miércoles, 24 de junio de 2009

El Impertinente (5) Identidad Cultural y Noche de San Juan

Les adjunto unos extractos de mi disertación como mantenedor del acto de la noche de San Juan en San Juan de la Rambla (Tenerife) titulado “Reflexión sobre la identidad en clave universal y la defensa del Patrimonio.
Estimado público:
Es un verdadero placer para mi poder estar hoy aquí con ustedes, compartiendo este acto y en una fecha con connotaciones tan especiales como es la noche de San Juan. Es un placer y una obligación. Una obligación porque me es imposible resistirme a la llamada de un antiguo alumno mío como fue Manolo Borges quien pensó que yo podía decir algo en esta ocasión. […] Sostengo que hay un valor superior a la diversidad cultural y es el respeto a la dignidad de las personas.
La compleja conformación de la identidad, en sus múltiples aspectos, tiene mucho que ver con la idea de Cultura. De esto quiero hablar brevemente hoy. Quiero mostrar que la identidad colectiva no debe conformarse en oposición belicosa a otras, que la identidad suele ser como pieles de cebolla que se van superponiendo y donde cada una de ellas necesita de las otras. Difícilmente alguien puede decir que lo que es se reduce a una sola cosa y en oposición a todas las demás. Intentaré situar esta reflexión en el contexto de esta celebración y del lugar en el que nos encontramos. Terminaré, además, haciendo una llamada a la protección del patrimonio como legado que hemos recibido de nuestros antecesores y que tenemos la obligación de transmitir a nuestros descendientes. […]
Así que estas tierras en las que nos encontramos albergan un pequeño tesoro cultural. Albergan un patrimonio histórico, inmueble y cultural que debe ser preservado. Alguno diría por ‘explotar’ pero este es un verbo que prefiero evitar. Cuando se habla de ‘explotar’ el patrimonio hay quien entiende que el objetivo último es montar un decorado típico que esté a merced de la actividad empresarial. Y no es que la actividad empresarial sea algo que debamos minusvalorar. Pero con estos criterios se han cometido barbaridades. No han sido poco los edificios históricos que se han vaciado completamente por dentro y de los que se ha conservado únicamente la fachada. Así los locales comerciales ganaban en espacio. Esto por poner un solo ejemplo. Preservar significa respetar en su integridad el bien que ha llegado hasta el presente. Ser fieles a las fuentes. Conocer e investigar sobre nuestro pasado y ponerlo en su justo valor. No es hacer fantochadas, inventar y recrear lo que nadie sabe. Sobre estas cosas, y con la festividad de San Juan como telón de fondo, quiero aportar una reflexión, si me lo permiten, esta noche.
Bien se dice que Canarias es un cruce de caminos. Un crisol en el que distintas culturas se han encontrado, en ocasiones de manera traumática y en otras de forma paulatina y creativa. En estas islas se ha cocido a fuego lento un gran pastel hecho a partir de muchos ingredientes. Lo canario es, o debe ser, un ejemplo de universalidad.
Cuando un pueblo se abre al resto ese pueblo se enriquece cultural y socialmente. Y, por el contrario, cuando un pueblo se cierra sobre sí mismo se empobrece. Hay sobrados ejemplos de esto a lo largo de la Historia. Cuando preservamos una lengua vernácula, una manifestación musical o un traje tradicional no sólo estamos preservando el legado de un pueblo concreto sino el patrimonio común de toda la humanidad. Cuando esto mismo desaparece es la humanidad entera la que sufre esa pérdida. Cuando hoy nos reunimos en torno a una manifestación cultural nuestra, de alguna manera, es el conjunto de los seres humanos los que se dan cita aquí. Sobre todo aquellos que no han perdido sus raíces, que no han perdido la noción del dónde vienen y lo que son. Y este es un fenómeno al que hoy en día asistimos de una manera preocupante. El gran enemigo son las fuerzas de la uniformización, la poderosa maquinaria económica y cultural que destruye como una apisonadora allá por donde pasa. Es una lástima comprobar que casi en cualquier rincón del planeta se come lo mismo, se oye la misma música, se ven las mismas películas y se viste de la misma manera. El peligro para la identidad cultural, en nuestro caso, no viene en cayuco o en patera. Se cuela directamente en el hogar de cada uno a través de la televisión. El contacto directo, cara a cara, entre seres humanos de distinta procedencia y cultura ha sido una constante a lo largo de la historia. La humanidad ha sido siempre migrante (¡qué vamos a decir de los canarios!) y en el camino se ha ido forjando nuestra historia. Ha sido la tecnología de la comunicación, con sus focos bien localizados en los centros económicos y políticos del planeta, quien ha desestabilizado el natural proceso de intercambio cultural. La aceleración a la que están sometidos todos los órdenes de la vida nos pasa factura continuamente. Vivimos en la cultura de la imitación y el sucedáneo. Frente a esto debemos reivindicar el valor de lo sencillo, de lo pequeño y de lo auténtico. Precisamente algo como el acto que vamos a vivir esta noche. Protagonizado por los mismos vecinos, sin grandes fastos pero con todo el valor de lo que se hace con el corazón.
En este mundo devaluado el viajero ha sido sustituido por el turista. Y el turista lo que busca es, básicamente, extender la comodidad del salón de su casa por el resto del mundo. También nosotros, que hemos vivido en los últimos decenios del turismo, hemos caído en ese error. Hemos convertido, en muchas ocasiones, nuestra propia cultura en un pobre espectáculo para turistas enrojecidos por el sol. Hemos prostituido, como en tantas partes, nuestras señas de identidad transformándolas en souvenir para despistados. Y, de alguna manera, seguimos haciéndolo. Hay quien piensa que a base de muchas pieles de cabras y oveja y no pocos aspavientos se puede recrear la cultura aborigen y que con un poco de insistencia quizás el evento se convierta en una cita periódica que permita que los bares y restaurantes de la zona hagan un poco más de caja al año. Una cosa es el gusto por la cachanchanada y otra la recreación histórica. [… ]
La construcción de la identidad es un proceso complejo en el que entran en juego numerosos elementos: genéticos, psicológicos, ambientales, económicos, culturales e históricos. De todos ellos nos interesarán aquí estos dos últimos. Lo que somos, el cómo nos vemos, el cómo nos ven, aquello en lo que nos reconocemos, tiene un componente histórico y cultural importante. Somos seres en el tiempo y seres con historia. Vivimos en unas coordenadas culturales que, aunque están en continuo movimiento, se construyen a lo largo del tiempo. La educación supone, entre otras cosas, transmitir de generación en generación un patrimonio cultural.
Muchos han querido ver la identidad en clave únicamente localista, poniendo el acento en lo que nos separa y nos diferencia. Una identidad construida en oposición a otras. Basada en la descalificación o minusvaloración de los demás. En este sentido, siempre me ha llamado la atención aquella letra del Pasodoble “Islas Canarias” que decía “no hay tierra como la mía ni raza como mi raza”. ¿Se imaginan a un alemán cantando “no hay raza como mi raza?” Enseguida lo tacharíamos de nazi. ¿Se imaginan a un madrileño diciendo lo mismo? como mínimo se le tacharía de godo. Por cierto, como ustedes saben la música de este pasodoble, que para muchos es una especie de himno no oficial de Canarias, fue compuesto por el catalán José Mª Tárridas y la letra por el valenciano Juan Picot. El primero compuso el inmortal pasodoble en 1935, mucho antes de visitar las islas por primera vez en 1950. Respecto al segundo parece ser que jamás pisó esta tierra a lo largo de su vida. En cualquier caso, constituyen un magnífico ejemplo de lo que podríamos llamar “trasvase cultural”.
Todas las identidades posibles entre los humanos constituyen en sí mismas un patrimonio cultural que debemos conservar. Pero la cultura no lo justifica todo. No podemos admitir que bajo el paraguas de la Cultura se maltrate a las mujeres, se las mutile o que se cometan no sé cuantas barbaridades. Que se quiera condenar a los pueblos a la ignorancia o al aislamiento. No es demasiado gratificante que se utilice esto como excusa para el enfrentamiento y la exclusión. La identidad, nuestra identidad, no es algo que debamos arrojar a la cara de los otros, de los que no hablan como nosotros o de los que no han nacido aquí. Muchas veces se juega con esto con el objetivo de obtener réditos políticos. Siempre ha funcionado el esquema simple de un nosotros opuesto a un ellos. Y esto hay que superarlo de una vez. Estas islas, separadas unas de otras, con una orografía que distingue claramente las vertientes norte de las del sur, que diferencia entre las zonas de costa y las de medianías, entre el campo y la ciudad, se prestan mucho a esto, a la diferencia artificiosa y a la separación. […]
Un ejemplo contrario, de identidad cerrada y limitada, tan habitual por otra parte, lo podemos encontrar entre la gente que viaja. Permítanme una breve anécdota. Recuerdo un viaje a Moscú que hice en 1991. Era la época de la desintegración de la URSS y el país estaba en sumido en una profunda crisis. La única forma de visitar ese destino era a través de un viaje organizado y fuertemente controlado. Así que lo hice acompañado de una cincuentena de canarios de muy distinta condición. Aparte de la monumentalidad de la ciudad llamaba mucho la atención el desabastecimiento que padecía la población y la escasísima oferta de cualquier producto (aunque, claro está, un puñado de dólares hacía milagros). El caso es que la reacción de algunos de mis compañeros de viaje fue muy curiosa. Pasaban no poco tiempo comentando lo bien que se vivía en Canarias (en relación a las escenas de pobreza que veíamos por las calles), el magnífico clima del que gozamos o añorando una pelota de gofio o un buen escaldón. Curiosamente, la mayoría de ellos confesaban que apenas probaban el gofio y que ni se acordaban de la última vez que había comido un escaldón. ¿Qué pasaba entonces? Estos compañeros de viaje poseían una identidad cerrada, viajaban no para conocer ni aprender sino para reafirmarse. Aquel era un viaje para pasar frío, empaparse de todo aquello que nos dejaran ver, para comer Borsch o Stroganoff y beber, eso sí con moderación, vodka. Oyéndolos pensé que les había salido un poco cara la añoranza del gofio y el escaldón. […]
Como todos saben, la festividad de San Juan coincide con el solsticio de verano, el día del año en el que las horas de sol superan a las horas de penumbra. El sol, el astro rey, es quien determina el ciclo de las estaciones, es el principio fecundador. Y en muchas culturas es simbolizado mediante el fuego. En una infinidad de lugares se encienden hogueras (o fogaleras) como rito de purificación. Es una fiesta colectiva que se hace en la calle, que ponen en relación a unos vecinos con otros, que crea lazos sociales tan necesarios en esta época. […]
En el hemisferio norte, muchos millones de personas ponen en práctica algún tipo de rito, alguna ceremonia o celebración que les vincula, al fin y al cabo, con los misterios de la Naturaleza. A mí me produce una enorme emoción ser consciente de este hecho. Pensar que en este preciso instante alguien en una región remota enciende una fogata, entona una oración o realiza algún conjuro, es algo que nos estremece y nos une. Es como una supercuerda que enlaza a la humanidad entera.
La fiesta de San Juan es muy rica en manifestaciones. Está asociada a la fecundidad, a la regeneración y a la expiación. Además, es también una fiesta que tiene, indiscutiblemente, un halo de misterio. Al igual que el solsticio de invierno, es un momento para las hadas, las brujas y los sortilegios. Quizás es fruto de un miedo ancestral a que el Sol, en su deambular por el firmamento, extravíe su camino. Y con él se extravíe el destino de la humanidad. Los guanches que adoraban al dios Magec, dios del sol y de la luz, creían que en un momento dado había sido atrapado por Guayota, el demonio, y encerrado en el Teide hasta que el dios Achamán lo liberó. La idea de que el sol pudiera desaparecer o menguar ha provocado un miedo secular a la humanidad. De hecho, en muchas culturas un eclipse de sol se consideraba un hecho catastrófico y de mal agüero. El sol fue también una de las primeras divinidades. Su culto ha sido muy común a muchas culturas. Y el sol es fuego y calor. Algunos antropólogos sostienen que un momento crucial en el deambular de la especie fue el momento en que se logró dominar el fuego. Quizás fuera la primera fuerza de la Naturaleza que la humanidad dominara. […]

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