No se trata de un sarcasmo. Alguna institución con un poco de sentido común y bastante atrevimiento debería promover la candidatura de Wikileaks para el premio Nóbel de la Paz. Y de paso proponer también que el simpático de Obama devuelva el suyo. El favor que le está haciendo Wikileaks a la democracia, la transparencia y la honestidad mundial es impagable.
Es obvio que cualquier ciudadano mínimamente informado puede imaginarse que las relaciones internacionales, el mundo de la diplomacia, es lo más próximo al Salvaje Oeste que se pueda imaginar. La idea más aproximada que podemos tener de este es mundillo despiadado es la que nos proporciona Hollywood en sus películas pero ya sabemos que la industria cultural USA está para que al final nos quedemos tranquilo pensando que el Tío Sam vela por nosotros. A pesar de esto, da pavor descubrir el grado de cinismo, arbitrariedad, cainismo (y una decena más de epítetos que se me ocurren, algunos irreproducibles) en el que está basada esta Pax Romana. A uno le vienen a la cabeza algunas preguntas ingenuas: ¿en manos de quiénes estamos? ¿qué grado de confianza podemos tener en el futuro de nuestro planeta? ¿qué credibilidad merecen los dirigentes mundiales?
Ahora que se ha destapado la obsesión por recortar el gasto se me ocurre que toda esa parafernalia de cenas de Estado, viajes y discursos oficiales, encuentros bilaterales y demás zarandajas podrían ahorrárselas. Para qué seguir soportando esas vacuas escenificaciones de hipocresía.
Es curioso comprobar cómo sigue operando aquella distinción goebbeliana entre 'verdad' y 'propaganda'. En la actualidad a ningún Estado se le ocurriría disponer de un Ministerio de Propaganda como el del Tercer Reich pero en el fondo resulta muy revelador comprobar el ingente esfuerzo que la maquinaria oficial realiza para maquillar intenciones y aparentar lo contrario de lo que traman. No hemos avanzado nada. El terreno de juego en el que los Estados disputan sus intereses se rige por las mismas leyes de la selva que hace quinientos años. Para un humilde profesor de Ética y Filosofía como el que suscribe resulta inquietante el grado de amoralidad que manifiestan las élites gobernantes, la distancia tan apabullante entre lo que se dice en público y en privado, entre lo que se aparenta y lo que se hace. Y todo en nombre de los intereses (mejor ni llamarlo 'razón') de Estado. Este eufemismo maquiavélico esconde, en realidad, los intereses del entramado político-económico-industrial de quienes hoy en día se reparten el pastel mundial. Y el gran maestre de ceremonias sigue siendo EE.UU.
El flamante premio nobel Obama no se sintió comprometido por tan alto galardón cuando la anterior filtración de Wikileaks puso de relieve las atrocidades del ejército de EE.UU (supuesto embajador de la Libertad y la Democracia) en la guerra de Irak. No parece que reparara en lo impropio de que un premio nobel justifique tales desmanes en base al clima de guerra y la seguridad de sus soldados (lo mismo podría haber dicho Radovan Karadzic, juzgado por crímenes contra la humanidad). Tampoco ha movido ficha cuando se ha puesto de manifiesto de manera tan brutal el comportamiento imperialista de la primera superpotencia (perdón, ya sé que esto de 'imperialista' suena a retórica sesentayochista). En realidad, todo el mundo está en el ajo. De hecho resulta significativo que la mayoría de los gobiernos hayan reaccionado de manera aireada, no contra el comportamiento desleal e irrespetuoso contra la soberanía de los Estados y sus instituciones que revelan las filtraciones, sino contra el hecho de que éstas se hayan producido. Todos tienen vergüenzas que ocultar. Y en medio estamos los ciudadanos a los que se nos toma el pelo con la crisis y con el entramado geopolítico. A los que se nos pide que amparemos y justifiquemos aquellas prácticas que entran en contradicción con las bases éticas y legislativas en las que supuestamente está basada la convivencia y la relaciones entre los países.
Si la Paz y la Democracia son primas hermanas, si la soberanía nacional en la que se asientan las democracias liberales no es mera retórica, si la verdad es condición necesaria para la justicia, entonces pocos como Wikileaks, y su actual director Julian Assange, han hecho tantos méritos para recibir el galardón que Alfred Nobel propusiera en su testamento en 1895.
Es obvio que cualquier ciudadano mínimamente informado puede imaginarse que las relaciones internacionales, el mundo de la diplomacia, es lo más próximo al Salvaje Oeste que se pueda imaginar. La idea más aproximada que podemos tener de este es mundillo despiadado es la que nos proporciona Hollywood en sus películas pero ya sabemos que la industria cultural USA está para que al final nos quedemos tranquilo pensando que el Tío Sam vela por nosotros. A pesar de esto, da pavor descubrir el grado de cinismo, arbitrariedad, cainismo (y una decena más de epítetos que se me ocurren, algunos irreproducibles) en el que está basada esta Pax Romana. A uno le vienen a la cabeza algunas preguntas ingenuas: ¿en manos de quiénes estamos? ¿qué grado de confianza podemos tener en el futuro de nuestro planeta? ¿qué credibilidad merecen los dirigentes mundiales?
Ahora que se ha destapado la obsesión por recortar el gasto se me ocurre que toda esa parafernalia de cenas de Estado, viajes y discursos oficiales, encuentros bilaterales y demás zarandajas podrían ahorrárselas. Para qué seguir soportando esas vacuas escenificaciones de hipocresía.
Es curioso comprobar cómo sigue operando aquella distinción goebbeliana entre 'verdad' y 'propaganda'. En la actualidad a ningún Estado se le ocurriría disponer de un Ministerio de Propaganda como el del Tercer Reich pero en el fondo resulta muy revelador comprobar el ingente esfuerzo que la maquinaria oficial realiza para maquillar intenciones y aparentar lo contrario de lo que traman. No hemos avanzado nada. El terreno de juego en el que los Estados disputan sus intereses se rige por las mismas leyes de la selva que hace quinientos años. Para un humilde profesor de Ética y Filosofía como el que suscribe resulta inquietante el grado de amoralidad que manifiestan las élites gobernantes, la distancia tan apabullante entre lo que se dice en público y en privado, entre lo que se aparenta y lo que se hace. Y todo en nombre de los intereses (mejor ni llamarlo 'razón') de Estado. Este eufemismo maquiavélico esconde, en realidad, los intereses del entramado político-económico-industrial de quienes hoy en día se reparten el pastel mundial. Y el gran maestre de ceremonias sigue siendo EE.UU.
El flamante premio nobel Obama no se sintió comprometido por tan alto galardón cuando la anterior filtración de Wikileaks puso de relieve las atrocidades del ejército de EE.UU (supuesto embajador de la Libertad y la Democracia) en la guerra de Irak. No parece que reparara en lo impropio de que un premio nobel justifique tales desmanes en base al clima de guerra y la seguridad de sus soldados (lo mismo podría haber dicho Radovan Karadzic, juzgado por crímenes contra la humanidad). Tampoco ha movido ficha cuando se ha puesto de manifiesto de manera tan brutal el comportamiento imperialista de la primera superpotencia (perdón, ya sé que esto de 'imperialista' suena a retórica sesentayochista). En realidad, todo el mundo está en el ajo. De hecho resulta significativo que la mayoría de los gobiernos hayan reaccionado de manera aireada, no contra el comportamiento desleal e irrespetuoso contra la soberanía de los Estados y sus instituciones que revelan las filtraciones, sino contra el hecho de que éstas se hayan producido. Todos tienen vergüenzas que ocultar. Y en medio estamos los ciudadanos a los que se nos toma el pelo con la crisis y con el entramado geopolítico. A los que se nos pide que amparemos y justifiquemos aquellas prácticas que entran en contradicción con las bases éticas y legislativas en las que supuestamente está basada la convivencia y la relaciones entre los países.
Si la Paz y la Democracia son primas hermanas, si la soberanía nacional en la que se asientan las democracias liberales no es mera retórica, si la verdad es condición necesaria para la justicia, entonces pocos como Wikileaks, y su actual director Julian Assange, han hecho tantos méritos para recibir el galardón que Alfred Nobel propusiera en su testamento en 1895.
Enhorabuena por esta estupenda reflexión. En otras ocasiones me tomaba la confianza de hacer algún que otro comentario sobre tus publicaciones en tu blog, pero hoy, solamente me voy a limitar a decir que la propuesta de Wikileak (el "Robin Hood" del "oeste americano")a ser condecorados con el prestigioso Premio Nobel de la Paz tiene que llegar a ser un clamor internacional, y espero que así sea.
ResponderEliminarProfunda reflexión amigo Damián. Que poco cuesta ser coronado en esta sociedad llena de varones amorales, ¡Que no creen en lo que dicen, pero si en lo que piensan!.
ResponderEliminarUn aplauso para tu pensamiento.
Lamento que secretos de estado puedan publicarse impunemente, si alguien cree en lo que dicen los políticos debe ser muy ingenuo, pero publicar cosas comprometedoras incluyendo la seguridad mundial para mi entender debe ser juzgado como traición. Eso tampoco es democracia.
ResponderEliminarAy, ay, ay, que el pez grande se come al chico, como siempre, pero como la mayoría somos chicos preferímos llevar la venda para sentirnos felices, hasta que .... ¿y quien no nos garantiza que hay un pez todavía mas gordo en la sombra? . Un fuerte abrazo.
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