Sé que voy a descubrir el Mediterráneo al poner de relieve las virtudes del teatro en el ámbito escolar. Uno, que es un recién llegado en esto, no puede dejar de sorprenderse al comprobar in situ la enorme cantidad de capacidades (competencias diríamos ahora) que se ponen en práctica, que se desarrollan, cuando nos da por esta aventura loca. Y es una aventura loca porque sabemos, de entrada, que en la organización escolar todo está diseñado desde y para la hora-materia. Cualquier planteamiento transversal tiene difícil encaje. Aún así hay quien se lanza a esta aventura por motivos difíciles de explicitar, sobre todo en estos tiempos huérfanos de amor por la enseñanza - dicho así, en plan cursi. El primero que se me ocurre, y quizás el más importante, es por una noción, antigua y desfasada, de compromiso con la educación, con la autoexigencia de ofrecer al alumnado algo más que el menú del día, convenientemente programado, empaquetado y evaluado. Y ¿qué le lleva a uno a pecar de reincidente?: la impagable satisfacción de ver a un grupo de jóvenes con un enorme chutazo de adrenalina los minutos posteriores a haber dado todo de sí en un escenario frente a un público que les aplaude a rabiar. No se es el mismo al principio del proceso de montaje de una obra que al final. La paulatina construcción de un personaje, la necesidad de dar vida a un texto, el sentido de la responsabilidad que supone participar de un proyecto colectivo, la enorme dosis de creatividad que requiere cada uno de los ensayos, etc. hacen del teatro escolar casi una necesidad.
Todo esto he podido comprobarlo, desde el pasado curso, con este proyecto apasionante y adictivo que es Literaria Glub, el grupo de teatro de mi centro. Ayer tuvimos el estreno de la obra de este curso, “La exposición”, una comedia basada en la inauguración de la exposición surrealista de Tenerife de 1935, a la que acudiera, nada más y nada menos, que André Bretón y Benjamin Peret, con un notable éxito. El mérito de este proyecto se acrecienta si tenemos en cuenta que esta obra está montada a base de cuartos de hora netos en los recreos y algunas tardes extra con bocadillo incluido en el centro. El caso es que no solo el alumnado recordará en el futuro esta experiencia como uno de los momentos destacados de su paso por el instituto sino además uno mismo. Porque esto de ponerse en plan de director teatral supone también toda una experiencia humana y profesional de primer orden. Y para terminar haciendo justicia hay que decir, además, que una empresa de este tipo no es posible sin un centro que lo acoge, una Comisión de Actividades Extraescolares que lo potencia y una vicedirectora, y sin embargo amiga, que lo mima. Muchas gracias a todos los locos de la carretera.
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