domingo, 21 de noviembre de 2010

El Catalejo (14) ¡Franco ha muerto! y la Marcha Verde

Tal día como ayer de hace treinta y cinco años muchos niños de entonces como yo se encontraron al llegar a la escuela por la mañana con la grata sorpresa de que las clases se habían suspendido. Había muerto el “Jefe del Estado”, el Generalísimo Francisco Franco. Yo, a mis siete añitos, tenía la sensación de que algo muy gordo había ocurrido. Por la calle asomaban banderas españolas con crespones negros y la gente hablaba muy bajito, como si de un Sábado Santo se tratase (de los de antes, claro). Mi padre era un hombre que podría calificar de tradicionalista. Como seguidor del Real Madrid y devoto de Santiago Bernabeu aceptaba el Régimen Franquista como si de un hecho tan natural como el florecer de las amapolas en primavera se tratase. Así que también en mi casa se instaló una suerte de desasosiego. No sé si la imagen que tengo en mi cabeza de Arias Navarro dirigiéndose a los españoles, con atragantamiento incluido, es de entonces o la incorporé a base de tanto verla en los años posteriores. Pero lo cierto es que nada simbolizaba más la sensación de “acabose” (como dicen los cubanos) que este hombre del bigotillo. Estuvimos pegados al televisor desde que la noticia se extendió como un reguero de pólvora hasta el momento mismo del entierro en el Valle de los Caídos. Unos días antes recuerdo a mi padre y a algún vecino alarmados con una cosa a la que llamaban “Marcha Verde” y que a juzgar por cómo maldecían a los marroquíes no debía ser nada bueno. Muchos temían que Hassan II no se contentase con invadir el Sáhara Occidental sino que aprovechase el impulso para llegar hasta Canarias. Entre el miedo a la invasión marroquí y la muerte del Caudillo el niño de siete años que me habita entonces pensaba que lo más parecido al fin del mundo debía ser aquello. Lo cierto es que al poco tiempo, mi padre, como muchos españoles, pasaron del discurso de Navidad de Franco al del Rey con la mayor naturalidad. Otros avatares fueron haciéndose hueco y la vida siguió su curso inexorable.
Treinta y cinco años después, el aniversario de la muerte de Franco, afortunadamente, apenas supone una ínfima columna en los periódicos, más centrada en la reunión de los últimos nostálgicos que en otra cosa. Por contra, los efectos de aquella ignominiosa Marcha Verde siguen coleando dramáticamente. La ocupación del Sáhara Occidental por parte de Marruecos y la precipitada retirada de España dejaron una herida abierta que lejos de cicatrizar ha ido supurando cada vez más. El pequeño pueblo saharaui pasó a vivir bajo la alfombra de la Historia y ahí querrían muchos que permaneciese. No sé si tendrán que pasar otros treinta y cinco años (espero que no) para que este episodio se cierre de una vez con justicia. Espero que el anciano que seré entonces pueda volver a escribir una nota como esta pero, eso sí, con una copa de champán en la mano.

2 comentarios:

  1. Mi niño mayor con tres añitos y el pequeño a punto de nacer. Conocí personalmente los apuritos que pasaron algunos militares que se encontraban en la zona. Me horroriza lo que está ocurriendo ahora porque me hace consciente de repetición de la eterna historia, la liquidación de los débiles a manos de los fuertes. Y así se escribe nuestra terrible historia, aunque la adornemos con mantos de civilización. Un fuerte abrazo.

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  2. Como bien dices la historia parece repetirse y creo además que las experiencias suelen ser las mismas básicamente. Un fuerte abrazo.

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