miércoles, 24 de marzo de 2010

El Catalejo (3) ¡Ojo con las televisiones locales!

Muchos nos acordamos de la época de la televisión única. Aquella Radio Televisión Española, voz del Régimen y testigo de la Transición. A principios de los noventa, del pasado siglo, aparecieron las primeras televisiones privadas. Parecía que con ellas había llegado la auténtica modernidad a España y tendríamos que vivir la aventura de la más radical pluralidad. Pronto se vio que unas eran clones de las otras y que la auténtica competencia era en cuanto a los niveles de chabacanería y sandez. En los últimos diez años hemos asistido al boom de las televisiones locales. Con ellas llegó la esperanza de unos medios cercanos, verdaderamente conectados con los intereses y preocupaciones de la ciudadanía. ¡Otro espejismo! Un medio tan poderoso como el televisivo tiene, no nos engañemos, una finalidad fundamental: la propaganda, tanto comercial como política. Lo demás es como el conducto. Una película, un partido de fútbol, un programa de cotilleo ayuda a hacer más digerible el plato principal.
Esta función se multiplica en el caso de las televisiones locales. El control del votante, de la opinión pública, del consumidor es el objetivo. Cuando uno conecta una televisión local convendría medir, al igual que se hace con el aceite de un coche, los siguientes niveles:
Nivel de pluralidad
Estamos en la era de las tertulias, de los programas de opinión y de la participación de los espectadores (a través de sms o llamadas telefónicas). Ahora bien, esta aparente pluralidad suele ser una hábil coartada, una pantalla para disimular los verdaderos objetivos. Usted tiene que hacerse las siguientes preguntas: ¿expresan los intervinientes opiniones y posturas diferentes? ¿abordan los temas desde distintos puntos de vista? ¿se oculta rápidamente la más mínima discrepancia?
Nivel de independencia
Un medio de comunicación, sobre todo televisivo, es verdaderamente costoso. Aparte de aquellos de titularidad pública, con la servidumbre que esto supone, el resto suele estar financiado por entramados políticos y/o empresariales. Esto no sería del todo inconveniente si lo reconocieran abiertamente. Esta es la televisión del partido tal o del grupo empresarial cual. ¡Pero no! Todos afirman ser independientes, ninguna es la voz de su amo.
Nivel de afinidad con el poder
Una cosa realmente sorprendente es comprobar cómo algunos periodistas, presentadores de televisión o tertulianos presumen de su amistad con este o aquel político, el constructor de turno o ese conocido empresario. A éstos se les defiende a capa y espada, a los otros, a los “malos”, ni agua. Aquella vieja idea de unos medios de comunicación que ejercen como contrapoder desde su objetividad e independencia ha quedado enterrada. Es la hora del compadreo político.
Nivel de populismo
Como consecuencia de la pretendida cercanía con la ciudadanía de las televisiones locales, éstas compiten por presentarse como la “voz del pueblo”. Se esfuerzan, en sus gestos, sus modos y sus palabras, por reproducir lo que entienden como afinidad con los vecinos, con el sencillo hombre o mujer de a pie. Yo soy tu voz, sé lo que tú quieres, lo que necesitas, hablo como tú, soy como tú, confía en mí… Estos son los mensajes dirigidos al inconsciente colectivo.
Nivel de agresividad
Dentro de esta batalla por el control social, la técnica más habitual de algunos de estos medios suele ser destrozar al contrario, al rival, al discrepante. No se trata discutir con argumentos, se trata de cuestionar el honor, la honestidad y la integridad moral del oponente. Incluso ridiculizar al otro por su aspecto, forma de vestir o procedencia. Se trata de convertirlo en un apestado social para neutralizar su capacidad de influencia. Este procedimiento, tan viejo como la humanidad misma, tan propio de los regímenes totalitarios, ha encontrado en algunos medios locales un nuevo renacimiento.
Nivel de egolatría
Muchas veces los medios de comunicación locales suelen ser excelentes plataformas para la promoción personal. No es extraño ver cómo la cara visible del medio habla continuamente de sí mismo, de sus cuitas y de sus andanzas. De sus alegrías y de sus tristezas, de sus filias y de sus fobias. Se confunde intencionadamente la marca televisiva con un personaje o dos hasta convertirse en la tele de fulanito o de menganito.
Nivel de manía persecutoria
Por último, también es curioso observar la tendencia de estos medios a sentirse perseguidos, amenazados y cuestionados por una oscura nebulosa. Esto genera una cierta afinidad en muchas personas. Proporciona una aureola de independencia, de medio crítico e incómodo con el poder, necesario para poder mantener la gran operación de disimulo. Si baja la publicidad ocurre sólo porque los enemigos son muy poderosos, si hay problemas con la concesión de la señal televisiva es porque se quiere silenciar a los díscolos… Y todo esto, claro, hay que airearlo convenientemente.
Una democracia real y madura se asienta en una ciudadanía formada. Haga usted este pequeño ejercicio –aunque seguro que ya lo ha hecho. Contraste los mensajes que emiten las distintas televisiones locales con estos (u otros) criterios que hemos expuesto, con este ranking de manipulación y extraiga sus propias conclusiones.


Posdata 1: gracias, de nuevo, a El Roto por sisarle una de sus magistrales viñetas.

Posdata 2: me despido brevemente de mis queridos blogueros hasta después de Semana Santa. Me daré un merecido paseo por el País Vasco, Burgos y Madrid, del que seguramente me traeré algunos materiales para esta humilde página.

viernes, 19 de marzo de 2010

Filosofía de la Mañana (2) ¿Vuelve Marx?

Lo dudo. El pasado curso la coordinación de Filosofía de Canarias propuso volver a incluir a Marx en la programación de 2º de Bachillerato (después de unos 15 años en el dique seco) por aquello de que la crisis internacional suponía una cierta actualización de su discurso. Habría que proporcionar al alumnado herramientas de análisis y confrontación con lo que está pasando. Loables propósitos, sin duda. Pero parece que la primera de las premisas en las que se sustentaba esta idea se ha ido desvaneciendo. Esta enésima crisis cíclica del capitalismo no parece que vaya a ser la definitiva. Después de las primeras voces que anunciaban la quiebra del capitalismo especulativo y financiero parece que los tan esperados “brotes verdes” serán la señal para volver a lo mismo. Lo de la diversificación económica habrá sido sólo una escusa para ganar tiempo y poco más. Al final las ansias de enriquecimiento y la necesidad patológica de consumir del personal se impondrán a cualquier consideración. A poco que nos descuidemos volveremos a ver otro boom del ladrillo por toda España sin que nadie alce la voz para decir que ese modelo productivo nos va a llevar a la ruina (al menos social y medioambiental).
En cualquier caso, pocos pensamos que la vieja teoría marxista sea ninguna panacea. Después de todo un siglo XX de por medio y de los fracasados experimentos políticos de una y otra índole no se puede seguir siendo un ingenuo. Me quedo sobre todo con su potencial de análisis y su capacidad crítica, con su reivindicación del trabajo como lugar en el que el individuo debe alcanzar su plenitud y con su teoría de la alienación. Lo que queda claro es que su extremo opuesto, el ultraliberalismo a lo Milton Friedman, está totalmente desacreditado. Si tuviera que reducir a la mínima expresión el legado marxista diría que, desde estas premisas, la economía está al servicio de las personas. Si tuviera igualmente que plasmar de la manera más simple posible el pensamiento económico de derechas diría lo contrario: las personas están al servicio de la economía. Al final ¿con qué nos quedamos? Para mi la elección está clara.

domingo, 14 de marzo de 2010

El Impertinente (5) El descubrimiento de la emociones

Cualquier proyecto educativo, del tipo que sea, debe hoy en día prestar atención a la educación emocional. ¿Y cómo se hace? Esa es, en realidad, la tarea de toda una vida. Lo que está claro es que si no nos lo planteamoss corremos el riesgo de convertirnos, en palabras de Elsa Punset, en náufragos emocionales. Y es que en el mundo en que vivimos todo parece estar diseñado para hacernos naufragar. Las prisas, las presiones de todas clases, el trabajo (o la falta de él), la propia imagen... nos mantienen en un constante sinvivir. Las relaciones interpersonales se han vuelto muy complicadas en un medio caracterizado por la tiranía de las prisas y la vanalidad. Ante este panorama, nos hemos dado cuenta de que hay que prestar atención a la cosa emocional, que no sólo de fútbol vive el hombre, que tenemos que encontrar alguna pauta de equilibrio en este mar tormentoso.
En realidad, este descubrimiento de la importancia de las emociones no es algo reciente. El filósofo Nietzsche reivindicaba la dimensión emocional del ser humano frente al ideal racionalista y ya Freud nos hablaba del papel fundamental de toda esa parte ignota de nuestra mente a la que llamó “inconsciente”. Pero quizás haya sido el psicólogo Daniel Goleman quien en los últimos años haya contribuido por encima de otros a popularizar esta idea. Su super ventas “Inteligencia Emocional” ha puesto de manifiesto un principio muy sencillo: o somos capaces de controlar nuestra emociones o estas terminarán por controlarnos a nosotros. O hacemos un esfuerzo por conocernos a nosotros mismos o terminaremos viviendo en un puro desquiciamiento. Si no disponemos de suficientes dosis de autocontrol, perseverancia, automotivación y entusiasmo lo tendremos muy difícil para navegar en este mundo, correremos el riesgo de que nuestras emociones más primarias y negativas se apoderarán de nosotros.
No hace mucho, un amigo docente, muy sensibilizado con estos temas, me comentaba que después de tener que lidiar día a día con sus alumnos adolescentes había llegado a la conclusión de que un porcentaje importante de las dificultades que experimentaba para poder dar sus clases en condiciones tenían que ver con el analfabetismo emocional de su alumnado. Es muy complicado, me decía, poder trabajar con quienes gritan en vez de hablar, con quienes son incapaces de mantener la atención por su propia cuenta cinco minutos seguidos, con aquellos que se comportan como leones enjaulados o son incapaces de encarar la más mínima frustración o dificultad sin terminar en una monumental pataleta. Había llegado a la conclusión de que era necesario empezar a abordar la raíz de estos problemas desde una perspectiva mucho más amplia. Había que disminuir el número de revoluciones del sistema, aquietar esos espíritus inflamados, introducir algo más de amabilidad y sosiego. El caso es que cuando trató de compartir alborozado este “descubrimiento” con algunos de sus compañeros docentes la respuesta que obtuvo no fue muy alentadora: “eso se resuelve con un par de gritos”. ¡Más de lo mismo! Con todo, seguía pensando, en un gesto de irreductible voluntarismo, que el trabajo educativo debe tender también hacia algún tipo de competencia emocional. No debemos olvidar que en Canarias el estilo educativo dominante se caracteriza por ser proclive a todo tipo de excesos: los arrebatos de cariño familiar son tan intensos como las subsiguientes trifulcas, los niños son reyes absolutos de la casa o terminan sufriendo el más descarnado de los destierros. No hay término medio. Ante esto, la tarea es ciertamente compleja.
Hemos tenido en España algunos casos recientes que muestran lo que puede ocurrir cuando se descuida por completo la educación emocional de los jóvenes. Los terribles y recientes asesinatos de algunas chicas han puesto al descubierto la existencia de un perfíl de chicos (muy significativo esto de que sean varones) completamente narcisistas, incapaces de sentir la más mínima empatía, imposibilitados para compadecerse del sufrimiento ajeno, centrados en la inmediata satisfacción de sus impulsos. Sin una educación sentimental, parafraseando a Flaubert, podemos terminar siendo cualquier cosa menos seres humanos plenamente realizados. La humanidad no es sólo una condición biológica sino algo que se construye entre todos. El completo desarreglo emocional puede llevar a cualquiera a convertirse en una alimaña, en un peligro enmascarado para los demás.
Es cierto que hoy vivimos un auténtico boom de lo emocional. Y al calor del nuevo mercado nos encontramos una oferta de publicaciones, cursos, gurús, consejeros de esto y aquello, terapeutas y expertos en lo más insospechado verdaderamente apabullante. El dolor y la incertidumbre siempre han sido una buena fuente de negocios. De nuevo, una buena dosis de escepticismo y no poco sentido común nos ayudarán a discernir entre lo interesante y la engañifa. Pero, sobre todo, hay un paso necesario que nada ni nadie va dar por cada uno de nosotros: pararse y pensar.

jueves, 11 de marzo de 2010

Cine a Solas (2) La vida de Bryan

No está todo perdido. El día que “La vida de Bryan” deje de fascinar al alumnado será el momento de dedicarse a otra cosa. Confieso que después de decenas de visionados estoy más pendiente de la cara de los alumnos en cada uno de los gags que de otra cosa. Y es que el humor inteligente es uno de los más elaborados productos de la cultura humana, imprescindible, por ejemplo, para el “buen filosofar”.
He dejado de hacer experimentos con los audios de Les Luthiers porque, quizás, sea pedir demasiado. Había ocasiones en lo que sólo me desternillaba de risa yo, y no era cuestión. A Les Luthiers, si no se es un fan incondicional (como es mi caso), hay que empezar por verlos en directo (ya van quedando menos oportunidades, por cierto). Pero "La vida de Bryan" sigue siendo la piedra de toque. No se puede terminar un bachillerato y ser incapaz de entonar “Always look on the bright side of life”.
Es más, su visionado y comentario debería estar incluido en los objetivos del bachillerato, debería ser materia de estudio e incluirse en el examen de acceso a la Universidad. Mientras tanto se podrían tomar las siguientes medidas:
Los alumnos deberán ingresar en el Frente Juadaico Popular (teniendo mucho cuidado de no hacerlo en el Frente Popular de Judea). La prueba de Latín consistirá en escribir cien veces “Romani ite domun” correctamente. Como ejercicio solidario podría defenderse el derecho de los hombres a tener matriz (aunque eso no sea culpa de los romanos). Cada alumna que se llame “Loreta” tendrá, de entrada, un punto extra en los exámenes (al igual que los narizotas). En la entrada de los centros podrá dejarse una sandalia para evaluar el grado de vocación religiosa del personal (los que sigan la calabaza se les enviará directamente al Seminario). En la prueba de Historia deberán poder recitar de memoria lo que han hecho los romanos por nosotros. En la cafetería del centro se tendrá que ofertar pezones de nutria. Se pondrá en la sala de profesores un busto de Pijus Magníficus y su mujer Incontinentia Suma. En los recreos se practicará la lapidación (con gravilla y sin ella) a los que digan el nombre “Jehova” (excepto a las chicas). Todos los años se celebrará el día de los ex-leprosos, entre otras medidas.
¿Qué sería de nosotros sin Bryan?

sábado, 6 de marzo de 2010

El Aula (1) Esa pereza intelectual...

Ya desde los tiempos de Kant sabemos que el conocimiento humano es un proceso activo, que requiere de la puesta en práctica por parte del sujeto de una serie de recursos. Se supone que la elaboración de nuestra visión del mundo, de nuestra capacidad de entendimiento y de asimilación de la información necesita de una participación real por parte del individuo. Eso mismo sostienen hoy en día los constructivistas. Sin embargo, hay veces en que uno termina dudando.
Hace unos días tuve que acompañar, junto a otros profesores, a varios grupos de alumnos de 4º ESO a un taller sobre creación literaria. El voluntarioso ponente trató de partir de algo que se supone que es uno de los paradigmas del actual sistema: los conocimientos previos del alumnado presente en la sala. No es mala estrategia aunque tiene sus peligros. En un momento dado trató de indagar qué sabían ellos sobre las “figuras retóricas”. El resultado fue un silencio glacial y una actitud generalizada de mirar para otro lado. “¿Les suenan las metáforas, las hipérboles...? -continuaba el ponente mientras hacía visibles esfuerzos por mantener el tipo. Nuevo silencio ante la desesperación de la profesora de Lengua que estaba sentada a mi lado. No contento con la experiencia el ponente, más adelante, cuando abordó la influencia del contexto social y político en la escritura habló del caso de un famoso escritor que había sido represaliado en un Estado Totalitario. - ¿Qué es un “Estado Totalitario”? -preguntó de nuevo el incauto. Otro silencio generalizado por respuesta. Esta vez el brote de indignación me tocó a mi. Hacía sólo unos dos o tres días que había hablado en clase, precisamente, de las características de un sistema político totalitario en contraste con uno democrático.
El caso es que no creo que el alumnado presente no supiera nada de estos u otros temas. El problema es, básicamente, de actitud. De entrada se parte de la base de que nada de lo que se pueda preguntar o de lo que se trate en una clase o sesión de este tipo les concierne. Se estudia para regurgitar lo dado en un trabajo de clase o un examen. Pocos entienden que eso se pueda incorporar de alguna manera al bagaje con el que uno se va pertrechando en la vida. Así que en situaciones de ese tipo lo “natural” es no darse por enterado. Ya decía Platón que “conocer es recordar”. Pero eso también requiere, como dijimos al principio, de un proceso activo. En ocasiones, hay que ayudar a nuestra mente a activar las sinapsis neuronales responsables de los datos que se requieren en un momento dado. Y eso es demasiado cansado. Realmente no puede decirse que el mundo en que vivimos sea demasiado estimulante en ese sentido. Todo está diseñado para no tener que pensar (cosa harto peligrosa, por otra parte) ni esforzarse (palabra maldita por excelencia). Nuestro mundo es actualmente un enorme parque de atracciones donde sólo hay que dejarse llevar y divertirse after hours.

lunes, 1 de marzo de 2010

El Impertinente (4) La mayoría silenciosa

A raíz de que a nadie parezca importarle que se atente contra el patrimonio público o que se comentan tantas tropelías por parte de nuestros bienamados políticos (de uno y otro signo) me vino a la cabeza este artículo que públiqué en Tangentes en octubre de 2008.

Hace poco una famosa romería pasaba, como cada año, por un paraje natural protegido. Las crónicas afirmaban que se habían congregado unos cuantos miles de peregrinos en torno a la virgen de turno. Curiosamente, ese paraje se encuentra amenazado por ese mal endémico de nuestra sociedad llamado ‘especulación urbanística’. Leyendo la noticia me preguntaba cuántas de estas personas conocían la amenaza que pesa sobre ese lugar, a cuántos les importaba y cuántos estarían dispuestos a hacer algo, si no por la cuestión medioambiental, al menos por salvaguardar un paraje ligado a su ancestral tradición.
Esta masa de peregrinos, de individuos que asaltan cada día los centros comerciales, que acuden en tropel al último megaespectáculo, que bailan al son que toca, constituyen una ‘mayoría silenciosa’. Pese a que vivimos en el mundo del ruido, de la información constante, llama la atención la indiferencia general respecto a lo que verdaderamente podemos considerar como relevante. La indiferencia deviene en un ‘clamoroso’ silencio. Algunos prefieren el término ‘opinión pública’ pero eso ya supone atribuirle una capacidad valorativa de la que se podría dudar.
Hagamos un rápido ejercicio, aislemos a un típico representante de esta mayoría silenciosa y esbocemos un pequeño retrato. Este individuo suele caracterizarse por:
- Carecer de tiempo. El individuo medio hoy en día está agobiado por múltiples ocupaciones. Tiene que llevar a sus hijos a un sin fin de actividades extraescolares, siempre surge algún familiar enfermo al que cuidar, un trabajo que le absorbe y alguna telenovela de la que no puede prescindir.
- No querer problemas. Tiene una acusada alergia a cualquier tipo de inconveniente, a cualquier cosa que juzgue como un problema o una amenaza por pequeña que sea. Nada debe perturbar la plácida existencia a la que aspira el ciudadano medio.
- Ser inconstante. El individuo en cuestión va y viene como las mareas. Vive a merced de las modas sociales y políticas. Es, como mucho, carne de telemaratón solidario. Siempre a distancia, sin salpicarse, viendo los toros desde la barrera. Quiere soluciones rápidas y si algo requiere un plus de esfuerzo o atención pierde rápidamente el interés.
- Ser apolítico. La mayoría silenciosa detesta la política. La juzga como algo propio de corruptos y meapilas. Reconoce a boca llena, casi con orgullo, no entender de eso y pretende hablar desde el sentido común de lo que le interesa al conjunto de la ciudadanía.
- Tener pavor a significarse. Si hay algo a lo que este sujeto tiene verdadero pánico es a exponerse públicamente. Es un miedo atroz a ser el blanco de críticas o comentarios públicos, a ‘estar en boca de los demás’. Sin embargo, este sujeto practica el deporte de la habladuría, no duda en destripar a quien sale a la palestra, se muestra implacable con los demás. Ejerce de crítico despiadado mientras toma una cerveza en el sofá de su casa. Detrás de este prurito se esconde una tremenda inseguridad, un miedo escénico al ámbito público.
Hecha, grosso modo, esta caracterización del individuo común vemos cómo la suma de todos ellos conforma un ente al que llamamos “la mayoría silenciosa”. Indiscutiblemente constituye una mayoría social y raramente interviene en la cosa pública. Es el universo difuso para el que los políticos afirman trabajar. Su actitud de trágala justifica, en última instancia, numerosas políticas que atentan contra el bien común.
Cada cuatro años la mayoría silenciosa es consultada y entonces se armó la marimorena. La grey política entra en un estado de verdadera excitación y entonces el individuo común se toma su justa revancha. Surgen las rebajas políticas, los que ayer eran arrogantes se tornan ahora en corderitos, lo que no se hizo se convierte en una nueva promesa. Todo ello mientras, de nuevo, la mayoría silenciosa se apresta a depositar su voto en la urna. ¡Ay, querido politiquillo del tres al cuarto, no te confíes: quien hoy te adula mañana te traicionará! Así es la mayoría silenciosa.