Alguien pensará que estoy obsesionado con lo chino. Y puede que no le falte razón. Hace unos días vi la típica conexión con Belén en un telediario para ver cómo se vivía allí los preparativos de la Navidad. La noticia terminaba con el lamento de los artesanos locales de quincallería religiosa por la invasión, cual plaga de langostas, de toda clases de objetos procedentes de China. Resultaba muy “curioso” observar belenes, cálices y figurillas de todo tipo con la ubicua etiqueta made in China. ¿No les parece terrible? En el fondo es el más vivo retrato del mundo que se nos avecina: el mundo de la estupidez, la falsificación, la sustitución y la negación globalizada. Pero "¡si es más barato!" - dirá alguno, en un arranque de aparente lógica desarmante. Evidentemente, querido descerebrado. Ahora bien, si a usted le preocupa un ápice el futuro medioambiental de nuestro planeta, el desarrollo de las economías locales, los derechos laborales de los trabajadores y un largo etcétera de cosas que no caben en un carro de supermercado tiene una posibilidad muy sencilla: en vez de tres cosas inútiles compre una sola.
China representa hoy la cara más extrema y perniciosa del capitalismo. Representa también una de las mayores paradojas de la historia: un país con un gobierno que se dice comunista, con la parafernalia propia de un país totalitario, entregado a las prácticas capitalistas más desaforadas, convertido en campeón de la desigualdad, la negación de los derechos sociales y laborales y muchas otras cosas que harían felices a los seguidores de Milton Friedman (el más ultraliberal de los economistas que ha parido facultad alguna). Si Marx levantara la cabeza se recluiría en alguna de las pocas comunas hippie que van quedando. Esa maquinaria está alimentada por una multitud zombificada de consumidores que necesitan llenar la cesta de miles de cosas absolutamente prescindibles, que creen haber hecho un buen negocio comprando duros a pesetas.
La verdad es que este nuevo "McMundo", como lo denomina el sociólogo Cayo Sastre en su más que recomendable libro de título homónimo (Los libros del lince, 2010), nos lleva a situaciones que si las analizamos fríamente terminan siendo descorazonadoras. Pongamos un caso. Ya se sabe de la inclinación de los católicos por la idolatría. Hasta donde sé las imágenes religiosas de culto suelen encargarse todavía hoy a imagineros de mayor o menor fama. Un trabajo de ese tipo suele ser caro y lleva su tiempo. ¿Por qué no encargar una Dolorosa, un Crucificado o un conjunto completo de la Sagrada Familia con burrito y vaquita incluido a una fábrica china? Seguro que lo fabrican en la mitad de tiempo y por la tercera parte del coste. Un poquito de agua bendita y ¡venga! ¡a adorarlo todo el mundo! No es que me importe demasiado pero “canta” un poco.
Ahora que toca rascarse el bolsillo, mire la etiqueta, por favor.
China representa hoy la cara más extrema y perniciosa del capitalismo. Representa también una de las mayores paradojas de la historia: un país con un gobierno que se dice comunista, con la parafernalia propia de un país totalitario, entregado a las prácticas capitalistas más desaforadas, convertido en campeón de la desigualdad, la negación de los derechos sociales y laborales y muchas otras cosas que harían felices a los seguidores de Milton Friedman (el más ultraliberal de los economistas que ha parido facultad alguna). Si Marx levantara la cabeza se recluiría en alguna de las pocas comunas hippie que van quedando. Esa maquinaria está alimentada por una multitud zombificada de consumidores que necesitan llenar la cesta de miles de cosas absolutamente prescindibles, que creen haber hecho un buen negocio comprando duros a pesetas.
La verdad es que este nuevo "McMundo", como lo denomina el sociólogo Cayo Sastre en su más que recomendable libro de título homónimo (Los libros del lince, 2010), nos lleva a situaciones que si las analizamos fríamente terminan siendo descorazonadoras. Pongamos un caso. Ya se sabe de la inclinación de los católicos por la idolatría. Hasta donde sé las imágenes religiosas de culto suelen encargarse todavía hoy a imagineros de mayor o menor fama. Un trabajo de ese tipo suele ser caro y lleva su tiempo. ¿Por qué no encargar una Dolorosa, un Crucificado o un conjunto completo de la Sagrada Familia con burrito y vaquita incluido a una fábrica china? Seguro que lo fabrican en la mitad de tiempo y por la tercera parte del coste. Un poquito de agua bendita y ¡venga! ¡a adorarlo todo el mundo! No es que me importe demasiado pero “canta” un poco.
Ahora que toca rascarse el bolsillo, mire la etiqueta, por favor.
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