La reciente autorización por parte del Estado a las prospecciones petrolíferas en Canarias viene a reforzar la sensación de que no somos 'na'. Partiendo de la base de que la cosa del petróleo a alentado guerras sin cuartel y sostiene a dictaduras de medio mundo, ¿qué influencia iba a tener la población de un pequeño archipiélago atlántico que mira con horror la posibilidad de que su línea de horizonte termine adornada con tremendas plataformas y sus costas inundadas de chapapote? Estas cosas se deciden en los consejos de administración de las petroleras (que es tanto como decir en el consejo de ministros) y punto. Siempre saldrá luego algún articulista a sueldo en los medios señalando la supuesta contradicción de que quienes se oponen a estas cosas se desplacen luego en coche, utilicen plásticos por toneladas, enciendan una bombilla y consuman todo tipo de derivados del petróleo. Como si para denunciar este desaguisado uno tuviera que vivir como un mormón en el siglo XVIII. La cuestión de fondo es que ya es hora de plantearse seriamente un cambio de modelo energético apostando por la única opción viable y sostenible: las energías renovables. Lo cierto es que esa revolución energética a la que estamos abocados, dada la fecha de caducidad del combustible fósil, supondrá una alteración significativa de nuestro modelo de vida. Si descartamos, por razones obvias (recordemos Fukushima), la energía nuclear no nos va a quedar más remedio que empezar a encarar el fin de la era del crecimiento y la producción ilimitada. De paso le haremos un favor al planeta y, lo que es más importante, a nosotros mismos. Claro que esto es una anatema para quienes viven del corto plazo y no ven más allá de la cuenta de resultados y la revalorización de las acciones en la bolsa.
Mientras tanto, la ciudadanía de estas islas debe dejar de mirar para otro lado en este y otros tantos temas y pensar, por una vez, en que nuestros intereses no tienen porqué ser los de Repsol o quien se tercie. Los riesgos y el escaso beneficio para estas islas de esta aventura petrolífera demandan una respuesta contundente por parte de las gentes de este país. El cúmulo de agresiones, reales y potenciales, sobre nuestro territorio es tal que estamos hipotecando el futuro de las generaciones venideras. Como teníamos poco con los proyectos ferroviarios, las redes de autopistas, los macropuertos, torretas de alta tensión por aquí y por allá, los planes generales de (des)ordenación, los Tindayas y otros muchos etcéteras ahora nos toca más piche. Todo esto supone un factor de carga sobre las islas tan desproporcionado que, paradójicamente, nos acerca más a un previsible colapso que a la tan esperada solución de todos nuestros problemas. Defender, por tanto, la integridad medioambiental de estas islas supone una apuesta ética que va más allá del aquí y ahora. Es lo que toca, people.
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