hubiesen preguntado a los actores seguramente habrían obtenido las mismas respuestas. Los escasos curiosos se acercaban a los actores sobre todo atraídos por el marcador de metal que regalaban. ¡Menos mal! Siempre me he preguntado si sirve para algo la animación lectora. Ya tengo mis dudas en la escuela, imagínense de cara al público en general. Como modesto bibliófilo, me siento cada vez más como un miembro de una secta secreta, de un antiguo culto a punto de extinguirse. Hasta no hace mucho quien no leía lo reconocía con la boca pequeña, consciente de que esa carencia lo situaba en el lado de los indigentes intelectuales. Ahora el no-lector lo proclama sin ambages y hasta con un punto de altivez, como si pertenecer al género iletrado lo hiciera más interesante. Actualmente el lector queda como un tipo aburrido, un tanto alienígena, subido a la higuera de la singularidad. ¡El mundo al revés! Ahora con esta zarandaja del libro electrónico se puede disimular más. El aparatito en cuestión salvará las apariencias de más de uno sin que nadie pueda husmear en el terminal el tipo de basura que se habrá descargado. El lomo o la portada de un libro de papel siempre es más delatora. No me imagino los índices de lectura de este país multiplicándose vertiginosamente a la par que el e-book se extiende como la peste. Al contrario, con el tiempo la pantallita expenderá el certificado de defunción del último de los lectores. Tiempo al tiempo.
No hace mucho contemplaba uno de esos libros electrónicos en el escaparate de una tienda y me asaltaba una risa tonta. ¿Esa minucia ridícula está destinada a sustituir a nuestras bibliotecas? Para el verdadero bibliófilo, para el lector serio y sincero, el espacio que ocupan sus libros es su mayor orgullo, el peso del libro lo mide por kilates, el tacto del papel y el olor de la tinta le sabe a gloria divina, el envejecimiento de sus volúmenes es como la maceración de un buen vino. Habrá que hacer de la necesidad virtud. Se me ha ocurrido que los escasos defensores del libro de papel que vamos quedando deberíamos empezar a constituir algo así como sociedades secretas, logias masónicas o sectas pitagóricas repartidas por el mundo. Lugares destinados a un nuevo culto, con su gran chamberlan y sus guardianes del sello, donde se conserve la memoria de una cultura milenaria que está a punto de desaparecer, desplazada por la chabacanería triunfante y rampante, en versión, eso sí, 2.0. No sé si son los calores de agosto que me están afectando.
No hace mucho contemplaba uno de esos libros electrónicos en el escaparate de una tienda y me asaltaba una risa tonta. ¿Esa minucia ridícula está destinada a sustituir a nuestras bibliotecas? Para el verdadero bibliófilo, para el lector serio y sincero, el espacio que ocupan sus libros es su mayor orgullo, el peso del libro lo mide por kilates, el tacto del papel y el olor de la tinta le sabe a gloria divina, el envejecimiento de sus volúmenes es como la maceración de un buen vino. Habrá que hacer de la necesidad virtud. Se me ha ocurrido que los escasos defensores del libro de papel que vamos quedando deberíamos empezar a constituir algo así como sociedades secretas, logias masónicas o sectas pitagóricas repartidas por el mundo. Lugares destinados a un nuevo culto, con su gran chamberlan y sus guardianes del sello, donde se conserve la memoria de una cultura milenaria que está a punto de desaparecer, desplazada por la chabacanería triunfante y rampante, en versión, eso sí, 2.0. No sé si son los calores de agosto que me están afectando.
Ya sabes que no podría estar más de acuerdo. Mi percepción es la misma, pero de poco nos sirve. Es un hecho que la civilización ha cambiado y muchas personas se pierden el placer de un buen libro, compañero de sofá y melodía y quizás de algo más como un buen fuego, una pipa o un vaso de lo que sea. (Si le acompañamos de frutos secos, ya ni te cuento)
ResponderEliminarEs la civilización del futuro,ese tan lejano, que ya se está haciendo presente la que nos atenaza. Los valores cambian, prefiero no utilizar adjetivos, ¿para qué?. Un abrazo.
Hola Damián.
ResponderEliminarCon respeto: creo que esta posición encarna un sentimiento de nostalgia trasnochada. El principal valor central de los libros no es el volumen, o el componente material que lo soporta, es la información. Con los nuevos formatos puedes crear archivos de voz, etiquetas, notas electrónica de rápido acceso, establecer interconexiones semánticas que hacen que la experiencia de la lectura perdure y pueda ser recuperada fácilmente. Libros que puede ser escuchados mientras friegas platos o conduces y estás cansado de tanta opera. Poemas que pueden ser recitados por sus creadores. Datos que pueden fluir por la red y difundirse sin esfuerzo y bajo costo. Lectores que permiten leer en la cama sin que le duelan las muñecas. Como tú también dispongo miles de libros. Estos me gustan igual que los nuevos libros que he leído en formato electrónico porque he establecido un vínculo íntimo, incluso emocional, con la información, con los datos. Costumbre. Ahora veo los estantes y percibo espacio perdido, dificultad de acceso, datos relevantes que se han quedado silenciosos en la ahí. Los nuevos formatos cumplen mejor con su función esencial.
No obstante, como objeto de la cultura material puede ser susceptible de aprecio, como quien disfruta sopesando los petroglifos, los trozo de madera grabadas, los papiros. Pero éste es otro tema.
Por no hablar de los blanqueadores, los arbolitos… aunque supongo que ninguna tecnología es limpia del todo.
Un abrazo máquina.
Francisco
¡Me declaro un fetichista del libro de papel, material, diferenciado, voluminoso, empolvado y tangible!
ResponderEliminarlo que no veo por ningún lado es la dicotomía entre los distintos soportes, coincido con @libre, lo importante es la información, los bites y no los átomos.
ResponderEliminarSi pasaste por el museo del libro en la bibliteca nacional, había unos maravillosos grabados en hojas de plomo, seguro que en su momento debieron ser la bomba XD
Saludos.