Gracias al día de fiesta insular que nos regala nuestro calendario religioso pude darme un salto a la Universidad de La Laguna con el propósito de asistir a la conferencia que impartió Jacobo Muñoz, catedrático de Filosofía de la Complutense de Madrid y uno de los grandes del panorama filosófico español. Para un profesor de secundaria asistir a estos eventos es como llevar el coche a las revisiones periódicas del taller. Siempre hay que cambiar el aceite y hacer algún que otro ajuste. Tomé algunas notas que espero que sirvan al lector para hacerse una pequeña idea de la conferencia, impartida en el marco del V Congreso Internacional de la Sociedad Académica de Filosofía, con el título “Filosofía y Resistencia en la era de la globalización” -toda una proclama.
El contexto del que parte Jacobo Muñoz no es nuevo. Desde hace ya algunas décadas viene hablándose en algunos cenáculos filosóficos de la “muerte de la Filosofía”, (aunque puestos a finiquitar no se ha salvado nada) de una época postfilosófica donde el pensamiento ha quedado reducido a una crítica de la Cultura y a una forma más de Literatura. Esta es la postura de lo que se dio en llamar la Postmodernidad. En el ambiente flotan, cual sparring, las tesis de Rorty y Vattimo pero también de quienes postulan el puro y duro positivismo.
Muñoz parte de una pregunta clave: ¿qué supone pensar para sobrevivir en un mundo globalizado y 'astillado'? Curiosamente, con este último término coincidiría con el análisis postmoderno. Lo que cambia es el valor que se le atribuye desde distintas perspectivas. Para un filósofo postmoderno la actual fragmentación del mundo sería la expresión de la secularización definitiva de la Filosofía y de cualquier relato con pretensiones descriptivas y normativas de carácter unitario. Para un filósofo neoilustrado, adscrito a la Teoría Crítica, como Muñoz es el símbolo de la catástrofe. El 'astillamiento' es la ruptura del mundo. Por tanto, el conferenciante reivindica la lucidez y un pensamiento fuerte como única posibilidad de enfrentarse al presente, imperativo, además, de cualquier discurso filosófico. Esta idea de la lucidez es evidentemente una metáfora ilustrada y supone la recuperación de un punto de vista comprensivo y normativo fuerte. Jacobo Muñoz aborda un catálogo de problemas que son los que nos han llevado a este astillamiento terminal: la fragmentación (tal vez irreversible) del saber, el expansionismo constitutivo del capitalismo (que avanza destruyéndolo todo de crisis en crisis) o, lo que viene a ser lo mismo, la globalización del capital, una creciente y paralela infantilización de la sociedad, un proceso de mercantilización de la vida, etc. La Filosofía no puede renunciar a servir de instrumento para clarificar las ideas de los hombres y a seguir proponiendo un discurso emancipatorio (que necesita ser redefinido) con el fin de construir una sociedad solidaria (lo único que nos salvaría de la catástrofe puesto que de seguir así nuestro horizonte no sería otro que el del suicidio de la especie). Muñoz, lógicamente, hace mucho hincapié también (como buen ilustrado) en el papel fundamental de la educación.
Respecto a sus propuestas Jacobo Muñoz reivindica una nueva Ilustración (entendida como la generalización de una cultura de la deliberación sin situaciones ideales -superando el prurito de Habermas y Rawls), una democratización de todos los ámbitos de la vida, la sustitución de las élites por mayorías ilustradas, el cultivo de un pensamiento fuerte y lúcido, la defensa del republicanismo, la consideración de un sujeto individual y colectivo crítico y reflexivo como condición necesaria para una idea de la dignidad humana universal. En este programa la Filosofía debe instituirse como una forma de resistencia en tanto que única opción de salvar la posibilidad del pensamiento. Pensar es acercarse a lo posible frente a lo existente, encontrar alguna vía de salida en este “magma mercantil de aparente diferencialismo y cambio”. Y en eso estamos.
El contexto del que parte Jacobo Muñoz no es nuevo. Desde hace ya algunas décadas viene hablándose en algunos cenáculos filosóficos de la “muerte de la Filosofía”, (aunque puestos a finiquitar no se ha salvado nada) de una época postfilosófica donde el pensamiento ha quedado reducido a una crítica de la Cultura y a una forma más de Literatura. Esta es la postura de lo que se dio en llamar la Postmodernidad. En el ambiente flotan, cual sparring, las tesis de Rorty y Vattimo pero también de quienes postulan el puro y duro positivismo.
Muñoz parte de una pregunta clave: ¿qué supone pensar para sobrevivir en un mundo globalizado y 'astillado'? Curiosamente, con este último término coincidiría con el análisis postmoderno. Lo que cambia es el valor que se le atribuye desde distintas perspectivas. Para un filósofo postmoderno la actual fragmentación del mundo sería la expresión de la secularización definitiva de la Filosofía y de cualquier relato con pretensiones descriptivas y normativas de carácter unitario. Para un filósofo neoilustrado, adscrito a la Teoría Crítica, como Muñoz es el símbolo de la catástrofe. El 'astillamiento' es la ruptura del mundo. Por tanto, el conferenciante reivindica la lucidez y un pensamiento fuerte como única posibilidad de enfrentarse al presente, imperativo, además, de cualquier discurso filosófico. Esta idea de la lucidez es evidentemente una metáfora ilustrada y supone la recuperación de un punto de vista comprensivo y normativo fuerte. Jacobo Muñoz aborda un catálogo de problemas que son los que nos han llevado a este astillamiento terminal: la fragmentación (tal vez irreversible) del saber, el expansionismo constitutivo del capitalismo (que avanza destruyéndolo todo de crisis en crisis) o, lo que viene a ser lo mismo, la globalización del capital, una creciente y paralela infantilización de la sociedad, un proceso de mercantilización de la vida, etc. La Filosofía no puede renunciar a servir de instrumento para clarificar las ideas de los hombres y a seguir proponiendo un discurso emancipatorio (que necesita ser redefinido) con el fin de construir una sociedad solidaria (lo único que nos salvaría de la catástrofe puesto que de seguir así nuestro horizonte no sería otro que el del suicidio de la especie). Muñoz, lógicamente, hace mucho hincapié también (como buen ilustrado) en el papel fundamental de la educación.
Respecto a sus propuestas Jacobo Muñoz reivindica una nueva Ilustración (entendida como la generalización de una cultura de la deliberación sin situaciones ideales -superando el prurito de Habermas y Rawls), una democratización de todos los ámbitos de la vida, la sustitución de las élites por mayorías ilustradas, el cultivo de un pensamiento fuerte y lúcido, la defensa del republicanismo, la consideración de un sujeto individual y colectivo crítico y reflexivo como condición necesaria para una idea de la dignidad humana universal. En este programa la Filosofía debe instituirse como una forma de resistencia en tanto que única opción de salvar la posibilidad del pensamiento. Pensar es acercarse a lo posible frente a lo existente, encontrar alguna vía de salida en este “magma mercantil de aparente diferencialismo y cambio”. Y en eso estamos.
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