Lo que nos faltaba es que un jurado popular viniera a dar carta de naturaleza a unos de los problemas más graves de este país: la corrupción política. Pues nada, queridos políticos profesionales, lo menos que se puede exigir a partir de ahora, antes de mover cualquier expediente, es algún que otro traje a medida o un bolsito de Vuitton. Poca cosa. Que los sinvergüenzas de este país tengan bien agarradas las ubres de los dineros públicos, que los “te quiero un huevo” o los “amiguitos del alma” entre políticos y los buitres que revolotean por todas partes sean consideradas tiernas manifestaciones de sensibilidad o que unas elecciones sirvan para legitimar la cleptocracia que campa (nunca mejor dicho) a sus anchas no es sino la boca del túnel por el que se desliza la sociedad entera. El peor de los escenarios posibles empieza a materializarse: la aceptación complaciente por parte de la ciudadanía de la corrupción política. Si a esto le añadimos un panorama económico desolador y una sociedad cada vez más desarticulada el paisaje es para echarse a temblar. Si este fuera un país con un mínimo de altura moral la gente estaría en la calle y el Movimiento 15M sería una plácida reunión de boys scouts comparado con la indignación real que provocaría tal cúmulo de iniquidades. Pero, como decía, hace tiempo que la cosa está atada y bien atada. La industria de distracción y adocenamiento de masas cumple efectivamente su papel. Al final se ha conseguido que el personal entienda que es necesario tener a unos cuantos políticos profesionales (y conseguidores) ocupándose de la cosa pública a cambio de permitirles una generosa dosis de corruptela. De esta forma el elector real y potencial puede ocuparse de cosas verdaderamente importantes, como son los avatares del club de fútbol de sus amores, ver la forma de adquirir el último prodigio de la telefonía móvil o disponer del suficiente efectivo para recorrer un día sí y otro también las tiendas de ropa de los centros comerciales. Además, si el político corrupto de turno tiene a bien dejarse caer con alguna migaja (un permiso de obras por aquí o algún empleo público por allá) pues miel sobre hojuelas. Esta corrupción de baja intensidad es la que acaba de sancionar este jurado popular de marras para escarnio de los que aún teníamos esperanzas de que esto empezara a enderezarse de alguna forma. Y, no cabe duda, que resulta especialmente sangrante que sean los mismos “conciudadanos” los que den una palmadita en la espalda a quienes han convertido la política en un completo lodazal. Más allá de los clásicos Madrid / Barcelona nos estamos jugando mucho en este país. [El Catalejo (4)]
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