Leo en la prensa que se cierra el museo Chillida-Leku en Guipúzcoa. Una verdadera pena. En septiembre de 2006 tuve la oportunidad de visitarlo. Participaba con una comunicación en la Universidad de Verano del País Vasco y la organización del mismo tenía prevista una visita al gran museo al aire libre que Eduardo Chillida instalara para acercar al público su imponente obra escultórica. Tengo una vivida impresión de aquella visita. El caserío Zabalaga y su maravilloso entorno transmite una sensación de simbiosis entre la naturaleza, ese cautivante paisaje vasco, y la apabullante materialidad de las esculturas de Chillida. Sin embargo, la obra de este artista no es de fácil digestión. Todo el mundo conoce “El peine del viento” en la Playa de la Concha, otro ejemplo, por cierto, de perfecta comunión con el paisaje, pero sus grandes esculturas de hierro oxidado necesitan de una cierta contextualización para poder asimilarlas. Y el Chillida-Leku cumplía perfectamente esa función. Recuerdo que la maqueta sobre el proyecto de horadar la montaña de Tindaya en Fuerteventura, creando un gigantesco espacio vacío, cobraba allí el sentido estético que muchos no le encontraban. Desde un punto de vista exclusivamente artístico reconozco que me pareció sugerente. Otra cosa es que desde el punto de vista histórico, arqueológico y económico el proyecto en cuestión no fuera oportuno o que todo el entramado estuviera rodeado del característico olor de las corruptelas. Supongo que Chillida era ajeno a todo esto. Al parecer el museo y su modelo de gestión familiar-privado se ha vuelto insostenible, agravado por esta crisis maldita. No es de extrañar que el mundo de la cultura esté entre las primeras víctimas cuando las cosas pintan mal. El problema es que estas cosas una vez que se vienen abajo luego terminan diluyéndose de manera irremediable.
Es una triste pena que en tiempos críticos el arte y la cultura sean los más perjudicados ¿a quién beneficiará? Personalmente pienso que a nadie. Un fuerte abrazo.
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