domingo, 2 de septiembre de 2012

Sobre sueños satisfechos


Decía Aristóteles que para ser feliz había que tener, previamente, algunas necesidades materiales y afectos satisfechos. Y a partir de ahí pues a cultivar la virtud, la contemplación y esas cosas. Esto parece una obviedad, pero ¿cuántas personas pueden decir que tienen ese prerrequisito cubierto y sobre todo con la que está cayendo? Se entiende que a muchas personas en su lucha diaria por la existencia eso de la felicidad le suene a una soberana milonga. ¿Es la felicidad un estado mental alejado de cualquier influencia  mundana?  Pero, en relación a esta vieja aspiración del ser humano, el de alcanzar una vida plena y realizada, la cuestión es saber qué hacer con nuestra existencia precisamente cuando estos requisitos previos, los materiales al menos, están mínimamente cubiertos. Esta reflexión me viene a la cabeza después de asistir hace unos días a la presentación por parte del joven periodista tinerfeño, César Sar, de su largo viaje / odisea particular por el mundo. César, hace poco más de un año, se lio la manta a la cabeza, dejó su profesión y sus alforjas materiales y puso en práctica su sueño de toda la vida. Con las dotes de gran comunicador que le caracteriza exhortó al público a plantearse precisamente esa necesidad de enfrentarse algún día a los propios anhelos y deseos insatisfechos.
Al día siguiente hablaba también con una mujer que dejó su profesión y apostó vital y materialmente por un proyecto que muchos tildaron de disparatado: poner en funcionamiento una sala de teatro con una programación estrictamente formativa – cultural. El caso que pese al riesgo de tamañas empresas ambas personas tienen en común una actitud vital que podríamos pensar que raya en lo que los griegos llamaban la “eudaimonía”, la búsqueda de la “Felicidad”. Si de ambos pudiéramos extraer algún tipo de generalización (aunque sea con una muestra tan pequeña) podríamos decir que la cosa pasa por tener el control de tu propia vida, por hacer aquello que “estas llamado a hacer” y por liberarte de esa suerte de miedos, inercias y supuestas imposibilidades en la que, en realidad, muchas veces nos educan. Por mi parte solo puedo añadir, en mi modesta experiencia en estos asuntos, que, en efecto, siempre he pensado que los límites (a pesar de que es muy importante saber que los tenemos) son muchos más laxos de lo que creemos. Al final es más importante ponerse en movimiento, aunque no tengamos muchas veces claro el rumbo ni el destino, que quedarse en la Estación Termini esperando eternamente a que se abran los cielos. ¡Enhorabuena a ambos, compañeros!

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