Terminé el 2010 hablando de libros en “La inocencia del devenir” y qué mejor manera de empezar el 2011 que volviendo a reincidir en el delito. Acabo de terminar la lectura de “El sueño del celta” (Alfaguara 2010), la última obra del 'nobelizado' Mario Vargas Llosa. Está de moda sumarse al coro de halagos al escritor peruano. Pero, ¿qué quieren que les diga? Estamos ante un libro y ante un autor de calidad extra-superior. Con “El sueño del Celta” Vargas Llosa añade otro título de referencia a su ya dilatada trayectoria. De todos modos, tengo que hacer un pequeño preámbulo con este autor. Después de haber leído, hace ya bastante tiempo, “Los jefes”, “Los cachorros” y “La ciudad y los perros” también fui de los que en su día vivió como una cosa escandalosa el paulatino giro de Vargas Llosa desde posiciones progresistas a liberales y, finalmente, su campaña electoral por la presidencia del Perú, en 1990 (que perdería a manos de Fujimori). Esto hizo que decaiera mi interés por su producción literaria. Afortunadamente, el tiempo me ha hecho menos sectario. Aunque todavía soy un tipo de principios [aún no he llegado al nivel de Groucho Marx- quien decía aquello de “si no le gustan mis principios, tengo otros” -pero todo se andará] soy capaz de reconocer que se puede ser un tipo liberal y un pedazo de escritor al mismo tiempo. Terminé de entender esto cuando leí “La fiesta del Chivo”. Este libro supuso una nueva revelación, un reencuentro afortunado con este escritor. Vargas Llosa tiene una especial facilidad para retratar a personajes inmensos y una acusada sensibilidad contra los totalitarismo (cualidad, esta última, con la que simpatizo especialmente). ¿Se imaginan que el criterio de calidad o de excelencia literaria fuera la comunión con los propios principios ideológicos?
“El sueño del celta” cuenta la historia real de un personaje excepcional, Rogert Casement. Este fue un diplomático británico, aunque irlandés de nacimiento, que, a principios del siglo XX, viajó en misión diplomática al Congo Belga y entró en contacto con los horrores de la colonización. Es sabido que la experiencia colonial de Bélgica fue especialmente sanguinaria y aniquiladora. El informe que Casement presentó en Londres además de crear un enorme revuelo diplomático le convirtió en un temprano campeón de los derechos humanos. Esa misma actitud la mantuvo en su segunda misión diplomática en el Amazonas peruano. El caso es que, paralelamente, Casement experimentó una progresiva toma de conciencia del carácter igualmente injusto del Imperio Británico y se acercó al nacionalismo irlandés. Sus actividades en este terreno en el momento en que estalla la I Guerra Mundial le llevaron a ser acusado de alta traición y finalmente condenado. La publicación en aquel tiempo de sus diarios, donde se manifestaba en toda su intensidad el hombre de carne y hueso que las protagonizaba, ajeno a la moral victoriana de la época, contribuyó a su condena pública.
La novela se mueve en dos planos. Uno, en el que desarrolla todas estas peripecias y otro en el que Casement se encuentra, al final de sus días, en la prisión donde aguarda, en vano, la llegada de un indulto. En el relato de la angustiosa espera en aquella especie de “corredor de la muerte” Vargas Llosa alcanza una intensidad emocional desbordante. Roger Casement es un personaje de una enorme envergadura, un personaje trágico, lleno de de luces y de sombras. Indudablemente nuestro reciente premio nobel se inspira en la novela de Joseph Conrad, “En el corazón de las tinieblas”, coetáneo de Casaement y que, paradójicamente, no movió un dedo al final por promover su indulto.
Lamento ahora ese lapsus de diez años en los que los prejuicios me impidieron seguir ahondando en la obra de Vargas Llosa. Me he propuesto recuperar el tiempo perdido.
“El sueño del celta” cuenta la historia real de un personaje excepcional, Rogert Casement. Este fue un diplomático británico, aunque irlandés de nacimiento, que, a principios del siglo XX, viajó en misión diplomática al Congo Belga y entró en contacto con los horrores de la colonización. Es sabido que la experiencia colonial de Bélgica fue especialmente sanguinaria y aniquiladora. El informe que Casement presentó en Londres además de crear un enorme revuelo diplomático le convirtió en un temprano campeón de los derechos humanos. Esa misma actitud la mantuvo en su segunda misión diplomática en el Amazonas peruano. El caso es que, paralelamente, Casement experimentó una progresiva toma de conciencia del carácter igualmente injusto del Imperio Británico y se acercó al nacionalismo irlandés. Sus actividades en este terreno en el momento en que estalla la I Guerra Mundial le llevaron a ser acusado de alta traición y finalmente condenado. La publicación en aquel tiempo de sus diarios, donde se manifestaba en toda su intensidad el hombre de carne y hueso que las protagonizaba, ajeno a la moral victoriana de la época, contribuyó a su condena pública.
La novela se mueve en dos planos. Uno, en el que desarrolla todas estas peripecias y otro en el que Casement se encuentra, al final de sus días, en la prisión donde aguarda, en vano, la llegada de un indulto. En el relato de la angustiosa espera en aquella especie de “corredor de la muerte” Vargas Llosa alcanza una intensidad emocional desbordante. Roger Casement es un personaje de una enorme envergadura, un personaje trágico, lleno de de luces y de sombras. Indudablemente nuestro reciente premio nobel se inspira en la novela de Joseph Conrad, “En el corazón de las tinieblas”, coetáneo de Casaement y que, paradójicamente, no movió un dedo al final por promover su indulto.
Lamento ahora ese lapsus de diez años en los que los prejuicios me impidieron seguir ahondando en la obra de Vargas Llosa. Me he propuesto recuperar el tiempo perdido.
Da gusto leer entradas tan ilustrativas. Gracias. Un fuerte abrazo.
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