Hay quienes celebran el cumpleaños del gato y quienes lo hacen de su biblioteca. Pertenezco a este segundo grupo de frikies. Mi biblioteca ha llegado a los 5.000 ejemplares, una cifra redonda, al menos. Esto no trata de ser un ejercicio de petulancia. Hay bibliotecas personales mucho mayores y seguramente mejor surtidas y equilibradas. Es quizás un momento (otro) para la nostalgia. Creo que empecé a tener una idea de lo que podía ser mi biblioteca personal con doce o trece años, esa sensación de “estos son mis libros” y “son una cosa valiosa”. Al fin y al cabo esta cifra no es sino otro indicador más de ese inexorable paso del tiempo. Solo “heredé” dos libros: uno editado en los años 30, del escritor francés Pierre Loti, “Ramuncho”, propiedad de un abuelo y que pasaba por ser un “libro prohibido” durante el franquismo, y una antigua enciclopedia escolar de mi madre. El resto fue todo un proceso acumulativo de compras, regalos y otras bibliopatías inconfesables que han llegado hasta aquí. Desde esa edad adquirí la costumbre de ordenarlos, registrarlos y mimarlos como una especie muy frágil. Lamento ahora haberme desprendido en su día de algunos libros juveniles que hoy consideraría pequeños tesoros. Pensaba sugerir a los jóvenes lectores que repriman esa impulso asesino que se apodera de todo el mundo en cierto momento y que consiste en pensar que aquellos libros son el testimonio de una época infantil que hay que superar. La sugerencia no deja de ser inútil desde el momento en que ya apenas quedan jóvenes lectores y la nube digital va acabando con la Galaxia Gutenberg.
Pero no todo van a ser alegrías. La falta crónica de espacio de la que sufro hace que abunden pilas de libros por aquí y por allá. Un desorden ordenado que casa mal con mi cuadrícula mental. Pero ¿qué le vamos a hacer? No puedo evitar que los libros me compren a mi. Cuando entro en una librería oigo voces que dicen “cómprame, cómprame... léeme, léeme...” Me han dicho que la cosa no tiene cura por lo que no queda más remedio que seguir tirando de tarjeta. Al mismo tiempo, el milímetro de estantería se ha puesto carísimo, más que el barril de petróleo Bren. Cuando llegue el momento en que tenga que colocar unos libros detrás de otros en los estantes probablemente sea otro de los signos del inminente apocalipsis. Les tendré informados.
Por cierto, el libro que lleva el registro 5.000 es “El refugio de la memoria” de Tony Judt (Taurus 2011), una especie de escrito postrero de este historiador, concluido escaso tiempo antes de que su enfermedad degenerativa terminara con él. Lo que he hojeado de este libro me lleva a pensar que no me quedará más remedio que adelantarlo en la lista de libros por leer.
Pero no todo van a ser alegrías. La falta crónica de espacio de la que sufro hace que abunden pilas de libros por aquí y por allá. Un desorden ordenado que casa mal con mi cuadrícula mental. Pero ¿qué le vamos a hacer? No puedo evitar que los libros me compren a mi. Cuando entro en una librería oigo voces que dicen “cómprame, cómprame... léeme, léeme...” Me han dicho que la cosa no tiene cura por lo que no queda más remedio que seguir tirando de tarjeta. Al mismo tiempo, el milímetro de estantería se ha puesto carísimo, más que el barril de petróleo Bren. Cuando llegue el momento en que tenga que colocar unos libros detrás de otros en los estantes probablemente sea otro de los signos del inminente apocalipsis. Les tendré informados.
Por cierto, el libro que lleva el registro 5.000 es “El refugio de la memoria” de Tony Judt (Taurus 2011), una especie de escrito postrero de este historiador, concluido escaso tiempo antes de que su enfermedad degenerativa terminara con él. Lo que he hojeado de este libro me lleva a pensar que no me quedará más remedio que adelantarlo en la lista de libros por leer.
Enhorabuena, Gran Sensei ;)
ResponderEliminar¿Has hecho la cuenta libros/años? :)
ResponderEliminarSaludos
Felicidades Damián.
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