martes, 31 de enero de 2012

La supresión de la Educación para la Ciudadanía

Nadie puede decir que no se veía venir. Una de las primeras medidas del PP en materia educativa, aparte del anuncio de la ampliación de un año de Bachillerato a costa de devaluar aún más la Educación Secundaria Obligatoria (una estrategia, según algunos, para terminar concertando el bachillerato) ha sido suprimir la materia de Educación para la Ciudadanía. No es que con esta medida se vaya a producir una debacle social pero, a mi juicio, tiene un altísimo valor simbólico. Expresa el miedo cerval de la derecha a cualquier enfoque crítico de la educación y al papel de la escuela como forjadora de ciudadanía. Con el argumento de que esta materia representaba una peligrosa cuña doctrinaria de enfoques izquierdosos y que el único lugar de educación real es la familia, el PP relega a la escuela al viejo y exclusivo papel de formadora para el mercado laboral. Lo cierto es que la condición ciudadana no es una cualidad natural. No nacemos con una predisposición genética para ello a pesar de nuestra sociabilidad intrínseca. A ser ciudadano se aprende. Y esa ha sido una de las tareas esenciales de la escuela. Al menos de la escuela entendida de una determinada manera, claro. Lo curioso del tema es que los argumentos que esgrime el PP, con su lustrosa mayoría absoluta, no son de alcance universal. En realidad se trata de adoctrinar solo en lo que ellos consideran sano, como es la extensión de los valores católicos y los del libre mercado, entre otros. Si los contenidos de esta maltratada materia hubieran estados escorados hacia esos postulados estoy seguro de que el PP les habría aumentado la carga horaria en estos días. Pero claro, eso de hablar de lo que ellos llaman “ideología de género” -que no sé muy bien lo que es pero que entiendo que se refiere a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres-, de la aceptación de las opciones vitales diferentes o de la pluralidad política y religiosa, es demasiado para el cuerpo.
El desarrollo de esta materia se ha producido con una casi absoluta naturalidad en estos escasos años. En Canarias, lamentablemente, la misma quedó devaluada desde el principio debido a la decisión de nuestra afamada Consejería de Educación de reducirla a una paupérrima hora lectiva en 2º ESO. El buen juicio de la gran mayoría del profesorado ha supuesto que al menos se le dedique un mínimo espacio a abordar temas que son de enorme interés para la formación de los ciudadanos. No olvidemos que muchas veces se mira a la escuela (quizás en demasía) para tratar de dar respuesta a demandas sociales como son la prevención de la violencia de género, el acoso escolar, la homofobia, etc. Cosas, que por otra parte, no parecen ser prioridades para nuestros nuevos rectores educativos. Claro que, al calor de la que está cayendo, estas cosas van a quedar diluidas. A los cinco millones de parados de este país (con cierta razón, por otra parte) poco le va a importar estas cuestiones. Y mucho me temo que, por este mismo motivo, otras cosas van a ir cayendo como hojas de margaritas. Malos tiempos, sin duda. [El Aula (1)].

jueves, 26 de enero de 2012

Corruptelas S.A.

Lo que nos faltaba es que un jurado popular viniera a dar carta de naturaleza a unos de los problemas más graves de este país: la corrupción política. Pues nada, queridos políticos profesionales, lo menos que se puede exigir a partir de ahora, antes de mover cualquier expediente, es algún que otro traje a medida o un bolsito de Vuitton. Poca cosa. Que los sinvergüenzas de este país tengan bien agarradas las ubres de los dineros públicos, que los “te quiero un huevo” o los “amiguitos del alma” entre políticos y los buitres que revolotean por todas partes sean consideradas tiernas manifestaciones de sensibilidad o que unas elecciones sirvan para legitimar la cleptocracia que campa (nunca mejor dicho) a sus anchas no es sino la boca del túnel por el que se desliza la sociedad entera. El peor de los escenarios posibles empieza a materializarse: la aceptación complaciente por parte de la ciudadanía de la corrupción política. Si a esto le añadimos un panorama económico desolador y una sociedad cada vez más desarticulada el paisaje es para echarse a temblar. Si este fuera un país con un mínimo de altura moral la gente estaría en la calle y el Movimiento 15M sería una plácida reunión de boys scouts comparado con la indignación real que provocaría tal cúmulo de iniquidades. Pero, como decía, hace tiempo que la cosa está atada y bien atada. La industria de distracción y adocenamiento de masas cumple efectivamente su papel. Al final se ha conseguido que el personal entienda que es necesario tener a unos cuantos políticos profesionales (y conseguidores) ocupándose de la cosa pública a cambio de permitirles una generosa dosis de corruptela. De esta forma el elector real y potencial puede ocuparse de cosas verdaderamente importantes, como son los avatares del club de fútbol de sus amores, ver la forma de adquirir el último prodigio de la telefonía móvil o disponer del suficiente efectivo para recorrer un día sí y otro también las tiendas de ropa de los centros comerciales. Además, si el político corrupto de turno tiene a bien dejarse caer con alguna migaja (un permiso de obras por aquí o algún empleo público por allá) pues miel sobre hojuelas. Esta corrupción de baja intensidad es la que acaba de sancionar este jurado popular de marras para escarnio de los que aún teníamos esperanzas de que esto empezara a enderezarse de alguna forma. Y, no cabe duda, que resulta especialmente sangrante que sean los mismos “conciudadanos” los que den una palmadita en la espalda a quienes han convertido la política en un completo lodazal. Más allá de los clásicos Madrid / Barcelona nos estamos jugando mucho en este país. [El Catalejo (4)]

lunes, 23 de enero de 2012

Alternancia sin alternativa

Esto es lo que tenemos, en este país desolado por la mediocridad, una continua alternancia sin alternativa. Si analizamos los distintos gobiernos desde la Transición encontramos muchas más concomitancias que diferencias. Sobre todo una que resulta muy preocupante: un proceso de liberalización económica y de, en consecuencias, pérdida de derechos y protección laboral. Dicho esto, cualquiera podría objetar que viniendo de una larga dictadura el escenario posterior necesariamente tuvo que suponer un salto cualitativo, al menos en cuanto al ejercicio de la democracia se refiere. Habría que admitir la objeción. Pero haciendo una lectura más quisquillosa también podría añadirse que aquella transición de guante blanco, que evitó una ruptura radical con semejante anomalía histórica, tuvo como consecuencia que las estructuras liberalizadoras que tuvieron su origen en el franquismo tardío se afianzaran en una transición que trató de darle carta de naturaleza a un sistema donde lo esencial estaba atado y bien atado. Por otra parte, esta versión española del “no hay nada que hacer” tuvo su origen en el conocido “turno de partidos” de Cánovas y Sagasta. Una cínica forma de democracia que escondía una completa componenda política. Cabe preguntarse si no estamos viviendo una versión más elaborada, por mor de los tiempos, de esta misma fórmula decimonónica. Al menos es legítimo preguntárselo cuando vemos cómo la maquinaria mediática se esfuerza por convencer al personal de que no hay alternativas, de que, por un motivo u otro (motivos siempre inapelables, abstrusos y apocalípticos) no hay más terreno de juego que el que nos marcan aquellos que de verdad saben de estas cosas. No importa que estos sesudos anónimos (y no tan anónimos) sean los responsables de esta catástrofe económica (pero sobre todo social y moral) a la que han puesto el nombre de “crisis”. El peor de los escenarios es aquel en el que hasta el más escéptico de los mortales termina por admitir que, al final, se trata de elegir entre distintos tipos de maquillajes pero sin que toquemos al muerto. Vemos, entonces, cómo los grandes partidos que se reparten los despojos carecen de ninguna idea económica que se diferencie un ápice entre ellas y por supuesto de las directrices que ya les vienen dadas por el Sistema Financiero Internacional. Aquí podemos pelearnos por elegir el color de la corbata pero fuera de ahí, ¡nathing! A ver si ahora que el sol ha entrado en un ciclo expansivo se produce una reorganización neuronal y alguno termina pensando que quizás haya alternancia, ¡pero también alternativas! [El Catalejo (3)]

jueves, 19 de enero de 2012

La muerte progresiva de la cultura en Canarias.

No va a quedar nada. Tantos años viviendo de los excedentes del ladrillo para regresar al final a la época del botijo. Ya lo decía algún economista avispado en aquellos tiempos en los que el PIB español le hacía la gracieta a las locomotoras europeas: “esto es un bluf... pan para hoy y hambre para mañana”. Pero, ¿quién se iba a detener en eso de la burbuja inmobiliaria cuando aquí ganaba dinero hasta el Kiko? Si el homo sapiens se caracterizara por una pizca de previsión, si fuésemos capaces de pensar en línea, si miráramos más allá de la satisfacción inmediata (un rasgo -dicen algunos- de total ausencia de inteligencia emocional) posiblemente no nos hubiéramos dado semejante batacazo. Si a esto le añadimos nuestra proverbial carencia de memoria histórica, esta fatal inclinación por incurrir mil y una veces en las mismas meteduras de pata, entonces ya cerramos el círculo infernal de la estupidez.
Todas las manías de nuevos ricos, auspiciadas por esta caterva política entregada a los negocios, se revelan ahora como monumentos a la vacuidad. De entrada pienso en auditorios de autor, con adornos arquitectónicos carísimos y perfectamente inútiles, tranvías urbanos con alfombras de cesped que ahora no se pueden ni regar, macropuertos injustificados y que atentan contra el sentido común y contra el medio ambiente. En fin... Mientras, lo que creímos como conquistas sociales van cayendo una detrás de otra. La educación y la sanidad pública están siendo llevadas hasta la más pura indigencia, la cultura en Canarias ha recibido un hachazo de muerte, la protección del patrimonio histórico y natural empiezan a verse seriamente comprometidos, etc. Tenemos, encima, que soportar que la plutocracia que nos gobierna (Soraya Sáenz de Santamaría dixit) afirme muy ufana ella que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que quienes mantienen un nivel de vida del copón nos sermoneen con que tenemos que ajustarnos el cinturón.
Escribo estas líneas en el momento en que me entero que han suspendido el Festival MiradasDoc. Esta decisión llega cuando muchos tenemos aún en la retina la magistral intervención en este festival isorano de Eduardo Galeano en medio de un llenazo tremendo. Esta suspensión se añade a la defunción del Festival Mueca y a los recortes brutales en las programaciones culturales de las distintas administraciones. Lo peor de esta historia es que esta ciudadanía tan despierta y reivindicativa que tenemos admite que en este estado de excepción encubierto todo es posible y justificable. Todo, menos poner en cuestión la mayor: ¿y si lo que falla es este modelo económico y social que nos sacrifica a todos en el altar de los mercados? [El Catalejo 2]

domingo, 15 de enero de 2012

Resignados e indiferentes

Algún día nos encontraremos un titular como éste, "¡resignaos!", en la apertura de algún telediario o en la rueda de prensa posterior a un consejo de ministros (en su versión canaria: “¡resígnense!”). Uno se “resigna”, puesto que no queda más remedio, cuando los acontecimientos propios del hecho de estar vivos se manifiestan con toda su crudeza. Sobre todo cuando sobreviene una muerte por causas naturales o un accidente del todo imprevisto. En estos casos aceptar los hechos por muy dolorosos que sean se convierte en una cuestión de supervivencia. Pero en otro orden de cosas la resignación puede ser la vía más directa al suicidio. Comento esto porque cada día parece imponerse en sectores cada vez más amplios de la ciudadanía comentarios tales como “no se puede hacer nada” o “todos harían lo mismo”, refiriéndose a la cada vez más terminal situación social y económica que nos atenaza. Y esto es, justamente, lo que los responsables de la crisis quieren y necesitan que piense la gente.
Resignarse es abandonarse a la suerte de cada uno, aceptar sin más lo que ocurre, dimitir de la propia capacidad de influir en los acontecimientos. Está claro que no tenemos todas las riendas de nuestra vida en nuestras manos. Uno no decide que te bajen el sueldo o que te suban el IRPF mientras compruebas escandalizado cómo a muchos ricos les sale la declaración incluso a devolver. Pero en la medida en que aún tenemos derecho al pataleo podemos hacer un exhaustivo uso del mismo. Podemos también organizarnos y patalear juntos (toda estrategia multiplicadora produce efectos imprevisibles), revisar nuestro sentido del voto cuando toque, enfundarnos alguna camiseta con algún mensaje capcioso o, simplemente, apagar la TV -justamente ahora que se avecina una nueva concentración de medios con la consiguiente merma en la calidad e independencia informativa. Hay una lista infinita de cosas que se pueden hacer. Pero, por encima de todo, no podemos tirar la toalla. No antes, como hacen muchos, de que suene siquiera el 'gong'. Si en la historia de la humanidad hubiera dominado el género resignado seguramente hoy estaríamos anclados en la Edad Media. La resignación sobreviene cuando perdemos la memoria histórica, cuando nos arrebatan los objetivos y los medios. Es el caldo de cultivo ideal de los totalitarismos y la gloria de los poderosos.
Prima hermana de la resignación es la indiferencia. Al indiferente la da igual una cosa que otra. Vive ajeno a lo que acontece a su alrededor. Tiene sus intereses, faltaría más, pero normalmente solo le atañen a él. Suele abonarse al “sálvese quién pueda” (pero solo cuando su propia “salvación” está asegurada) y pretende justificarlo argumentando que en el fondo es lo que hace todo el mundo. Es difícil hacerle ver al indiferente que en este barco estamos todos juntos y todos vamos a correr la misma suerte, por mucho que algunos logren subirse en el último momento al palo mayor de este Titanic que hace aguas por todos lados. Como tituló el ensayista Howard Zinn a sus memorias, “Nadie es neutral en un tren en marcha”. Afinando el argumento podríamos concluir que incluso el resignado y el indiferente han tomado partido. Han elegido la complicidad con quienes están acabando con las posibilidades de supervivencia de este mundo. Su pasividad les hace cómplices, tal y como manifestaba Antonio Gramsci en su opúsculo recientemente reeditado, “Odio a los indiferentes”. Decía este pensador italiano que “vivir es tomar partido”. Así que quienes aparentan una exquisita neutralidad, quienes miran para otra parte, quienes pasan por la vida de puntillas, quienes pretenden que sean otros los que le solucionen sus asuntos, los que esperan sentados, los que creen que con rogativas y plegarias se solucionan los problemas, los abúlicos y los imitadores de avestruces, también han tomado partido. [El Impertinente 1]

domingo, 8 de enero de 2012

Libros álbum

Reconozco que tengo una atracción casi infantil por los libros álbum que están proliferando últimamente en las librerías. Me refiero a estas publicaciones que suelen venir embuchadas en una caja y que contienen toda suerte de fácsimiles y reproducciones de documentos con total fidelidad. Baltasar me ha dejado un nuevo libro álbum sobre Los Beatles editado por la Cúpula -todo un regalo para los mitómanos. El álbum incluye reproducciones de cartelería, entradas de conciertos, letras y manuscritos. Y como suele ser habitual en este nuevo género bibliográfico hace gala de un diseño gráfico verdaderamente atractivo. Este ejemplar se une a los que ya forman parte de mi biblioteca. A saber: uno sobre Frank Sinatra, otro sobre las Guerras Napoleónicas, el Titanic, Einstein y La Guerra de las Galaxias. Todo muy mainstrein, evidentemente. Pero un gozo visual sin lugar a dudas. El único 'pero' es que no son ejemplares manejables. A veces termina cansando un poco lo de sacar el material de su funda, desplegarlo y volver a colocarlo en su sitio. Sobre todo porque es un poco incompatible con los lectores de cama o sofá como es mi caso. Pero, quitando esta pequeña salvedad, cada página es un continuo descubrimiento. Por cierto, que en estos libros álbum encuentro otro argumento de peso contra la maldita proliferación de ese artefacto del demonio que es el mal llamado libro electrónico. No creo que los prodigios de las pantallas táctiles de ultimísima generación puedan hacer sombra siquiera a la sensación que produce estas reproducciones en manos del lector y los alardes de diseño que suelen ser cada una de las páginas. He depositado “Los tesoros de los Beatles” en la pequeña mesilla circular que se encuentra junto a mi sofá de lectura para dar buena cuenta de él esta misma tarde.
[El Cazador de Libros (2)]

miércoles, 4 de enero de 2012

La política y la metáfora familiar

Afirma George Lakoff en su “No pienses en un elefante” (UCM, 2008) que a los norteamericanos lo que verdaderamente le influyen es el arsenal de metáforas que emplean los políticos para agenciarse su voto. Los republicanos (la extrema derecha ultracristiana y patriotera) gustan de utilizar la metáfora del padre rigorista que educa con disciplina a sus hijos y los demócratas (la derecha amable) la del padre permisivo. Puede parecer un ejercicio de excesiva simpleza pero también hay que reconocer que los yankies no dan para más. El caso es que en el fondo tampoco somos tan diferentes. Al fin y al cabo nos hemos educado con la industria cultural norteamericana como agente socializador de cabecera. También por aquí se oye de vez en cuando a algún político de estilo paternalista y con intenciones pedagógicas recurrir a la metáfora familiar. Sobre todo para darle un tironcillo de orejas a los manirrotos propios y avisarles de que una familia no puede gastar más de lo que ingresa, de que no se puede vivir por encima de las posibilidades y que es una locura pedir créditos sin fin. Pues vale.
A estas alturas del partido, no sería de extrañar que este político tan plecaro sea alguno de los responsables de haber llevado a este país al borde la bancarrota. Podemos leer hoy en la prensa cómo el gobierno del PP sale en ayuda de la Comunidad Valenciana para avalar el pago de una deuda por lo visto inaplazable. Se entera uno de que esta misma comunidad es la más endeudada del Estado, del mismo modo que el Ayuntamiento de Madrid lo es en el ámbito municipal. Pero ¿no eran estos los campeones de la gestión? Lo curioso de la derecha es que al mismo tiempo que abominan del intervencionismo estatal no tienen empacho en recurrir a este cuando las cosas vienen mal dadas. Juegan con el dinero público como si fuera el propio (un viejo tic heredado de aquellos años de “la calle es mía” -aunque, siendo justos, no son tampoco los únicos en caer en esta tentación). Puestos a apuntarnos a la dichosa metáfora digamos que ningún padre o madre de familia en su sano juicio deja a sus hijos sin comer, sin asistencia médica o sin colegio porque se venza el plazo del jacuzzi. No entremos en porqué tiene un jacuzzi -esa es otra historia. A ver si aprendemos de esta y entramos en la senda del decrecimiento.
[El Catalejo (1)]

lunes, 2 de enero de 2012

Pequeñas Librerías

Aparte del atún y del Estado del Bienestar otras de las cosas que probablemente no conocerán nuestros nietos serán las librerías. Al menos entendidas como espacios físicos y singulares, habitados por un número indeterminado de libros de papel entre los que perder la noción del tiempo. Es bastante probable que esta pérdida pase inadvertida (de hecho ya ocurre) para la mayoría de los mortales, enfrascados como están en cosas más mundanas. Pero quiero pensar que todavía queda algún extraterrestre al que se le hace difícil pensar una vida sin la posibilidad de zambullirse entre las novedades editoriales y los fondos de anaqueles y, además, poder tocar los ejemplares y decidir si vale la pena que engrose la biblioteca personal. Por esto mismo creo que resulta todo un gesto de rebeldía y resistencia cultural comprar, al menos de vez en cuando por aquello de lo mucho que nos están apretando los bolsillos, un libro en una librería. Y si es una librería pequeña, de las de pueblo de toda la vida, mejor todavía. A veces tengo la sensación de que algún que otro librero, de los poquitos que van quedando, cuando le compro un libro disimula el impulso de darme un abrazo o algo por el estilo. Yo le daría una palmadita en el hombro como gesto de reconocimiento por seguir empeñándose en tamaña empresa. Pero las formas aún imperan.
Cuando era un niño recuerdo como un momento intenso cuando mi padre me daba unas pesetas para que me comprara un libro en alguna de las dos únicas pequeñas librerías que existían en mi pueblo. Me encantaba particularmente darle vueltas a los expositores giratorios donde se ubicaban los libros de bolsillo (la dádiva de mi padre no daba para más). Eran esos años en los que en este campo dominaba la colección Reno, de Plaza y Janés, con sus sobrecubiertas de colorines. Con los años he adquirido la habilidad de leer títulos y autores en expositores giratorios a una velocidad de vértigo sin que me afecte por ello la musculatura del cuello (una de mis pocas destrezas, por cierto). Aquel ejemplar que llama mi atención activa rápidamente la zona correspondiente de mi cerebro que ordena detener el giro y atender el susurro que proviene desde esas páginas.
En estos días de compras y desenfreno venido a menos he podido comprobar cómo algunas de estas pequeñas librerías permanecen tan vacías como cualquier día del año. Mientras, el capital circulante se concentra en las innumerables tiendas de ropa de los grandes centros comerciales, el único artículo que la gente considera imprescindible -aunque sus armarios estén a reventar. Así que, amigo lector, si aún te queda algún libro que comprar, si eres de esos que no entiende empezar el año sin algún ejemplar prometedor entre las manos, hazle un favor a la causa y cómpralo en una pequeña librería. Ya sé que en la mayoría de los casos éstas se han convertido en papelerías y puntos de ventas de best sellers, pero con buen ojo y un poco de paciencia seguro que se descubre algo que valga la pena. Así empezamos este 2012 con el primer gesto contracorriente (que no es poco).
[El Cazador de Libros (1)]

PD: Este es el primer post en el que voy a prescindir de incluir en el título el capítulo al que pertenece el texto. Una manía un tanto enfermiza, lo reconozco, debido a mi mente estructurante. Pero como no renuncio al mismo, sobre todo porque al final de cada año me sirve para archivar e imprimir los textos agrupados por temas, los seguiré especificando al final de la entrada. Feliz año, de nuevo.