jueves, 18 de junio de 2009

El catalejo (2) Concejalías de Medioambiente

Permítanme que utilice la manida y difusa palabra “Sistema” para referirme al entramado político-económico-institucional que todo lo llena. El Sistema es hoy una suerte de “apeiron” (como diría Anaximandro), un elemento material pero indefinido, real pero indeterminado, del que todo parte y al que todo vuelve. Nadie lo ve pero está en todas partes. Pues bien, este ente camaleónico tiene la propiedad de absorverlo todo. Cuando en su día surgió la crítica pacifista y no violenta la cosa alzó la bandera de color blanco. De este modo hoy los ejércitos son fuerzas de paz en permanente misión humanitaria. Cuando el movimiento feminista criticó las raíces patriarcales y la secular discriminación de las mujeres el Sistema se tornó violeta y hoy no son pocas las organizaciones que aspiran vivir de una subvención oficial. Cuando el ecologismo alertó sobre las amenazas que penden sobre el planeta el Sistema se hizo más verde que nadie y terminaron por aparecer un invento denominado “Concejalías de Medioambiente” (¡aquí quería llegar!). Actualmente, y como consecuencia de ese poder asimilador del Sistema, tenemos que soportar que los mismos responsables de la destrucción de nuestro entorno intenten concienciarnos de la importancia del reciclaje o de la conservación de las playas, por poner dos ejemplos.
Empezaré a creer en esto de las concejalías de medioambiente el día en el que el concejal de urbanismo tenga que tocar en la puerta de su compañero verde y solicitarle (con un gesto de aprehensión) su inexcusable visto bueno para el plan urbanístico X o Y. El día en el que los señores concejales, en el reparto de áreas, no se den tortas por el ya mencionado urbanismo o hacienda, sino por la muy influyente y prestigiosa concejalía de medioambiente. Mientras tanto, como algo hay que hacer con estos responsables de la cosa natural lo mejor es que empecemos por recomendarles la lectura de un libro: “El mundo sin nosotros”, de Alan Weisman (Debate, 2007). ¿Qué pasaría si de un día para otro la humanidad desapareciera de la faz de la Tierra? Esta es la cuestión de partida. ¿Hasta qué punto la huella que hemos dejado sobre nuestro planeta es irreversible? La lectura de este libro es apasionante (e imprescindible). Nueva York, por ejemplo, no resistiría un par de días pues sin las bombas que achican agua continuamente del subsuelo la 7ª avenida se convertiría en un brazo del río Hudson. El autor “visita” distintos lugares con el ánimo de encontrar pistas. ¿Qué sería de los megacomplejos de refinados de hidrocarburos?, ¿de las centrales nucleares sin mantenimiento?, ¿de las enormes áreas urbanas o agrícolas?, ¿qué pasaría con la proliferación de plásticos sin ningún control?, ¿y los animales domésticos y de granja?, ¿qué derroteros tomarían los procesos evolutivos del resto de las especies?, ¿qué obras humanas perdurarían?, ¿y por cuánto tiempo? Pese al gran poder regenerador de la Naturaleza, de lo cual encuentra sobradas pruebas en la historia del planeta, asombra comprobar lo evidente: el comportamiento depredador de la especie humana que ha puesto en peligro su propia supervivencia. Quizás el señor/a concejal/a de medioambiente, en sus numerosas horas muertas, entre esta o aquella campaña de sensibilización, tenga tiempo de reflexionar sobre esto.

5 comentarios:

  1. ¡Ya nos tenemos enlazados en nuestras respectivas páginas!

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  2. Me encanta esta aproximación desde ese éter genérico que lo genera todo a las concejalías (... y demás regalías )
    Yo hubiese destacado del libro una curiosidad : mientras ratas y cucarachas, eternamente denostadas como supervivientes a holocaustos nucleares se extinguirían casi con nosotros, los lindos mininos se convertirían en terribles depredadores.
    Saludos

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  3. Me lo apunto en mi lista de lecturas....
    y sí el apeiron sabe apropiarse de lo subversivo para usarlo como máscara,cargándose el espíritu crítico de la población.

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