Decía Max Weber, uno de los clásicos de la sociología y un estudioso de la burocratización en las sociedades modernas, que la burocracia se había convertido en una “jaula de hierro” del control racional. En una forma de dominación social e institucional orientada a la consecución de unos objetivos en la que la vida de los individuos se ve finalmente atrapada. Y el caso es que la escuela no podía ser menos. Muchos docentes vemos con una mezcla de hastío y resignación (muy poco cristiana) cómo esta oleada de burocracia nos invade paulatinamente. Nuestra administración educativa sabe que esta es una forma magnífica de control. A base de rellenar papeles, programaciones de aula y de todo lo programable que a algunos se les ocurra, informes, memorias y un largo etcétera, no queda tiempo para nada más. Sobre todo para pensar. La burocracia está reñida con la creatividad y la espontaneidad (dos valores que debieran ser sacrosantos en la escuela). Es adocenante y alienante. Se convierte en un fin en sí misma. Nos hacen creer que es una forma de objetivar, evaluar y registrar los procesos educativos. Pero todo el mundo tiene la fundada sospecha de que el único objetivo real es que al final un papel más o un archivo informático entre otros miles termine ocupando un lugar en un universo indeterminado sin que su existencia haya tenido la más mínima incidencia en ningún aspecto del entorno escolar.
Me cuesta imaginar (o al menos a mí me ha resultado siempre imposible) a un profesor planificando al milímetro sus clases, tal y como se le enseña canónicamente cuando en algún curso del ramo toca abordar las unidades didácticas y programaciones. No me imagino a nadie cuantificando las tareas que debe hacer un alumno para alcanzar, según la ponderación de turno, alguna de las ocho competencias básicas. Al mismo tiempo, preparando las mil y unas adaptaciones educativas que recojan la diversidad de niveles de aprendizaje que concurren en sus distintas aulas. Para qué seguir. La pregunta de fondo es ¿dónde queda lo esencial de la educación en todo esto? Con la obsesión por la planificación, la cuantificación y el registro (cuestiones cardinales de la burocracia) lo verdaderamente decisivo de la educación queda al margen. Precisamente, lo más relevante, lo que constituye el núcleo de la educación, es todo aquello que difícilmente puede preverse. Pero ¿cómo hacerle ver esto a ciertas mentes que están conformadas en esa jaula de hierro de la que hablaba Weber? Sería necesario disponer de más tiempo para leer, para vivir, y menos para languidecer en esa tediosa, absurda y deprimente máquina de picar carne que es la escuela burocratizada.
Me cuesta imaginar (o al menos a mí me ha resultado siempre imposible) a un profesor planificando al milímetro sus clases, tal y como se le enseña canónicamente cuando en algún curso del ramo toca abordar las unidades didácticas y programaciones. No me imagino a nadie cuantificando las tareas que debe hacer un alumno para alcanzar, según la ponderación de turno, alguna de las ocho competencias básicas. Al mismo tiempo, preparando las mil y unas adaptaciones educativas que recojan la diversidad de niveles de aprendizaje que concurren en sus distintas aulas. Para qué seguir. La pregunta de fondo es ¿dónde queda lo esencial de la educación en todo esto? Con la obsesión por la planificación, la cuantificación y el registro (cuestiones cardinales de la burocracia) lo verdaderamente decisivo de la educación queda al margen. Precisamente, lo más relevante, lo que constituye el núcleo de la educación, es todo aquello que difícilmente puede preverse. Pero ¿cómo hacerle ver esto a ciertas mentes que están conformadas en esa jaula de hierro de la que hablaba Weber? Sería necesario disponer de más tiempo para leer, para vivir, y menos para languidecer en esa tediosa, absurda y deprimente máquina de picar carne que es la escuela burocratizada.
Damián, ¡palabras ciertas! Desde hace un tiempo no hago sino preguntarme por el "corazón" de la vocación docente: la magia de enseñar, de despertar el "genio" de nuestros alumnos y alumnas,...Gracias por interpretar los sentimientos de muchos compañeros y compañeras
ResponderEliminarComo siempre m siento super identificada, Dami...Llega 1 punto en el q stoy tan indignada q enfermo y m planteo 1 reorientacion profesional hacia 1 mundo + creativo...Gracias x tu blog...
ResponderEliminarHola Damián,
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo contigo que lo que estoy conmigo mismo. Ese tiempo esperado nunca llegará. Simplemente por una básica razón: los que nos legislan y los que nos gobiernan (tanto monta Isabel como Fernando)son el presunto reducto de una sociedad que no cree en los valores políticos y cuanto menos en los educativos. No son mas que un ramillete de personas que con/sin estudios no se preocuparon de forjar un buen futuro que les permitiera posteriormente dedicarse al plano político.
En su caso, optaron a priori por dedicarse a la política y no pueden dejar de comerla porque... -sabemos todos- no saben cocinar con más de un solo fuego.
Han puesto todos los huevos en la cesta y cuando se les rompa, se les habrá muerto la gallina de los huevos de oro.
Nuestro sistema educativo necesita de eficacia pero sobre todo de mucho sentido común. Y este sentido común es, como siempre he dicho, el menor de los sentidos en Educación.
Los actuales gobernantes, unos y otros, son los antaño vendedores de pócimas mágicas que van de pueblo en pueblo con verborrea laxante. Y nuestra sociedad se convierte en pueblo en busca de señores feudales de la prensa amarillenta y/o rosácea.
Así nos va. Así nos fue.
La náusea de Sarte y lo que siento respecto a la Educación se encuentran en el mismo punto del espacio-tiempo.
A ver si alguien podria ayudarme con esta duda. Que influencias puede tener los lados positivos y los lados negativos de la burocracia en una escuela?
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