En alguna ocasión he aludido a esa proverbial falta de inteligencia colectiva de la que parece adolecer la humanidad. Tal y como viene denunciando ATTAC aquellos que en su día (y hace de esto bastante tiempo) anunciaron que este capitalismo desbocado terminaría por hacer aguas fueron tachados de peligrosos agoreros antisistema. Cuando España crecía el doble que la Unión Europea a golpe de ladrillo no faltaron voces que anunciaban que de seguir por ese camino de economía ficción el batacazo sería porporcionalmente mayor. Ni caso. ¿Quién se va preocupar de esas cosas cuando se está llenando los bolsillos de dinero fácil? ¿Para qué preocuparse de los créditos si siempre se puede pedir otro para pagar los crecientes intereses acumulados? ¿Para qué ahorrar un dinerillo si se puede invertir en la bolsa? Este es un fracaso no solo económico sino, y fundamentalmente, cultural. Hemos basado nuestra existencia en una forma de consumo desaforado, de beneficio inmediato, de ostentación y frivolidad. Nos creímos el cuento de que no había alternativa al capitalismo, de que había que abandonarse plácidamente a este parque temático global en el que hemos convertido lo social. Y ahora algunos empiezan a despertar obligados por las circunstancias. Convertidos de repente en parias por obra y gracia de los mercados, de los compradores de deuda que exigen la rentabilidad de sus inversiones. Los bancos empiezan a llenarse de inmuebles incautados y de coches de alta gama que ya nadie puede pagar.
Parece que la crisis se está centrando en la Vieja Europa. No me parece casualidad. Frente a los restos de aquella Europa social surgen los tigres asiáticos, la última vuelta de tuerca del turbo capitalismo, el no va más del éxito económico instantáneo. Si queremos abandonar el centro de la diana trabajemos como chinos, reduzcamos nuestros beneficios sociales al nivel de Burundi y consumamos como neoyorquinos. Hagámoslo por la “tranquilidad de los mercados”. O dicho de otra manera: aseguremos que las agencias de inversiones y toda la grey de pasta en el mundo duerma tranquila sabiendo que sus palacetes, yates y vacaciones de ensueño no se van a ver amenazadas. Procuremos que los directores generales de los consejos de administración de bancos y megaempresas puedan seguir repartiéndose cuantiosos beneficios, que la legión de agresivos ejecutivos con traje de Armani puedan seguir creyendo que ellos algún día alcanzarán la gloria, que la banca, una vez saneada de sus propios desmanes con dinero público, siga controlando nuestras vidas.
Tengo 42 años. Me quedan dos plazos para acabar la hipoteca de mi piso. Algunos meses más (pero no muchos) para cancelar un crédito y un Citroën Berlingo también apunto de finiquitar. He decidido que a partir de ahora quiero convertirme en un tipo libre de créditos. A pesar de las numerosas ofertas que me llegan para que me endeude con esto o lo otro tengo claro que ha llegado el momento de disfrutar de mi propia libertad, de darle una patada en los cojones a este entramado de chupópteros. Conmigo que no cuenten.
Parece que la crisis se está centrando en la Vieja Europa. No me parece casualidad. Frente a los restos de aquella Europa social surgen los tigres asiáticos, la última vuelta de tuerca del turbo capitalismo, el no va más del éxito económico instantáneo. Si queremos abandonar el centro de la diana trabajemos como chinos, reduzcamos nuestros beneficios sociales al nivel de Burundi y consumamos como neoyorquinos. Hagámoslo por la “tranquilidad de los mercados”. O dicho de otra manera: aseguremos que las agencias de inversiones y toda la grey de pasta en el mundo duerma tranquila sabiendo que sus palacetes, yates y vacaciones de ensueño no se van a ver amenazadas. Procuremos que los directores generales de los consejos de administración de bancos y megaempresas puedan seguir repartiéndose cuantiosos beneficios, que la legión de agresivos ejecutivos con traje de Armani puedan seguir creyendo que ellos algún día alcanzarán la gloria, que la banca, una vez saneada de sus propios desmanes con dinero público, siga controlando nuestras vidas.
Tengo 42 años. Me quedan dos plazos para acabar la hipoteca de mi piso. Algunos meses más (pero no muchos) para cancelar un crédito y un Citroën Berlingo también apunto de finiquitar. He decidido que a partir de ahora quiero convertirme en un tipo libre de créditos. A pesar de las numerosas ofertas que me llegan para que me endeude con esto o lo otro tengo claro que ha llegado el momento de disfrutar de mi propia libertad, de darle una patada en los cojones a este entramado de chupópteros. Conmigo que no cuenten.
Así se escribe. Fuera los créditos, los odio, aunque a veces no queda más remedio que pasar por el aro, pero lo justo. Tengo una entrada sobre economía rondándome el coco, no se si seré capaz de darle una forma medianamente decente. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarCantona plantea a cambio una alternativa que le parece más efectiva: dirigirse al banco y retirar de él todo el dinero.Ese día todos los europeos que simpaticen con los propósitos revolucionarios de Cantona deberán ir al banco a retirar todo el líquido de sus cuentas. Según los organizadores del movimiento 14.000 personas se han comprometido ya a participar del experimento reivindicativo. La leyenda de Cantona, un mito de rebeldía dentro y fuera de los campos de fútbol, adquiere una nueva e inesperada dimensión.El periódico británico The Guardian ha seguido los efectos que ha tenido una entrevista a Cantona en un diario regional de Nantes, el Presse Ocean , que incluye un vídeo colgado en Youtube.
ResponderEliminarSalud-os
Ja,ja, yo tenía tan poquito que ya lo hice en su día, hace mucho, pero no se notó. Ja,ja.
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