lunes, 18 de mayo de 2009

El impertinente (1) “Y usted ¿qué lee?”

Les adjunto mi última colaboración (nº 12, mayo 2009) con la revista Tangentes (publicación gratuita del norte de Tenerife).
Aprovechando esto del “mes del libro” una pequeña y ácida reflexión sobre los libros y la lectura (otra más).
Y USTED ¿QUÉ LEE?-por Damián Marrero Real
Nº 12 Mayo 2009 – Apuntes
Hace unos meses me contaba un histórico de la lucha ecologista en esta isla, que un afamado alcalde del norte de Tenerife -cansado de las denuncias de las barrabasadas medioambientales que un día sí y otro no tenía que soportar en la prensa- le espetó: “quien me vota no lee periódicos”. ¡Qué claro lo tenía! Históricamente muchos regímenes políticos se han cimentado sobre la ignorancia de las gentes. Pensar es peligroso y para pensar hay que liberarse, como diría Kant, de la culpable incapacidad.
Un indicador del grado de autonomía de las personas, de su nivel educativo, es el tipo de lecturas que realiza. Ni siquiera es cuestión de hacer un recuento del número de libros leídos por mes o por año, ni de aquellos de los que se dispone en las escasas estanterías de casa. Hay quien puede dedicarse a leer verdadera bazofia o comprar libros por kilos para combinarlos con porcelanas de damiselas con paraguas. Se lee para conocer y conocerse, para disfrutar, para ser mejor persona, para asombrarse, estremecerse, hacerse preguntas… El encuentro con un libro, con un buen libro, supone un cambio necesariamente para mejor en el lector. La ausencia de estas experiencias, por el contrario, empobrece hasta reducir al sujeto a la condición de palurdo maleable. Y con un mundo de palurdos sueñan quienes entienden el ejercicio del poder en su propio beneficio.
Quizás estamos asistiendo al final tanto del libro como del lector tal y como lo hemos conocido hasta el momento. El mundo puramente audiovisual en el que vivimos, las prisas para ir hacia ninguna parte, la búsqueda del entretenimiento vacuo, los miles de artilugios tecnológicos para pasar el rato, la incapacidad patológica para estar a solas un solo segundo, la pereza a la hora del más mínimo esfuerzo mental… Desde luego, los libros no tienen cabida en este mundo. Quizás alguna biografía de un famoso o de un santo local, alguna publicación de autoayuda para ligar mejor o dejar de fumar, el estudio de la personalidad a través del horóscopo… eso siempre vende.
Las ferias del libro que organizan los ayuntamientos durante el mes de abril son un buen termómetro para medir el nivel de estulticia. En una de ellas que duró una jornada más de un librero se fue sin vender un solo libro, en otra había más personas alrededor de una partida de dominó que frente a los expositores, en general muchas personas pasaban delante de las mesas sin dedicarles una mísera mirada. Sencillamente, el libro es un objeto tan extraño como la kriptonita. Y es que la profesión de librero es una actividad a punto de desaparecer, igual que un latonero o los afiladores que convocaban a los clientes con su característico silbato. Habría que incluirlos en el catálogo de especies protegidas.
Una persona adulta que nunca haya tenido un libro en sus manos casi con toda seguridad es un caso perdido. Pero lo verdaderamente sangrante es comprobar cómo nuestra infancia va por el mismo camino. No parece que los planes lectores de los centros escolares, las numerosas actividades programadas por bibliotecas públicas o concejalías de cultura, las campañas publicitarias que pretenden concienciar a unos y otros den resultado alguno. ¿Qué falla entonces? Falla el entorno. Todo lo verdaderamente decisivo en la vida de un niño de hoy está en contra. Familias en las que leer un libro es una misión imposible, pueblos donde lo más próximo a un ambiente cultural es la barra de un bar, televisiones que imbecilizan al personal, artilugios para mantener entretenidos a los chavales con el único fin de que no den la lata. En estas circunstancias lo verdaderamente excepcional es que algún joven adquiera el hábito lector. Debería elevarse a la categoría de prodigio y ser estudiado por expertos en fenómenos paranormales. Ponga usted delante de un grupo de niños una mesita con dos o tres libros muy atractivos (esto es: con mucha imagen y pocas letras), ponga al lado otra mesita con artilugios futboleros (cromos, pegatinas, banderines) ¿Qué pasará? Repita este sencillo experimento con un grupo de adultos. Da risa sólo pensarlo. Si descartamos razonablemente que haya algún gen implicado no queda más remedio que pensar que hemos construido una sociedad basada en la estupidez. Una sociedad cuyo mantenimiento conviene a muchos.
Estos artículos sobre la lectura y los libros suponen una cierta paradoja: sólo serán leídos por aquellos que seguramente compartirán este punto de vista, así que habrá poco margen para la polémica. Aquel que jamás lee un periódico (a excepción de los deportivos, claro está) para satisfacción del ínclito alcalde difícilmente sabrá de primera mano que alguien lo acusa de ser el responsable, en su autocomplaciente ignorancia, de perpetuar este estado de cosas.

2 comentarios:

  1. Gracias por dejarme leerte. Aquí ando echando un vistazo. Me ha encantado esta entrada, con la que me siento bastante identificado. Yo también abogo por catalogar al libero como especie a proteger, y no digamos a aquellos que tratan de acercarnos algo diferente a los best-seller o premios literarios del año... ¡y dicen del lince! Ane

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  2. Quería decir identificada y librero, jeje.

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