viernes, 27 de mayo de 2011

El Catalejo (17) La democracia y el camión de la basura

El desalojo de la Plaza de Cataluña, tal y como se ha planteado, constituye una de las metáforas más vergonzosas que nos han soltado últimamente. Se desaloja a los integrantes de los movimientos agrupados en torno a Democracia Real Ya pretextando una operación de limpieza y salubridad. Es decir, se trata de equiparar en el inconsciente del ciudadano medio, del consumidor habitual, del votante potencial, la noción de acampado / reivindicativo con algo sucio e infeccioso. Así que, de alguna manera, ponerse a pedir más democracia y otras cosas subversivas es una forma de oler mal y terminar rodeado de basura. Nada que ver con el aseado y aséptico ciudadano que no se mete en nada, vota cada cuatro años a los partidos / empresa de rigor y desata sus pasiones solo cuando gana el equipo de fútbol de sus amores. Una persona de bien, que envía a sus hijos a un colegio concertado, paga su adosado religiosamente y da lustre a su todoterreno para ir a pasear los domingos al centro comercial no acampa en una plaza pública para pedir cosas raras e incomprensibles, más propias de peludos e individuos de mal vivir. Así que es normal que detrás de la policía y sus porras de juguete aparezcan los camiones de la basura. Lógico ¿no? Además, después del tsunami azul electoral está claro de quién es la calle. Si a Fraga le quedara un hilito de voz ininteligible volvería a gritar más alborozado que nunca “¡la calle es mía!”.
Decía Weber que el Estado es una forma de monopolizar y legitimar dentro de un territorio la violencia física a través de los instrumentos coercitivos adecuados. Esto, que podría interpretarse como una conquista civilizatoria, frente a un Estado de Naturaleza o una anarquía en plan vendetta, cobra una dimensión un tanto siniestra cuando vemos una y otra vez las imágenes de la intervención policial en Cataluña. Al final, la política de la porra, por mucho que sea ordenada por alguien investido de la legitimidad que proporcionan las urnas, se convierte en un (vamos a ser comedidos) despropósito lamentable. En un acto que, en realidad, pone de manifiesto que el decálogo de reivindicaciones de los manifestantes del 15 de mayo es más urgente que nunca. Al político encorbatado de turno habrá que recordarle que la democracia real surge también del ágora que en nuestros días se da cita en las plazas de muchas ciudades. Y que ésta no es menos legítima que la electocracia a la que quieren reducirla.

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