¿Qué es ser un docente? Habrá que admitir que esta pregunta como la de “quién soy” o “a dónde voy” es una cuestión tan abierta y tan perenne que difícilmente llegaremos a una respuesta definitiva. Y, sin embargo, dependiendo de la respuesta provisional que le demos condicionará completamente nuestra práctica profesional. Confieso que en mis veinte años de docencia estoy un tanto cansado de tener que oir una y otra vez los mismos mensajes en ese parlamento alucinante que se produce cuando más de dos profesores se ponen a hablar de educación: “yo soy un profesor de esto o lo otro” o “a mi me pagan para impartir clases de...” Claro, ¡queríamos provectos alumnos y nos vinieron personas! Nos dijeron que nuestra misión era impartir una programación didáctica y nos encontramos que la realidad de las aulas es mucho más compleja. Demandábamos recetas y nos dijeron que de eso nada, que no hay soluciones mágicas. ¡Qué le vamos a hacer! El problema es que mientras sigamos teniendo una expectativas que no se corresponden con el mundo que nos rodea seguiremos instalados en la frustración. Habrá por tanto que cambiar las expectativas y redefinir las prioridades, aunque sea por una cuestión de mera supervivencia.
En la sociedad de la información el “profesor de...” (ponga aquí lo que usted quiera) es cada vez más prescindible. Existen materiales didácticos con los que un alumno puede aprender casi cualquier cosa (y encima no hay que pagarles un sueldo o soportar sus reivindicaciones laborales). El profesor hoy debe, le guste o no, ofrecer mucho más. Aquello precisamente que un programa informático no puede incorporar: experiencia, interdisciplinariedad, flexibilidad, innovación, calidad humana, comunicabilidad, “autoritas” y además ser especialista en un determinado campo del conocimiento. ¡Para que alguien diga que ser profesor es fácil! El profesor, como trabajador público, debe dar una respuesta a las demandas de la sociedad. Claro que para que esa respuesta pueda ser posible la administración educativa debe facilitar la condiciones laborales, materiales y organizativas pertinentes. Si pudiéramos al menos coincidir en este (o en otro) planteamiento de mínimos habríamos dado un paso de gigante. Lo que resulta desmoralizante es asistir un año tras otro a la misma ceremonia de lamentos y de imprecaciones al viento, auspiciado muchas veces por una nueva vuelta de tuerca conservadora que considera que el ideal pedagógico se encuentra en la escuela de los años cincuenta. Quienes han leído algunos de mis post dedicados a la docencia saben que en algunos aspectos me considero afín a un ideal clásico en la educación (en cuanto al valor de la palabra, la transmisión de una herencia cultural y el no confundir los medios con los fines), pero 'clásico' no significa, ni mucho menos, 'retrógrado'. Por el contrario, significa vincular lo mejor de nuestra tradición profesional con los retos y desafíos de nuestro tiempo, tan grandilocuente pero ineludible como esto.
En la sociedad de la información el “profesor de...” (ponga aquí lo que usted quiera) es cada vez más prescindible. Existen materiales didácticos con los que un alumno puede aprender casi cualquier cosa (y encima no hay que pagarles un sueldo o soportar sus reivindicaciones laborales). El profesor hoy debe, le guste o no, ofrecer mucho más. Aquello precisamente que un programa informático no puede incorporar: experiencia, interdisciplinariedad, flexibilidad, innovación, calidad humana, comunicabilidad, “autoritas” y además ser especialista en un determinado campo del conocimiento. ¡Para que alguien diga que ser profesor es fácil! El profesor, como trabajador público, debe dar una respuesta a las demandas de la sociedad. Claro que para que esa respuesta pueda ser posible la administración educativa debe facilitar la condiciones laborales, materiales y organizativas pertinentes. Si pudiéramos al menos coincidir en este (o en otro) planteamiento de mínimos habríamos dado un paso de gigante. Lo que resulta desmoralizante es asistir un año tras otro a la misma ceremonia de lamentos y de imprecaciones al viento, auspiciado muchas veces por una nueva vuelta de tuerca conservadora que considera que el ideal pedagógico se encuentra en la escuela de los años cincuenta. Quienes han leído algunos de mis post dedicados a la docencia saben que en algunos aspectos me considero afín a un ideal clásico en la educación (en cuanto al valor de la palabra, la transmisión de una herencia cultural y el no confundir los medios con los fines), pero 'clásico' no significa, ni mucho menos, 'retrógrado'. Por el contrario, significa vincular lo mejor de nuestra tradición profesional con los retos y desafíos de nuestro tiempo, tan grandilocuente pero ineludible como esto.
¡Qué me vas a contar! Cuando se nace maestro, lo mejor es olvidarse de aquellos que no son capaces de entender (ya se que son muchos, ya) y seguir el caminito del corazón y el buen sentido. No queda mas remedio, o hundirse en la pena negra. El COMO Y PARA QUE transmites nunca estará amenazado. Un fuerte abrazo
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