Cada vez estoy más convencido de que hay que tomarse el budismo muy en serio. Reconozco que siempre he tenido problemas para asimilar determinados conceptos y terminología orientales. Quizás, mi modesta formación en Filosofía Occidental constituya una barrera o puede que esté demasiado lleno de prejuicios, no lo sé. Pero lo cierto es que en estos días ha venido a sumarse dos circunstancias que me han hecho reflexionar seriamente sobre este tema. El primero es la lectura del libro de Matthieu Ricard “En defensa de la Felicidad” (Urano 2005) y el segundo el visionado, casualmente, del capítulo nº 60 de Redes para la Ciencia, el fabuloso programa dirigido por Eduard Punset, “La ciencia de la compasión”, en el que interviene el citado Ricard. Este hombre es un personaje ciertamente interesante. Es un biólogo celular de prestigio y al mismo tiempo un consumado budista que reside desde hace más de treinta años en un monasterio en el Himalaya. Uno de estos individuos a caballo entre culturas que resultan por ello especialmente enriquecedores. Ricard saltó a la fama hace unos meses al ser proclamado “el hombre más feliz de la tierra”. Este pomposo y hasta ridículo título se lo otorgaron unos investigadores que lo sometieron a una serie de pruebas neuronales que tenían como fin evaluar los beneficios de la meditación en la actividad mental. Por lo visto Ricard es el campeón de la ataraxia. Qué envidia.
Al igual que el viejo Aristóteles, Ricard sitúa la Felicidad en el centro de la vida humana. Es un fin en sí mismo. Y como los grandes maestros no convierte el asunto en un estúpido recetario (“haga esto o lo otro”), al estilo de los panfletos de autoayuda. Lo más próximo a una definición nos la encontramos en la página 19. “Entenderé aquí por Felicidad un estado adquirido de plenitud subyacente en cada instante de la existencia y que perdura a lo largo de las vicisitudes que la jalonan”. La Felicidad es una forma de ser y de existir. Por supuesto es un proceso al que se llega después de un largo trayecto de control emocional, de contemplación, de acercamiento al otro (de ahí el término “compasión” al que está dedicado el programa -que chirría desde una perspectiva nietzscheana, hay que admitirlo). Ricard defiende que la puerta a la Felicidad está en el altruismo, en la búsqueda de una 'bondad esencial' (“no se puede ser realmente feliz desentendiéndose de la felicidad de los demás”) lo cual da lugar a un interesantísimo debate ético.
Estos postulados, aunque no demasiado originales, se me antojan 'revolucionarios' en los tiempos que corren. Frente al egoísmo ultraliberal, el “sálvese quien pueda”, el consumismo compulsivo y un largo etcétera de postulados alienantes esta Filosofía suena liberadora. Vivimos una pseudoexistencia que nos hace, en el fondo, tremendamente infelices, que nos instala de manera crónica en el estadio del sufrimiento. El camino que propone Ricard no es otro que el de la alegría, “la lucidez, la bondad, el debilitamiento gradual de las emociones negativas y el cese de los caprichos del ego”. Como mínimo es para pararse y pensar ¿no creen?
Al igual que el viejo Aristóteles, Ricard sitúa la Felicidad en el centro de la vida humana. Es un fin en sí mismo. Y como los grandes maestros no convierte el asunto en un estúpido recetario (“haga esto o lo otro”), al estilo de los panfletos de autoayuda. Lo más próximo a una definición nos la encontramos en la página 19. “Entenderé aquí por Felicidad un estado adquirido de plenitud subyacente en cada instante de la existencia y que perdura a lo largo de las vicisitudes que la jalonan”. La Felicidad es una forma de ser y de existir. Por supuesto es un proceso al que se llega después de un largo trayecto de control emocional, de contemplación, de acercamiento al otro (de ahí el término “compasión” al que está dedicado el programa -que chirría desde una perspectiva nietzscheana, hay que admitirlo). Ricard defiende que la puerta a la Felicidad está en el altruismo, en la búsqueda de una 'bondad esencial' (“no se puede ser realmente feliz desentendiéndose de la felicidad de los demás”) lo cual da lugar a un interesantísimo debate ético.
Estos postulados, aunque no demasiado originales, se me antojan 'revolucionarios' en los tiempos que corren. Frente al egoísmo ultraliberal, el “sálvese quien pueda”, el consumismo compulsivo y un largo etcétera de postulados alienantes esta Filosofía suena liberadora. Vivimos una pseudoexistencia que nos hace, en el fondo, tremendamente infelices, que nos instala de manera crónica en el estadio del sufrimiento. El camino que propone Ricard no es otro que el de la alegría, “la lucidez, la bondad, el debilitamiento gradual de las emociones negativas y el cese de los caprichos del ego”. Como mínimo es para pararse y pensar ¿no creen?
PD: si quieren echarle un vistazo (muy recomendable) al programa de Redes:
http://www.redesparalaciencia.com/programa-redes
Ayer no conseguí que se publicara el comentario, en el decía que sigo a Punset desde hace más de quince años, creo.
ResponderEliminarDe elegir una religión estaría el budismo, porque es la menos "religiosa" y la más sensata e inteligente. Un fuerte abrazo.
El caso es que al budimos algunos prefieren entenderla como una filosofía y otros como una 'religión sin dios'. De cualquier manera creo que tiene mucho que enseñarnos. Un abrazo.
ResponderEliminarThis is fantastic!
ResponderEliminar