jueves, 12 de mayo de 2011

El Impertinente (5) ¿Jóvenes sin futuro?

Quizás no haya una palabra más ampliamente utilizada y más carente al mismo tiempo de un significado concreto que la de “juventud”. ¿Qué es ser joven? ¿una cuestión de edad o de un estado mental? ¿de qué jóvenes hablamos? ¿puede una sola palabra englobar a semejante diversidad? ¿hay una sobrevaloración de lo joven? En cualquier caso, han abundado las etiquetas a cual más desafortunada. En los últimos tiempos pasamos de aquel “Jóvenes aunque sobradamente preparados” (JASP) a “Jóvenes sin futuro”. O, mejor dicho, los primeros se convirtieron en los segundos. Hay que admitir que no se han ahorrado fórmulas para calificar a las distintas generaciones de jóvenes, todas ellas exageraciones no exentas de grandes dosis de injusticia, como la de “Generación ni” (por lo de “ni estudia, ni trabaja”). El caso es que, por el contrario, se les insistió a los jóvenes que con esfuerzo y tesón podrían conseguir cualquier cosa (sobre todo un hueco en esta sociedad) y no ha sido así. Para que el sistema educativo pudiera funcionar se hizo hincapié en la aplicación y el estudio como fórmulas para el éxito. Sin embargo, todos aquellos que siguieron estas instrucciones pueden hoy sentirse engañados (y lo cierto es que quienes no las siguieron también). “Con una titulación adecuada se te abrirán todas las puertas” -se les dijo. Alguien les ha estafado. Con esta monumental tomadura de pelo que es la crisis económica se ha dejado en la cuneta a toda una generación a la que se le ha privado de un futuro (o al menos del futuro al que la mayoría aspiraba). Eso de ser la llamada “generación perdida”, siguiendo con la retahíla de epítetos, es una verdadera tragedia no exenta, en esta ocasión, de una cierta verosimilitud. Constituye, además, una pérdida irreparable para el conjunto de la sociedad, que no puede permitirse prescindir de todo este potencial vivificador.
Es esta una juventud que tiene sobrados motivos para indignarse, tal y como señala el nonagenario Stéphane Hassel, para dar un sonoro puñetazo sobre la mesa y reclamar lo que le ha sido arrebatado. Que tal cosa aún no se haya producido es una muestra de cómo en este mundo funcionan los poderosos medios de adormecimiento colectivo. A la espera (¿inútil?) de que todo vuelva a las andadas el personal parece conformarse con este estado de cosas. Sin embargo, todo apunta a que nada no volverá a ser igual. Todo parece indicar que este entramado injusto y excluyente se está asentando a pasos agigantados ante la aparente indiferencia general. En este sentido sí habría que ponerle un “pero” a esta generación de jóvenes, pidiendo escusas por lo que supone emplear de nuevo una generalización apresurada. Siempre fue una cualidad de los jóvenes el inconformismo, el atrevimiento, la insolencia, incluso. Esa, en ocasiones, envidiable combinación de fortaleza física y agilidad mental, de actitud desafiante y espíritu inquieto, suponía un considerable desafío para el orden social dominante, un factor de ruptura y avance en muchas ocasiones. No parece que ahora estemos en eso. De que todo esté tranquilito y que las energías juveniles se encuentren convenientemente domesticadas se ocupa esta sociedad del entretenimiento de masas. Que señores de edad tan avanzada como el citado Hassel o nuestro maravilloso José Luis Sampedro sean quienes llaman a la acción no deja de ser algo sumamente revelador. Pareciera que el análisis crítico y la protesta frente a lo que no funciona fueran cosas de otros tiempos, y no porque actualmente no existan sobrados motivos para ello sino porque no es “divertido” (mi tesis es que, en realidad, no es otro el motivo). Es una más de las consecuencias de la despolitización casi absoluta de la ciudadanía y especialmente de los más jóvenes. Lo político pasa por ser “aburrido” (además de otras muchas más cosas todavía peores). Ese es el mensaje que interesadamente se le ha trasladado a la juventud. “Dejen la política para los mayores y ustedes dedíquense como mucho al fútbol y a las marchas del fin de semana, que para eso son jóvenes”. “No pensar / no actuar”, esa es la consigna. Quienes están detrás de todo esto son los mismos que le han arrebatado al final cualquier posibilidad a esta generación de contar algo en este mundo que no sea el de utilizar el dinero de sus padres (en el mejor de los casos) para consumir desaforadamente. Está en manos de los jóvenes empoderarse de nuevo. Nadie lo va a hacer por ellos.

1 comentario:

  1. Un comentario breve y bien simple: Normalmente lo que no cuesta esfuerzo no suele apreciarse. No lo escribo en términos personales, sino generacionales. ¿Será la dichosa ley del péndulo? No tengo información suficiente, solo mucha pena. Beso.

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