domingo, 13 de febrero de 2011

El Aula (4) ¿Profesorado alienado?

Después de asistir a una interesantísima mesa redonda sobre el estado de la educación canaria, promovida por Alternativa Sí Se Puede, en la que participaron auténticos “primeros espadas” de la docencia, me viene obsesivamente a la cabeza una pregunta: ¿somos el profesorado una clase alienada? ¿es posible que vivamos al margen de lo que está pasando? Para intentar aclararnos es interesante acudir -solo un momento- a la teoría clásica de la alienación.
Para Marx, (curiosamente, con la que está cayendo, resulta inevitable acudir a él aunque a más de uno le parezca démodé) la alienación es un proceso de alejamiento traumático de la propia naturaleza humana, motivada en este caso por condicionantes de tipo económico. Acordémonos de Charlot en “Tiempos Modernos” convertido en un engranaje más de la cinta transportadora y engullido finalmente por la máquina tragaldaba. Esta alienación se da a varios niveles: 1) respecto al producto del trabajo, 2) respecto a la propia actividad, 3) respecto al lugar de trabajo y 4) en relación al resto de los trabajadores. ¿Cómo aplicar esta teorización, pensada inicialmente en el contexto de las condiciones de trabajo en los albores de la Revolución Industrial, a la función docente de nuestros días? Intentémoslo, a ver qué resulta.
1) Si el producto de nuestro trabajo es la educación del alumnado podemos comprobar cómo éste, en realidad, nos es cada vez más ajeno. Nos hemos convertido en meros servidores de programaciones, objetivos curriculares, pruebas evaluativas y demás instrumental burocrático en el que no hemos participado y con respecto al cual no pintamos nada. El objetivo último ya no es la educación de los muchachos sino su guarda y custodia y la satisfacción de la clientela (transformada en votante / consumidor).
2) Como todo trabajador vendemos a quien nos paga nuestro tiempo de trabajo y nuestra capacidad. A cambio lo único que se nos pide es que cumplamos con las horas de trabajo estipuladas bajo cualquier condición -incluso si se muere el compañero en el aula de al lado, que, total, no es para tanto. Constatando esta relación meramente mercantil nadie está dispuesto a “dar un minuto más de tiempo” del estrictamente necesario.
3) El lugar de trabajo, el centro educativo, resulta un territorio hostil y extraño. Nada de un mínimo sentimiento de pertenencia. Son los espacios que la parte contratante ha puesto a nuestra disposición para cumplir con el horario profesional. Y punto. Es difícil por tanto establecer una relación de cuidado, complicidad y cooperación con el entorno en el que se encuentra la escuela. Lo que ocurra en él no es cosa nuestra.
4) Todo está diseñado para que el profesorado no pueda hablar de educación ni se relacione de manera cooperativa entre sí. No hay -ni interesa- una coordinación efectiva ni respecto a las áreas de conocimiento, ni en los claustros, ni en los equipos educativos, etc. Hablar de educación no es comentar la anécdotas del día ni “solucióneme usted lo mío”. Es hablar de los medios y de los fines. La creciente jerarquización en la organización de los centros, con la función directiva pensada como la de un capataz al frente de una cuadrilla, va en esa dirección. Obedecer a pies juntillas es más cómodo que pensar por uno mismo o que sentirse co-responsable de un proyecto colectivo.
Todo esto da lugar a un cierto proceso de “zombificación”. Y así nos quieren. Es imposible entender la escuela como una “comunidad de vida” de esta forma, lo cual es contradictorio con los nobles propósitos que suelen inspirar cualquier ley educativa. La educación, al menos en su dimensión pública, importa cada vez menos. El profesorado se siente ajeno a su propia profesión, a la que percibe como una especie de condena a trabajos forzados. De esta manera se consigue uno de los objetivos principales del entramado: mantener al personal al margen de este proceso de desmantelamiento del sistema educativo público.
¿Somos entonces un colectivo alienado o no?

7 comentarios:

  1. Esta mañana tuve una conversación con una antigua compañera de mi colegio y más o menos le estuve comentando justo esto, aunque, como siempre, tú lo dices mejor, jajaja
    Salgo siempre frustrada de las reuniones porque parece que solo yo (a lo mejor, unas cuantas más pero les cuesta comunicarlo) pienso que hay que hacer las cosas de otra forma.
    Y me preocupa terminar de la misma manera, porque al final la alienación te absorbe y no te deja respirar.
    Por ahora (y espero que hasta mi lejaaaana jubilación) sigo luchando...

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  2. Al final, querida Carmen, lo mínimo imprescindible para no terminar completamente alienado es que nos "duela" la educación. Y yo sé que a tí te duele mucho.

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  3. Al profeor o profesora que es verdaderamente profesional no lo alinea "ni Dios"! Otra cosa es que se haga pancartero o tirapiedras, o, si me apuran, sindicalista .... Los hay también que parece que se van arastrando de aula en aula y que esperan al timbre para vivir y coger aire. Yo conozco no pocos pancarteros que como profesores dan auténtica pena. Pero como animadores de revueltas (da igual la causa)son unos crak. ¿A qué tipo de profesores te refieres?

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  4. Estoy totalmente de acuerdo con tu artículo y los comentarios añadidos.
    Nuestro trabajo docente se ha convertido en burocrático, impuesto por la Administración.
    No hay motivación en el profesorado, por eso se cumple con el horario estipulado y ni un minuto más.
    Pero como profesionales docentes debemos reunirnos, manifestarnos y reflexionar sobre el estado de la educación en Canarias.

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  5. siento decir....ke sí....la gran mayoría,stá alineada.....una pena

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  6. Estoy de acuerdo, José Antonio, que al profesorado es más fácil alinearlo que alienarlo, aunque, ahora que lo pienso, creo que estamos igual de alineados que alienados.

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  7. No alienados. Zombificadores o alienadores. Sólo advertir que existen formas de alienación por las creemos ver en un discurso particular una verdad inalienable.

    Un alienado por el sistema educativo.

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