domingo, 8 de noviembre de 2009

Filosofía de la Mañana (6) El día en que casi me hice platónico

He de reconocer que mis lecturas de Platón siempre han estado condicionadas por la crítica nietzscheana. Ya se sabe aquello de considerar a Platón como el responsable de cercenar la dimensión sensible del ser humano (lo dionisiaco) a favor de lo exclusivamente racional (lo apolíneo), de no ser otra cosa que el trasfondo filosófico del cristianismo, desvalorizar el mundo real, el de los sentidos, en favor de lo aparente, etc. Así que nunca he tenido demasiadas ínfulas platónicas. Pero he de confesar que en ciertos aspectos puntuales he llegado a dudar. Hasta hace poco, determinadas circunstancias profesionales me llevaron a tener un cierto contacto con lo que (lamentablemente) se ha dado en llamar “la clase política”. Y salvo algunas honrosas excepciones la cosa era ciertamente para echarse a llorar. Conocí no pocos políticos que o bien consideraban que valían para cualquier cosa (daba igual si se trataba de educación, agricultura o de lo que se terciara) o bien, aunque seguramente no eran conscientes de ello, estaban negados para cualquier actividad pública. Conocí a más de uno que confundía lo público con lo privado, cuya única lealtad no era hacia la ciudadanía y el interés general sino a las instrucciones del partido, cuya ambición fundamental no era el mejor servicio público sino su propia supervivencia a toda costa. Así las cosas no dejaba de venirme a la mente la enorme exigencia y responsabilidad que Platón atribuía al gobernante. Este debía, después de una interminable preparación de, al menos, cincuenta años, conocer lo que consideraba fundamental para el buen gobierno: la idea de Bien y de Justicia. Se trataba del gobierno del más preparado en oposición al gobierno del más fuerte. Como es sabido, la animadversión de Platón hacia la democracia ateniense era completa. Atribuía a los sofistas el haber creado un sistema político basado en la demagogia, la arbitrariedad y el relativismo axiológico cuyo único corolario sólo podía ser el más absoluto desgobierno. Lo que está claro a estas alturas es que la calidad de la democracia (único sistema aceptable al fin y al cabo) está en función del nivel educativo de la ciudadanía y el de los que tienen (temporalmente) determinadas responsabilidades de gestión y decisión. Esto supone una preparación no sólo intelectual sino además, y no menos importante, moral, estética y política. Una preparación que hoy en día deja mucho que desear. Y así nos va. El viejo Platón tenía sus cosas pero al menos sabía que la política y el ejercicio del gobierno eran una cosa muy seria. PD, al final no caí en la tentación.

3 comentarios:

  1. Que bien que he encontrado tu blog. Soy una abuelilla bastante novatona en esto de los blogs pero nací con el gusanillo filosófico que nunca me abandona y siempre me justifica. A partir de ahora disfrutaré y aprendere siguiendo tu blog. Un saludo.

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  2. Encantada de descubrir tu blog. Te seguiré a partir de ahora. Un saludo.

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  3. Encantado y bienvenido a "La inocencia del devenir". Aprenderemos juntos. Saludos.

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