Estimados conciudadanos y conciudadanas, que
habitual u ocasionalmente han leído estos artículos publicados en la revista
que tienen en sus manos bajo el epígrafe “De puño y letra”: ha llegado el
momento, con esta cifra redonda de cincuenta publicaciones, de poner un ¡hasta
siempre! a esta colaboración. Todo tiene una acotación en el espacio y el
tiempo y estos artículos no iban a ser menos. Espero haber cumplido el
propósito que los animó desde el principio: incitar a una reflexión sobre el
presupuesto de que la condición ciudadana, hoy más amenazada que nunca,
requiere de un ejercicio de crítica, de repolitización y de inconformismo
frente a lo que se nos presenta como inevitable. No se nace ciudadano. La
ciudadanía se construye generación tras generación y es sinónima de democracia.
Estos y otros ideales, que tanto ha costado afianzar a lo largo de los años,
están hoy seriamente en entredicho. Frente al ideal ciudadano se está
imponiendo una nueva forma de retroceso a la antigua condición de súbdito. Se
trata de la sumisión, no ya a un monarca absoluto, sino al reinado de los
mercados, al entramado político y financiero que nos gobierna, al fatalismo del
“no se puede hacer nada”. Hoy las decisiones importantes ya no están en manos
de la soberanía popular. Todo conduce hacia un nuevo feudalismo, con estilismo
chino, donde el poder económico y político está en manos de unas élites, con
nombres y apellidos, y donde al personal solo le queda aguantarse y subsistir
como pueda en medio de generosas dosis de adormidera en forma de pantalla
gigante de ultimísima generación.
En este sentido tenemos que
reapropiarnos de la Política. Arrebatarle su uso exclusivo a quienes se han
convertido en profesionales de la toma de decisiones y de la gestión de lo
público. Tenemos que estar vigilantes contra este retroceso en derechos civiles
que parece no tener fin y que amenaza con devolvernos al siglo XVIII a poco que
sigamos descuidándonos. Esto ha sido posible, en parte, gracias a los nuevos
instrumentos de alienación colectiva, entre los que sobresale poderosamente el
fútbol. De ahí mi machacona insistencia en esta serie de artículos de
prevenirnos contra esta aparente e inocente forma de distracción lúdica. El
caso es que esta sociedad ha devenido en una hueca sociedad del espectáculo, o
dicho más certeramente, de “distracción masiva”. Si tenemos al personal
descargando la ansiedad y la mala hostia acumulada en las cuitas de estos
millonarios del balompié a lo mejor se olvidan de que sus neveras están vacías
y sus posibilidades de mejorar su nivel de vida han quedado truncadas. No sea
que les dé por señalar a los responsables de esta estafa y la cosa se ponga fea
de verdad.
En
el empoderamiento de la ciudadanía juega un papel esencial la educación. Como
esto lo saben los mandamases se han ocupado de justo lo contrario, de
devaluarla y de reducirla, fundamentalmente la pública, a su dimensión
meramente asistencial. Sin una educación pública, gratuita, universal y de
calidad esto no tiene arreglo. Pero lo lamentable es que ésta no perece ser una
demanda ciudadana ni una prioridad para nadie. Y así nos va. Tampoco lo es,
lamentablemente, llegar a un nuevo “pacto” con la Naturaleza (lo que no deja de
ser un pacto con nosotros mismo) de tal modo que tengamos algo que dejarles con
un mínimo de condiciones a las futuras generaciones. Y es que nuestra absoluta falta
de inteligencia colectiva llega a cotas asombrosas, hasta el punto de poner en
peligro, con nuestro modelo económico y nuestras prácticas políticas, nuestra
propia supervivencia como especie. No deja de ser otro signo de esa estupidez
rampante muchos de los comportamientos sociales que observamos: desde el culto
a la imagen personal al consumismo desaforado. Todo esto es el campo abonado
que nuestra afamada “clase política”, la de toda la vida, la que apenas
envejece (milagros del fotoshop)
campaña tras campaña, la que utiliza las instituciones como su cuarto de
aperos, necesita para que todo siga igual.
Indiscutiblemente,
son estos tiempos de lucha ciudadana. Tiempos en los que nos jugamos mucho,
tanto como nuestros propios derechos, nuestro modelo de vida basado en trabajar
para vivir y no al revés (cuando se tiene trabajo, claro). Son tiempos para
despertar de aquel largo sueño en el que pensábamos que a base de créditos
bancarios ilimitados tendríamos un nivel de vida sin parangón en la historia, que
el modelo a imitar era el de los jóvenes y agresivos cachorros de las finanzas.
Tiempos para replantearse de arriba abajo este sistema que se nos ha ido
revelando como insano, como pernicioso para la mayoría de las personas que
apenas llegan, o no llegan de ninguna forma, a final de mes. Tiempos de decir:
¡hasta siempre, conciudadanos!
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