
Acabo de presenciar por una televisión en internet un diálogo público entre Fernando Savater y Luis Antonio de Villena dentro de un ciclo, auspiciado por una entidad de ahorro, denominado “La educación que queremos”. Cuando se juntan dos personas de esta talla y don comunicativo el resultado no puede ser otro que una inyección de entusiasmo renovado. Desde que leí “El valor de educar” siempre he pensado que debería ser algo así como un libro de cabecera del profesor en ejercicio. Nos confronta con los fines, instrumentos y valores de la educación. Casi nada.
No descubrimos nada nuevo si partimos de la base de que Fernando Savater se ha convertido en estos años en uno de los principales divulgadores de la Filosofía, en un intelectual comprometido con lo político y lo social, en un ensayista con una gran proyección internacional. De todos modos, alguien que se moja como lo hace Savater suele levantar ampollas en unos círculos e incondicionales adhesiones en otros. Independientemente de sus apuestas concretas, de su devenir filosófico, hay que reconocerle a Savater que encarna como pocos la imagen de un intelectual volteriano que tanta falta hace hoy en día en este mar de confusiones en el que vivimos. Pero esto, al parecer, tiene un precio. No conozco a ningún filósofo que tenga que andar con escolta. Y eso dice mucho. Unos meses después de ese encuentro me lo volví a tropezar en la Playa de la Concha, en San Sebastián, mientras caminaba, según sus palabras, para mantener el colesterol a raya acompañado de dos sufridos guardaespaldas. No deja de ser todo un símbolo, triste en este caso, que alguien que se ha manifestado contra “el nacionalismo obligatorio” o a favor de una idea de Estado por encima de los provincianismos tenga que andar con escolta. Frente a esta actitud el intelectual orgánico y funcionarial puede sentirse tranquilo ajeno a la brega diaria, cómodamente instalado en una prudencial distancia. Es por esto mismo, además de por su estilo claro y fresco a la par que incisivo, por las temáticas que aborda y por su proyección pública que tengo a este autor entre mis favoritos. En determinados círculos universitarios hacer esta afirmación es casi un anatema. Quizás porque aún muchos hacen la lectura de que el lenguaje críptico, los proyectos que sólo interesan a un departamento perdido en el mundo académico, o la adhesión sin fisuras a las escuelas ideológicas o filosóficas de turno son la única medida de la calidad. Hay quien considera que escribir para el gran público equivale a algo parecido a una ceremonia de degradación o a una suerte de prostitución intelectual. Afortunadamente, los que pertenecemos a ese gran público lector, los que nos gastamos una buena pasta mensualmente en ese objeto en vías de extinción al que seguimos llamando “libro” (a la espera de que la generalización del aparatito electrónico de marras termine por cambiar el término -ya verán) podemos congratularnos de que escritores como Savater, entre otros, nos surtan periódicamente de material con el que alimentarnos.
Tuve la suerte de estar presente en la conferencia. Savater es un profundo pensador y un hombre consecuente, es un ejemplo de lo que la denostada palabra intelectual debe significar. Tal y como dices, su llaneza lo ha perjudicado en círculos elitistas pero no entre los amantes del conocimiento.
ResponderEliminarQué diferencia con la ex-ministra de educación, Mercedes Cabrera - a ésta sí la vi por la tv - una decepción mayúscula.
Saludos
Qué pena no haber estado en directo. Cada vez me cuesta más desplazarme a Santa Cruz, debe ser una especie de fobia o algo por el estilo.
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