Concluía el post anterior aludiendo al aula como un hábitat emocional donde es difícil mantener el equilibrio. Pues bien, poco después de concluir su redacción me enteré de un hecho lamentable, por decirlo suavemente, que acababa de ocurrir en nuestra maltrecha y sufrida escuela canaria. Un hecho que me hace replantear de qué educación emocional estamos hablando en esta escuela nuestra. En un instituto de Gran Canaria un profesor cayó fulminado por un infarto en la puerta del aula donde iba a impartir clase. Puede imaginarse la conmoción que un hecho de esta naturaleza causa en la comunidad escolar. Durante el tiempo que el cuerpo del docente permaneció en el suelo del pasillo y mientras los compañeros y posteriormente los servicios sanitarios trataban de reanimarlo el director ordenó que el alumnado esperara en los patios. Una vez que el cuerpo fue retirado el equipo directivo y el claustro acordaron solicitar la suspensión de las clases al día siguiente. Ante la sorpresa general la Dirección Territorial denegó el permiso y obligó al centro a continuar con las clases. ¿Como si nada hubiera pasado? La indignación del claustro de profesores fue instantánea. La comunidad educativa no pudo estar en el funeral del profesor en aras de la “normalidad docente”, suponemos. Osea que la normalidad se impone por decreto. El profesor que estuvo intentando reanimar a su compañero tiene, horas después, que impartir su materia a un alumnado que termina asimilando que la muerte del docente que le daba clases el día anterior no tiene mayor importancia. Supongo que la Consejería entenderá que eso es “ser un profesional”. Desde luego que no lo entiende para otras cosas.
Surgen muchas preguntas de un acontecimiento como este. La primera de todas suena a perogrullada: ¿qué ocurre en un aula? O dicho de otra manera ¿qué piensa nuestra inefable Consejería que ocurre en un aula? ¿qué es un docente? ¿qué valor tiene para el proceso educativo la relación que se establece entre un profesor y su alumnado en un aula?... En fin, preguntas retóricas todas ellas.
Lo primero que podemos pensar es sobre la peligrosa deriva de deshumanización a la que estas decisiones nos conducen. Más importante que el cuánto es el cómo. Que un centro docente, una comunidad escolar, acuda como tal al funeral de un profesor fallecido, literalmente, al pie del aula es un gesto de un enorme valor educativo. Es la mejor forma, por otra parte, de encarar un hecho tan traumático. No es la primera vez que esto pasa en un centro, por supuesto, y hasta ahora la buena educación y el sentido común ha sido el criterio dominante. La medida impuesta por la Consejería, este alarmante “cambio de estilo”, degrada, una vez más, la consideración docente, nos acerca a un modelo de la educación fordista, desprestigia al profesor, lo asimila a una pieza de recambio sin valor añadido. Nunca como hasta ahora ha existido un abismo tan grande entre administración educativa y administrados. Esto no hay cuerpo que lo aguante.
Surgen muchas preguntas de un acontecimiento como este. La primera de todas suena a perogrullada: ¿qué ocurre en un aula? O dicho de otra manera ¿qué piensa nuestra inefable Consejería que ocurre en un aula? ¿qué es un docente? ¿qué valor tiene para el proceso educativo la relación que se establece entre un profesor y su alumnado en un aula?... En fin, preguntas retóricas todas ellas.
Lo primero que podemos pensar es sobre la peligrosa deriva de deshumanización a la que estas decisiones nos conducen. Más importante que el cuánto es el cómo. Que un centro docente, una comunidad escolar, acuda como tal al funeral de un profesor fallecido, literalmente, al pie del aula es un gesto de un enorme valor educativo. Es la mejor forma, por otra parte, de encarar un hecho tan traumático. No es la primera vez que esto pasa en un centro, por supuesto, y hasta ahora la buena educación y el sentido común ha sido el criterio dominante. La medida impuesta por la Consejería, este alarmante “cambio de estilo”, degrada, una vez más, la consideración docente, nos acerca a un modelo de la educación fordista, desprestigia al profesor, lo asimila a una pieza de recambio sin valor añadido. Nunca como hasta ahora ha existido un abismo tan grande entre administración educativa y administrados. Esto no hay cuerpo que lo aguante.
Alucinada he quedado al leer tu entrada. Si es que nos ponen en nuestro sitio estos políticos. Para ellos no somos nadie, solo votos y dinero. Es terrible lo que acabo de leer y el ejemplo tan triste que se da a los menores. Un fuerte abrazo y paciencia.
ResponderEliminarHola Damián:
ResponderEliminarhe descubierto tu blog y es un placer leerte y, también, disentir contigo (pero poco). Sí estoy muy de acuerdo en la falta de sensibilidad de la Consejería al no permitir suspender las clases por LAS CIRCUNSTANCIAS en que ha ocurrido el fallecimiento de nuestro compañero y no por el fallecimiento en sí (que es igualmente doloroso).
Los padres de alumnos, los propios alumnos, los miembros del PAS, son también comunidad educativa y pocas veces (si alguna) se ha propuesto cerrar el centro como señal de luto por su deceso.
Vamos, digo yo...
Un saludo. Ale
Hola, Ale. Gracias por leer este blog y te puedo asegurar que me interesan más las disenciones que las coincidencias. Tienes razón. Tanto el personal laboral como los padres y madres son comunidad escolar y merecen el mismo tratamiento, faltaría más -perdón, en todo caso, por la omisión. Esto nos pasa porque los docentes somo una clase más que apaleada. Saludos.
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