Yo me acuso de ser
funcionario. Vivo sin dar golpe a expensas de los presupuestos públicos. Aprobé
de manera incomprensible unas oposiciones, en competencia con cientos de
aspirantes, sin que mis padres, personas humildes sin formación ni influencias
de ningún tipo, tuvieran la posibilidad de hacer uso de algún contacto o de
deslizar alguna pata de jamón a los miembros del tribunal. Desde hace veinte
años me dedico a la completamente prescindible tarea de la enseñanza, una
actividad que, como muy bien sostiene nuestra nunca bien amada administración,
mejor está en manos privadas o en algún tutorial de internet. Me acuso de que
la media hora del recreo, cuando no la emplea uno en mil cosas a las que no se
tiene tiempo de atender en el resto de la jornada, le cueste al erario público
una parte proporcional injustificada con el escandaloso propósito de tomar un
café o hablar con los compañeros. Me acuso de suplantar tareas propias de otros
colectivos profesionales: trabajadores sociales, psicólogos, animadores
socioculturales, terapeutas familiares, etc. Me avergüenzo (antes que
autoacusarme) de disponer de un trabajo “para toda la vida” mientras el resto
de mis conciudadanos viven en una permanente incertidumbre. Mejor haría el
gobierno de turno en despedir a todos los funcionarios de la legislatura
anterior (médicos, policías, profesores, jueces, administrativos, bomberos,
etc) y nombrar a gente de su absoluta confianza y ¡santas pascuas! Reconozco
que no sé lo que es trabajar como es debido puesto que mis muchos años de
servicios me los he pasado en una especie de tumbona laboral. Los problemas de
mi alumnado jamás me han quitado el sueño y nunca me he molestado en seguir
formándome y responder a los nuevos retos de la educación pública. En realidad,
aunque en el presente curso no he faltado un solo día a clase, era un doble el
que acudía por mí, cosa que aprendí de gente como Gadafi o Sadam Hussein.
Ahora que el país vive una situación de crisis mi gobierno me ha hecho tomar
conciencia de la situación. Como si de una revelación divina se tratara he
llegado al convencimiento de que la gente como yo somos dañinas para la
recuperación económica de este país y para la prima de riesgo, a la que no hay
forma de que le baje la hipertensión. Así que no se me ocurre una forma mejor
de compensar todo el daño que llevo causando a este sistema que tanto nos
quiere y nos protege que admitiendo a partir de ahora que trabajaré en régimen
de semiesclavitud, con la consiguiente ración de latigazos y escarnio público, recitando
loas a la doctrina ultraliberal y a Andrea
Fabra, patrona de los humildes y los desamparados.
Sencillamente, buenísimo. LLeva toda la razón. Cuando todo/as ganaban dinero a chorros, todos éramos unos pobres asalariados y nada más. Ahora el PP prentende convertirnos en el centro de la diana porque siempre hay que buscar motivos.
ResponderEliminarDesde la hamaca caribeña en la que paso mis días, y, daikiri en mano, digo: chapeau.
ResponderEliminarPD. Escribiría más, pero voy a emplear mis tres horas reglamentarias de desayuno funcionarial en chatear un pocquito con Briatore.