Todo el mundo ha tenido alguna experiencia desagradable con algún médico, profesor, policía, juez o administrativo. Es un hecho inevitable por una simple cuestión estadística. Ahora bien, un deporte muy nuestro es el de incurrir a las primeras de cambio en una “generalización apresurada” o, dicho de otra manera, hacer que paguen justos por pecadores. Así terminamos con la consabida cantinela: “¡todos los médicos son estirados y descuidados!”, “¡todos los profesores son vagos!” o “¡todos los policías son chuletas intratables!" Agrupémoslos todos y ya tenemos una generalización aún mayor: “¡todos los funcionarios son unos parásitos impresentables!”. En estos tiempos de crisis (¿ha habido algún tiempo que no lo haya sido?) se he desatado la “caza del funcionario”. Pero detrás de esta trama hay una operación de mucho mayor calado. El funcionariado es la espina dorsal de cualquier estado democrático. Se trata de un cuerpo de trabajadores que cubren servicios esenciales y no están al dictado de la clase política gobernante de turno. Por eso tienen un trabajo fijo y un estatuto laboral muy restrictivo auspiciado por la Constitución.
Todavía mucha gente tiene en mente la idea del funcionario como aquel personaje malhumorado e indolente del “vuelva usted mañana”. Nada más lejos de la verdad. De la época de Larra a hoy ha llovido bastante. Funcionarios son el científico que investiga los mecanismos de funcionamiento del cáncer, el maestro de educación infantil que lleva de la mano a nuestro hijo por los primeros años de su vida escolar, el bombero que arriesga su vida en un incendio y un largo etcétera. No le deben ningún favor a político alguno, han ganado un proceso de oposición en dura competencia con otros y aseguran el funcionamiento del Estado independientemente de los avatares de cualquier signo. Cualquiera puede serlo si tiene la preparación y titulación requerida y demuestra su competencia frente a otros. Evidentemente, en cualquier colectivo hay personas que no cumplen con su trabajo. Para ello hay una inspección que debería cumplir también con su cometido. Impresentables también hay entre políticos, empresarios y transeúntes de todo tipo. Cualquier jardín si no se cuida se llena de maleza, pero de ahí a pasar la sierra mecánica a troque y moche hay un abismo.
En la época de vacas gordas ser un funcionario se consideraba como una opción conservadora, propia de gente sin iniciativa y sin espíritu emprendedor. Lo cool era emplearse al mejor postor, saltar de una empresa a otra o crear una propia, vivir como un ejecutivo agresivo mientras engordaba la cuenta corriente. Ahora el funcionario ha pasado a ser un estorbo, una pesada carga que vive a costa de los presupuestos públicos y cuyo trabajo podría hacer mejor un empleado con un contrato de aprendizaje en una empresa privada de servicios. Bueno, ¡que lo hagan! Convierta usted a ese médico del que hablábamos en un contratado por tres meses y sacado de una empresa de trabajo temporal, sustituya al maestro de infantil por un monitor contratado por horas y al bombero en un abnegado miembro de una ONG. ¿Piensa que nos iría mejor?
Se está imponiendo la idea de que la salida de la crisis está en aplicar las recetas más ultraliberales: esto es, desmantelar el Estado del Bienestar y cualquier atisbo de gasto social. Los funcionarios son un obstáculo para estos propósitos (he aquí la operación que se oculta detrás de esta repentina oleada antifuncionarial). Ya se oyen voces que claman por eliminar sus “privilegios” y hacer con ellos lo mismo que podría hacerse con un trabajador de la empresa privada: contratarlos y despedirlos a conveniencia. ¿Por qué unos sí y otros no? –argumentan. A la gente que vive en la cuerda floja, a quienes han sido golpeados duramente por el paro, a quienes trabajan en precario conviene darles un enemigo claro y fácil de reconocer. Hace poco un alto cargo de la administración canaria proponía uniformar a los funcionarios para que la gente pudiera reconocerlo si se tomaban un cortado fuera de hora. ¡Y esto lo decía un cargo político que no se ha distinguido precisamente por su diligencia y productividad! No se plantee usted que quizás este modelo económico nos está llevando al desastre, que las crisis golpea a los de siempre, que en una curiosa vuelta de tuerca los que forzaron los límites de la especulación y fueron salvados con grandes cantidades de dinero público ahora dictan las recetas (que pasan por recortar brutalmente ese mismo gasto público del que supieron aprovecharse). Todo eso es demasiado abstracto e intangible. Únase al coro y maltrate a un funcionario, mírelo mal y airee sus faltas a la mínima de cambio. Entre eso y el fútbol vamos escapando.
Todavía mucha gente tiene en mente la idea del funcionario como aquel personaje malhumorado e indolente del “vuelva usted mañana”. Nada más lejos de la verdad. De la época de Larra a hoy ha llovido bastante. Funcionarios son el científico que investiga los mecanismos de funcionamiento del cáncer, el maestro de educación infantil que lleva de la mano a nuestro hijo por los primeros años de su vida escolar, el bombero que arriesga su vida en un incendio y un largo etcétera. No le deben ningún favor a político alguno, han ganado un proceso de oposición en dura competencia con otros y aseguran el funcionamiento del Estado independientemente de los avatares de cualquier signo. Cualquiera puede serlo si tiene la preparación y titulación requerida y demuestra su competencia frente a otros. Evidentemente, en cualquier colectivo hay personas que no cumplen con su trabajo. Para ello hay una inspección que debería cumplir también con su cometido. Impresentables también hay entre políticos, empresarios y transeúntes de todo tipo. Cualquier jardín si no se cuida se llena de maleza, pero de ahí a pasar la sierra mecánica a troque y moche hay un abismo.
En la época de vacas gordas ser un funcionario se consideraba como una opción conservadora, propia de gente sin iniciativa y sin espíritu emprendedor. Lo cool era emplearse al mejor postor, saltar de una empresa a otra o crear una propia, vivir como un ejecutivo agresivo mientras engordaba la cuenta corriente. Ahora el funcionario ha pasado a ser un estorbo, una pesada carga que vive a costa de los presupuestos públicos y cuyo trabajo podría hacer mejor un empleado con un contrato de aprendizaje en una empresa privada de servicios. Bueno, ¡que lo hagan! Convierta usted a ese médico del que hablábamos en un contratado por tres meses y sacado de una empresa de trabajo temporal, sustituya al maestro de infantil por un monitor contratado por horas y al bombero en un abnegado miembro de una ONG. ¿Piensa que nos iría mejor?
Se está imponiendo la idea de que la salida de la crisis está en aplicar las recetas más ultraliberales: esto es, desmantelar el Estado del Bienestar y cualquier atisbo de gasto social. Los funcionarios son un obstáculo para estos propósitos (he aquí la operación que se oculta detrás de esta repentina oleada antifuncionarial). Ya se oyen voces que claman por eliminar sus “privilegios” y hacer con ellos lo mismo que podría hacerse con un trabajador de la empresa privada: contratarlos y despedirlos a conveniencia. ¿Por qué unos sí y otros no? –argumentan. A la gente que vive en la cuerda floja, a quienes han sido golpeados duramente por el paro, a quienes trabajan en precario conviene darles un enemigo claro y fácil de reconocer. Hace poco un alto cargo de la administración canaria proponía uniformar a los funcionarios para que la gente pudiera reconocerlo si se tomaban un cortado fuera de hora. ¡Y esto lo decía un cargo político que no se ha distinguido precisamente por su diligencia y productividad! No se plantee usted que quizás este modelo económico nos está llevando al desastre, que las crisis golpea a los de siempre, que en una curiosa vuelta de tuerca los que forzaron los límites de la especulación y fueron salvados con grandes cantidades de dinero público ahora dictan las recetas (que pasan por recortar brutalmente ese mismo gasto público del que supieron aprovecharse). Todo eso es demasiado abstracto e intangible. Únase al coro y maltrate a un funcionario, mírelo mal y airee sus faltas a la mínima de cambio. Entre eso y el fútbol vamos escapando.
PD: gracias a Forges por sisarle su viñeta.
Bien dicho Damián. Acabo de recibir y reenviarte un e-mail titulado " España debe recortar un 9,4%" en el que cita "eleminar el Senado y un largo etc.," hay muchos enchufados y sanguijuelas políticas que solo chupan nuestra sangre. Eliminandolos solucionaría muchos problemas. Pero claro, arremeten contra los más débiles: Funcionarios, Seguridad social, Pensiones.,"Despierta España" Se acabó la fiesta.
ResponderEliminarEsa es la ironía que tanto me gusta. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEstimado anónimo, ese e-mail ha circulado mucho últimamente y contiene algunas cuestiones, efectivamente, para reflexionar. Gracias, una vez más, Emejota.
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