Hace no mucho tiempo le sugerí a unos alumnos que hicieran un sencillo experimento sociológico. Se trataba de coger un libro y ponerse a leerlo en un banco en el recreo, a la vista de todo el mundo. Uno de ellos recogió el guante y se prestó a ello. Como era de esperar, tan extraña conducta suscitó todo tipo de comentarios en el resto del alumnado. Al poco tiempo algunos amigos se acercaron preocupados al muchacho: ¿estás depre? ¿te ocurre algo? -le preguntaron insistentemente. Curioso ¿no? En otra ocasión les sugerí también que pasearan con algún periódico (no deportivo, por supuesto) debajo del brazo o que incluso lo leyeran en clase en el breve lapsus de espera en el que llega el profesor. Ante ese peculiar comportamiento más de un docente pensó que en aquella clase se estaba tramando algo no demasiado halagüeño.
Desde luego que estas conductas se han convertido en altamente sospechosas. ¿Estamos o no al final de los tiempo, amigos míos? De alguna manera sí, desde luego. Al menos de un cierto tiempo, de una cierta manera de contarlo y vivirlo. No puedo evitar fijarme de soslayo en alguien que lee un libro en una parada de guaguas, en la consulta de un médico o en un avión. ¿Qué personalidad se esconde tras ese individuo tan peculiar?, ¿qué le ha llevado a abrir ese libro?, ¿por qué ese libro y no otro? De igual modo, no puedo dejar de sentir una extraña mezcla de compasión y otros sentimientos difícilmente reproducibles cuando atisbo a algún transeúnte pegado a alguna de los nuevas maneras de llevar una pantalla digital encima. Me preocupa esta forma de regalarle personas a estas máquinitas. Lo menos que pienso es en alguna nueva forma de zombificación, ya saben.
Hace unos días se nos ocurrió a una amiga y a mi un curioso concepto que reflejara este estado de cosas. Acuñamos el término “apocalipticismo glam” (lo de “glam” es el inevitable recurso al absurdo que nos embarga y que, de alguna manera, también nos salva). Esperamos que en la medida en la que profundicemos en este nuevo término (del que sin rubor ya nos atribuimos su autoría) podamos disponer de un nuevo “ismo” de ultimísima hora. En realidad soñamos con una especie de manifiesto al estilo de André Bretón. La idea es que vivimos en una época terminal, en la del fin de la Cultura Material, aquella en la que se hará realidad el vaticinio de Marsall Berman: “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Por tanto, la lectura en un libro impreso es un gesto de resistencia, de insolencia, casi. Frente al canto de sirena del e-book, de la puñetera tablet, el viejo libro de papel aparece como el último bastión de aquella cultura que quiso ser (y seguramente no pudo) liberadora. Leer un libro de papel lleva camino de convertirse en un acto de rebeldía, en una pose romántica, demodé, teñida del heroicismo trágico de los vencidos que luchan hasta el final contra lo inevitable. Leer en estos tiempos postreros tiene un valor añadido. Del mismo modo que aquellos reos que saben que van a morir y se entregan a los más disparatados placeres en sus últimos momentos, leer hoy en día tiene que tener un componente celebrante, dionisiaco y al mismo tiempo mistérico. Los últimos lectores tienen que encontrarse como ballenas que se atraen con sus infrasonidos a cientos de kilómetros de distancia. Es casi una mera cuestión de supervivencia ahora que según parece nos están cambiando el escenario.
Desde luego que estas conductas se han convertido en altamente sospechosas. ¿Estamos o no al final de los tiempo, amigos míos? De alguna manera sí, desde luego. Al menos de un cierto tiempo, de una cierta manera de contarlo y vivirlo. No puedo evitar fijarme de soslayo en alguien que lee un libro en una parada de guaguas, en la consulta de un médico o en un avión. ¿Qué personalidad se esconde tras ese individuo tan peculiar?, ¿qué le ha llevado a abrir ese libro?, ¿por qué ese libro y no otro? De igual modo, no puedo dejar de sentir una extraña mezcla de compasión y otros sentimientos difícilmente reproducibles cuando atisbo a algún transeúnte pegado a alguna de los nuevas maneras de llevar una pantalla digital encima. Me preocupa esta forma de regalarle personas a estas máquinitas. Lo menos que pienso es en alguna nueva forma de zombificación, ya saben.
Hace unos días se nos ocurrió a una amiga y a mi un curioso concepto que reflejara este estado de cosas. Acuñamos el término “apocalipticismo glam” (lo de “glam” es el inevitable recurso al absurdo que nos embarga y que, de alguna manera, también nos salva). Esperamos que en la medida en la que profundicemos en este nuevo término (del que sin rubor ya nos atribuimos su autoría) podamos disponer de un nuevo “ismo” de ultimísima hora. En realidad soñamos con una especie de manifiesto al estilo de André Bretón. La idea es que vivimos en una época terminal, en la del fin de la Cultura Material, aquella en la que se hará realidad el vaticinio de Marsall Berman: “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Por tanto, la lectura en un libro impreso es un gesto de resistencia, de insolencia, casi. Frente al canto de sirena del e-book, de la puñetera tablet, el viejo libro de papel aparece como el último bastión de aquella cultura que quiso ser (y seguramente no pudo) liberadora. Leer un libro de papel lleva camino de convertirse en un acto de rebeldía, en una pose romántica, demodé, teñida del heroicismo trágico de los vencidos que luchan hasta el final contra lo inevitable. Leer en estos tiempos postreros tiene un valor añadido. Del mismo modo que aquellos reos que saben que van a morir y se entregan a los más disparatados placeres en sus últimos momentos, leer hoy en día tiene que tener un componente celebrante, dionisiaco y al mismo tiempo mistérico. Los últimos lectores tienen que encontrarse como ballenas que se atraen con sus infrasonidos a cientos de kilómetros de distancia. Es casi una mera cuestión de supervivencia ahora que según parece nos están cambiando el escenario.
Apocalipticismo glam: el catacl"ismo" final. A mí que no me estén cambiando mucho el escenario, pues desconozco el sentido de la orientación.Deberías unirte e ese grupo facebookero que reza "Madres que dicen... ni iPod ni iPad" ...
ResponderEliminarAlgo así habrá que hacer, amiga AEB, ya cualquier cosa es posible en estos tiempos.
ResponderEliminarEs increíble, la gente se queda como anonadada cuando ve a alguien leyendo. Antes era más raro ver a alguien con un mp4, iPod, móvil 3G, etc.
ResponderEliminarMuchos de mis compañeros me acusan de pija y despilfarradora por querer comprar los libros y no usar su versión digital.
Como ya sabes, yo también profeso ese amor hacia los libros, tanto por su valor cultural, intelectual, artístico, como por su valor como objeto (casi reliquia).
Besos desde Rep. Dominicana.
Querida Alondra: no esperaba otra cosa de tí!! Besos
ResponderEliminar¿Hay algo más bonito que ver a una persona, no digamos ya a un alumno/a ( por si alguien se molesta) leyendo en algún momento? Si consiguiéramos que todos los alumnos leyeran en lugar de tirar papeles al suelo, las señoras de la limpieza recogerían sabiduría.
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