viernes, 25 de febrero de 2011

El Aula (5) La escuela como comunidad de vida

Hacer. Decir. Tramar... En el fondo la educación es una forma de darle contenido a estos y otros verbos. Y hacerlo hoy en día supone hacer frente a muchos imponderables. El primero de ellos es la dictadura de una programación y el corsé que representa el horario escolar. Cosas que parecen diseñadas, por mucha florituras que se le quieran añadir, con el propósito de laminar cualquier proyecto educativo de un mínimo alcance. Hace unos años, tuve la oportunidad de asistir en Madrid a una conferencia de un experto en innovación del Ministerio Británico de Educación que comentaba que la escuela del futuro estaría organizada de una manera completamente diferente. Proponía una organización flexible, una jornada escolar distribuida en función de las necesidades de los distintos proyectos educativos que un centro tuviera en marcha en esos momentos y no en base a una distribución rígida de horas semanales de las distintas materias. Sí, ya sé que resulta “utópico” y difícilmente aplicable en estos tiempos nuestros. Pero esta propuesta tiene la virtud de hacer que nos planteemos algunas cosas que parecen dogmas de fe. El segundo de esos imponderables son nuestras propias orejeras profesionales, las rutinas pedagógicas y nuestras rigideces mentales.
El caso es que estas cosas me vienen a la cabeza en el momento en el que hemos logrado llevar a buen puerto un acto de homenaje al poeta Tomás Morales, en el marco del Día de las Letras Canarias. Tiene su mérito organizar un evento buscando huecos aquí y allá, no me importa reconocerlo. Un evento que trata de proyectar un trabajo en el entorno y en las familias, que busca movilizar capacidades y competencias de muy diverso signo y que tienen la virtud de entusiasmar al personal, como otros muchos que a diario se llevan a cabo en nuestras escuelas.
Teatro, actuaciones, lecturas... esas cosas que siempre han estado muy incrustadas en la vida escolar y que parecen ya en vías de extinción. Uno se pregunta (deformación profesional, ya saben) qué razones hay para complicarse la vida de esta forma, y más ahora en el que los profesores nos hemos convertido en una clase apaleada y devaluada; qué nos lleva a dedicar recreos, huecos, tardes y horas de desvelo pensando en las cosas que están sin atar. La respuesta que me viene a la cabeza es que lo hacemos porque nos hace mejores. Si no, no me lo explico. ¿Qué es eso de que nos hace mejores? Cuando el conjunto de las distintas sinergias da como resultado una experiencia educativa gratificante y hasta emocionante nunca se es el mismo. Se experimenta un crecimiento personal y profesional realmente valioso. Supongo que eso se llama 'experiencia'. Y esto es válido tanto para un profesor como para un alumno. Hace realidad otro concepto no menos utópico pero que siempre he reivindicado un tanto estúpidamente: la escuela como 'comunidad de vida'. Habrá que detenerse también en esto. La cantidad de horas que un alumno y, ya no digamos, un profesor le dedica a esto de la educación no puede convertirse en algo completamente desgajado de la vida personal (aunque todos necesitemos muchas veces momentos para desconectar completamente). Cuando alguien siente que su trabajo o su paso por la escuela es algo ajeno a las otras facetas de su vida (algo bastante común, por cierto) es un signo más de las muchas formas de la alienación que nos amenaza. Y, como ya he comentado en otras ocasiones, en realidad nos quieren alienados. Es una de las mejores formas de control social que existen. Reivindicar la escuela como lugar de vida, encuentro y complicidades de todo tipo, como un espacio para la creación y la innovación, de convivencia y crecimiento, es una vía insustituible de transformación social. ¿Tiene otro propósito más noble la educación?

4 comentarios:

  1. No tengo tiempo para comentar tu artículo, Damian. Pero comparto tu punto de vista y tu conclusión.
    Me gusta la idea de la escuela como "comunidad de vida". La disgregación actual existente es potenciada desde los medios de comunicación para paralizar nuestra capacidad de lucha.
    Un saludo, compañero.
    Saúl

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  2. Enhorabuena por esa labor, que como bien dices, no hay grandes argumentos que la apoyen más que la satisfacción de haber hecho "aquello que nos hace mejores".
    La educación tiene un propósito noble, aunque quieran convertir los centros educativos en guarderías.
    Un saludo.

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  3. Una reflexión:

    Tesis: La escuela tradicional y la revolucionaria comparten su poder para la modificación alienante de la persona, parece ser una función consustancial como institución. Tu visión, siempre inteligente, que podría ser valorada como redentora – sé que no te gustará oír esto- , pues supone que hay algo natural o ideal que se pueda pervertir, y que la toda educación intelectual, de valores, de la sensibilidad y afectos, de lo solidario o voluntario no supone necesariamente también una programación ideológica, al menos podría ser calificada, disculpa el atrevimiento, como un ejercicio sutil e indirecto de manipulación. Me refiero a la escuela en cualquiera de sus formas.
    Quizás un ideal ético de igualdad, no sea más que una herramienta en la cadena de determinaciones a medio plazo; una solución al riesgo y el temor actual. La escuela inspirada en valores de justicia no deja de ser una plataforma injusta para el después. Hemos adquirido la consciencia de la libertad de la mujer, cuando era necesario para el trabajo. NO me parece mal, sólo explico sus génesis. Sociedades complejas necesitan de individuos complejos. ¿Progresamos?

    Desde este punto de vista, quizás la revolución sería abandonar la escolarización completa. Permíteme, amigo Damián, una metáfora: retroceder a las neocavernas pobladas por hippies, anarquistas y escépticos a la par de lo local y global. Quizás, lo más interesante sea abandonar toda pretensión institucional de la escuela, punto en el que discrepo con tu excelente post que la defiende, única posición pare el educador moralista consecuente. Para mí, un signo de apartamiento de las funciones de la escuela, de discontinuidad entre las redes primarias sociales y la academia escolar, el alejamiento del enjambre social que comentas, si podría tratarse como una discontinuidad necesaria, un punto valioso. Si, es verdad, al viejo estilo Rousseau. Te invito a pensar sobre esta perspectiva.

    Te ennoblece la actitud de seguir considerando la escuela como una guía de liberación, una práctica que nos podrá en la vía de la verdad, la bondad, el buen juicio, y el buen gobierno. La actitud contraria, es políticamente perversa, pero nos hace reflexionar. Dicho esto, tendremos que optar entre la escuela y las cuevas hippies, excepto que realmente pensemos que hay una educación redentora de nuestras penas.

    Desde el planeta tierra, la máquina escéptica

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  4. Gracias Saúl y Chencho por sus comentarios. Amigo Francisco: llamémoslo 'manipulación' si quieres pero, al fin y al cabo, es algo completamente inevitable. Vivimos en un mar de manipulaciones. Lo importante será poner sobre la mesa cuáles son nuestros objetivos y propósitos. Siempre será mejor que ninguno. Si pensara de otra forma y en un ejercicio de mínima coherencia tendría que dedicarme al noble oficio de cultivador de lechugas.
    Un abrazo redentoris.

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