viernes, 29 de enero de 2010

Accion Solidaria (2) CANCIÓN DE LA HUMANIDAD ROTA

CANCIÓN DE LA HUMANIDAD ROTA
En memoria del pueblo haitiano y los hermanos saharauis

Somos hijos de la Tierra
Cuando la Tierra tiembla lloran las almas rotas
almas a las que les ha sido arrebatada la esperanza

Llueve sobre la pobreza
Caen muros de ladrillo sobre los que nada tienen
Lamentos de desesperación atraviesan el océano infinito

Los desposeídos de la Tierra
Aquellos a los que se les arrebató la esperanza
gritan la hora maldita

Ha hecho falta un terremoto para que pongamos a Haití en el mapa
Ha hecho falta el coraje de una mujer para que nos acordemos del Sáhara olvidado
Somos seres sin memoria

La Historia juega malas pasadas
Y se ceba siempre con el más débil
como el cobarde que sabe escoger sus víctimas

Y volveremos al olvido
porque es el refugio de los acomodados
de los que prefieren mirar para otro lado cuando el despojado llama a su puerta

El día que el grito de justicia de la Humanidad
atraviese mares y cordilleras
inunde los valles y las ciudades
cuando irrumpa en las reuniones ministeriales
cuando haga temblar a los bancos que cobran comisiones por tramitar un gesto de esperanza
cuando reviente en los oídos de los que anteponen la sinrazón de Estado a cualquier otra
consideración

Ese día Haití volverá a temblar, sí
pero lo hará por la vibración de los corazones que han visto reestablecida la justicia
Ese día el Sáhara vivirá un nuevo éxodo, sí
pero será el del ansiado retorno

Que nuestras manos y nuestra voces amplifiquen el grito que viene desde el horizonte
Que nuestras manos y nuestra voces devuelvan justicia y esperanza allí donde sólo queda el
dolor

martes, 26 de enero de 2010

El Catalejo (1) Mueca y el fin de la Cultura

Naomí Klein, una de las jóvenes intelectuales más importantes de estos momentos, autora del mundialmente conocido “No-Logo”, entre otras cosas, denunciaba en su libro “La doctrina del Shock, el auge del capitalismo del desastre” (Paidós 2007) cómo el nuevo liberalismo salvaje se aprovecha de escenarios de crisis y catástrofes para recortar derechos sociales e introducir nuevas medidas que beneficien sólo a los de siempre. Aunque es un libro escrito antes de la tan traída y llevada crisis económica mundial el análisis, no es que siga siendo válido, es que cobra aún más vigencia si cabe. Estamos asistiendo a una serie de medidas en nombre de la austeridad y del necesario recorte de gastos que en otras circunstancias no habrían tenido la oportunidad de hacerlo. A parte de los denodados esfuerzos de los capitostes del tinglado macroeconómico por “flexibilizar el mercado de trabajo” (por seguir utilizando este vil eufemismo) el pato en primer lugar lo paga la Cultura. No requiere de demasiadas dosis de imaginación recurrir al tópico demagógico y populista de que el dinero que se emplea en esta área debe ir a parar a ayudas sociales (así el político de turno queda, encima, como una especie de Robin Hood ante el potencial electorado). Un concejal o consejero de cultura que haga esta afirmación debería, en un acto de mínima coherencia, solicitar la supresión de su área con el fin de que las arcas de la administración se ahorren su sueldo y puedan destinarlo al mismo fin. Luego no tienen empacho en seguir al frente de una concejalía para gestionar la nada.
Esto viene a colación por la reciente decisión del Ayuntamiento de Puerto de la Cruz (Tenerife), gestionado desde hace unos meses por Colación Canaria tras una moción de censura, de eliminar el Festival de arte en la Calle “Mueca” (entre otras supresiones) que se había convertido en un lugar de encuentro emblemático del municipio y de toda la isla. Nuestros afamados políticos aún no terminan de entender que la Cultura es también un polo de desarrollo económico fundamental, y más en unas islas como las nuestras basadas en la industrias turística y de la construcción. Ahora que se habla tanto de diversificación del sistema productivo me gustaría saber qué entienden algunos de nuestros sesudos representantes políticos por esto. ¿No será que están esperando a que todo esto pase para volver a las andadas? ¿no será que algunos no ven más allá de la economía del asfalto y del ladrillo? ¿no será que mientras tanto mejor nos aplicamos en desmontar lo que se considera un gasto innecesario que sólo interesa a cuatro neo-hippies y tres intelectuales de medio pelo? Esta gente, como muy bien avisaba Naomí Klein, parecen actuar siguiendo el manual. Desmontemos ahora que la ocasión nos viene al pelo que luego con el tiempo amaina el temporal. Han aprendido que toda medida impopular tiene, en su pico de máximo reflujo, de una vigencia de un par de semanas a lo máximo. Es cuestión de aguantar el embate que luego, cuando lleguen las elecciones, ya jugaremos al despiste como hay que hacerlo. Lo mismito que en sanidad y educación, oiga. Y si alguno se mosquea lo ponemos como un insolidario que no piensa en las familias que pasan hambre. Lo que no se atreven a decir es que si, precisamente, hay familias que pasan hambre no será, desde luego por el presupuesto que se destina, en este caso, a Cultura, sino por los desafortunados y erróneos planteamientos que, desde hace décadas, vienen aplicando aquellos que pertenecen a la misma cuerda de los que toman estas decisiones.

miércoles, 20 de enero de 2010

Cine a solas (1) Tiempos Modernos

Esta mañana cumplí con una de mis citas cinematográficas anuales: la proyección a 1º de bachillerato de “Tiempos Modernos”, la imprescindible e inagotable película de Charles Chaplin. Coincidiendo con un tema en el que se toca la teoría clásica de la Alienación (ya se sabe: Marx, Feuerbach...) dicha película es parada y fonda obligada. Quizás nadie como Chaplin ha sabido plasmar en fotogramas ese proceso de deshumanización al que somete el capitalismo salvaje al individuo, sobre todo la máxima expresión del mismo que es la producción en cadena. La primera parte de “Tiempos Modernos” expresa como nadie, en ese lenguaje propio de Chaplin, la degradación del ser humano, su reducción a una parte del engranaje productivo, simbolizado, sobre todo, en el momento en el que la máquina se traga al protagonista que termina por volverse loco. Aunque Chaplin trató de restarle importancia a la parte de crítica social que tiene la película es indudable, desde el primer momento cuando se asimila un rebaño de ovejas con los trabajadores que entran en la fábrica, que ésta fue hecha como un retrato pleno de ironía sobre el mundo que le tocó (y nos ha tocado) vivir. Otro momento verdaderamente icónico es aquel en el que el protagonista se ve por accidente liderando con una bandera roja una manifestación que termina siendo reprimida por la policía. No me voy a extender en el análisis de una película sobre la que hay escrito mil y un estudios. Lo que más me congratula de esta cita anual es que puedo comprobar cómo mi alumnado genera, año tras año, una corriente de simpatía y conexión con la película, cómo el mensaje de la misma sigue siendo vigente (rasgo distintivo de los grandes clásicos) y cómo queda claro que el año de producción (1936) no es en absoluto un elemento disuasorio como temen algunos. Por mi parte, después de tantos visionados, sigo encontrando detalles nuevos continuamente y, sobre todo, sigo riéndome y emocionándome como si fuera la primera vez que la vi. ¡Qué grande es Chaplin!
PD: sigo enamorado de Paulette Goddard.

domingo, 17 de enero de 2010

Acción Solidaria (1) Haití en la Escuela.

El pulso de la Escuela se mide, en gran parte, en función de su permeabilidad a lo que ocurre a su alrededor. No puede ser que las únicas filtraciones sean las del alumnado celebrando los éxitos de los equipos de fútbol de sus amores. Uno tiene que soportar banderas y bufandas de club deportivos (empresas, en otras palabras) por los pasillos ante la sonrisa condescendiente del profesorado. Nos hemos acostumbrado al triunfo de lo banal, sobre todo porque esto no “molesta” a nadie, no compromete, no me expone frente al mundo. Sin embargo hay ocasiones en el que otro tipo de manifestaciones pueden llegar a ser para algunos una inconveniencia. Me viene a la cabeza determinadas acciones que se llevaron a cabo en algunos centros protestando por la brutal invasión israelí de Gaza o por el órdago que supuso la denuncia de Aminetu Haidar sobre su situación y la del pueblo saharaui, sin ir más lejos. En estos casos donde se estaban produciendo una clara violación de los Derechos Humanos hay que andarse con mucho cuidado porque más de uno piensa que supone, vamos a ser suaves, una extralimitación en el papel de la Escuela. Está claro que aquí se produce una inevitable confrontación entre aquellos que no ven más allá de su estricta programación y quienes piensan que, en realidad, el currículum va más allá de eso.
Y en esto nos llega Haití. Nada nuevo en el devenir constante de catástrofes y debacles propias de los países empobrecidos, la mayoría de ellos en el limbo del desinterés internacional. Haití supone una nueva ocasión para auscultar el corazón de la Escuela. Durante unos días, unas semanas, Haití ocupará una primera página en los medios de comunicación y muchos sabemos lo que pasará cuando se agote la novedad. Pero aún con ello no podemos dejar de dar una respuesta. Tenemos que hablar de la fragilidad de estos países, de sus males endémicos y de las causas de los mismos. Tenemos que dar alguna respuesta ante tanta desolación. Habrá que canalizar de alguna manera las lógicas ansias de hacer algo de las personas sensibles y decentes. Ahora es Haití, como ayer fueron las consecuencias del Huracán Mitch o mañana será otra cosa. Así es la educación, la eterna repetición de lo mismo, como diría Nietzsche. Pero lo que no podemos hacer es mirar para otro lado y adoptar la pose del cínico: “que lo arreglen otros”.

miércoles, 13 de enero de 2010

El Impertinente (1) Sobre el apocalipsis y otros miedos

Muchos recordarán que hace ahora 10 años pasamos aquella simbólica fecha del milenio, y recordarán también aquellos años previos en los que se desató toda suerte de terrores apocalípticos. Unos pintaba un caos informático que, en sus peores versiones, desataría una catástrofe nuclear, otros estaban seguros de que el fin de los tiempos era algo inevitable e incluso hubo alguna secta que se apuntó a lo del suicidio colectivo aprovechando el paso de un cometa que supuestamente escondía en su larga cola un platillo volante que pondría a salvo a los conversos.
Esta fascinación por el fin de los tiempos, por el caos, por la destrucción generalizada sigue dando generosos beneficios a la industria del cine. El género catastrófico tiene cada vez más adeptos y se asienta en el miedo atávico a no disponer de nuestra propia suerte, a estar a merced de la voluntad de los dioses, de los caprichos de la Naturaleza o de un destino que vaya a saber usted dónde está escrito. Dentro de este género un subgénero muy curioso es el de las múltiples formas de destrucción de Nueva York. Los norteamericanos tienen una especial fijación con lo de ver a esta ciudad emblemática arrasada por monstruos mutantes, bombardeada por meteoritos, inundada por tsunamis gigantes o aniquiladas por naves alienígenas. Esto debe esconder algún tipo de patología social, seguro.
El miedo es irracional por definición y cada uno es dueño de tener los que le apetezcan. Ahora bien, una cosas es la mínima dosis de miedo que nos lleva a ser prudentes y otra el miedo desatado que nos lleva a la parálisis y nos hace caer en las manos de quienes pretenden salvarnos de esto y aquello. Durante mucho tiempo el miedo ha desempeñado un papel importante: el de ponernos en alerta frente a los múltiples peligros que nos acechaban, lo que mejoraba nuestra capacidad de supervivencia. El miedo a caer en manos de posibles depredadores estimulaba nuestro nivel de atención y la búsqueda de estrategias para escapar a esa situación. Hoy en día tener un mínimo de miedo a, por ejemplo, contraer una enfermedad de transmisión sexual, a tener un accidente de carretera sin el cinturón de seguridad puesto o a perder el puesto de trabajo si uno se queda tranquilamente durmiendo en su cama día tras día, sigue siendo una buena forma de promover un tipo de conducta responsable y sensata.
Sin embargo, ocurre que desde una perspectiva colectiva hemos perdido el sentido de la realidad y nuestra disposición de natural temerosa ha sido manipulada de manera interesada. El personal tiene hoy más miedo, sufre más, con la posibilidad de que su equipo de fútbol baje de categoría que con el hecho contrastado de que el cambio climático altere de manera dramática nuestra capacidad de supervivencia (hemos perdido de manera vergonzosa la oportunidad de Copenhague y nadie muestra el más mínimo miedo por ello). Hay quien tiene más miedo a repetir un vestido en una fiesta a que nuestro modo de producción y de vida insostenible ponga en serio peligro las condiciones de vida de las próximas generaciones. El miedo es condicionado a voluntad por quienes tienen los medios para ello: ¡que viene la izquierda! ¡que viene la derecha! ¡que aquella pandemia es la definitiva! ¡que aquel dictador tiene armas de destrucción masiva y amenaza nuestra capacidad de llenar el carrito en el supermercado todos los días! Etc. Lo que tenemos que preguntarnos en estos casos es de dónde viene este miedo de nuevo cuño y a quién beneficia.
En este mundo al revés nuestro, aquello que de verdad debería dar temor no le quita el sueño a más de tres. El político medio de nuestro tiempo tiene dos miedos fundamentales: perder votos y no ser incluido en la próxima lista electoral. Por esto mismo poco podemos esperar de él a la hora de poner un poco de orden en la lista de miedos colectivos. Sólo una ciudadanía formada e informada será cada vez más dueña de miedos que verdaderamente valgan la pena.

lunes, 4 de enero de 2010

El cazador de libros (1) Agapea

Terminé el año hablando de libros y comienzo el 2010 de la misma manera. Hay que saludar en esta ocasión la apertura de una nueva librería en Santa Cruz de Tenerife. En esta ocasión de la cadena “Agapea”. Este es el único evento en el que no tengo ningún reparo en hacer publicidad gratuita de una empresa. Para mi este acontecimiento es algo similar al nacimiento de un oso panda o un lince ibérico. Ahora que el libro, al menos en su formato papel, es una especie en vías de extinción, cuando la lectura es una actividad en trance de desaparecer y el lector una condición propia del siglo XIX, un acontecimiento de este tipo es algo contra corriente. Agapea ha abierto su nueva tienda en Santa Cruz hace unos dos meses. Se trata de una cadena que, a pesar de disponer de un amplio local con un buen stock de libros, está especializaba en la venta on line y en la entrega de pedidos urgentes. Aprovechando estas fiestas hice la visita de rigor y compré un par de ejemplares. El primero de ellos fue “París Rebelde” de Ignacio Ramonet y Ramón Chao (Debate, 2008). Se trata de una guía política e histórica de la capital francesa, poniendo el acento en su larga trayectoria como lugar de acontecimientos revolucionarios. Pocas ciudades como París atesoran tal cantidad de huellas del pasado en sus calles. Otro libro fue “Ecce Comu” de Gianni Váttimo (Paidós 2009), la última entrega del polémico filósofo italiano, adalid del “pensamiento débil”. Y por último una “Historia de la Filosofía” de la editorial alemana Könemman (2005) que aúna lo divulgativo con lo visual de una forma magistral (a la manera Taschen, vamos). Ahora sólo queda esperar que esta nueva librería tenga éxito, que coja la solera propia de los años y que contribuya (ardua labor, sin duda) a mantener el pabellón del libro bien alto.