Acaba de conmemorarse el cincuentenario de la muerte de Marilyn
Monroe. Siempre he dicho que si se inventara una máquina del tiempo me gustaría
trasladarme a aquella habitación de su casa californiana donde Marilyn pasó su
última noche. ¿Suicidio o asesinato? Otro de los muchos enigmas del siglo XX.
Seguramente desde mi atalaya
privilegiada contribuiría a derribar el ya maltrecho mito de los Kennedy. Quizás
el reverso de Marilyn Monroe sea Audry Hepburn, dos de los grandes iconos del pasado siglo que
siguen viviendo una sorprendente aunque bien merecida actualidad. Desde su
condición ya de clásicos perviven más allá del bien y del mal. Y, sin embargo,
son dos figuras aparentemente contrapuestas. La voluptuosa Marilyn es un producto
de los años 50 y la estilizada y frágil Audry, básicamente, de los 60. La
primera tuvo una vida compleja y atormentada, devorada por su propio personaje,
como otros tantos mitos del celuloide. Audry, sin embargo, llevó una vida
discreta y muy alejada de los escándalos propios del medio, lo cual es menos
habitual. Curiosamente, la interminable publicación de las colecciones de fotos
familiares de ambas en los últimos años no ha hecho sino acrecentar sus mitos. Debe ser cosa de los
años, pero suele darse un proceso de identificación con ciertos personajes que
parecen acompañarnos a lo largo de la vida y que representan, de alguna forma,
lo universal de nuestra maltrecha existencia.

Hay gente que se declara más de Marilyn o más de Audry, como
si fueran dos modelos distintos de abordar
el ser y el estar. Pero en este caso, como en tantos otros, hay que sumar. Es cierto que en todo esto hay
algo de perspectiva androcéntrica de entender lo femenino. Bueno, también hay
quienes se declaran más de Marlon Brandón versus Paul Newman y no pasa nada.
Tampoco habría que ser excluyente en este caso. Lo cierto es que esto de la
mitomanía es una cuestión irracional por definición, por lo que no queda otra
cosa que abandonarse gozosamente a las pasiones. Esto me ocurrió esta mañana
cuando una biografía de Audry Hepburn me habló en una librería y ni corta ni
perezosa se apoderó de mi cartera (no sé si he comentado en alguna ocasión que
a mí los libros me hablan y que al igual que los relojes de Cortazar son ellos
los que me poseen y no al revés como al resto de los mortales). La suma no solo de estas dos megaestrellas del
cine sino de todo el panteón acumulado tiene casi la categoría de patrimonio de
la humanidad. Y, claro, con tanta vieja gloria acumulada, ¿quién tiene tiempo
para los novísimos aspirantes al Panteón de la inmortalidad?
PD. Saldo, por ahora, una pequeña deuda con mi amiga Ane,
quien siempre echa, con razón, un poco en falta algo más de mitomanía en este
blog.
Que vivan las altas pasiones! Me encanta Marilyn y la Hepburn es todo clase, así que a seguir disfrutando del universo mitómano, mejor cuanto mas irracional.
ResponderEliminarAne