La Teoría de las inteligencias múltiples es un planteamiento ampliamente aceptado en la comunidad científica. Puede, con todo, que haya una cierta discrepancia a la hora de identificar las distintas variantes de la inteligencia. El psicólogo norteamericano Howard Gardner propuso en 1983 un catálogo que incluía la inteligencia lógico-matemática, emocional, lingüística, musical, espacial, corporal-cinestésica, intrapersonal e interpersonal. Todas se dan en algún o ningún grado en el individuo pero lo que está claro es que la cosa tiene su complejidad. Sin embargo, tengo la impresión de que en el ámbito docente seguimos considerando la inteligencia lógico-matemática como el referente fundamental a la hora de medir las capacidades (o competencias, como se quiera) del alumnado y que el resto son, en todo caso, destrezas subordinadas.
Muchas experiencias docentes en los últimos años, sobre todo aquellas que se insertan en una perspectiva innovadora, están prestando atención al cuidado y potenciación de las distintas formas de la inteligencia. En el mundo en el que nos encontramos, además, se está revelando como esencial el cultivo de la inteligencia emocional. Nuestra sociedad es completamente insana desde esta perspectiva. Vivimos en una montaña rusa que amenaza con lanzarnos despedidos en cualquier momento. Soy de los que cree que gran parte de los problemas que nos encontramos en el aula tiene que ver con déficit importantes de inteligencia emocional. El alumnado (y también el profesorado) tiene serios problemas de autocontrol, perseverancia, automotivación... cosas que se traducen en bajos niveles de concentración y autoestima y, en definitiva, en un funcionamiento defectuoso del aula y del proceso educativo. ¿Cómo se soluciona esto? Seguramente con un completo cambio de perspectiva. No soy yo quien tiene la receta mágica, por supuesto. Bastaría con echarle un vistazo a las publicaciones de Linda Lantieri, experta en aprendizaje social y emocional, o a la amplia bibliografía que se está publicando en este campo. Es bien conocida la ofensiva que Eduardo Punset está llevando a cabo en sus programas y publicaciones apostando por un nuevo enfoque educativo. Lo que está claro es que en lo tiempos que corren los problemas del aula no se solucionan con uno (o infinitos) gritos ni con un ordeno y mando cual coronel de la Guardia Civil. Propiciar un clima de terror no es sino pretender esconder los problemas debajo de la alfombra, lo cual no significa, por supuesto, que prescindamos de la noción de autoridad docente, que sigue siendo importante pero, nos guste o no, está en pleno proceso de redefinición. Resulta muy interesante para ello echarle un vistazo a una de las publicaciones de José Antonio Marina, filósofo de cabecera, al respecto: “La recuperación de la autoridad” (Versátil 2009).
Tengo en la retina, además, algunas de las fascinantes experiencias que José María Toro, maestro de maestros, ha llevado en el aula introduciendo técnicas de meditación o prestando atención a los múltiples aspectos que influyen en ella (gestuales, corporales, emocionales) y en las ideas preconcebidas con las que afrontamos la enseñanza. En todo caso, habría que empezar por reconocer que el aula (y el centro) es un hábitat emocional, una especie de ecosistema, en el que hay que establecer una serie de equilibrios en medio de una permanente cuerda floja.
Muchas experiencias docentes en los últimos años, sobre todo aquellas que se insertan en una perspectiva innovadora, están prestando atención al cuidado y potenciación de las distintas formas de la inteligencia. En el mundo en el que nos encontramos, además, se está revelando como esencial el cultivo de la inteligencia emocional. Nuestra sociedad es completamente insana desde esta perspectiva. Vivimos en una montaña rusa que amenaza con lanzarnos despedidos en cualquier momento. Soy de los que cree que gran parte de los problemas que nos encontramos en el aula tiene que ver con déficit importantes de inteligencia emocional. El alumnado (y también el profesorado) tiene serios problemas de autocontrol, perseverancia, automotivación... cosas que se traducen en bajos niveles de concentración y autoestima y, en definitiva, en un funcionamiento defectuoso del aula y del proceso educativo. ¿Cómo se soluciona esto? Seguramente con un completo cambio de perspectiva. No soy yo quien tiene la receta mágica, por supuesto. Bastaría con echarle un vistazo a las publicaciones de Linda Lantieri, experta en aprendizaje social y emocional, o a la amplia bibliografía que se está publicando en este campo. Es bien conocida la ofensiva que Eduardo Punset está llevando a cabo en sus programas y publicaciones apostando por un nuevo enfoque educativo. Lo que está claro es que en lo tiempos que corren los problemas del aula no se solucionan con uno (o infinitos) gritos ni con un ordeno y mando cual coronel de la Guardia Civil. Propiciar un clima de terror no es sino pretender esconder los problemas debajo de la alfombra, lo cual no significa, por supuesto, que prescindamos de la noción de autoridad docente, que sigue siendo importante pero, nos guste o no, está en pleno proceso de redefinición. Resulta muy interesante para ello echarle un vistazo a una de las publicaciones de José Antonio Marina, filósofo de cabecera, al respecto: “La recuperación de la autoridad” (Versátil 2009).
Tengo en la retina, además, algunas de las fascinantes experiencias que José María Toro, maestro de maestros, ha llevado en el aula introduciendo técnicas de meditación o prestando atención a los múltiples aspectos que influyen en ella (gestuales, corporales, emocionales) y en las ideas preconcebidas con las que afrontamos la enseñanza. En todo caso, habría que empezar por reconocer que el aula (y el centro) es un hábitat emocional, una especie de ecosistema, en el que hay que establecer una serie de equilibrios en medio de una permanente cuerda floja.
Me ha encantado, estoy en total acuerdo.
ResponderEliminarYo tengo un libro "Educar con inteligencia emocional" -Maurice J. Elias, Steven E. Tobias y Brian S. Friedlander- que puede ayudarnos.
No podría estar más de acuerdo. Creo que siempre he aplicado la inteligencia emocional en la enseñanza, aunque con el tiempo el sistema, unido a suerte en otros negocios, me desmotivó a seguir en la enseñanza. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarHola Damian. Llego aquí a través de una compañera del instituto que me dejó este enlace.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con tu planteamiento. La educación emocional es la asignatura pendiente no solo del sistema educativo sino de la sociedad. Me alegra ver que cada día somos más los que tomamos conciencia sobre ello.
Saludos.
Me encantaría creer que de verdad cada vez más somos los que tomamos conciencia de ello. A veces tengo la sensación contraria, pero en fin... Gracias a todos/as por sus comentarios.
ResponderEliminarMuy de acuerdo, Damián, aunque me gustaría comentar que no sólo debemos educar, sino muchas veces, y aquí me incluyo la primera, debemos aprender "los educandos"desde la inteligencia emocional.Bueno, no me hagas mucho caso, compañero!! Que tengas una buena tarde! Un beso.
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